domingo, 28 de febrero de 2010

DEPREDACIÓN DE SÍ


Aburrimiento
(digo).

Dices: Trampa.

Si yo actuara como tú, huirías (dice).

Haz lo que hago; cuando hagas lo que hago desgarraré mi ropa y demandaré a tu osadía (¿digo?)

Ruindad (digo).

Digo de mí: Ruin.

Digo: Ser una ruina.





Ruin
(8ª acepción RAE): Extremo de la cola de los gatos que suele arrancárseles violentamente, suponiendo que así crecen.

Marramiau!!!!!!!


Depredación de sí.

Ininteligibilidad(se dice)

La ininteligibilidad me ha robado mi primera casa. Queda el solar. Aniquiló lentamente a Vitorina (o Victorina) y entregó encadenado su hogar a la fuerza especuladora.

Soy el último mohicano. ¿Cuántos quedan ya que recuerden la casa de Vitorina o mi primera casa? Podría poner un contador numérico que fuera levantando acta de los que quedamos. En el mundo, ¿cuántos recuerdan las mañanas en las que Vitorina me cantaba para ahuyentar el frío-frío y me contaba historias minimalistas, apenas dos líneas? Soy el último mohicano. Cuando muera desaparecerán los relatos minimalistas de la abuela

La ininteligibilidad me lanza contra el aburrimiento como si fuera una pelota antidisturbios.

aburrimiento
ruindad
ruina
cola castrada de gato
pelota lanzada contra el muro.


No eres una pelota
(dices).

No; soy carne y la violencia del impacto contra el muro me destroza la cabeza (generándose un bonito cuadro informalista que comento con diversos fuegos de artificio chinos).

Reprimo mi ser informalista (dice). No lo soportarías (especula).

Depredación de sí.

Tengo que recuperar los relatos de los que sólo yo fui testigo y, ya me ven, perdiendo el tiempo en el infinito tedio de un cuadro informalista.

Como soy junco-zen - digo para engañar de nuevo - el viento de la noche pasada no me ha arrancado del suelo. Eso sí: me quitó el revólver de la mano con maniobra samurai. Ya no podré ser asesino en serie ni suicida.

Desmontada en la ruina del hombre ruin el fantasma de su osadía,
queda la depredación de sí y el consumo pausado de sus entrañas.

Soy un Mondrian (digo).

Ni de coña (¿dices?)


(Imagen: Concetto Spaxiale; Lucio Fontana circa 1964)

viernes, 26 de febrero de 2010

INVERSIONES DE FIGURAS SOBRE FONDO PSICOPÁTICO

DE LA CARNE

La imagen es de Pieter Aertsen(1507-1575). Parece que la obra tiene unas dimensiones de 123 x 167 aunque, ya puestos, creo que exigiría desproporción, un tamaño que desbordase las paredes de la casa burguesa y exigiera muro, sala de juntas de diputación provincial o cámara de representantes. No menos de veinte metros de base. Casi un mural pero sobre tabla o lienzo. Ubicación en vano destacado catedralicio o en valla publicitaria en la autovía. ¡¡Vanitas!!

La representación - en el borde de lo representable - me produce una extraña repugnancia unida a una cierta excitación intelectual cercana a la risa insana. La náusea no deriva sólo de la contemplación de carnes y grasas en distintos niveles de formación y coloración. No soy tan fino. En las modernas carnicerías higienizadas la paleta del color es realmente escasa- el rosa de vuelve imperial y, todo lo más, jugamos en torno al rojo más o menos oscurecido en un corrido hacia el negro en el caso de los embutidos y morcillas o aclarado hacia el blanco de las salchichas. Pero soy consciente de que en las carnicerías antiguas había una mayor profusión de formas y colores, las aves - como en el cuadro - aparecían aún con plumas y los animales con pelo. Nadie temía los ojos del bicho que iban a engullir (de hecho se los papeaban también con deleite de golosina). Lange Pier, sobrenombre de Aersten, en un contexto de imposición de la estética contrarreformista, logró pasar las escenas religiosas al fondo de su obra y dejar la cárnica materialidad en el primer plano. Supo buscar las formas y colores para convertir una cabeza de vaca en ilustración de piedad y beatitud. En todo caso me parece que si dejamos hacer a las moscas y al calor en el sanísimo proceso de putrefacción (uno de los grandes misterios metafísicos de la humanidad) el aura cromática adquiere nuevas tonalidades y la alegoría se multiplica por veinte. Las modernas carnicerías carecen de ese aura. Quizás por eso cabalga a la humanidad un ateísmo tan tontito. En la posmodernidad sobran razones para el vegetarianismo.



DEL ESPÍRITU SANGUINOLENTO

Sin embargo el malestar y la risa que me provoca el cuadro no deriva de la acumulación de carnes degolladas . Me resulta hiriente la espesura del primer plano, la profusión de viandas que como una extraña selva, enreda la mirada entre la víscera, la salchicha y el jamón o la nata, el queso y los dulces. Todo bajo la cabeza bovina que se nos interpone en la diagonal y nos interroga sobre nada, como un par de tristes interrogantes century gothic que han olvidado la pregunta. Y el fondo, lo directamente significativo, se desdibuja.

Resulta desoladora la presencia tan en vanguardia del frontal de exhibición cárnica que nos abre con cierta desvergüenza, los tres espacios-fondo que discurren paralelos a la línea del mostrador. Estos espacios - pura fantasmagoría (quizás la carne, finalmente, estuviera putrefacta y nos provoque alucinaciones) - poseen una textura, tema e intención bien distinta de la del bodegón del primer plano, pero se contaminan de la espesura de la carne. El hueco central - mediado trascendentalmente por la cabeza del cerdo y el plato de sardinas( que forman el ángulo recto de la serenidad) - nos deja ver una escena de caridad: la virgen María, en su burrito y con el Niño Dios en brazos, entrega una limosna a muchacho que cuida al anciano arrumbado en el borde del camino. A su alrededor circula un extraño grupo de paseantes. En el hueco de la derecha, por su parte, observamos al tipo que vierte agua en el cántaro y, en el fondo, lo que parece una habitación con enfermo, un hombre con el torso desnudo que no sabemos si dicta últimas voluntades y que está escoltado por algunas sombras humanoides y el cerdo abierto en canal como icono o fetiche que espantara muerte y otras espiritualidades nefastas.

¡ Todo es tan extraño en su cotidiana cercanía! ¿Debemos entender que la carne desmembrada y en límite de putrefacción es una constante, lo común a épocas, modas y estilos, lo que une la escena de la Virgen con el presente?. En su desgarro expresivo, la carnicería nos informa del impuesto a pagar por el hecho de estar vivos. Podemos expandir la mirada, desde luego, definir diagonales y planos superpuestos, jugar con el gris y el verde o con la gama del rosa. Espiritualizar el arte. Pero la carne, la sangre que en seguida se descolora y se coagula, es hilo rojo de la mirada.... Sangre en el sexo, en el nacimiento, en la muerte. Sangre cuajada en dulce de matanza. Sangre ausente en el mostrador de la chacinería pero que es su sombra y, sobre todo, su olor. Sangre que nos abre mundos extraños en el fondo del cuadro, diluidos, alucinados por la propia puterfacción de aquello que nos da vida.

Recuerda, mortal, que eres carne. Y ni el color ni la geometría te salvan en esta conciencia luminosa de que somos - tú y yo - piezas en la carnicería.

Asusta tanto que produce risa.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Judit (y4). Espacio (y2)

"Y se había hecho Judit una estancia en el terrado de su casa y se había ceñido a la cintura un cilicio, y llevaba puestos los vestidos de su viudez. Y ayunaba todos los días de su viudedad, salvo las vísperas de sábados y los sábados, y en los días de luna nueva y en sus vísperas, y en las fiestas y celebraciones de la casa de Israel. Y era bella de rostro..."

"... y se vistió los vestidos de su felicidad..."

"Porque vergonzoso será para nosotros si dejamos ir a mujer semejante sin haberla tenido en nuestra compañía y si no la conquistáramos se reirá de nosotros"

" Y muchos la desearon pero no conoció varón en todos los días de su vida"

Texto: Libro de Judit

Imágen: Cindy Sherman: Untitled nº 228 (1990)



La historia de Judit es una narración sobre el espacio. Por eso cabe su ordenación en el estante de los libros que tratan del arte de la guerra. En la estrategia lo único importante es el movimiento de las piezas en el tablero. El tiempo es, a la postre, irrelevante. Una partida de ajedrez pudiera durar varias vidas.

El espacio; la extensión y la materia. En el inicio era el cuerpo y, luego, lo que se ubica "a la mano", en su círculo de dominio y que podemos considerar que expande el cuerpo allá de sí, en red de fibras nerviosas artificiales y trastos. El cuerpo es la primera extensión y la plataforma deslizante del pensamiento y la emoción sobre el magma de la materia informe, espesa, oscura pero perforada por gusanos de luz. El cuerpo se desborda en la instrumentalidad técnica, en la desviación de significados que implican las artes y en toda la experiencia estética más primaria: la extraña cercanía de dos rostros en la conversación, la distancia de un beso, la proximidad (el cerca-cerca) imposible que se nos muestra en la caricia tenue a un bebé o en la presión vigorosa de los amantes. El espacio (cuerpo o tierra) expandido, sí, pero también barrido por rasgaduras y líneas trazadas con dedos torpes o con el más fino bisturí, ese que no deja huella, sólo un hilo rojo que abre el cuello como un libro y derrumba los diques que contenían la sangre (el color), esa sangre que está ahí siempre dispuesta a salir a borbotones. El cuchillo de Judit marcando el cuello del general asirio ---- imaginamos la sutilidad del degüello .

Judit negando el espacio en el tiempo cero de la historia. Anoréxica y vestida de negro o harapos, forzándose a la comida sólo por aceptación de un calendario que le viene de fuera, de la Tradición . Exiliada voluntariamente en el terrado, cercando el espacio en los límites de una celda oscura, Judit rasga la piel con pequeños suplicios y abandonos, dejando que el cuerpo se consuma hasta llegar a la mínima expresión. Así yo con ella, cerrándome en la geometría básica y los colores planos, en la paleta del negro sin matices o sólo modulándose por el leve reflejo de la luna o el hilo solar que no logra taponar el muro. No ser y vaciarse a todo menos a la luz, el color y las formas simples. Ser un Mondrian en la Tierra Prometida. El tiempo de la felicidad, el de los hermosos vestidos y las sedas y las piedras que brillaban a lo largo del arco iris quedó enterrado bajo las piedras que cubrieron el cuerpo del esposo.

Y sin embargo ella, la débil, lo flojo entre lo flojo, Judit (no otra) desde el espacio cerrado se lanza a la geometría de los grandes espacios, traza con escuadra y cartabón la estrategia. Ella es capaz de narrar el juego de las líneas en la pared y su divergencia con las del suelo con pasión que asusta a todos lo hombres, a esos que debían defender la Tradición y que, en sólo cinco días, pensaban entregarla a los enemigos, asumiendo el pago en esclavitud, el pillaje y el secuestro de sus ninfas. Ella da miedo porque no se asusta y se lanza desde el cuerpo negado por el duelo a la Inteligencia Militar. Trabaja en paralelo a su duelo - una relación en paralelo (dijo) - y abre su cuerpo de nuevo perfumado al gran espacio de la Historia, el Imperio, la Seducción.

El umbral de la hembra misteriosa
es la raíz del cielo y de la tierra
-- dice el Libro del Tao

El hombre poderoso no puede reprimir el ansia de conquista. Cree que el gran espacio arrebatado a mil pueblos y sometido al terror asirio le ofrece margen para su devaneo, para olvidar la vigilancia que siempre debe acompañarnos al acercarnos al umbral de la mujer. Nos pierde la soberbia porque creemos que si no conquistamos la belleza del megaestímulo (Judit, no confundamos) se reirá de nosotros porque ella parece que sólo ama al que la intenta seducir y conquistar con regalos y viajes fantásticos al Bagdad de las mil y una noches parisinas, itinerario magnífico que hará perdonar el tedio conversacional o el hecho de que él es el enemigo. El hombre es (soy) tonto. El valor viril se enreda y pierde en el miedo al ridículo.

El pequeño espacio del cuerpo anulado en el ayuno lanza sus miríadas geométricas en el gran espacio de la Historia con sólo añadir un contorno de ojos a su mirada y cubrir el cabello de perfume y henna. Judit diseña arquitecturas imposibles excitando el deseo de todo el Alto Mando. Vencerá al enemigo permaneciendo el alma en la más estricta pureza. Ya dije: una relación en paralelo que en Judit sí fue posible y no se cargó con la sospecha que siempre rodea al monje-soldado (la duda de si no pecará contra el recato monacal en la soberbia bélica o debilitará a su escuadra con inoportunos toques de oración). Pero ella sí, megaestímulo de Holofernes, ejecuta su danza en paralelo y con cierto aire de pereza que la hace aun más encantadora. Pero esa pereza no es (o no es sólo) estrategia de seducción. En efecto, no debemos olvidar que trabaja en paralelo sin ser infiel, en rigor, a ninguna de sus tareas (viuda en la celda y comandante guerrillera). Judit toma el gran espacio sólo para retornar, al final de la batalla, al mismo pequeño hueco, a ese vacío en negro de la celda donde la única tonalidad la define la luna cuando, en la vertical, deja caer un sólo rayo en la mancha del inmenso misterio de la materia.

Judit y el espacio. La materia y sus misterios. Ni Caravaggio pudo sostenerte la mirada.

Un megaestímulo que no se asusta del puesto e intriga a asirios y judíos con su "juego en paralelo".

Judit me confunde. Me uno a su corte de criados - siervos que deben asumir el mismo rigor ascético y la misma invisibilidad- que acompaña a la señora en su retorno. Se acabará el doble juego. Judit, sólo para mí en mi servidumbre. Sólo para mí y para Dios.

sábado, 20 de febrero de 2010

Judit (4). El espacio (2)


Visito el Centro de Arte de Burgos y miro las imágenes de Georges Rousse. Penetro - invitado incómodo e incomodado - en los espacios fotográficos que anuncian tiempos- ayer no irremediablemente muertos por el devenir de los materiales (la ruina) o el ansia de los especuladores(la violencia). La resistencia del espacio - una acción política - es grito rebelde de la memoria,sí, pero también de las posibilidades ignotas de habitación allí donde todo parecía perdido y próximo el derrumbe. Rousse, para mostrarnos la verdad de un lugar a punto de negarse, nos engaña porque el espacio es un falso espacio neutro. En realidad ha sido, durante un tiempo, taller del artista que lo ha manipulado y habitado. Además, los colores que se superponen intentan que el ojo tropiece en la simulación, engañando la vista y dejando que el color sobrepuesto nos demuestre una y otra vez que sólo el color es lo importante o que él, como los lapiceros escolares, subrayan lo importante.

Judit también engaña con el color para mostrar la verdad de su causa o la justicia de la rebelión de su pueblo o la grandeza de su Dios. El color de la viuda que se encripta en el negro para romper el deseo se convierte - en la urgencia de la guerra - en el color de la mujer deseable. Judit manipula la tienda de Holofernes - y su mirada de varón - cuando la habita luciendo todos los colores de su época feliz - tiempo que ya no existe realmente porque ella es la viuda. Judit recorre a diario un sendero que se inventa para ir a bañarse a la fuente, generar expectativas y, tras el embobamiento estético en sus curvas corporales del Alto Mando y la Tropa, preparar estratégicamente un camino de fuga tras el crimen, tras la inesperada caída del general como las Torres Gemelas del imperio asirio.

Rousse ocupa espacios, entra en ellos antes de que se produzca el inevitable derrumbe, la voladura controlada, convirtiendo la imagen en juego de resistencia frente a lo inevitable (la precariedad de la arquitectura y la extrema abstracción del especulador). Dignifica la ruina y rompe con la idea de que una ruina es una ruina ---- en la senda ya abierta por los románticos que veían en esos espacios de abandono que (parece) han perdido función y casi se ocultan en la selva, objetos de dignidad y promesa de libertad o maravilla.

Rousse, sabedor de que la suerte está echada y pronto llegara la asolación, filtra el espacio en la bidimensionalidad de la fotografía, bidimensionalidad que se rompe por el trompe d´oeil que genera el uso del color que a veces deforma simetrías o nos introduce en dimensiones ocultas como el alef de Borges.


Todos ocupamos espacios cada día y el arte - en su perfecta inutilidad - nos sirve para pensar sobre ese acto, para crear nuevas estrategias de búsqueda y ser consciente de que a cada paso nos rodean formas, hilos de colores, placas cromáticas que nos deforman - para nuestra ruina o en promesa de liberación - el horizonte. Me gusta ocupar espacios pero sólo lo hago con mi cuerpo, pincel que traza sendas, líneas y geometrías. Envidio a los artistas plásticos. En el vacío cotidiano parece, a veces, que sólo el color es relevante. Al fin y al cabo ¿no es el dios de Judit luz de luz?.

Imágenes: Georges Rousse : Drewen
Georges Rousse: Anciens abattoirs de Casablanca

lunes, 15 de febrero de 2010

Judit (3). El espacio (1)

Judit y el arte de la guerra

Sun Tzu hebrea, agente del Mosad, comandante de guerrilla sin selva que la cobije y que consigue pasar desapercibida a través de la máxima exhibición, explotando en colores en medio del desierto, dejando que su piel refleje la luz para incitar los sonrojos y las osadías de todo el imperio asirio.

Resulta curioso que un episodio tan evidentemente militar- un genuino manual de táctica y depredación - como es el relatado en el Libro de Judit, sólo haya ocupado a los artistas plásticos en la anécdota de la decapitación, sustrayendo el acto al antes y al después, a la estrategia que explica y da significado al degollamiento. Es difícil encontrar representaciones plásticas de la historia de Judit y Holofernes que aludan a la dimensión bélica del avatar (excepción hecha de las obras de Luca Giordano que ilustran la nota). Por eso la interpretación sexual del tema se nos vuelve categoría reiterada siendo, en origen, sólo la anécdota, la trampa, el espejismo. Ya torcía el cuello la Bicéfala en los días pasados al comprobar el contrasentido de que el acto de justicia (o ajusticiamiento) tendiera a representarse como algo perverso y las simpatías fuesen a parar al tal Holofernes, tirano por delegación, virrey móvil de la violencia mecánica del imperio Asirio. La interpretación oscura y malsana de von Stuck que comentábamos ayer es la consecuencia lógica de una línea interpretativa, de un horizonte de sentido que no dejaba a Judit en buen lugar (a diferencia de su claro alter-ego masculino: el David vencedor de Goliat). Caímos en la trampa como lo hizo el general persa.

Creo que la representación plástica de Judit (ver algunos ejemplos) es víctima del mismo engaño que sufrió el sátrapa Holofernes. Perdemos de vista el horizonte de la Historia Arquitectónica y nos dejamos alucinar por un cambio de escenario. En el libro aprendemos el arte del espacio como si fuera un manual de arquitectura invisible.

La gran dramaturgia que Judit despliega desde el momento en que desenfunda el contorno de ojos y el lápiz de labios:

"....y se desnudó de los vestidos de la viudez, y se lavó con agua todo el cuerpo, y se ungió con denso perfume, y peinó los cabellos de la cabeza, y se puso la mitra en ella y se vistió los vestidos de su felicidad"(Libro de Judit, 10)


... esa obra de inteligencia depredadora como queda demostrado en el final del libro:

"...Y estuvo el pueblo todo saqueando durante treinta días; y dieron a Judit la tienda de Holofernes, y todas sus cosas de plata, sus lechos y sus vasos y sus objetos labrados, y ella tomándolos los cargo sobre una mula..."(Libro de Judit 15)


... el purísimo ejercicio de poder que la mujer consigue desvelar subyugando la fortaleza del imperio con la debilidad extrema de los desheredados (la viuda, el huérfano, el extranjero), apología del Terror de los parias...


"Sus sandalias arrebataron su mirada y su belleza cautivó su alma; el alfanje atravesó su cuello. Los persas se horrorizaron de su audacia y los medos se conturbaron con su osadía. Entonces mis cuitados cantaron la victoria, quedaron mis débiles trasportados y fuera de sí, levantaron su voz y ellos huyeron"
(libro de Judit, 16)


... toda la estrategia de un arte de la guerra femenino y debilitado (¡posmoderno!), se fundamenta en un cambio de perspectiva y en una dislocación de los espacios.

Entornamos los ojos cegados por la lujuria (o, peor aún, como ya dije, por el brotar de un nuevo hombre enamorado, lo patético) y no vemos más allá del lecho. La piel que reluce nos hace olvidar el juego de fuerzas que se desenvuelve en los alrededores de la tienda de Holofernes. El arte no ha pensado con la cabeza sino que se ha dejado llevar por el morbo del cuello degollado (o, quizás, más allá de la trampa, exista una incapacidad de la plástica para reflejar ciertas complejidades y, al modo de Hegel, debamos hablar de la superioridad estética de la escritura. Sin ofender a nadie).



El equívoco de los espacios

Desde el momento en que Judit abandona el fuerte de Betulia el espacio - el verdadero protagonista del juego - se va cerrando de manera progresiva. En círculos concéntricos la joven viuda nos lleva de la vanguardia del ejército al campamento, luego a la zona verde en la que se mueve el Alto Mando asirio. El movimiento centrípeto de sus caderas nos conduce a la tienda de Holofernes y, extremando, a su más íntimo aposento. De hecho Holofernes parece que no se mueve de la cama desde que Judit llega al campamento y hasta el fatal desenlace.

"Y estaba Holofernes descansando sobre su lecho y con su mosquitero, que estaba entretejido de púrpura y oro"(Libro de Judith, 10)

El gran objetivo de la mujer es desviar la atención ... ¡ llevando los ojos de todos precisamente al lugar en el que se va producir el atentado! Y todos miramos allí hipnotizados porque la mujer se ha apoderado del espacio con la belleza de sus colores. Judit nos ofrece una genuina intervención artística marcando los límites espaciales con su verbo sumiso e inteligente y sus pechos que brillan como el aceite. Todos miran pero nadie verá nada. Y ella prepara tranquila el altar del sacrificio y la ruta de escape.

Si la tienda de Holofernes es la trampa - triple trampa en la que cae el tirano, su guardia y los artistas que han reflejado la historia - ¿qué se supone que debemos dejar de mirar?

¡El espacio! ¡El macro- espacio de la guerra: las grandes llanuras y las serranías, el movimiento de miles por los polvorientos desiertos! ¡La gran arquitectura de la performance militar que destruye y construye la historia! (Esa historia que miraba desolado el ángel de Klee según la famosa interpretación de Walter Benjamin).


La estrategia de Judit se fundamenta en una permuta de espacios en la que el objetivo de dominio - el gran espacio del Imperio y las llanuras en las que se acumulan las tropas - se derrumba en un juego de seducción en microespacio - la tienda de Holofernes, el lecho cubierto de joyas. Un cigarillo y unas cañas hacen perder la perspectiva al comandante supremo.

(..... Y, a la postre, como punto de fuga en este ridículo conflicto entre ambos espacios - lo inmenso y lo mínimo, el imperio y la litera, el poder y el sexo - se nos abre el hogar de la propia Judit, ese hogar que se muestra como refugio íntimo, primero de viuda y luego de heroína. La Ítaca de la que sale y a la que retorna y sin la cual el combate pierde su norte).

Judit y el espacio. La ocupación del espacio. Seguiremos un rato en este campo.



Imágenes: Luca Giordano: Judit mostrando la cabeza de Holofernes (1703-04); El descubrimiento del cuerpo de Holofernes (1703).

Paul Klee: Angelus Novus (1920)

Traducción del Libro de Judit: Los Libros de Rith, Judit y Ester . Colección La Biblia el libro de los libros. Ediciones de Bolsillo 1998

domingo, 14 de febrero de 2010

Judith(3). Franz von Stuck


No me gusta demasiado von Stuck. Tampoco su interpretación de la historia de Judith. No veo en la mujer del cuadro a una viuda que ajusticia al tirano sino a una adolescente toxicómana que va a robar a un tipo que se ha dejado narcotizar con el mito de la droga en la bebida. Tú no eres Judith - te delatan, querida, esos pechos pequeños - y te sabe la boca a láudano. Lo sé porque te he besado mientras te despertabas del flash de la droga. Me has manchado la boca de negro. Tu lengua era dura como la de un muerto. Dicen que los vampiros, en las tradiciones populares eslavas, no mordían a sus víctimas con los colmillos sino con la lengua - que tenían dura, en pleno rigor cadavérico - y no sajaban el cuello sino, ¡para qué demorar el festín!, directamente el corazón. Judith es adolescente vampiro (mucho más insana que los modernos personajes de las películas de moda). Judith no escucha. Despluma y no tiene inconveniente en no dejar testigos.

De Holofernes no sabemos si ha logrado satisfacer su lujuria o se quedó dormido en el primer envite. Ella le abordó en plena calle y él no tuvo inconveniente en dejarse hacer en un callejón. Parece que le gustó el primer acto y quiso más. Al fin y al cabo tenía la tarde libre y el plan imperial de conquistar y castigar iba por buen camino. Había que echar a los yonquis de ciertas calles una vez comprados los viejos solares. Especular y mandar en diáspora a los judíos (o a los yonquis y las prostitutas). Limpiar las calles para crear apartamentos de lujo en pleno centro para profesionales modernos. Pero no nos perdamos en el proyecto porque no fue la conquista imperial de las calles lo que llevó a Holofernes a aquella cama. Fue la lujuria. Al jefazo parece que le gustó el placer del primer encuentro en un callejón con olor a vómito y quiso probar infusiones más placenteras en un hotel con baño y sauna. Relax de monarca con desecho humano. Delicatessen. Judith no tiene esclava, sólo un chulo que aguarda al otro lado de la puerta.

Está claro que ni un hombre casado, ni un general, pueden acomodarse con la bella adolescente sin castigo. Da igual que ella sea yonqui y ramera o viuda y agente especial. Hay riesgos. Sífilis- en la época de von Stuck - o SIDA en nuestros días. En la época de Holofernes el peligro era que la hermosa viuda a la que se intenta seducir (o que nos ha seducido) sea una agente secreto del Mosad y nos corte el cuello con hábil traza de matarife. Y los riesgos de siempre: vecinas tontas que van con el cuento a tu mujer o a Nabuco, solteras exaltadas como las de atracción fatal, embarazos, regalos que disparan la ViSA o, lo peor de todo, que aparezca un nuevo hombre enamorado. ¡Qué fuerte es todo!.

No hay quien se relaje. Stuck nos dice que mejor dedicarse al onanismo o salir de caza siempre con escolta. O la vida monacal. O hacerse carca y apoyar al Reich.

Ya he dicho que no me gusta demasiado von Stuck. Sólo un poquito cuando estoy malito del alma (y odio al mundo que se comporta tan sano y espontáneo)



Querido Franz Von Stuck:

no me gusta demasiado tu obra. Me desazona la manera que tienes de diluir las imágenes en una atmósfera de oscuro vicio. Desgarras el lienzo, conviertes los fondos de tus cuadros en amenazas de siniestros primeros planos en el minuto siguiente, cuando "algo" salga de detrás de las cortinas ("algo" que está gestándose inquieto ahora mismo en la oscuridad). En el fondo de tus cuadros pareciera que suena un tam tam de salvajes (negrísimos y lujuriosos, dispuestos a tirarse lo que sea y después comérselo) y que el temblor que viene de lo más hueco es lo que hace diluirse a las figuras en una distorsión casi expresionista (no lo es del todo pues el símbolo es más que evidente, aunque sea de neorreligión neopagana)

Franz: eres brutalmente injusto con las mujeres. Seguro que en algún lugar debe existir alguna con la que podamos convivir sin perder serenidad y don de palabra. Pero si la mujer queda echa unos zorros (o zorras, para el caso) en tu parada freak de Lulús enfermas y vengativas , los hombres no quedan en mejor puesto. Idiotizados por unos labios y una sonrisa, burrancos por un pecho que descubre su corona, perdemos al parecer la cabeza con más alegría que el virgo la novicia ex-claustrada. Tontilocos que acabarán cornudos y apaleados. Gilipollas.

No es justo tu relato. No respetas ni la Biblia ni la historia original. No es que yo sea ejemplo, Franz. También ficciono sobre historias de otros y, por un sonrojo en el rostro de sus personajes, muto las historias. Pero creo que lo hago desde el cariño y todo para divertir el alma. Tú, por el contrario, disfrutas tensándonos. Parece que sólo quieres fastidiarnos.

¡Sólo un rentista puede ser tan cruel con el género humano!

Imágenes: Fran von Stuck: Judith (1927); Judith y Holofernes (1927)
Vídeo: Der blaue engel (1930)

jueves, 11 de febrero de 2010

Judith (2) Artemisia Gentileschi


Holofernes conquista el mundo hacia el oeste y, como plaga de langosta, posa sus pies en el Mediterráneo sin haber agotado la fuerza de su ímpetu. Su corazón bombea excitado por la velocidad de la conquista. Operación tormenta del desierto: recaudar venganza y humillación para ofrecérsela a Nabucodonosor, monarca despechado, quizás justa su ira pues aquellos que se decían sus amigos en el momento del combate se hicieron el longui.

Holofernes, cuerpo de toro asirio. General que debe llegar a los pedregales una tarde del mes de julio y, en un par de semanas, dar escarmiento.

Abandona Babilonia para chupar polvo (o echarlo).

La soldadesca de Holofernes blasfema (tres veces) sobre el dios judío porque les va a tocar luchar en sábado y con el calor que hace. Los soldados soñaban con entrar a saco y disfrutar de vírgenes y cabritos en su jugo. Imaginaban la pasividad de la víctima. Nos tocará combate (dicen). En el otro lado, la chusma judía se niega a escuchar a los emisarios y cubre su cabeza de ceniza en los alrededores de templo. Los judíos se conjuran para la muerte - su muerte, claro - y danzan en la desolación del que que no quiere se humillado pero inevitablemente lo estará cuando baje el sol. Lo han dictado los sacerdotes. Y Dios. Amén.

Judith es viuda. Presumismos que joven para que excite bien al general pero, realmente, no sabemos el tamaño de su poder seductor porque es una mujer fría en la calle. No se pinta el ojo ni estira sus pestañas. Pero esto no importa. Digamos (no es broma) que el plan (¿hay plan?) es que Holofernes se enamore de su inteligencia o sienta piedad de su precariedad de joven viuda.

La viuda: la escoria social de la comunidad (¿no es la que ha sido salvada de la quema por no ser hindú? Ahora no es nada y se marca en negro riguoso la posibilidad de pactar con ella, olvidada en su sin-marido. Nadie la tomará por esposa salvo por compra o pena). La viuda: la reina de la conciencia ética , aquella que nos exige cuidado, atención, protección (como mujer huérfana). Pero sigue sin ser nada, sólo lo que debe ser cuidado. Pero ella, precisamente ella por ser la más débil (todo un clásico), será la que salve, será capitana o jefe de comando de operaciones especiales.

Al underground de la eticidad se le enconmienda el acto de la justicia: el tiranicidio que, para más gloria, evitará muertes. Limpia ejecución: la muerte de uno - y malo - salva a miles. Directo a la cabeza, descabezado el ejército de las circunstancias, llegará el invierno de la milicia y retornarán todos a sus tierras, añorando la grisalla de las tardes breves y las noches amplias como la capa de Holofernes. Judith, la debilitada viudita, aniquila al aniquilador y salva la vida de la soldadesca. Jerusalen se gana y cabe pensar en volver a pintar el templo.


.... Y, sin embargo, la representación plástica de la ejecución condena a Judith, nos la separa de la humanidad. Judith me asquea, me repugna e imagino que mi cuello inocente es el de Holofernes. Su dureza de matarife aterra. Todo crimen - especialmente éste, el más justo, el mejor argumentado, el que mereciera ser recordado por las generaciones (y matar cada año por estas fechas a un conquistador en lugar de cordero o cerdo) - se desarma ante la presencia del cuello rebanado y el chorro de sangre ----- chorro de sangre que aquí, en Artemisia, a diferencia del cuadro de Caravaggio, es erecto como pluma de ave o sombrero de señorita can-can. El sobresalto de la sangre que ya ha manchado, como vemos en el cuadro, la almohada y llega casi hasta el suelo. Sangre oscura y seca que, en un último bombeo, sale como hilo-geiser del cuerpo. Hilos rojos, la línea roja, la que nunca debe ser traspasada - y menos por una mujer que se aprovecha de la ceguera del hombre en el deseo. Injusta aunque todo nos remita a la justicia del acto. Judith carnicera - aunque heroina. Judith, hermana, nadie se casará contigo ni calentará tu cama. Da miedo tu puñal.

Repugna la representación de la justicia del tiranicidio. ¿Siempre? ¿Sólo en este caso por ser ella una tía y el reo un pobre hombre cegado por la excitación (o el amor)? Curiosa la cosa artística que, como decía Aristóteles, hace placentera la representación de la desgracia y muta en carnicería el acto más sublime de la justicia de un pueblo y de una mujer.

***

Querido Holofernes.

Sólo unas palabras para solidarizarme contigo en la locura del enamoramiento y del capricho, en la sinceridad de la entrega que, en asuntos de excitación y mujeres, sólo nos lleva a la tontuna, a la pérdida de la inteligencia práctica, al riesgo innecesario por una bobada (por una cena, por media sonrisa, por un juego de luces y sombras alrededor de los ojos, por la necesidad imperiosa - que nos impide tomar justa distancia - de bajar la mano desde el cuello a la espalda de aquella que se muestra esquiva y que, sabemos, tarde o temprano, nos cortará el cuello con saña de matarife.

Me identifico contigo aunque seas un cabrón y merecieras la muerte. Me molesta la simpatía por tu cuello que ya veo mío. Es tan extraña la sintonía que mantengo contigo, Holofernes, que pareciera que vivo en la fundamentación de una hermandad de machos. Y me jode, tío, de veras. Y la culpa es de estos malditos artistas que te representaron como inocente criatura, tierna en la fuerza que huía del cuerpo bajo el disfraz de sangre escupida por las venas y el semen que, perplejo, confundió el espasmo de la muerte con la orden de salida.

Una pena, Holofernes, una pena. Nada más patético que un hombre enamorado.




Imagen: Artemisia Gentileschi(1593-1653): Judith decapitando a Holofernes

jueves, 4 de febrero de 2010

Judith (1) Caravaggio (1)


Judith y Holofernes. Juego y equilibrio de fuerzas. El general asirio, en medio de la danza espasmódica que acompaña a la muerte como último orgasmo, relaja la mirada de lujuria y llena sus ojos de la nada. Judith y la esclava, por contra, siguen en la tensión del crimen, como si la última parte del pescuezo se resistiera y fuera preciso incrementar el ímpetu del músculo joven para quebrar las últimas vértebras. El hombre pierde su potencia en proporción directa al incremento de la seriedad de las dos mujeres.

Nos enfrenta el cuadro a un esquema de fuerzas - por eso es más abstracto de lo que parece - que nace con las energías derramadas del victorioso macho nabucodonosoriano y nos conduce ascensionalmente hacia los labios de Judith, harta de besar al enemigo, agujero negro su boca, endurecida en todos los poros de su cuerpo, fosilizados los pezones de sus pechos llenos de una fuerza que los atraviesa y prepara para amantar la victoria del pueblo vasallo. Venganza de mujer. Venganza de pueblo que expira en la agonía del general la muerte de la derrota milenaria.





Judith. Caravaggio. ¡¡ Qué exageraciones!! Es exagerado el morir del general - el contraste entre sus dos brazos: uno ya casi inerte y sin potencia, el otro aún como buscando la incorporación o la ruptura de la irreversibilidad del flujo de sangre que saca de excursión a su alma por la tierra judía. Ridículo, busca la nobleza de la muerte erecta. Pero ya no cabe. Perdiste, Holofernes, tus últimas bazas guerreras en la desnudez lujuriosa y no hay vuelta atrás, los procesos físicos son irreversibles. Se impone la velocidad del chorro de sangre, ese rojo como de dibujo infantil paralizado, extrañamente estático y como de otro momento, del segundo anterior al cuadro, el tiempo cero de la sorpresa inicial, cuando la espada rompió la compleja red de las venas. En una representación que, dicen, signa el realismo más rabioso, el chorro de sangre congelado es anécdota y chapuza, sangre coagulada paralizada en el tiempo como esa escultura de Marc Quinn. La vida huye y la sangre queda como corbata de burócrata, "lo real" del general asirio.

(Todos preguntamos ahora que ya nada importa pues estamos muertos: Holofernes ¿de verdad conseguiste desnudar a la bella viuda? ¿Cómo eran sus pechos? ¿Ardían sus muslos o era frialdad de mármol lo que ocultaba? ¿Realmente mereció la pena sustituir la destrucción y el castigo del pueblo traidor por la cena con la primera dama? Dijo ella: "Le sedujo mi rostro para su ruina, y no cometió pecado conmigo para contaminación ni vergüenza". ¿Es verdad? ¿Entregaste en holocausto al imperio sólo por una ratito de charla y un par de cañas? ¿No rozaste siquiera los brazos que te mataron?)

Exagerada, también, la vieja criada que espera ansiosa la cabeza. Dispuesta a sorber la sangre ya que la ausencia de dientes impide que se coma otras partes de carnalidad más sugerente. La vieja no es muerte sino vida en la sangre de otro, como aquel viejo de la Matanza de Texas que parecía resucitar cuando chupaba los deditos de la joven excursionista. La vieja es el perfil más odioso de la historia y nos hace sentir piedad por el general a pesar de sus matanzas. El rostro en su fealdad no nos desvela (más bien oculta) la justicia de la decapitación, la venganza por una humillación sobrellevada a lo largo de la vida y hasta el extremo. Humillación de la vieja que fue niña y esclava y que ahora, en la extraña y fría fealdad del perfil, no regenera estéticamente el crimen. Y sin duda lo merece La belleza ausente es injusta con las mujeres.

Todo exagerado y anticipo de abstracciones por ser juego de fuerzas poderosas representado por modelos callejeros (dicen que cortesanas y alcahuetas). Rompe Caravaggio la realidad por la exageración de sus modelos, por el olor que transmiten sus arrugas, por la náusea que siente mi alma bella al traer a mi olfato el extraño perfume de las ropas de esa celestina.

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(Epistola a Judith:

Querida hermana. Descartada la cita y la promesa de una tarde-noche de risas y cama, quisiera al menos desvelarte algunas de mis cuitas metafísicas y esperar, a vuelta de correo, la luz de tu sabiduría (en un libro tan macho como la Biblia, tener espacio propio te subraya como mujer de altura y adecuada maestra de mi debilidad).

Judith: ¿no sientes tú - como me sucede a mí a veces - que los actos humanos son atravesados por fuerzas que nos exigen las mayúsculas en su nombre, cuando no, en reverencia humillada, el silencio? Si lográramos parar un segundo la acción en mitad del sacrificio- demos gracias al maestro Caravaggio por hacer realidad el deseo - ¿no podríamos sentir el temblor y la voz grave o melosa de alguna cosa divina o diabólica que nos desborda y que es más fuerte que la vida que se escapa? El Deseo, la Venganza o la Justicia, el Odio y el Amor, la Muerte y su Triunfo. Somos pobres mortales, viuda tú y yo huérfano; somos el otro, lo más otro y desvalido. En mi extrema pobreza de espíritu a veces, Judith, creo que si abro mis brazos en cruz puedo sentir el arrastrar de extraños fluidos por mi cuerpo, como hormigas verdes que llevan en sus mandíbulas emociones que no logro controlar porque son mis dueñas. Siento la espesa Frustración que me sube lenta por los muslos hasta posarse en mis manos, indefensas manos que ven elevarse sus dedos por influjo de enormes poderes metafísicos: Lujuria, Gula y Avaricia, Pereza e Ira, Envidia y Soberbia. Y los dedos desgarran el cuerpo: el pecho, el sexo, el cuello...

Judith eres eficaz con la espada y puedes estar segura de que te creo cuando dices que no conociste varón tras el incidente. Sin embargo, mujer sabia, quisiera poder entrar en tu mente en ese ahora que representó Caravaggio, a medio camino de la espada y con la sangre en textil coágulo suspendida en el aire. Sé que no hay pensamiento argumentable en ese instante y te delata la mirada. ¿Qué lograste ver? ¿Te sorprende que el cuello de tu enemigo se parezca tanto al de uno de esos corderos inmolados en la fiesta? ¿Te asusta comprobar que el Imperio no es nada comparado con las infinitas fuerzas que tus brazos invocan - la Lujuria convertida en Horror, la Simulación en Venganza? Clarividente, ¿pudiste comprobar que el Imperio se tornaba cuello animal pero que tan vacío como él era tu Pueblo, por elegido que se creyera, o el propio Dios en el claroscuro de esos otros dioses de carne temblorosa que te atraviesan como lo hacen conmigo a diario?

Judith, ¿ crees que será posible que contemos a los otros hermanos la infinita vacuidad que es nuestra fuerza?

El señor esté contigo, mujer. Descansa.

martes, 2 de febrero de 2010

LOVE LAB (2). CUERPO, ARTE (y 5)


Hace unas semanas Carlos Morales tuvo a bien invitarme a profanar con una Carta en la Noche su proyecto de
Revista de Creación Literaria Epistolar. La gratitud se impuso en aquel día y ahora se renueva el abrazo. Es hermoso que alguien que no conoces y cuyo trabajo destila seriedad y experiencia, llame a tu puerta y valore con sonrisa y palabras el esfuerzo que cada letra exige para parirse desde el silencio o la ruidosa desazón babélica.

Franqueada y timbrada con torpes manos de tortuga bicéfala, parece que tuvo a bien salir de mi matriz fungicida la figura de Yukio Mishima. Curioso el hecho - como de Ouija - dado que hace muchísmos años que no frecuento al samurai y, como me recordaban esta mañana, parece que he perdido cierta sensibilidad hacia
las chinerías (no he podido avanzar con el último libro de Murakami). Raro-raro, pues, que con tantos destinatarios amables y queridos para una carta, elija mi alma al japonés del seppuko. Asumo el desconcierto y prometo meditar-me.

Traigo aquí aquella carta que hoy publica Carlos, colofón quizás de esta pequeña serie sobre cuerpo y arte que de forma harto rara me ha llevado por caminos de devastación.

Gracias, Carlos.


CARTA A YUKIO MISHIMA

Imagen: Mishima y su esposa Yoko Sugiyama. Dicen que Yoko, en contra de la voluntad de su marido, colocó la pluma con la que escribía en el bolsillo del uniforme con el que fue enterrado. Mola la profunda sensibilidad de las tías. Su detalle redime al estrafalario suicida y permite firma con rúbrica, esa firma que sólo puede hacer - mal que nos pese - la escritura y nunca la katana.

lunes, 1 de febrero de 2010

LOVE LAB (2).CUERPO, ARTE (4)

La cinta blanca (Das weisse Band. Eine deutsche Kindergeschichte . Michel Haneke 2009). Sucesión de fotogramas e imágenes que me narran vidas de otra época. Niños que asustan. Padres que dan miedo. Un maestro de escuela tan pusilánime que me permite una identificación instantánea en su extrema vacuidad. El hueco de la buena conciencia, del alma bella. ¡Qué ridículos somos, él y yo!

ÚLCERA

El tedio de una pequeña aldea es mi langeweile. Aguanto los 145 minutos envuelto en el inmenso aburrimiento pueblerino y hago mía la úlcera de la matrona, vieja solterona de menos de cuarenta años, madre de niño-retrasado/niño-castigo, úlcera de estigma y advertencia de Dios que nos escarmienta a todos en el maldito y en el pecador, úlcera que envuelve con su hedor la sala oscura y me penetra y me incita a la náusea y me hermana por ese automatismo del mal que a todos nos dobla con la que siente el médico mientras le masturba la mujer-úlcera de rostro ajado, y es tan repugnante el aire que el castigo se justifica por vía olfativa, se racionaliza por la fealdad de la mujer, por lo evidente de su putrefacción estomacal (¿nos imaginamos un gastroscopia?), por la humillación brutal que asume con una frialdad que asusta, con sólo una lágrima que no logra lubricar el sexo del médico (ni el mío), sabedor él de su impulso desbordado que ahora ya orienta hacia otra parte, hacia esa niñita que tanto se parece a su madre y que, por ese recuerdo borroso de la madre-esposa, justifica tocamientos, excitaciones, nostalgia con sabor a úlcera y a madre- muerta, herida que me abre el alma mientras se aburre a ritmo lento, al salir de la película, un día después, dos día más tarde, cuando el blanco y el negro de los fotogramas se tiñe de la crueldad de todos y la impotencia de algunos, los pocos, aquellos que debían salvarnos.

Sólo queda el castigo y su ejecución hará evidente el crimen en la mañana después de la hecatombe..

LA VOZ CALMADA

Curiosamente, nadie levanta la voz al hablar en esta película. Fraseo claro, tono bajo y educado del que tiene clara las cosas, los delitos y las penas. Respetan la sintaxis y la normas de la retórica para enunciar castigos, cintas blancas como castigo, humillaciones como castigo, pájaros crucificados en la mesa del padre como castigo. Yo elevo la voz en mis trifulcas y me ordenan mantener la calma y marcar límites. Calma, no levantes la voz, no me levantes la voz. Ellos, esa saga de malditos que habitan en la aldea, nunca gritan. Marcan los límites con claridad y racionalizan. Son tantos los que merecen ser fustigados que más vale mantener la calma. Para no cansarse.

Orden, orgullo y cintas blancas que nos recuerdan envolviendo el cuerpo que tenemos una conciencia de la que sentirnos orgullosos y que es tan grande y profunda que impone castigos y ofrece recompensas. La conciencia. La conciencia se envuelve, poco después, de esvástica para vencer su modales provincianos, la lentitud en el castigo. La conciencia de los niños-hijos-de-puta va más rápida que la de sus padres. Es veloz como el coche de carreras de Marinetti. Su brutalidad es urbana, metropolitana, puerta de futuro, impaciencia del bang bang de las balas pistoleras. El niño se despide besando la mano del padre. Mano de orden y orgullo. Mano que mañana empuñará la vara. Veinte golpes. Ni uno más. Pero el castigo es lento - para mañana - y mesurado según reglamento de régimen interno. No asume la embriaguez que oculta. Qué viejos son los padres en el inicio de la Gran Guerra. Los niños cabrones tienen prisa y, por eso, los castigos se hacen más crueles, reiterados. Nadie numerará ya los golpes de vara que nacieron de aquellos veinte

Vendrán más años malos
y nos harán más ciegos;
vendrán más años ciegos
y nos harán más malos

Vendrán más años tristes
y nos harán más fríos
y nos harán más secos
y nos harán más torvos
(Rafael Sánchez Ferlosio)



EL ARTE

Sigo sin acabar de entender por qué el arte es capaz de representar en sus límites lo desagradable, lo irrepresentable. Lo hace, sí, pero no sé cómo. Y medito sobre ese poder del arte y cómo enlaza con la dimensión ética del mundo de lo estético. No creo en autonomías extrañas (del arte respecto a la ética o la política o la gastronomía caníbal). El arte - mis burbujitas de cristal, mi morfina - está cortado con el hedor de la úlcera. La belleza creada puede conducirnos a la legitimación de lo horrible (el verdugo se viste de Armani, el genocidio con cuarteto de cuerda incorporado). Pero la belleza puede también revolvernos estómago y conciencia sin pretenderlo expresamente, sin darnos pistas ni moralejas. Nos abre en canal el alma e impide que contemos el devenir del trayecto, incluso, el argumento de una película. Esa es su fuerza. La belleza nos marea. Y por eso yo, cuando me levanto de la cama, me mareo.

A pesar de todo estoy envuelto en tanta belleza que podría besar las úlceras del suplicio.



(Me veo como padre..... Y, tras la película imposibilitado para mantener el orden. ¿Qué clase de pequeños psicópatas daremos a luz con nuestra liberalidad impotente, con nuestros gritos a destiempo, con la quiebra del orden que constantemente anima el Orden que nos envuelve? Dejaré que todo se hunda y que toque fondo sin elaborar discursos

No levanto la voz porque me he quedado sin gritos. Lo mismo da gritar que callar. Por cierto, recomiendo la película. Pero sepan que olerán la úlcera largo tiempo).