Unos minutos en toda una vida no pueden considerarse mal gasto. No es obsesión.
Antes escribía en cuadernos con cubiertas negras, hoja-blanca-tamaño-cuartilla que compraba en un librería de Salamanca. Pero nunca me gustó mi letra. Me delataba. Desnudaba en el trazo regordete la impostura, el timo y el sacrilegio. Además Paul Auster me hizo odiar los cuadernos.
Una vez, cuando tenía alrededor de treinta años, quemé todos los cuadernos que conservaba desde los trece o catorce. ¡Mis primeros poemas, las primeras chispas tras la lectura de Jim Morrison, Rimbaud, Baudelaire, Nietzsche y los Presocráticos!. Me sentía Kafka destruyendo su obra. Alcancé la gloria por ósmosis gracias a Frank. Lástima que fuera un acontecimiento secreto. Las mejores cosas que he hecho - por ejemplo, fecundar óvulos o destruir cuadernos - han sido performances privadísimas. En cualquier caso: todos aquellos pensamientos se perdieron en el fuego. El acto aniquilador – "mi” biblioclasmo - es un buen ejemplo de cómo una actuación idiota puede tener un buen destino: hoy tengo más espacio en casa.
Pero quería escribir de la escritura. Veo como (ella) se derrama por esta página en blanco. Luego la convertiré en vistosa entrada de blog. Potencialmente se abrirá a millones de personas que entienden el idioma español. Me siento fructífero, fecundo. Todo un machote. Hace un rato escribí en el blog que se hace llamar Antes de las cenizas. Me imagino joven al ente que está detrás de la blog . Yo no soy joven. Pero ¿a dónde íbamos? A ninguna parte. Sigamos.
Me ocupo de la escritura. Es un lujo de pobres con pretensiones, de los hijos de la clase obrera y obreros ellos que aprendieron a leer y no se pusieron el mono ni se mancharon las manos con grasa o barro. Su trabajo es alienante pero calentito. Miran como besugos a adolescentes. Un día quisieran tener dieciséis años para ligar con jovenzuelas sin dar el cante y otros anhelan hundirse en la vejez como Alicia a través del espejo. La escritura es un lujo, de veras, como quitarse los calcetines por la noche o tomar un zumo en el momento apropiado. O fumar un cigarrillo cuando se ha dejado de fumar.
La escritura: “Para escribir lo primero es tener algo que decir” – decía y escribía yo en el pasado. No lo sé. Para escribir lo primero es escribir.
Estos días he sometido a los alumnos a la lectura de Mundo Feliz. Mis dos personajes favoritos de la novela son Lenina y Helmholtz Watson. Éste último es un escritor (ingeniero emocional) que redacta consignas y frases útiles (pedagógicas) para el sistema pero siente unos rebeldes deseos de escribir poesía. Sin embargo, el pobrecito - dada su vida feliz en el Mundo feliz -, es incapaz de escribir nada profundo. Escribir sin tener nada que decir.
¿Quién es capaz de escribir profundo? La profundidad, en la escritura y en la vida, es un mito (dice el maestro Rorty).
Escribir para nada. Palabra tras palabras. Todo esto es un ejemplo. Por supuesto nada de lo que escribo lo suscribo ya. Mi verdadera y profunda opinión se quemó cuando destruí los cuadernos el día cumplí los treinta y me levanté sin fama ni gloria. Es decir, convertido en un monstruoso insecto. Te has perdido mi mejor cara, lector. Si es que existe...
Sobredosis de letras: ella,ella eh,eh
1 comentario:
Qué interesante. De todos los escritos confesionarios que se leen en los blogs, éste es uno de los pocos que no me ha causado un involucramiento propiamente confesionario. Muchas veces cuando se lee la escritura confesionaria en la blogocosa, uno en verdad desearía no saber demasiado. Pero tu inmolación como escritor investido me da mucho más claves de cómo hacer que la máquina escritural -de tipo kafkiano, si se quiere- nos tome felizmente por detrás. Interesante la alquimia entre el biblioclasmo y y el sentimiento de grandeza. Omar el gran califa debió olvidar que tenía que escribir algo en su gloria después de quemar la Biblioteca de Alejandría. Aunque es obvio que esa gloria solo resuena si uno es capaz de desprenderse de los propios escritos en un acto de despersonalización cenizo y ritualesco.
:-)
saludos
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