viernes, 23 de julio de 2010

Cuaderno de verano (7). Ellas miran, yo miro




















Rembrandt: Muchacha en la ventana (1645)

J.M.W Turner: Jessica(1830)


Helen Levitt: Nueva York (¿?)



Eli Lottar y Germain Krull: Sin título (1930)


Mirar, sólo mirar.

Desde la ventana, en la ventana. A través de los dedos - los dedos como celosía que encuadra la mirada en máscara de guante.

Mirar expuesto en la ventana para ser visto y retratado. Mirar para que nos miren por miles en la sucesión de los siglos de los siglos


... miro a la mujer que mira a la muchacha de Rembrandt enamorado de un cruce de miradas.

Mirar para cerrar los ojos en un beso que se anticipa en aquella que nos amenaza con suplicio.

Mirar con mal humor porque en algún sitio hay alguien al que se odia y alguien al que se ama (la niña neoyorquina ama la calle y odia el encierro que la protege de la crueldad )


Ellas miran; yo miro....

Anna Malagrida: Boulevard Sébastopol 2008

Mirar a través del aire y ver el aire, la lente, el espejo o la pintura. Lo interpuesto en su grosor y dureza. Mirar el cristal que sabemos que no por más limpio nos mostrará aquello que oculta (si limpiamos el escaparate no se revelará en primer término lo que se encuentra al otro lado sino el reflejo de los edificios colindantes, el afuera de un reflejo).

Yo miro y trato de enfocar la mirada (no de limpiarla).

Caigo en la trampa.

Ser es ser el valor de una mirada.

.... confieso que de todas ellas me entrego a la mirada de la muchacha de Rembrandt.

(Exposiciones temporales como saunas donde enfocar los calores o pequeños árticos para resfriar narices sensibles. Madrid, julio 2010).

martes, 20 de julio de 2010

Cuaderno de verano (6). Abrazo místico y turismo cultural (y 2).

Francisco de Zurbarán: San Francisco (1645)


"Mi prosperidad no fue prosperidad sino señuelo de pluma y un tesoro de alquimia"
(Antonio de Guevara: Menosprecio de Corte, alabanza de aldea)

La tendencia perceptiva a la forma, la integración de los estímulos en unidades significativas, se complementa con la constante animación de todo lo que nos sale al paso. Todo se vivifica en nuestra visión común y debemos sin duda hacer un gran esfuerzo para creer en la mera máquina o la solitaria muerte del mineral. Un “objeto inerte” tiene algo de contradicción en el adjetivo. ¡Y ya no te cuento si es el objeto un cuerpo! Decía Tales: “todo está lleno de dioses”. Y se mueve...

La animación de lo que parecía inanimado: piedra que resucita carne (erótica en el caso de Pigmalión o terrible en la leyenda de Bécquer), Cristo bajando de su cruz de madera o mármol para abrazar a San Bernardo, el cadáver monificado de Francisco de Asís mirando al cielo en obsesiva compulsión voyeurista. La animación de todo - todo vive, vive, vive - es reiteración, para el devoto, del milagro de la creación del hombre (desde el barro).

El objeto devocional – la pintura, el crucifijo, la escultura – se vivifica y este milagro de regreso (¿?) a la vida acaba impregnando al contemplador en la maravilla del gozo, la “suavidad inefable”, la caricia de singular favor (aunque “castísima”) que nos entregan los objetos.

El arte no es devocional de suyo. Quizás su objetivo es cerrarnos en la obsesión de la forma, la conciencia violentada de que lo que se nos muestra está muerto, muerto, muerto...¡y sólo importa ya su forma!.

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Hacia 1449 Nicolás V visitó la basílica de San Francisco de Asís y encontró al santo de esa guisa que nos muestra Zurbarán: erecto, mirando al cielo encapuchado y mostrando el pie con su estigma de sangrado heraclitiano (incesante de suyo). No se dice nada del olor (flores o así) pero quizás no complementara el perfume chanel con el ascetismo franciscano y su votos. En todo caso el Papa quedó tan flasheado en el lance místico que quiso inaugurar una exposición temporal inmediata con comisario protoneoyorquino(avant la lettre, claro). Algunos aguafiestas (San Jacobo de la Marca) desmintieron falsamente el milagro para que quedara el rinconcito sacro al margen del turismo de masas.

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Las momificaciones santísimas de flor y estigma luminoso contrastan muy amablemente con la situación de los vampiros. Los santos incorruptibles comparten destino con los no-muertos en su rebelde oposición (armada) a la mineralización del ímpetu thanatos. La clave que los une es la ya citada tendencia de las cosas a animarse y no parar quietas. El alma, al parecer, siempre deja un retén de emergencia en la corrupta carne, yendo el grueso del ejército espiritual, en el caso de los santos, a la sala de contemplación divina (allí donde todos son ojo o cámara). El destino de los vampirizados es más confuso, dudando los expertos si el alma está ya cerca de los infiernos o dilapida su efímera autonomía de lo carnal en el ignis fatuus .

En todo caso lo que ahora nos interesa es que ni santos ni vampiros dejan el cuerpo en la inerte soledad de lo inanimado. Alguien se queda ahí y sigue moviendo las cosas. La forma pura debe hacer un hueco al temblor del alma.

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Existen estudios científicos que tratan de explicar (¡puag!) los rasgos del vampiro a partir del estudio forense. Se sabe que en los muertos crece el pelo y las uñas y que, al caer la epidermis, se nos muestra el cutis dérmico (por eso los vampiros se dice que rejuvenecían). Mítica es también la dureza de su miembros: la lengua (con la que taladraban el pecho de sus víctimas... lo de los colmillos es literatura) y el pene (que sin viagra les proporciona horas y horas de erección, convirtiendo al no-difunto en potencial atracción de mujeres y enemigos por humillación del por sí caprichoso pene del vivo-vivo).

No se sabe de las piruetas sexuales de los santos incorruptos pero comparten santo y vampiro el fluir de lo sanguíneo, estigma luminoso replicante de la sangre eterna del Cristo o, en el caso del desfavorecido zombi, restos del banquete al que se ve abocado el impulso pananimista antes y después del coito contundente con la campesina.

El santo huele a flor y el vampiro a putrefacción. No sé si los terapeutas de la aromaterapia convendrán conmigo en que el aire preñado de esencias define la vida en un sentido u otro.

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Creo que tanto el santo como en vampiro hacen suya la idea de Antonio de Guevara antes citada: "Mi prosperidad no fue prosperidad sino señuelo de pluma y un tesoro de alquimia"
La vida, una vez muertos, nos sabe a bien poco (la verdad es que, a veces, ni vivos, encontramos la gracia al asunto). Pero sí parece claro que el ya muerto-nunca definitivamente muerto contempla la cosa a cierta distancia, nostágico del engaño que ya no se puede mantener dignamente. Ese engaño del arte y la de la vida. Lo que no nos abandona ni cuando descubrimos su trampa y dramaturgia.

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Ni el santo ni el vampiro son turistas culturales. Más bien permanecen en su terruño, siempre cerca de su sweet home alabama, pegados a la cueva o a la tumba. Sólo el personaje creado por Bram Stoker - tan distinto del vampiro folklórico - se nos ofrece como amigo del Grand Tour.

Una exposición temporal para turistas culturales que pretenda mostrarnos los caminos del alma niega lo que pretende: no hay glamour, ni importa la belleza (ni al vampiro ni al santo). Las imágenes devocionales no tienen por qué ser artísiticas (más aún , la imágenes menos bellas son más eficazmente místicas).

El santo y el vampiro nos dicen que no salgamos de la aldea. La corte y sus exposiciones temporales le provoca risita de ratón. Miran las moscas que se posan en su cuerpos y que más tarde analizarán los forenses.

Turismo de moscas y sandía. Le Grand Tour del alma. Om

Exposición: Lo Sagrado hecho real (Valladolid, 2010)

lunes, 19 de julio de 2010

Cuaderno de verano (4). Abrazo místico y turismo cultural (1)

Francisco Ribalta: Cristo abrazando a San Francisco

Y el señor le regalaba en tanto grado, que una vez estando arrodillado delante de un Crucifijo, el mismo Crucifijo extendió el brazo y se le echó encima, abrazándole y acariciándole con singular favor. Empapado en una suavidad inefable, con un silencio profundo y con unos abrazos castísimos, se unía con el Sumo Bien”(Pedro de Ribadeneyra: Flos Sanctorum o Libro de la Vida de Santos, 1599)


Contagia y conquista la sonrisa beatífica de Bernardo, su gesto de placer no necesitado ya de disimulo ni ocultación porque se ha alcanzado el abrigo de aquel que nunca traiciona y frente al cual no cabe la precaución sino sólo la entrega, el acomodo en su regazo, el dejarse llevar y hacer que se expresa en las arrugas que bordean sus labios porque todo temor ha cesado y ya sólo queda espacio para el temblor del placer amoroso. La comunión de los santos, la conversación íntima, el diálogo habermasiano, la contemplación estética y religiosa, la fraternidad hecha carne.

La obra de Ribalta estaba destinada a la devoción privada (su ubicación original era la celda del prior de la Cartuja de Porta Coeli, en Valencia) y esta privacidad del gozo nos ilustra la vía devocional de la renuncia y el apartamiento, el cese de la sociabilidad en el ejercicio místico, la búsqueda (tecnológica) de la alteración de la conciencia a través de la privación social. Ahora, en la visita a la Exposición Temporal, en el contexto de la contemplación pública espectacularizada, el efecto se pierde y sólo cabe una torpe imaginación de lo que pudo ser la experiencia del camino del alma. Ahora estamos en otra vía, la del ceremonial público (no por ello pagano), familiar en muchos sentidos de la devoción pública de la santa misa (o la Semana Santa) pero tan distinto como el paso del sacrificio corporal del cenobita al juego sadomasoquista para almitas burguesas. El visitante de la exposición pierde el respeto debido y, en su osadía de pantalón corto, colas ruidosas y cámara de fotografía digital, transmuta la sonrisa de San Bernardo en mancha de color, iconografía gay o sutil ilustración para el hombre culto y su adlátere (o sombra): el turista cultural.

Y, sin embargo, aquí me tienen, recreando celdas oscuras entre la gente que fotografía seres desgarrados (Magdalenas, Cristos, Vírgenes, Santos) con sus móviles.

Por cierto ¿qué sentido tiene esa fotografía que no cesa? ¿Se pondrá el turista más tarde, en la soledad de su habitación, a simular misticismos por la contemplación de la imagen? No creo. La mítica derivará, si acaso, del acto posterior en el que – de un modo tragicómico – se procederá a la narración del evento, la mostración con orgullo del trayecto vacacional – yo estuve allí y allá y acullá. Si el místico se encuentra incapacitado para describir su experiencia (recurriendo al modelo amoroso-sexual como lenguaje de sustitución), el turista cultural es puntillista en su documentación que incluye fotografías y vídeos, mapas y catálogos. El hombre moderno, gregario incluso cuando juega al elitismo de las rutas no transitadas, considera sus vacaciones como estructuras de emplazamiento narrativo que buscan generar orgullo, dignidad o envidia, a través del relato oral o fotográfico de la experiencia única y, sin embargo, repetible

Pero, decía, aquí estoy YO. Y toda mi reflexión salta por los aires en estos días. El santo y el turista cultural, yo y el otro (los otros) buscamos el abrazo.

(Posdata: Últimamente me encuentro muy receptivo a las concentraciones masivas. Debieran haber visto mi sonrisa – al modo San Bernardo - en la final de fútbol en una plaza abarrotada de griteríos monocromos. Busco el abrazo de la multitud de un modo realmente extraño para un ente como yo que se ha pasado media vida huyendo de los grandes grupos y frotándose goces extraños en las soledades. Buscar el abrazo en el Cristo, en la Virgen o en la amiga pero también en la muchedumbre que salta y llora porque se mete un gol, masa indisciplinada y sudorosa, con olor a alcohol y uniformada en banderolas que pierden viejos significados y se nos abren a otros horizontes ígneos).


Buscar el abrazo y dejar que lo sagrado se haga real (y, oh dios, incluso belleza).

Dramatizar de vez en cuando aunque la consigna (terapéutica) sea la contraria. Quizás sólo si se dramatizan las cosas, si se vive con afectación, cabe encontrar la sonrisa penúltima de Bernardo. La mala desdramatización de las emociones nos convierte, a poco que nos descuidemos, en turistas culturales de la propia vida.

En todo caso, es lo que toca...

Imagen: Francisco Ribalta: Cristo abrazando a San Francisco
Exposición temporal: Lo Sagrado hecho real (Valladolid, 2010)

martes, 6 de julio de 2010

Cuaderno de verano(3).

EL Greco: Laocconte (1608-14)

Y la Esfinge habló a la Tortuga:

- ¡ Desdramatiza, tía!

Es bueno que hable la Esfinge. Buscamos en su lengua huellas que evoquen un perfil transgénico.

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En general, es deseable que los dioses y los monstruos, todo tipo de bichos, plantas, piedras o daimones, hablen. Que hablen las paradojas y los objetos imposibles, los colores y los enemigos del alma.

Que la ininteligibilidad no nos corte la orgía comunicacional con pudores de última hora.

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Dramatizar ¿es la esencia o el pecado de la bicefalia?

Dramatizar es

exagerar
con apariencias
dramáticas
o afectadas
.
La tortuga exagera, sí, pero ¿también es una criatura afectada?

La Tortuga camina con afectación: no hay sencillez ni naturalidad en sus pasos torpes. Todo muy artificioso... dramatiza su condición minusválida.

¿No puede caminar como otro bicho más normal?¿A qué viene esa tontería de la lentitud? Las patas de la tortuga ralentizan su marcha... ¡Es mucho más veloz la serpiente amputada de miembros! (Toda ella miembro).

La Tortuga Bicéfala es una exiliada del mar y en la tierra simula afectación porque es incapaz de asumir con "sencillez y naturalidad" el flujo de la existencia. El más mineral de los animales muestra ademanes afectados ante la madre tierra y su geometría. Rechaza su mineralidad y desearía ser ola (como Rocío Jurado).

La Tortuga Bicéfala y sus amigos necesitarían llegar al mar.

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Desdramatizar.

Denis Diderot: La paradoja del comediante (1773).

" La sensibilidad no existe sin cierta debilidad de organización"

"Cuando la extremada sensibilidad se ha amortiguado, cuando se está lejos de la catástrofe, entonces es cuando el alma está tranquila y se recuerda la felicidad eclipsada y la memoria se une a la imaginación, la una para volver a trazar, la otra para exagerar la dulzura de un tiempo pasado"
Desdramatizar para sobrevivir y para crear la ficción del drama.
Tiempo de silencio.

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Desdramatizaré y desembotaré mi cabeza multiorgásmica. Al hacerlo entro en la ciudad protegida por la Esfinge y de la que ya no recuerdo su nombre

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Impasible, Laocoonte observa la masacre de su hijos en las mandíbulas de las serpientes.
Desdramatiza, le dicen, que para eso eres griego.

viernes, 2 de julio de 2010

Cuaderno de verano (2). Mostrar: mi mesa


Animado por el Pájaro de China que dice:

"Seamos traperos de la historia (mostrame tus "acompañamientos", Lug, los que están encima de los estantes de tu biblioteca)"


enseño hoy, desobedeciendo, el azar de mi mesa como historia del presente. Otro día, quizás, muestre los "acompañamientos" que habitan los estantes.

Podría decir que el estado de mi mesa es isomórficamente el mapa de mi alma.

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De izquierda a derecha,
de arriba a abajo

como quien lee

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El chiquitín, portátil ligero y suave con teclas que parecen un paseo de ciudad del norte en invierno. Lluevo la bicefalia sobre el pavimento del teclado. Lluevo lágrima e ira y el golpe en la tecla (escribo con dos dedos) me provoca placer orgánico en las proximidades prostáticas. Acupuntura erótica. Escribo porque me da placer (o me limpia de malestares). Poco profesional, lo sé.

En el chiquitín todo se pierde en la extraña pantalla - apenas un párrafo -, visualmente tan distinta de la página impresa. Ahora, sin embargo, estoy escribiendo sobre una pantalla grande y directamente sobre la caja blogger. Me excita escribir directo en la cajita. Me inspira la posibilidad del error en el sistema informático, la limitación del cuadro, la copia automática que me guiña el ojo.

El chiquitín descansa en este momento a mi derecha, como el arpa de Bécquer.

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Notas. Folio blanco de apunte escolar en preservativo plástico. En folio blanco nunca escribiría el curso de mis sentimentalidades. Caben ahí notas y párrafos que uno memoriza con la escritura que, según Sócrates, acabará arruinando la memoria. Volver a leer y a estudiar. Folio escolástico para preparar exámenes inexistentes que incitan a la deserción y a la vida lánguida de una princesa que sólo escribe en papel colorín y cuartilla o en un portátil fashion ga-ga lady

Creo que lo que está escrito en los folios tiene que ver con Oteiza o, quizás, con el libro de Pierre Haddot Ejercicios espirituales y filosofía antigua.

Siempre he sido un estudiante esmerado con letra más bien fea.

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Atril y cuadernillo impreso con motivo de una exposición de Oteiza. Un DVD sobre Caravaggio.

El arte es la extensión de mi ignorancia. Devocional de los objetos artísticos en las salas de exposiciones y museos (soy un paleto, lo sé), tiendo en ocasiones a meter mano a esos objetos y sus auras para narrar historias, levantar sus faldas y buscar el color de mis interioridades. Me busco entre los pliegues de las bellas artes. Maltrato la historia del arte que, a veces, me resulta tediosa.

El atril es la casa del ángulo y la huída melancólica de los noventa grados de erección viagrera. Tengo atril pero muy rara vez lo uso. El atril es un juego serio de fuerzas y equilibrios.

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Libros. La historia de las ideas estéticas de Valverde y El Lobo Estepario de Hesse. Libros
La historia social de la literatura y el arte de Hauser, El Fuego secreto de los filósofos de Harpur y Pla imprescindible (antología). Libros.

El libro de Pla está ahí por su tamaño. Lo saqué de su estante hace unos días para entretener la espera en la consulta del médico.

Los libros están ahí por casualidad y su lectura, de pura apertura, es poco seria desde que la declinamos en plural. A veces añoro - en plan un poco naif - las épocas de El Libro. Dar vueltas y vueltas a un único libro y colgar a los cuatreros del árbol recitando salmos. Eso sí es fuerza y necesidad.

Los libros cogen polvo y amarillean cuando la luz del sol atrapa la polvareda.

Por cierto, leí a los dieciséis - dos veces seguidas- El Lobo Estepario. Me fascinó. Hace unas semanas volví a él(¿cuantos años han pasado? ¿treinta?) . Los mil detalles que dejé en mi adolescencia en la sombra son los motivos que más me han molado en esta ocasión. ¡Vanidad de vanidades y sólo vanidad!

Y, en el centro, la lupa y el estuche de madera con la pequeña Magali en la tapa. La pequeña Magali forma parte de mi larga vida sentimental con Carmen.

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Recortes de periódico. Repaso el periódico con las cejas arqueadas y podría pintarme la cara de mimo o payaso. Todo me sorprende como si fuese idiota o salvaje. De vez en cuando recorto artículos que acumulo en la mesa hasta que, llegando a un punto crítico, piden ser arrojados a la basura como quien requiere eutanasia. Un artículo recortado, alejado de su jornada de popularidad warholiana, sólo puede soportar la tristeza de su amputación si le damos un uso. Pasado un tiempo a la intemperie pide a gritos la muerte.

Los libros, hay que reconocer, tienen más aguante. Uno puede abandonarlos y morirse; cuando los herederos reciben el fardo de la gratificación encuentran sobrio al libro. Los viejos recortes dan pena y los resucitamos amorosamente a través de la mirada melancólica o la del sesudo documentalista

Mis recortes, en esta ocasión, tienen que ver con la exposición de Turner en el Prado, con una reflexión de Félix de Azúa sobre el Museo Judío de Berlín de Libeskind y, el tercero, con el cierre de (otro) convento de clausura. Reconozco que tengo una extraña atracción por la monjas. Me huelen a lejía y leche con sólo mencionar su nombre. A lo Proust y la magdalena. Es triste que cierren conventos de clausura y bastante chocante desde el punto de vista lógico. Las monjas ausentes hacen bastante compañía a las mujeres del pueblo (de eso habla también el artículo).

Recorto una esquela de Saramago. Dice: "El congreso internacional de ontología evoca a José Saramago, Presidente de Honor de una de sus secciones y defensor de la causa de la Filosofía".

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Libretas. Hasta hace un par de años escribía en libretas. Ahora no. Si salgo de viaje llevo la libreta roja sólo para caso de emergencia. En 1991 tiré todas las libretas que había escrito desde la adolescencia. Una pena. Me pregunto qué sucedería si tirrase mis libretas de 1991 hasta hoy a la basura. No creo que fuese una pena. Curiosa la paradoja. Lo irremediable tiene un puntazo. El orden de mi mesa es pura casualidad.

jueves, 1 de julio de 2010

Cuaderno de verano (1)




Llego al verano como quien llega a un jardín de Pissarro.

Eso es bueno, supongo.

Oigo el verano como orgía de zetas y emes.

Noto gusanos en mis venas y articulaciones. Son las fuerzas. Vibran. Me cuesta controlarlas ahora que estoy tan débil. Por eso me entrego al verano como otros se entregan a Dios o la Revolución.

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He suspendido casi todo y me esperan los exámenes de septiembre. Me exijo firmeza(¡ jó!). Exigirme firmeza sabiendo que soy un tipo débil y tenue tiene algo de masoquista. Pero así son las cosas. Me siento como un boxeador que, golpeado fuerte en el hígado, chupa el polvo del camino hasta que el ahogo le fuerza a levantar la cabeza. Intento, pues, estirar el morro y jurar y maldecir. Mecahis - digo aunque sigo debilitado. Blasfemar de vez en cuando y lanzar al aire palabras violentas ayuda a levantar el culo del suelo. ¡Mecahis, mecahis!.

No espero nada de septiembre (así que, realista, me llevaré por la rutina y dejaré las pruebas definitivas para febrero. No logro ver más allá de febrero . No lo juno - decía mi padre. Ceguera temporal por obstrucción del oído izquierdo).


Imagen: Camille Pissarro: Jardín de Pontoise (1877)