viernes, 19 de marzo de 2010

DEPREDACIÓN DE SÍ. JOB (1)

Yo quise subir al cielo para ver
y bajar hasta el infierno
para comprender
qué motivo es
que nos impide ver
dentro de tí
dentro de mí.

Soñaba que te quería
soñaba que era verdad
que los luceros tenían
misterio para soñar.
Hay una fuente niña
que la llaman del amor
donde bailan los luceros
y la luna con el sol.
(Triana: Abre la puerta, 1974)


El filósofo de la vara, trasunto metafísico del Tío de la Vara (José Mota), rompe la conversación sobre la existencia del mundo exterior asestando una buena tunda al idealista ingenuo (que dice no poder demostrar que hay algo ahí fuera o, meramente, un ahí-afuera o un "ella" que acompañe). La paliza es evidencia iluminada por la llaga, la deshonra y el argumento sodomizador --- igual que en los hermosos códices medievales se nos iluminaba con la superioridad de la plástica la Palabra del Señor.

Si te machaca, existe (O más técnicamente: si me jodo, existo. Si me joden, existen).

Son muchos los que creen que la dureza del decir y el hostión son los argumentos que a la postre todo lo cancelan. En la célebre escena del realista atizando con el garrote, siempre me he ubicado en el puesto del que recibe la lección (aunque me ría, como espectador, del escarmiento) e imagino que el pobre hombre sigue sin entender el objetivo pedagógico de la TIC - la vara - cuando su propio sufrimiento es prueba más que evidente de que está sólo en el mundo y todo lo que le aparece es fantasma de fantasma de fantasma de fantasma....

Sin embargo el doliente, el hombre destrozado por la paliza y la pérdida del orgullo puede, en volatín dialéctico, transmutar sus dudas sobre la existencia del mundo externo en meditación teológica. Al fin y al cabo cuando uno siente que se ahoga y nota presión en la garganta, en el contexto de la mano invisible que nos parte el corazón y lo estruja y lo muerde con colmillos de acero, cuando sólo el óxido de los artefactos parece que nos consuela con el color de la sangre apagada, cuando todo esto y más sucede - porque una vez que dejamos de sentir orgullo somos ciudad bombardeada - uno llega a la conclusión de que dios existe y no hay quien mantenga un ateísmo coherente entre tanta basura, dolor y desespero. Dios se hace evidente como, al modo cartesiano, la primera realidad extramental en el sendero oxidado del sufrimiento.


Pero no es dios el que se nos revela. Ansiosos en nuestra soledad - la amiga nos ha abandonado - en el ahogo depresivo de nuestra alma como Dresde-1945 sentimos una conversación como de macarras en taberna y poco a poco se nos desvela el diálogo a propósito del tal Job. Y, por tanto, mordiendo el polvo tras la paliza y el escarnio, el alma tras la terapia de la vara no es que sienta a dios sino que percibe la conversación de dios y el Diablo, y - jópeta - no hay quien nos saque del maniqueísmo de borrachos que juegan con nosotros desfigurándonos la cara y, para matizar, pintando el estigma de color y luz, compensación el color(dicen) de la cicatriz y el juego teológico.

No creo en dios sino en la embriaguez cósmica de diablos y dioses igual de indiferentes hacia el sufrimiento humano, incapaces de comprender mi corazón, mi palabra, mi escritura, mi temblor, mi ahogo en la noche y mi desvanecimiento, mi locura en espiral y todo el amor que a veces brilla en mis ojos hasta que se convierte en pena sombría y odio e imposibilidad de color ni pensamiento ni filosofía, sólo escritura rota, hueso astillado, mano que agarra el corazón y es garra sobre el corazón, corazón como si fuese una fruta madura, pasada, impregnada de moho pero aún viva y sintiente, sintiente hasta el último estertor, ese que tanto se demora y que sigue buscando el que acompaña al enfermo durante toda la noche última, el que acaricia al malherido, el que conversa entre el humo del cigarro y hace sentir al otro, al pobre, al mí, al yo, al tú, que eres algo - alguien, un ser, un ente digno de cariño, y le acaricias con mano o sin manos, en la última hora, en la última cerveza, en el último cigarrillo. No entienden ni dios ni el diablo en su borrachera esos matices evanescentes.

Y el filósofo, siempre empalmado en una perspectiva de dios (la filosofía es teología) , no entiende el dolor que siente el alma cuando la falta de orgullo le arroja al suelo. Golpeado por el filósofo de la vara, el realista y su garrote dicen:

"Esto es lo que hay... y ni sueñes que todo el dolor ha nacido en precario. No te queda ni esa esperanza".

Imágen: Dresde 1945

Video: Triana: Abre la puerta

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