martes, 19 de septiembre de 2006
Sí al tren. Un ferrocarril hacia el Tibet o todos a remolque de la tecnología
De las películas del Oeste reconocemos la imagen que asocia el avance del ferrocarril con el progreso social y económico, el imperio de la civilización. El gran caballo de hierro –los indios dixit – era la cuña que llevaba el comercio, la justicia y la innovación a los lugares más apartados. El ferrocarril hacía aparecer un pueblo o ciudad en el mapa. Cuando el tren llegaba al corazón de un territorio los vaqueros hacían ricos a los dueños de los Saloon y los nuevos bailes – el can can parisino – generaba estragos en la ruda clientela que, aquella noche, se bañaba y perfumaba haciéndose atractiva(sic) para las muy delicadas bailarinas. ¿Era el progreso otra cosa que perfumes y señoritas? También el sheriff y el enterrador, las partidas de póquer intercity y el veredicto justo del juez parecían llegar con el tren.
Saliendo de la ficción- si tal cosa es posible - también la historia nos enseña la importancia de la creación de la red de ferrocarriles en el desenvolvimiento de la cultura del siglo XIX y XX. En relativamente poco tiempo la geografía se redefinió en términos comunicativos con las autopistas de hierro. Todo estaba más cerca y la velocidad apareció por primera vez como valor cultural. Moderno significa veloz desde los orígenes del ferrocarril. Míticos trenes como el Orient Express o el Transiberiano hoy nos pueden parecer viejas reliquias de una época pasada, pero anteayer significaron la posibilidad de unir realmente Europa con el Pacífico o París con Estambul.
En algunos lugares, aquí en Aranda, hoy el ferrocarril (sí al ferrocarril) se une al futuro (sí al futuro) aunque una sonrisa irónica acentúe de tierna melancolía la sin duda justa reivindicación. Se ama el tren y toda su simbología, como sueño ya pasado (o casi) de la comunicación en la época más tranquila, antes de los aviones y de ese híbrido que se hace llamar tren de alta velocidad.....
Asociamos tren y futuro, pero hoy el futuro nos hace temblar de un modo no imaginable a nuestros abuelos: grandes proyectos totalitarios e inhumanos tomaron el futuro como bandera. El tren también se asocia en nuestro imaginario al siniestro convoy que conduce a los presos a su crematorio, la estación final, el Lager de Auschwitz o el Gulag . El horror.
(CONTINUARÁ)
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