
No me invento las imágenes; todo esto sucedió la otra tarde. Doy testimonio de lo pequeño. Ayer miraba estrábico al policía de Kirguistán aplastado por la turba y sólo en su herida sangrante identificable con lo humano. Hoy hablo del gato. Se parecen el gato y el hombre (no ofenda la comparativa) en la concreción del color: negro y rojo.
Miro atrás como el mono de Marc. Digo: yo debería haber llamado a los guardias para que retiraran el cadáver del gato. No es digno que el gato permaneciera allí con su rastro de sangre y heces, negro sobre rojo. Quizás al caer la noche los coches ya no se percataran de su presencia y lo aplastaran hasta la aniquilación de las huellas o el olvido de que allí hubo una vez un gato muerto.
Me roban la memoria y siento en mi nostalgia de mono el sabor de la herrumbre y el polvo en la boca. Un extraño patriotismo de cabeza hueca me lleva a dar gracias por ese sabor a sangre, óxido y tierra. Sin ellos el olvido higienizado asolaría el alma. La necesidad de la materia es la misma que la exigencia del arte.
Imagen: Antoni Tàpies:Principiel (1989)
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