El adjetivo tóxico parece que está de moda. Según dicen, ciertas prácticas de inversión similares al toco-mocho han creado una situación de inestabilidad y desconfianza en los mercados. Resultado: un señor de Albacete se quedará en paro y, encima, la casa por la que empezó a pagar se ve a medio hacer, con vigas pero sin ventanas ni tuberías. Mientras tanto, como castigo ejemplar, el Noséqué alemán ha dicho que los altos directivos no van a cobrar más de medio millón de euros si han tenido que ser intervenidas sus sociedades como efecto (incontable) de su mala cabeza (contable). Una porquería eso de la toxicidad finaciera.
Uno es un pobre de espíritu y sólo alcanza a preguntarse: ¿existe una filosofía tóxica? ¿Qué es tal? Descartemos que toda filosofía sea tóxica a pesar de lo que le pasó al buen Descartes (¿lo pillan?) y lo que consideran más que probado los positivistas. Pensemos que “ algo”(filosófico) tóxico es un artefacto – un “algo” ordenado: no es el maldito caos - que tiene la peculiaridad de des- estructurar aquello que toca y conducirlo al caos o, al menos, a sus orillas. Lo tóxico rompe todo orden alternativo.
Por ejemplo, el dogmatismo es pensamiento tóxico. No es caos – es el orden – pero si nos contagia nos conduce al caos - ¿qué es sino caos lo que recorre la mente inquieta si se ve en la tesitura de tener que pensar cuando el resultado del pensar está ya dicho y sentenciado?. Por igual mérito, el papanatismo es también pensamiento tóxico aunque sea licuado. Podemos decir que si el dogmatismo es una toxicidad de origen bacteriano – cabe el antibiótico de la crítica – el papanatismo es todo él vírico y sólo cabe para la cura sopitas y buen vino (sea, tóxicos de amplio espectro pero sin efectos graves). Quizá el diletantismo no sea un modo de pensar tóxico pero sí me parece que lo es toda la filosofía pedante porque destruye con su profusión de pruebas, citas y requiebros toda la temeridad y hasta valentía que exige el buen pensar. En fin, tóxico me parece el heideggerismo – y el wittgensteinismo heideggeriano y la deconstrucción – aunque sea una intoxicación voluntaria y gustosa. Heidegger: un tóxico pensador pero un buen clérigo.
Hace unos días el amigo Miguel Boulesis Santa-Olalla se quejaba de las blog incapaces de mantener su palabra si quiera un día. Como gusanos en la manzana, aparecían y desaparecían . Dice Miguel:
“No sé si los que escribimos una bitácora con cierta regularidad somos conscientes de la responsabilidad que implica darle al botón “publicar” de nuestro gestor de contenidos. Escribir no debe ser nunca dar rienda suelta a lo primero que se nos ocurra, ni tampoco abrir espacio a contenidos, alusiones o reflexiones de las que después podamos arrepentirnos. Nadie nos obliga a abrir un blog ni tampoco a publicar varios artículos cada día. La misma libertad que ejercemos cada vez que publicamos debe ser respetada una vez que el texto deja de pertenecernos y se convierte en la propiedad común de todos los que visitan nuestra bitácora con cierta regularidad” Cualquier otra cosa es restar calidad al medio y al autor. Las bitácoras (y más aún las de contenido educativo) pierden valor si sus contenidos están un día sí y otro no”.
Las bitácoras irresponsables, por lo tanto, son tóxicas porque (uno) nos ofrecen hoy una idea y mañana la contraria; (dos) porque infectan la credibilidad de toda la red de blogs con sus gamberradas irresponsables. Desde luego tóxicos son los otros. Mi blog no; a lo sumo, sus devaneos son producto del pensamiento vivo.
Uno es un pobre de espíritu y sólo alcanza a preguntarse: ¿existe una filosofía tóxica? ¿Qué es tal? Descartemos que toda filosofía sea tóxica a pesar de lo que le pasó al buen Descartes (¿lo pillan?) y lo que consideran más que probado los positivistas. Pensemos que “ algo”(filosófico) tóxico es un artefacto – un “algo” ordenado: no es el maldito caos - que tiene la peculiaridad de des- estructurar aquello que toca y conducirlo al caos o, al menos, a sus orillas. Lo tóxico rompe todo orden alternativo.
Por ejemplo, el dogmatismo es pensamiento tóxico. No es caos – es el orden – pero si nos contagia nos conduce al caos - ¿qué es sino caos lo que recorre la mente inquieta si se ve en la tesitura de tener que pensar cuando el resultado del pensar está ya dicho y sentenciado?. Por igual mérito, el papanatismo es también pensamiento tóxico aunque sea licuado. Podemos decir que si el dogmatismo es una toxicidad de origen bacteriano – cabe el antibiótico de la crítica – el papanatismo es todo él vírico y sólo cabe para la cura sopitas y buen vino (sea, tóxicos de amplio espectro pero sin efectos graves). Quizá el diletantismo no sea un modo de pensar tóxico pero sí me parece que lo es toda la filosofía pedante porque destruye con su profusión de pruebas, citas y requiebros toda la temeridad y hasta valentía que exige el buen pensar. En fin, tóxico me parece el heideggerismo – y el wittgensteinismo heideggeriano y la deconstrucción – aunque sea una intoxicación voluntaria y gustosa. Heidegger: un tóxico pensador pero un buen clérigo.
Hace unos días el amigo Miguel Boulesis Santa-Olalla se quejaba de las blog incapaces de mantener su palabra si quiera un día. Como gusanos en la manzana, aparecían y desaparecían . Dice Miguel:
“No sé si los que escribimos una bitácora con cierta regularidad somos conscientes de la responsabilidad que implica darle al botón “publicar” de nuestro gestor de contenidos. Escribir no debe ser nunca dar rienda suelta a lo primero que se nos ocurra, ni tampoco abrir espacio a contenidos, alusiones o reflexiones de las que después podamos arrepentirnos. Nadie nos obliga a abrir un blog ni tampoco a publicar varios artículos cada día. La misma libertad que ejercemos cada vez que publicamos debe ser respetada una vez que el texto deja de pertenecernos y se convierte en la propiedad común de todos los que visitan nuestra bitácora con cierta regularidad” Cualquier otra cosa es restar calidad al medio y al autor. Las bitácoras (y más aún las de contenido educativo) pierden valor si sus contenidos están un día sí y otro no”.
Las bitácoras irresponsables, por lo tanto, son tóxicas porque (uno) nos ofrecen hoy una idea y mañana la contraria; (dos) porque infectan la credibilidad de toda la red de blogs con sus gamberradas irresponsables. Desde luego tóxicos son los otros. Mi blog no; a lo sumo, sus devaneos son producto del pensamiento vivo.
Vivimos en tiempos tóxicos y eso, que no tiene que significar nada, es muy triste para el señor de Albacete que se queda sin piso y sin trabajo o para el señor que confía en la responsabilidad del mundo o el que acude a la filosofía buscando el sentido de la vida. Pero qué le vamos a hacer: la vida no tiene sentido que la filosofía pueda buscar ni cabe confiar demasiado del buen juicio de los habitantes no poéticos del mundo ni es de recibo suponer que todos merecemos un piso. Esas creencias eran puritas intoxicaciones, mihijitos.
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