jueves, 29 de abril de 2010

Hipo (segunda acepción)



hipo.

(Voz imit.).

1. m. Movimiento convulsivo del diafragma, que produce una respiración interrumpida y violenta y causa algún ruido. 2. m. Ansia, deseo intenso de algo. 3. m. Encono, enojo y rabia con alguien. (RAE)




Cecilia me enamoró con trece años y, zas, se murió. El Ser y la Nada.

"El 2 de agosto de 1976 , sobre las 5.40 horas de la madrugada, Cecilia falleció en un accidente de tráfico en la carretera N 525, en Colinas de Trasmonte, cerca de Benavente (Zamora). Regresaba tras un concierto esa misma noche en la Sala Nova Olympia de Vigo,Galicia, y su automóvil , un Seat 124 Matrícula M-2342-AX, se estrelló contra una carreta de bueyes sin luces, debido a que la carretera discurre por vía urbana y no había alumbrado público " (Wikipedia).

El dos de agosto es mi cumpleaños y Cecilia, que me enamoró a los trece, me regaló su muerte. Blancanieves nos enseñó que no es bueno aceptar regalos . La voluntad de poder carcamal de la carreta de bueyes venció el impulso de modernidad del seat 124.

El 124 era el coche de la pasma y un trofeo para los pequeños delincuentes robacoches en la edad de la primigenia inseguridad ciudadana (cuando ya los rojos no asustaban y florecían feministas con cigarrillos en los labios).

El seat 124 era norteamérica flotando en el espejismo del seiscientos.

Cecilia y los bueyes me llegaron por la televisión para mezclarse con la leche frita que hacía mamá si y sólo si ese día era mi cumpleaños. A esto se llama necesidad lógica y dio sentido a mi vida hasta que creí (estúpido adolescente) que mi libertad era incompatible con la necesidad lógica que enlaza la leche frita y el dos de agosto, la crucifixión de Cecilia en el yugo de los bueyes y la huida del Torete en un 124 perseguido por mil carros de bueyes disfrazados de policias alienígenas.

El carro de bueyes no tenía luces y, en su discreción, en nada se parecía a las naves extraterrestres de las que hablaba ayer. Si en lugar de un jodido carro zamorano Cecilia se hubiese encontrado con una nave hiperiluminada el valiente conductor hubiese esquivado el obstáculo existencial, la maldita precariedad existencialista cuyo oleaje yo percibía a los trece en mi alma bajo la forma de triste dulzura de domingo por la tarde ------- porque en mi país de infancia no se podía ser otra cosa dignamente que un niño existencialista enamorado de Cecilia, un grano de arena, una nota perdida, una brisa sin aire...

Cecilia y el 124 chocan en la narración de los años setenta con el carro de bueyes que aparecía siempre como la copa de coñac soberano y el humo del puro y la voz ronca que blasfemaba caguendios debajo del cartel de se prohíbe cantar y blasfemar.

Cecilia - y una de las niñas del grupo infantil La Pandilla - me demostraron que se podía ser amigo de las chicas y que eso molaba. Después vi que las chicas tienen más pliegues y ya flipé en colores sin saber nada de Derrida y su conceptualización para el caso. Enamorado de Cecilia con trece años el amor sólo podía ser secreto dado que ella, decía, tenía vocación de solterita. Me gustan las solteras. En cierto sentido, yo soy una soltera.



NOTA: Jó, me enamoraron las chicas progres - aunque fueran mayores que yo ---- En la rifa generacional me tocaron las niñas punk y algunas macarras rockeras, las hombreras new wave y los negros labios del afterpunk. Y las buenas chicas modernas. Ser pasota era el sonrojo cínico de un enamorado de la chica progre. Me hubiese gustado ser existencialista parisino y me disfracé de posmoderno berlinés. Uno siempre está fuera del tiempo y habita en un lugar distinto al de su alma).

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Él. ¿Tiene él su Cecilia? ¿Soy yo el carro de bueyes escasamente iluminado contra el que choca su amor secreto, ese amor/odio que se dice con palabras gruesas de humillación y quiebra de todo orgullo? Impacta la fuerza de la nada, de la negación (NO,NO,NO) en mi espalda de buey. Ser un soporte del yugo. Soy la patria profunda, la caspa, el coñac soberano, el macho-padre-falócrata. Uno se convierte en la madrastra aunque juegue un rato a ser Blancanieves.



«Un ser humano adulto no puede ni debe estar defendiendo sus defectos en hechos ocurridos durante su infancia, eso es mala fe y falta de madurez».(J.P. Sartre)

miércoles, 28 de abril de 2010

Hipo


Veo una película en la que aparecen naves extraterrestres y seres grises. No comprendo la exageración de las luces en los vehículos intergalácticos y me pareciera más inteligente y cristiano que se presentaran con un poco menos de estruendo lumínico. Sospecho que los alienígenas tunnean sus carros y llegan a la Tierra como el macarra que aparca con el coche chispeando colores y música rap en el centro comercial. La perspectiva de unos extraterrestres con gorras y pantalones anchos que llegan a nuestra pobre casa Gaia con un derroche tan inexplicable de luz y velocidad me entristece como buena persona que soy. De momento los marcianos son silenciosos pero cabe esperar que pronto en los noticiarios de todo el mundo se dé cuenta de avistamientos de bolas de fuego con música sincopada. El planeta se llenará de ruido exógeno y todo será un poco más feo.


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Reivindicación romántica del imaginario popular. Resulta curioso que los alienígenas tengan un aspecto tan similar a los elfos, las hadas y seres del bosque. La libertad imaginativa nos lleva a ser gregariamente simples en muchas ocasiones.
Ser idiota es un destino humano y, si me extreman, cósmico, como demuestra la cxageración luminosa de los platillos volantes.


(Decía hace poco Stephen Hawking que desconfiaba de los intentos de entrar en contacto con otras civilizaciones no humanas. Primero: nos pasarían todo tipo de enfermedades que podrían diezmar a la población animal o extinguirla. Segundo: tal vez sea gente violenta. El modelo de la invasión europea de América nos puede servir de advertencia. Estoy de acuerdo con el físico-matemático. El riesgo sólo sería asumible si su conocimiento nos aportara respuestas flipantes a nuestras dudas metafísicas. Sin embargo no creo que sea descartable que los alienígenas sean idiotas y con sus ropas anchas, sus piercing y su gorras ladeadas lleguen a la paz del bosque rimando las inquietudes de sus anos. El derroche de energía convertida en luz de parque de atracciones o skyline sólo puede ser síntoma de problemas intestinales. Los ET son como Elvis en Las Vegas. Las naves extraterrestres son horteras y el que vengan de fuera no les salva ni justifica)


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Él habla con expresiones del tipo cabrón, hijo de la gran puta y otras lindezas. Son todas para mí y las asumo. Me humillo un poco más, me derrumbo, lloro y me quiebro los músculos de cuello. No tengo motivos de orgullo. No tener orgullo me convierte en oruga. Vale. Luego , al poco rato, aquí me tienen: escribiendo sobre extraterrestres.
La sangre nunca llega al río ni la tristeza a Tokio.
Él es un extraterrestre con pinta de humano adolescente. Hortera y con un exceso de luminosidad nacida del miedo y de los placeres más básicos (el temblor orgásmico en la propia presencia).

domingo, 25 de abril de 2010

ALICIA -MARAVILLA Y LOS PRINCIPIOS SUBLIMES DEL UTILITARISMO

Entro con mis gafas de visión 3D en la sala. Confuso y curioso por la novedad, no me ofenden las palomitas ni su olor. Siento un ligero amor por la infancia y todas mis neuras se paralizan en un encantador dejar hacer a la fantasía. El aroma de la mantequilla y la coca-cola no me impiden entrar en el mundo narrativo de la película de Tim Burton como un joven romántico.

El mundo, casi con toda seguridad, tarde o temprano defrauda o decepciona. Entiendo ambos procesos como verbos propios de balance y libro de contabilidad existencial. La decepción implica que la ganancia es sensiblemente menor a lo esperado; sentirse defraudado es tomar conciencia de la pérdida en lo invertido y de la sospecha de que el otro, el socio, ha especulado con nuestro capital (el capital es siempre confianza) en otros proyectos no publicitados. La filosofía nos enseña a aceptar estas quiebras con alegría, vindicando que hay interés en tomar conciencia de las pequeñas repugnancias del mundo defraudador y en los brillos de la belleza.

La película de Tim Burton me decepciona (un poco) porque llevo la versión de dibujos de Disney (la de 1951) en las venas y me parece que ésta no la supera ni se acerca a su nivel. La historia de Alicia que se nos narra defrauda porque después de enredarme en el juego de la fantasía no es de recibo que ella se ponga a trazar un planning vital en términos de geometría ( esto es útil o aquello inconveniente). Alicia sale del cuento cansada del Sombrerero Loco que se pasa la película frente a una joven-no-nínfula-sí-lolita demasiado pequeña o demasiado alta para visibilizar la pulsión sexual y el amor. Cuando, finalmente, todo torna a su tamaño ajustado, ella le acaricia la mejilla y le anuncia la bifurcación de sus destinos: ella debe ir a su mundo y, en él, se convierte en ejecutiva del imperio comercial británico en China. Parece, pues, que el juego de la fantasía, el "soñar seis cosas imposibles antes de desayunar", es motor del desarrollo utilitario del capitalismo inventivo. Su secreto.


Nunca imaginé a Alicia crecida y no sé si cabe la conversión del personaje de Carroll en joven veinteañera. Alicia no es la Wendy de Peter Pan. Sin embargo, me gusta el trabajo de la actriz (Mia Wasikowska), sus ojeras rebeldes y su dejarse llevar por el escenario de Burton (¿déjà vu?) con paciencia. El paisaje de fantasía frena la interpretación y el corsé que la joven Alicia se quita en el inicio de la película acaba exteriorizado en el paisaje 3D. Jonhhy Deep se subordina a su maquillaje y la malvada reina Roja - Helena Bonham Carter - creo que se bidimensionaliza (lo cual es ganancia en el orden 3D) gracias a la tara de su cabezón y su insistencia cruel en rodearse de individuos provistos de orejas descomunales, narices pinochianas y estigmas de todo tipo.

Alicia en la era de la globalización, por lo tanto, se deja ver con una sonrisa en los labios y una lágrima en los ojos por la reducción de la historia de la niña impaciente y aburrida en un juego de aventuras con dragones malos y reinas blancas que luchan por el bien.

La experiencia 3D - desconocida para mi - me resulta curiosa en su novedad. Sin embargo, portando mis gafitas y viendo el mundo fílmico en relieve, lo que me vino a la mente no fue el futuro sino el pasado. Recordé aquellas postales en las que veía la profundidad y hasta el movimiento de una muchacha que cerraba los ojos o pasaba de la risa al llanto. El 3D no me pareció el futuro. Es rara la vida cuando no hay futuro y, sin embargo, la niña Alicia se hace mayor y se despierta convertida en un monstruoso insecto.

viernes, 23 de abril de 2010

CUENTOS VELOCES DE LA TORTUGA BICÉFALA. EL ENAMORADO SECRETO


Él está perdidamente enamorado de ella pero lo mantiene en secreto. Las razones de esta ocultación no nos importan ahora. De igual modo es irrelevante a esta velocidad narrativa que el amor sea efectivamente secreto o, por el contrario, ella le tenga calado porque a los enamorados se les distingue fácilmente por su torpeza. También nos resulta indiferente si ella juega con él o hay burla. Lo sublime secreto se designa en clave cómica.

Él está locamente enamorado de ella(en secreto) y, aunque la visita con cierta frecuencia, no puede evitar sentir un nudo en el pecho, el dolor de la semilla que no se despliega, el temblor de la energía latente. Es tan intensa la fuerza del sentimiento y exacerbado el secreto que el hombre acaba muriendo de amor.

Muerto y enterrado el hombre llega a las puertas del cielo y en la entrada Dios le da el alto.

- No puedes entrar porque técnicamente morir de amor es una de las modalidades del suicidio - dice.

-Es deber del hombre impedir que esa posibilidad tenga lugar
- sentencia


¿Es discutible la opinión divina? Dejemos el debate y consignemos que el hombre termina en el infierno condenado a la que quizás sea la peor de las penas: el enamoramiento eterno sin objeto. Por los siglos de los siglos nuestro amigo vivirá en la desdicha del amor secreto, aquel que ni siquiera puede desfogarse en la visión tímida de la amada o en la expectativa soñada de un encuentro más o menos fortuito. El Diablo explica a su nuevo inquilino los entresijos de la sentencia. Al parecer Dios se muestra especialmente implacable con los que mueren de amor por diversas razones teológicas. Si el amor es la fuerza que Dios nos da para ejercer su plan en el mundo, el que muere de amor comete el pecado de dilapidar el préstamo al apuntar con el rayo erótico hacia sí, a su alma enamoradiza, en lugar de difundir la luz en el exterior. Satán intentó negociar la pena - sustituyendo el amor(secreto) eterno por el odio eterno o la gran decepción por la amada que no nos comprende, sentimientos más adecuados en el infierno. Pero Él es implacable con la mala gestión en asuntos del amor.

Después de vivir diez mil veces diez mil entre azufre y amor secreto, una mañana de verano él se despertó convertido en un humano tumbado en la cama. Seguía enamorado en secreto - eso lo notó nada más abrir los ojos - pero ya no estaba en el infierno. Pensó: todo ha sido un sueño. O Dios me ha dado una oportunidad finalmente. Bien.

- Cada día que despertamos es una oportunidad que Dios nos da de enmendar errores . Dejaré de amar en secreto - pensó.

El amante secreto, para ser eficaz en su nueva tarea, pidió cita a la amada. Ella aceptó e hicieron el amor esa misma noche. Luego pasearon por los parques y fueron de viaje a la Costa Azul. Se prometieron y se casaron y tuvieron hijos e hijas y perros y orgullo de la representación infantil de Navidad. Las cosas se desarrollaron tan plácidamente que a los siete años, nuestro amigo dejó de amar expresamente a su esposa... pero su amor secreto, ese amor que duele en el pecho, seguía intacto. Y le dolía ahora más porque había perdido el rostro, los gestos que antaño cristalizaban ese amor. El amor se hizo abstracto e informe y, a modo de una sopa primordial, vio chisporrotear en su interior al sexo y a la muerte, al buen dios y al astuto demonio, los juegos de azar y las cartas del tarot. El amor secreto seguía en el fondo de su alma y se hundiría obsesivo en la cruel abstracción si no encontraba pronto un nuevo rostro para reiniciar la secuencia.

Y Dios en la letra pequeña de su condena nos dijo: el amor, la fuerza que Yo os he entregado para ejecutar mis planes, debe ubicarse siempre al menos a un milímetro de la piel. Y siempre mirando afuera. Después dedícate al sexo, a la piedad o a la filantropía posmoderna. Pero nada de amor en el centro de tu corazón. Lo quiebra.

Y el hombre ahí sigue, oscilando entre el eterno morir de amor y la imposible tarea de olvidarse de sí mismo en el amor que se arroja como clavo ardiendo al mundo que tanto lo necesita.

Imagen: George Grosz: Matrose im Nachtlokal, 1925

Vídeo: Camilo Sesto (1978).
En 1978 yo acudía a las fiestas organizadas por las monjas de un colegio cercano a mi barrio para ver chicas. Las monjas ponían a Camilo Sesto para animar el sano ambiente teen. Y el perfume femenino de las adolescentes se mezcla en mi memoria con estas canciones y con la sotana de un misionero que fue asesinado por los paganos salvajes y que ellas (las monjas) me mostraron en la primera exposición antropológica que contemplé en mi vida. No he logrado romper el hechizo de ambas imágenes aunque, para ser sincero, la sotana del asesinado no me huele hoy a nada (es puramente conceptual su embrujo) y a aquellas chicas las sigo sintiendo en el fondo de este amor sin objeto que nunca se consume.

miércoles, 21 de abril de 2010

DESGANA. Einmal ist keinmal: una vez es ninguna (La insoportable levedad del ser)


"Antes de que se nos olvide seremos convertidos en kitsch. El kitsch es una estación de paso entre el ser y el olvido" (Kundera: La insoportable levedad del ser)

Este hueco bicéfalo me carga de responsabilidad y me incita a sentir el peso del cosmos en mi espalda y los clavos de Cristo en las manos. No en vano el rincón de los seres vacíos es lo que perdura en la oscilación epiléptica de mis imágenes, emociones y expectativas. Todo lo demás muta. Retorno a esta oquedad que define una de mis formas de estar solo y carezco de razones que justifiquen el inicio de la meditación cuando el escribir se tiñe de desgana y tecleo como el que pone velas esperando el milagro de la "gana" y, en el éxtasis, de la ganancia. Quiero ganar y no me avergüenzo. Un aplauso, un beso, un millón de euros. El orgullo y la visibilidad.

Sabina se mira en el espejo ironizando la simplificación de su persona en un detalle - el sombrero - o, más allá de la novela de Kundera, en el erotismo de pacotilla de Lena Olin con liguero y encaje. Sabina sonríe de gusto/ con gusto al verse interpretada por la Olin y adoptar esa posición cuadrúpeda sobre el espejo. En su madurez acepta ser atravesada por lo kitsch.

Lo kitsch es una momificación sonriente, sentimental y en colorín de la complejidad de las emociones y los conceptos. Toda palabra es kitsch porque momifica conceptos y emociones. Mi sonrisa y mis ojos tristes son mi kitsch identitario. Mi cruz y mi espada.

Todo reflejo - en los ojos de otros o en los propios, en las palabras dichas o escritas - nos convierte en kitsch de nosotros mismos y podemos ser conscientes del proceso a poco que cerremos un poco los ojillos. En el estado kitsch descargamos la infinita tensión agónica de nuestros sentimientos en palabras de factura discreta - amor, frustración, apatía, obsesión, amargura...- y, aunque pretendemos liberarnos de la simplificación del enunciado con diversos arabescos de sintaxis compleja, matización, búsqueda del detalle significativo, etc., finalmente caemos en el kitsch, en la esquematización amable y rosada, la quiebra de la inteligencia por amor a la dictadura del corazón, la nostalgia idiota, "el acuerdo categórico con el ser"... por citar algunas de las ideas de Kundera.

Escribimos y, al cerrar el texto ("publicar entrada"), una sonrisa idiota rubrica que hemos transigido con las cosas, con los lugares comunes, con las palabras ya dichas que ni siquiera hemos comprendido. Hemos caído en la trampa de decir te quiero, te odio, qué hermoso, qué interesante, qué sorpresa, qué descubrimiento, qué decepción...

Creo que la escritura con vocación terapéutica ( y todo diálogo como cuidado de si/ cuidado del otro) siempre se encuentra martilleada por el dilema de la sinceridad imposible. Aquella idea de Pessoa sobre el escritor como fingidor me parece insuperable. La sinceridad que la terapia parecía exigir se quiebra y, en la narración clínica, acabamos fingiendo emociones, cadencias, timbres... La escritura que se exhibe convierte la intimidad en kitsch de sí, bibelot - y poco importa que sea o no leída, lo relevante es, siguiendo en Kundera, el gesto de la exhibición que se desvela incluso en el diario íntimo y, básicamente, en toda la escritura- .

La lente con la que pretendemos vernos - el espejo de la Sabina de Kundera enel que ella se ve con sombrero - se desliza arbitraria impidiendo la justa (y santa) distancia. Se cae en la trampa de la musicalidad de las palabras o en el chisporroteo especulativo o poético de los muy divergentes sentidos.

Escribir con desgana - esperando ganancia - exige este tipo de explicaciones.

(Nota: Leí el libro de Kundera hacia 1986 0 1987 - época de juvenil soberbia postmoderna, puta mili y oposiciones. No acabé de encontrarle el punto. Lo intenté de nuevo hacia mediados de los noventa con escaso éxito aunque, al parecer, subrayé abundantemente el libro. Ahora, en tercera lectura, la historia de Tomás, Teresa y Sabina me ha resultado existencialmente interesante. Y he descubierto, en mi propia perspectiva escribiente, pinceladas de kundeirismo. Supongo que es una prueba de que el tiempo, efectivamente, pasa.
Gracias a la persona anotó mi kundeirismo y me ha incitado a la relectura).

Imagen: Lena Olin, como Sabina, en La insoportable levedad del ser dePhilip Kaufman (1987)

Música: Nena: Einmal ist keinmal

viernes, 9 de abril de 2010

Depredación de sí. Mirar atrás (y 3)

TRES. En la calle un gato ha sido atropellado. Nadie lo retira del pavimiento aunque, de día, los coches evitan pisarlo (no todos los consiguen). El gato salió huyendo de la grúa dentada y de toda la deconstrucción de la apoyatura física de mi memoria de la que hablaba el otro día. Si mi vida fuese un edificio en demolición supongo que saldrían huyendo los habitantes de mi zoo - el perro amarillo o la tortuga bicéfala, el mono que mira hacia atrás o el gatito marramiau... - y algunos podrían ser atropellados por las fuerzas que habitan en el afuera. Escaparían del terror para caer en el aplastamiento, en la bidimensionalidad de la calcomanía. ¡Destino!

No me invento las imágenes; todo esto sucedió la otra tarde. Doy testimonio de lo pequeño. Ayer miraba estrábico al policía de Kirguistán aplastado por la turba y sólo en su herida sangrante identificable con lo humano. Hoy hablo del gato. Se parecen el gato y el hombre (no ofenda la comparativa) en la concreción del color: negro y rojo.

Miro atrás como el mono de Marc. Digo: yo debería haber llamado a los guardias para que retiraran el cadáver del gato. No es digno que el gato permaneciera allí con su rastro de sangre y heces, negro sobre rojo. Quizás al caer la noche los coches ya no se percataran de su presencia y lo aplastaran hasta la aniquilación de las huellas o el olvido de que allí hubo una vez un gato muerto.

Me roban la memoria y siento en mi nostalgia de mono el sabor de la herrumbre y el polvo en la boca. Un extraño patriotismo de cabeza hueca me lleva a dar gracias por ese sabor a sangre, óxido y tierra. Sin ellos el olvido higienizado asolaría el alma. La necesidad de la materia es la misma que la exigencia del arte.

Imagen: Antoni Tàpies:Principiel (1989)

jueves, 8 de abril de 2010

Demolición de sí. Mirar atrás (2)


DOS.
La gigantesca grúa, en cuya cabeza unas enormes tijeras o tenazas mecánicas cortan afanosamente muros y pilastras, derruye casas convertidas en juego onírico por efecto de un gesto autobiográfico.

Eran las casas de la memoria - sus fachadas se pulieron con mis ficciones. Yo jugué en sus aceras y me rompí la crisma en sus esquinas. Por un pasaje de menos de cinco metros lográbamos salir del barrio y entrar en la tierra de los otros, los de la Avenida del Norte, más brutos pero no por ello más fuertes. En esas ventanas, hoy quebradas, habitaban los bárbaros. Y las legiones de mi imaginario vencen el choque de los invasores.

La mordida de la grúa permite contemplar el derrumbe implacable. Abajo un obrero con la manguera trata de evitar que la velocidad destructora provoque una polvareda insoportable y como de guerra. Derruir en espectáculo, con polvo controlado -como en un polvo cronometrado. Se violenta al planeta - a Gaia y a mi memoria, todas mis patrias - con ritmo televisivo y sin polvareda. ¡Cómo nos sorprendió el polvo el 11 S! El espectáculo humedecido de la demolición ahueca la pesadez de la pérdida y su voluntad niega el dolor que siente el alma cuando contempla que el escenario físico de su memoria se ha roto y ya sólo queda la infinita fragilidad del recuerdo, el giro de cabeza, la conversación farfullera en la que dos borrachos discuten sobre si aquellas casas tenían realmente cuatro o cinco alturas o si Goyita, la loca del entresuelo, vivía en el portal cinco o en el siete, debajo de aquellas hermanas que estaban tan buenas o en la misma mano que el tipo aquel que, obsesionado por su coche Ondine, se pasaba la tarde en la ventana abroncando a los niños que jugábamos al balón en aquellas calles de infancia en las que los coches no necesitaban a aparcar en doble fila. Supongo que esto es realismo socialista.

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Derrumba el edificio de mi memoria la grúa dentada ( lo real penetra ) y la formación de combate cae bajo el impacto de las piedras y los palos en Kirguizistan. Extraña la construcción policial-militar. La geometría del sistema represivo y las vestimentas llaman a la abstracción, al desapego y el extrañamiento; sólo la sangre del primer guardia nos hace sospechar de la humanidad del conjunto. La propia organización de la imagen, con un desplome en retirada de derecha a izquierda, dificulta la piedad. Debemos atender a los cascos del segundo plano - girados hacia la izquierda, cabizbajos en la derrota - para comprender el sentido de la marea negra y salvar al policía que ayuda a levantare a su compañero - ambos girados hacia la derecha, contemplando el peligro, lo que acecha y que ya se ha llevado por delante al herido. Sólo estas tres últimas figuras que transmutaron el sentido de la marcha militar de huida, han logrado despertar nuestra simpatía en el dolor. Ahora imaginamos que rezan porque creen que ya es imposible levantarse.

Son como un gato negro aplastado en la calzada.

Pasar de la negritud abstracta del orden de combate a la concreción del rojo sobre negro del gato aplastado instituye la humanidad, un hilo suelto entre el animal y la abstracción geométrica de la cuña represiva.



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miércoles, 7 de abril de 2010

Depredación de mi. Mirar atrás(1)


UNO. La familia, representada en el Monumento al Renacimiento Africano del que hablaba el otro día, mira hacia delante (¡Adelante! Avanti popolo!). A lo lejos el mar y el futuro perfecto. La edad adulta del niño y la integración de la negritud en el sendero luminoso del progreso.

Imaginemos ahora que las figuras del grupo giran su rostro 180 º y comienzan a mirar atrás, decididas a ver lo que queda en el fondo de armario, echando mano de sus recuerdos maltrechos y del arte que, en alguna de sus funciones, es (dicen) combate contra olvido (ver poética del Pájaro de China).

Simulemos - más allá del realismo socialista de la escultura - que el grupo familiar se torna algo parecido al Ángel de Klee-Benjamin o al monito de Marc, vislumbrando en el atrás la senda de la ruina y el escombro, toda la chatarra y el óxido que nos habla de un pasado incumplido, precario incluso cuando ya está cerrado en su imposibilidad de ser otra cosa, cuando se convierte en zanahoria y palo de la nostalgia, la droga de la nostalgia, el veneno de la nostalgia.... Pasado siempre imperfecto.

Mirar atrás para ver el derrumbe, para ser el edificio que cae agotado por los aviones que lo penetran como zarpas de futuro desesperado o pasado de mala conciencia o viento del paraíso que prometido nunca llega.

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Mirar atrás bajo la forma del debería (Yo debería o habría debido hacer esto o no haber hecho aquello). Parece como si para tomar conciencia del nihilismo y de otras vacuidades sólo fuera preciso mirar atrás como lo hace el monito de Marc, con miedo y mala conciencia. Miro el pasado bajo la forma del debería no haber hecho y, en espectáculo 3 D, toda mi vida se me pinta como derrumbe, ruina en la que no cabe hoy cabeza de sabio melancólica que reflexione sobre el tempus fugit. No es éste tiempo de sabios ni memoriosos valientes. El alma se llena de prozaz y sales de litio o mísero lexatin como andamiajes de la historia caída (o, mejor que andamio, agua arrojada sobre el cascote para evitar la presencia del polvo que signa la demolición).

¿Y todo un pueblo? ¿Puede mirar una comunidad atrás bajo la forma del debería para contemplar el desecho de la heredad y la hacienda? Miré los muros de la patría mía...

Hablaré de grúas y gatos.

lunes, 5 de abril de 2010

Depredación de vos. Renacimiento Africano

Hegel creyó ver en Napoleón al Espíritu del Mundo montado a caballo por Jena y Fukuyama sentenció el fin de la historia en el hueco dejado por la caída del Muro de Berlín( anticipando con su tesis el boom de la construcción). Entre uno y otro millones han tratado de descubrir la interpretación que dé significado a los tiempos bajo la forma de objeto. Heidegger, sin ir más lejos, encontró un sentido a la loca era tecnocientífica en los zapatos de campesino de Van Gogh. Después se sentó a la puerta de su cabaña y miró el bosque lleno de claros y sendas.

En general el objeto por sí solo nos dice muy poco a los que no hemos tenido la visión si no apoyamos la cosa en el discurso, el catálogo de turno o, siempre, la violencia de la cruz/espada. En esa extrañeza se construye todo el universo del arte y la tecnología artefactual. Sin embargo sabemos que cada persona es un mundo y, de repente, un objeto, textura o color nos habla fijando sus ojos en nuestras pupilas y nos dice:"poesía eres tú" (o lo que sea que soñemos que nos digan las cosas). Desde que me conozco siempre he esperado mensajes cifrados en las cosas que den sentido a mi pobre vida. Sé que poquito puede esperarse del humano animal pero de las cosas....¡uh, creo que todos anhelamos una zarza ardiendo desde que Moisés nos contó lo suyo en lo alto del Sinaí!.

El Monumento al Renacimiento de África en Dakar tiene tantas connotaciones que uno debe que ser insensible para no caer en su aura de colorín y guirlache. No sobran personajes en la tragicomedia. El presidente del país exige parte de los beneficios que se puedan obtener por el artefacto dado que suya fue la idea (¿se imaginan a todos los presidentes del mundo reclamando derechos por la reproducción ya no de sus palabras sino de sus ideas y enloquecidos en el diseño de parques temáticos-disneylandianos?). Luego aparecen los norcoreanos, autores materiales de la obra (Ah, incrédulos, ¿acaso creían que no existía el arte norcoreano?) y los clérigos musulmanes (religión mayoritaria en Senegal) que condenan la desnudez de la muchacha y, a las bravas, la iconolatría. Luego entran por el fondo los teóricos del arte que, sin condenar la estética del "realismo socialista", rechazan la monumental obra por no ajustarse a los cánones de la estética africana, estética ésta que supongo precisa de instituciones, subvenciones y becas para ser creada, desvelada o presentada. Luego hay pobres y un gasto de más de 19 millones de euros y turistas que subirán por esa estatua a contemplar la ciudad y el mar. Y la comparativa con la Estatua de la Libertad neoyorquina.

No sé si se puede decir "renacimiento africano" sin ser considerado un provocador. Son muchos los que opinan que hablar de renacimiento en África es asunto de broma sangrante. La figura de la familia heroica - enseñe ella una teta o no- nos resulta triste. Titular Sagrada familia al conjunto ofendería pero el niño no puede por menos de dejar de recordarme a Jesusito de mi vida.

En esta imagen de la izquierda, en todo caso, creo que se recoge mejor la instantánea de los tiempos. Un taller de reparación destartalado, la colina del Renacimiento y en cielo, sobrevolando en círculo, las rapaces depredadoras. En el pasado los buitres signaban las titánicas fuerzas de la muerte y la destrucción. Ahora sabemos que no son sino pobres aves en peligro de extinción que se acercan a nuestros hogares porque nuestra basura les resulta más cómoda que la salvaje orgía del animal muerto en el campo. Las fuerzas de lo titánico parece que cambiaron de armadura o diversificaron sus inversiones en la Tierra a través de corporaciones más pequeñas. Por lo tanto nada profundo ni sobrehumano da sentido superior al monumento ni, tampoco, la chatarra de los vehículos parece adecuada basamenta metafísica para enraizar a la familia de progreso en la base infraestructural. El objeto artístico, sin hilos de sentido, permanecerá en la cima de la colina esperando convertirse en icono de algo por influjo del azar (cosa difícil).

Sin embargo, en mi existencia limitada, el contraste entre la chatarra - recordé de inmediato a Ballard y su Crash - , el impostadísimo heroismo de la escultura - sólo con sentido en alguna varieté cabaretera - y los buitres que habían perdido su titánica simbología, me llevaron a comprender por un segundo el gracioso idiotismo del mundo que se nos ofrece a los mortales. Decía J.G Ballard que si no existiera la tradición literaria y los escritores de ahora debieran empezar a escribir desde un grado cero de imaginería, sus relatos serían textos parecidos a la ciencia ficción. Tal vez tenga razón, y desde esta imagen de los coches achatarrados, las esculturas monumentales creadas en altos hornos norcoreanos y las rapaces envenenadas por plomo o DDT, pueda construirse una cartografía del futuro que nos espera.
(¿Está permitido reírse?).



Imagen:: Monumento al Renacimiento Africano (Dakar, Senegal). Fuente de la segunda imagen: El País