sábado, 29 de enero de 2011

Enamorado de la luz artificial se le fuerza al trabajo diurno....

 A las seis, en invierno ( 1912), de John Sloan

 " Y sin embargo, se adelantan unos a otros apresuradamente, como si no tuvieran nada en común , nada que hacer entre ellos; la única convención que les une, tácita, es la de que cada cual mantenga la derecha al marchar por la calle, a fin de que las dos corrientes, que marchan en direcciones opuestas no se choquen entre si" (Engels, citado por Benjamin, sobre Londres y en significativa página - quizás plagada de errores de juicio -, en La situación de la clase obrera en Inglaterra ).

Dice Sloan que son las seis, en  invierno, y he de confesar que en un principio pensé que se refería a las seis de la mañana. Luego comprendí que a las seis de la mañana, en invierno, es de noche. Me joroba no caer en esas cosas tan  simples y a veces justifico mi tontuna diciendo que no soy un niño de campo sino que me crie en una fábrica de hilatura y seda artificial. Veo el mundo entrando a trabajar a las seis, en la noche impasible.




 Creo que el tren se dirige hacia la izquierda. Un grupo apelotonado y gris congestiona el alma del mundo en hora punta mientras sube a los vagones. Los viandantes  que se nos enfrentan, empujados desde la izquierda del cuadro, sonríen. El tipo del puro y el sombrero hongo, acompañado de la risueña señorita, no parece que busque medio de transporte  y se muestra perfectamente colocado en el trasiego urbano de la tarde. Le encanta sentir la cercanía de miles de individuos y sentirse único. Es, quizás, una criatura de la noche, un noctámbulo de music hall.  Me fastidia que el hombre del sombrero hongo y su acompañante sean más significativos - histórica y vitalmente significativos, cromáticamente significativos para el caso - que, por ejemplo, los cientos que se dirigen en el tren hacia sus casas en el suburbio, después de un día de trabajo y a la espera del tedio que precede al sueño. Puestos a fusilar en el rencor de una revuelta incontrolada, los tipos iluminados por el color, destinados  al espectáculo de variedades o al teatro, a la larga noche de sexo y drogas -  quizás sexo mercenario y drogas adulteradas, pero sexo y drogas al fin y al cabo - merecen la descarga de la fusilería porque si X se aburre o todos se aburren o perezca el mundo.  Y X no es ni más ni menos que yo. Un yo que intenta subir al tren para ir a su casa.

Todo una exageración, claro. Éticamente no dejaré que mi posible o previsible - anciano o juvenil -  tedio egocéntrico se convierta en bala desgarradora del óleo de Sloan. No creo que el pintor haya proyectado mala leche ni burla contra los que se oscurecen en el andén y se dirigen a sus casas sin posibilidad de ver el último espectáculo o deleitarse con el más novedoso cóctel . Simplemente Sloan ha significado con el color y el trazo risueño lo interesante del momento de los de abajo, los que vienen por la calle con caras puestas, en oposición a los que arriba esperan subir al tren con la cara desdibujada en la grisalla del atardecer urbano. Ha marcado la relevancia de unos sobre otros sin odio ni desprecio aristocrático. 

De la izquierda viene la noche, tiñendo suavemente lo que queda del día (con ese sin querer del anochecer en la gran ciudad, envuelto en la lejanía del cielo y la aventura de la luz artificial). De aquel horizonte llegan también las caras sonrientes que sustituyen a los trabajadores en las calles. Se marca la bidireccionalidad y la ruptura cielo/suelo. El color de la noche, que empapa la saliva de humo y deseo, borra las horas de trabajo en talleres y oficinas.



El cielo ocupa una buena parte del cuadro y, sin embargo, no define su atmósfera. Es la luz de las calles y los locales la que marca el ritmo mientras el cielo se entretiene, ajeno a todos, tiñendo de diversas tonalidades del extraño azul lo que fue día.

La disposición del cuadro, esa casi  diagonal que divide la escena entre el   cielo apático y el  bullicio urbano, me incita a pensar en un cambio en la flecha del tiempo, una alteración de la bidireccionalidad derecha-izquierda (los que se van y los que llegan). Es perfectamente imaginable, gracias a la diagonal,  el tren derivándose de nuevo hacia la derecha y los transeúntes caminando hacia atrás, hasta el punto en el que se enciende el puro y el tipo del sombrero fantasea con una noche de juego y luz o  los hombres y mujeres del andén retornan a la calle diurna mostrando sus caras.

Y aquel azul extraño del cielo se hunde en las líneas de la firma de John Sloan, allá  en el extremo superior izquierdo.

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