siempre he imaginado la escena más cerca del arrabal que del campo elíseo revolucionario con el chaval que arranca los adoquines y un geiser marino cancelando estéticamente las calles y todas las tragedias nacidas de la necesidad y el hambre y las historias del padre en la época posbélica y convirtiendo el barrio en un hawai con palmeras y bailarinas incluidas dado que sólo hace falta que él cierre los ojos y sueñe con la profundidad maravillosa y “a la mano” porque eso es la democracia de pauline à la plage y confieso que he creído en el sueño de la canalla paseando por las arenas supervisando los cuerpos de las burguesitas y cayendo en el agotamiento del bienestar decadente de los refrescos y la parte de arriba del bañador por encima del cuello y marcando la yugular para el vampiro que somos aunque sabemos hoy que no hay profundidad ni vampirismos que valgan su precio y que nos intentaron vender una moto que ya no valía para ellos para la alta cultura de los huevos como vendemos a los negros nuestras chatarras o dejamos las bolsas con ropa usada en el portal bajo el cual no hay nada ni trascendencia ni arqueología y la playa bajo los adoquines no nos remite a un pasado dorado ni a un futuro de rojo amanecer porque no hay ganancia en la excavación sino engaño odio saliva
Bajo las calles, más calles.