martes, 29 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DEL GATITO MARRAMAMIAU ( y 8) CUIDADO

Ser perro amarillo y vigilar en la distancia, ubicado en la media ladera, subiendo y bajando a la cima de la montaña para otear el horizonte, introduciéndose en la selva algunos metros para espantar alimañas. Vigila, perro, en la distancia porque de cerca ya cuidan las madres. Las madres ganan. Los niños tiran piedras a los perros.

Acepto la llaga y la convierto en estigma canino. Me aburre la discusión; me castra la dialéctica. Cuido; vigilo. Me trago el ladrido que sabe a la sangre de un tigre asustado por la tormenta. Ladrido afónico y sangre rebajada en agua y helechos. Dejo que la glaciación lo cubra todo. No se puede querer cuidar y estar sereno. El vigía debe estar alerta día y noche. Por eso se inyecta anfetaminas. Y se cubre de hielo para no enamorarse de señoritas. Las señoritas le distraen porque se burlan de su pelo y le llaman lobo. Perro, no gato. El gatito marramiau se oculta en la fronda.

De lejos me dicen lobo pero soy calígrafo chino que anota en su cuerpo los más mínimos movimientos de los custodiados. Tengo buena letra ulcerada. De lejos soy carcelero. No cuido buscando gratitud porque soy invisible ángel de la guarda. No soy dulce compañía. No. Bien.

De cerca gato - muy de cerca, sólo para iniciados. En lo hondo, tortuga. Mineral bicéfalo que ama la vida y arranca la ropa a la muerte. Sabe mal su túnica. Pero la mastico. No quiero monumento en la plaza. Soy cápsula de bilis negra y una copa de melancolía (veneno de negritud) que me fuerzo a beber. Carbón mineral, basalto. Cuarzo negro. Caja de negro cristal cóncavo con triple cerradura. Oscuridad y abismo contra la muerte. Te odio, mujer pálida de calavera. Espesura de vida selvática y añoranza morbosa de la meseta, la altiplanicie, la nada sin sobresaltos.

Soy frontera y quisiera trazar con mi lengua - que es Escritura - los límites del maravilloso molino que nos desveló el jinete. Soy la montaña azul que cierra Shangri-la. Torno la puerta y soy carcelero. Las madres ya cuidan de cerca. Un negado para la ternura - me dicen. Me extravía la ternura de las cosas. ¿Quién ampara a los ángeles custodios?No quiero amparo; no me gusta que me digan que yo debo ser el que conteste a la pregunta sobre mi mirada. Me aburre mi mirada porque está llena de lugares comunes. Soy el aduanero que custodia el reino y tiene que impedir el contrabando de lugares comunes. Un lugar común: sólo cuidan las madres y lo hacen de cerca. Sorprendo a las bellas señoritas - Fränzis, Marcella... - con un alijo de lugares comunes y me dejo sobornar. Me corrompo en su sonrisa. Siempre ha sido así. El perro se convierte en gatito y la tortuga se ríe (carcajada bicéfala).


Soy el final de la cartografía del gatito marramiau. Se me acaba la piedad en el final de año. Mi bisturí oxidado busca a Lorca en cualquier zanja. Cuido de muertos sin madre. Cuido de desaparecidos porque soy un pobre perro ciego al que extrajeron los ojos las señoritas. Marcella el ojo derecho de un mordisco; Fränzis el izquierdo con su pecho naciente. Ya sólo veo a los desaparecidos. Pero sigo cuidando, de lejos, como invisible ángel custodio.


Imágenes:

Henri Rousseau: Tigre en una tormenta tropical(¡Sorprendido!) 1891
Francisco de Goya:Perro (1820-2)

Vídeo: Nirvana: Lithium

lunes, 28 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DEL GATITO MARRAMIAU (7) SERENIDAD

Me voy al bosque a buscar a los gatos. Marcella, Fränzis y la señorita del sombrerito azul-klein se acurrucaron en la cestita de Ernst L.K. justo cuando a éste se le amputó la mano (o un poco después) y, por eso, en pleno colapso nervioso, no estaba para atender y mimar a los gatos, atenciones y mimos que ellos (o ellas) de todas formas necesitan. Por eso huyen al bosque. Buscan la mano amputada de Ernst L.K. , la mano del pincel y de las caricias. Yo, uniformado del Reich, abandono el regimiento. Que les den a las pretensiones territoriales de los rusos y a la recuperación francesa de Verdún. Busco a las gatas para cepillar su pelo mojado ahora que todavía tengo manos.

Lo importante, lo único relevante, es que hoy es día 28 de diciembre de 1915 y mi caballo azul pisa la nieve azul. Mi caballo sabe que me quedan sesenta y ocho días - 1916 será año bisiesto - para encontrar el molino de la maravilla. Ese es su secreto: mi tiempo azul tiene cifra. Dentro de sesenta y ocho días, el 4 de marzo de 1916, el crucero auxiliar Möwe regresará a casa después de haber hundido 16 buques aliados en las aguas del Atlántico. Serán condecorado el capitán y la marinería sin pensar en los ahogados o, quizás, disfrutando con la agonía de los ahogados. Möwe es gaviota. No me gusta el blanco de las gaviotas ni las pretensiones territoriales de los rusos ni, en general, las pretensiones de nadie en este frente. Piso nieve azul con mi caballo azul y entro en el bosque buscando a los gatos. Dentro de sesenta y ocho días me sumergiré en las maravillosas aguas de un molino gracias al impacto de un misil tierra tierra que aún no han inventado los guerrilleros afganos.


Serenidad. El sol se oculta triplemente entre las ramas de los árboles, el gris plomizo de la nubes y la estela blanquecina que emana de la putrefacción de los cadáveres. ¿Quién quiere hoy ver el sol en la umbría del bosque? Busco a los gatos, a Marcella y a Fränzis, a la señorita del sombrero azul-klein.

El azul klein es el azul enemigo de mi azul caballo y azul nieve. No es viril ni espiritual. Es puñalada y yo ahora soy caricia. El sombrerito azul desaparece y deja que el pelo de la gata se moje bajo la lluvia convertida en nieve, nieve que cae lenta y azul mientras me adentro en el bosque buscando a mis tres gatos y el molino.

Habla el hinduismo de una edad en la que el hombre, cumplidos ya sus deberes de procreación y producción, opta por el retiro. Huye al bosque. Los hombre del bosque son como los prejubilados de las grandes compañías pero violentos en su vocación de abandono. No se jubilan: se hacen guerrilleros de la deserción y practican la violencia del ascetismo para alcanzar la serenidad. Con mi caballo azul piso la nieve azul y, entre las ramas, veo a los hombre del bosque como puntos negros, negros dientes, negros ojos, bilis negra, fundidos en negro por todo este bosque en el que busco a los gatos que, mimosos, echaban en falta el pincel rápido o lento de Kirchner.

Serenidad. ¿Qué es serenidad? ¿Vivir sin brújula ya, sin norte ni estrellas?¿Reírse del dolor del extravío, encontrar los colores en el desamparo? Hay que ser muy fuerte, amiga, para ese juego. Hay que tener la infinita fuerza de los débiles, aquellos que son capaces de sujetarse a la vida por un hilo de color, esos hilos con los que juega el gatito marramiau incluso en las casas de los pobres, en los solares vacíos, entre las holografías o los electroencefalogramas.

Los hombres se retiran al bosque como anacoretas barbudos y con taparrabos. El pelo revuelto los convierte en ramas y helechos - como en un poema de Maillard (¿Es Chantal Maillard una mujer en la serenidad? ¿Y la mujer que contempla los campos nevados desde su casa, y las montañas del fondo, azules también ellas? ¿Sois la serenidad? ¿Qué es la serenidad para vosotras?). Oigo el crujir de la rama y sólo una gota inicia el deshielo como si fuese una lágrima. Me quedan sesenta y ocho días para hundirme en el molino y tengo que alcanzar en este ínterin la serenidad. Recuerden la fecha. Ocho de marzo de 1916. Cuando lleguen a ella piensen en el azul de las montañas. Intenten encontrar el molino en el deshielo y vean allí el reflejo de las gatas en el agua. El gatito marramiau se acurruca en la nieve ahora blanca y se convierte en perro. Como Luna. Ladra.

¿Qué es la serenidad? La posibilidad de la alegre mutación. Asumir que uno es Marcella y Fränzis, la señorita del sombrerito azul-ya-no-klein y los helechos lujuriosos de Chantal. El ladrido de la joven Luna. Serenidad. Pájaro Chino en China. Mutación de las formas en el molino, pasada la umbría de los oscuros hombres del bosque. Sin brújula ni taxonomía zoológica.

Hen kai Pan.

Dios (sive Natura) es dilatación y contracción perpetuas.

Lograr vivir en ese caótico ritmo de formas y colores es la serenidad. Azul no klein. Amarillo perro en la nieve. Forma, colores. "Sólo el color". Soy perro.

Imágenes

Franz Marc:
Tres gatos (1913), Molino Encantado (1913); Perro descansando en la nieve (1910-1)

Vídeos: Serenade (Franz Schubert)
Serenade (Dover)



viernes, 25 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DEL GATITO MARRAMIAU (6) BELLEZA

Mamá se fue a finales de los años cincuenta a Barcelona. Con dieciséis o diecisiete años abandonó temporalmente el barrio que tenía nombre de general fascista y la casa húmeda de la abuela que habían construido los presos del penal, represaliados, reeducables en la miseria y el esfuerzo, en el hambre que espabila o mata. En aquella barriada de casitas blancas donde el papel higiénico era, con suerte, trozos de periódico cortados en rectángulos irregulares, quedó la abuela y sus hijos más pequeños y mamá se fue a Cataluña, a la casa de unos buenos burgueses que la adoptaron como chica de servicio o sirvienta o muchacha de fiar, laboriosa como eran las castellanas ( a veces), guapa niña de dieciséis con ganas de divertirse y de ver cosas, de aprender y hacerse un hueco en la charla. Allí trabajó tanto que acabó hablando un poquito el catalán y entendiéndolo todo. Pulió algunas de sus formas y fue amiga de una señorita bonita, sobrina de los señores, algo tímida, pusilánime quizás en su adolescencia, nenita que nunca había roto con la mano el hielo del invierno para lavar ropa ni sabía de pequeñas y grandes hambres, ni de sabañones. Mi mamá se hizo tan amiga de esta señorita que se estuvieron carteando amorosamente durante más de cincuenta años. Una prueba de cariño impresionante teniendo en cuenta que no se vieron nada más que un par de veces desde su regreso.


Mamá no pudo quedarse más porque la abuela la necesitaba. Lloró pues ya tenía su lugar en aquella tierra que fue extraña y sólo la exigencia materna la podía forzar al sacrificio. Retornó a la barriada de nombre fascista y, cuando se dejó caer por las calles, llevaba un porte de señorita llegada de un lugar extraño donde la gente era muy educada y podía encontrarse un espacio para la niña obrera entre las cosas bonitas. Imagino su porte elegante como de quien llega de París o de Nueva York o Berlín. Papá dice que cuando la vio ella llevaba puestos unos guantes muy finos que se quitó con gesto mundano para saludar a aquel tipo delgado que olía a grasa de telar. " Hola, ¿Cómo estás?"-- dijo mientras el guante se delizaba por su brazo y se ofrecía la mano segura y casi osada a las ásperas garras de papá.


Quiero imaginar que de aquel gesto de niña obrera imitando poses burguesas nació el amor que, años después, dio lugar a mi nacimiento. Mejor que pensar en un sucio esperma manchado de la espesa grasa que lubricaba las máquinas y a cuyo olor me hice adicto a los cinco años. Repito en mi mente el gesto de mamá y soy capaz de gozar de los brillos color perla de aquellos guantes de algodón, la desnudez de la piel que poco a poco se desvela, morena y fina, reflejándose en las torpes manos del que sería mi padre. Por eso creo que la belleza es un guante deslizándose muy lentamente por las manos de una chica obrera que imita el porte de las muchachas burguesas - las que fueron, por una rara extravagancia de la historia, sus compañeras de juegos de amor con chicos educados y guapos- en el escenario lleno de furia reprimida de un barrio obrero. Yo nací en ese gesto chiquitito y, por eso, soy como soy, un gatito marramiau que a veces se vuelve un loco lobo punk que rasga lienzos blancos o se metamorfosea en tortuga bicéfala que romantiza el puto mundo y, acto seguido, lo disecciona con bisturí infectado, destrozando las malditas fantasmagoría en las vivimos los "desterrados hijos de Eva".

El arte es mucho más que la belleza. Sé que no basta con el juego de brillos y reflejos, con esa armonía de las muchachas obreras al mostrar los modos de la sensualidad burguesa con esa agresividad rebelde que desmonta la mirada que sólo espera encontrar en la pobreza miseria. Pero me niego a renunciar a esta fantasía. Me niego a dejar de ser, algunas tardes, un alma bella.

Imágenes :
Francesc Catalá- Roca: Gran Vía de Madrid 1952
Gitanilla. Montjuic 1950

miércoles, 23 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DEL GATITO MARRAMIAU(5) LENTITUD

A las musas,

mujeres libres que no temen mojarse bajo la lluvia


En la Navidad
de
1937, Ernst L.K. se levantó temprano porque, en el duermevela, Fränzi y Marcella se presentaron como fantasmas risueños dispuestas a levantarle el ánimo y recordarle algunas travesuras del gatito marramiau. La mañana de la navidad, como muchos de ustedes ya saben, es una buena fecha para el suicidio. Y Ernst L.K., no podemos negar la evidencia, barajó la idea cuando se levantó y sintió el frío del suelo en los pies y, tras la ventana, contempló el paisaje nevado, la iglesia en la colina y el sol perezoso ocultando su jeta tras la nubes suizas. Pero el milagro de la navidad - milagro que no siempre se produce - es que puede disuadir del proyecto macabro o, al menos, diferirlo hasta el 15 de junio de 1938, si tenemos la suerte de soñar con ángeles pícaros que nos incitan a alguna travesura pequeñita, olvidándonos de las cosas tremendas que los poderosos desean por navidad a sus súbditos: conseguir la paz en el mundo, fomentar la actitud crítica de los ciudadanos o eliminar los últimos vestigios del arte degenerado. Marcella y Fränzi ponían cara de no entender el lenguaje de los monarcas y emperadores. Ellas, en 1937, se habían quedado colgadas en 1910. El artista reflexionaba sobre el juego de las fechas -- ¿qué hora es?¿en qué día vivo? ¿qué cuadros aún no he pintado?. Cuando un artista se vuelve tarado por confusión de fechas y espacios es probable que desista de lo tremendo del suicidio hasta el 15 de junio. Es así como son las cosas. Raras.

- Pero ¿qué hacéis, mis niñas, en la cesta del gato? ¿En qué maliciosas aventuras queréis meter a este viejo de cincuenta y siete años en esta fría mañana de diciembre?.

Las niñas reían y se sentaban - vestidas con calenti
tos pijamas de felpa - sobre cojines y banquetas.

- Ya basta de pintarnos a nosotras. Aunque en 1910 sólo tenemos diez años, en 1937 ya hemos cumplido más de treinta, y los licores y la mala baba de los hombres nos han rajado las carnes y cariado las muelas. Queremos que te sientes y no pienses más en nuestros retratos ni en meternos mano ni en hacernos hijos ni en pasearnos con gorritos llenos de flores silvestres por los ríos y las acequias. No. Coge el pincel y dibuja aquellas ovejas con las que nos entretenías en las largas tardes de estudio.

Ernst K.L. era pintor de pincel rápido y salvaje. Zas-zas. Todo era veloz en la edad de la electricidad inocente. Los colores saltaban, casi de inmediato, de los pequeños brillos de las cosas a la gravedad del lienzo y pintaban los rostros de metáforas increíbles que vibraban de bermellón, verde o azul caballo. Los filósofos pensaban en la durée y los físicos disparaban quantos y se inspiraban en cafetines exaltados sobre el espectro del fenómeno fotoeléctrico. Rápido creció Fränzi y aprendió a saltar charcos y olvidar el olor a berza y orina en los callejones proletarios. Deprisa, deprisa... Crecía. No hay que dormir salvo cuando el opio nos alcanza. Crecía. Sólo fructificarán nuestras flores los soles rojos de la furia romántica. Todo crecía... hasta el colapso nervioso de 1915.

Ahora, en 1936, todo ha cambiado. En España ya se matan.


- Lentitud. Queda tiempo, maestro, hasta el 15 de junio faltan 171 días y cabe ser lento porque ya nadie nos espera al otro lado del puente. Los caballitos azules han echado músculo fascista. Nadie aguarda, maestro, no hay gloria, ni parnaso. Sólo quedamos nosotras, pequeñas musas de extrarradio, encerradas en la cesta del gato, acariciando a Marramiau y dándole besitos para lograr que sonría y se encele. Hay tiempo para el deseo y para el pincel lento. Despacio, lagsam: "lentamente cicatrizan las heridas" (dice ella). Entramos en la era de la conversación.

El artista degenerado tenía tiempo, todo el tiempo del ensueño navideño, para recordar a sus musas, esas musas con las que recorría las calles alemanas del Imperio subvirtiendo los colores de las cosas. Y llegaban empapadas a la taberna y se sentaban para fumar cigarrillos y beber cerveza caliente. En el recuerdo todo era color lento nostalgia. Lentamente pasaba el tiempo imperial ya muerto porque así lo ordenaba el Espíritu. Ellas ralentizan la biología para convertirse en musas, en amigas de charla con diez años, en sonrisas de colores aún no difamados y sonrojos provocados por la chispa de la creación osada. Osadía. La lentitud de la osadía. Ellos ya apostaron por la osadía antes de 1914, en el preámbulo del colapso nervioso y del exilio, cuando las calles eran trepidantes, rápidas, locas, siglo XX puro, siglo veinte de coche de carreras más bello que la Victoria de Samotracia, siglo viente de puñetazo y psicoanálisis y reducción fenomenológica. Antes de 1914 y antes de 1933. Antes, antes. Antes todo era rápido y ahora, derrotado y vencido, Ernst L. K, lienzo todo él degenerado, lienzo con heridas de bisturí a la altura del muslo, ahora, su tarea era lenta, lagsam...

-
"lentamente cicatrizan las heridas" - dijo ella.

Y el gato tiro de la tela y con sus uñas afiladas arrancó unos cuantos hilos. Ejecutó el boceto como si de una voz de espíritu navideño se tratara y dejó la tarea pendiente al maestro, al amigo...

- Dejemos la faena para mañana. Hay tiempo. Faltan 171 días para mi muerte. Conversemos, amigas, conversemos.

Dormido quedó el pintor sobre el lienzo en la mañana navideña. Pasaron los días y cada hora era recuerdo del consejo: lento, más lento, hasta hacer imposible el salto del cuanto, expandiendo la duración un centímetro, un milímetro, la diezmillonésima parte de un milímetro...Como en la fábula de Aquiles y la tortuga aunque sabiendo que el 15 de junio estaba marcado. No hay regreso al infinito, sólo un largo y lento fundido en negro que nos da fuerzas para el disparo.

Las ovejitas amarillas fueron rodeando la cabaña de Ernst en los meses del invierno y la primavera. Cuando su número fue suficiente y la barrera del color blindaba el espíritu, el eco del disparo en el centro del corazón, a las diez de la mañana dicen, fue apagado musicalmente por el balido del rebaño.

Desde entonces, Fräncis y Marcella se aparecen como espíritus juguetones, animando a la lenta mirada y plantando cara a los señores del calendario y a los marchantes de arte. Se burlan de los que queremos ser románticos y expresionistas pero nos aman.

Marramiau sonríe y se sonroja en el brindis navideño. Chin chin. Burla y ternura que puede verse tras los cristales.

Imágenes:

Ernst Ludwig Kirchner:
Marcella y Fränzi en el estudio (1910)
Rebaño de Ovejas (1938)

Carta postal de Davos hacia 1931 (Davos Winterpracht beim Frauenkirch;fuente: ETH-Bibliothek Zürich, Bildarchiv).



sábado, 19 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DEL GATITO MARRAMIAU (4) CICATRICES

Tengo un tripi en los intestinos (ver Psicodelic Colonoscopy) y un gatito marramiau en el estómago. Hace un par de días me sometí a una gastroscopia. Tenía necesidad de ver al gatito que lleva arañándome el estómago unos cuantos meses con palabras de amor, de angustia, de gozos estéticos e inquietudes metafísicas varias. El minino, en el interior de mi estómago, lame las heridas que él mismo provoca con sus uñitas de aleación, y por eso debí participar en este ritual de sometimiento con pátina de ciencia e investigación. En la forma, una gastroscopia es puro ejercicio de dominación sado-maso, comprobación experimental de que uno es poquita cosa en el orden del poder y le toca estar siempre abajo, tirado sobre una camilla para permitir que las tecnomedicina juegue a los túneles.

Un placer extravagante fotografiarse el estómago cuando siempre se ha rechazado la instantánea de la cara. Pero qué le vamos a hacer, cada cual tiene sus rarezas. En cualquier caso no crean que el objetivo final de la misión es expulsar la gatito de esa parte querida de mi anatomía. No, no es para tanto. Dejo que marramiau me recorra el estómago y el vientre, que baje por mi sexo o suba hasta la cabeza. Perversión gatuna. Por amor al gato que araña palabras de amor me someto al cable-cámara que fotografía el mapa de las cicatrices gástricas - las tasas de un viaje emocional al que no deseo renunciar (soy escritor con vocación). Estoy tranquilo, tumbado de lado, y me piden que abra la boca y que sólo trage una vez, sólo una, y después que babee si es preciso pero que no mueva garganta ni esófago. Lloro. No es dolor. Es la emoción de comprobar que el gatito no me ha rasgado el lienzo y sigue con ánimo de escritura o pintura por reflujo gástrico. Mi gatito artista, querido, me someto para experimentar tu presencia. Te ofrezco mi lágrima y mi baba, como devoto diácono a tu servicio.

Me dicen que el final de mi esófago ha perdido la curvatura natural que le corresponde. El estómago se ha caído y cuelga en la delgadez de mi vientre. La verticalidad de la boca del estómago facilita el reflujo que, así, no tiene la barrera de la curva. Me siento personaje de El Greco. Y confirmo - dono la tesis a algún historiador del arte - que el color y actitud mística de los personajes de este hermosamente extraño pintor es efecto del reflujo gástrico.

****


La cicatrices son objeto de exhibición y memoria, marcan el límite entre el adentro y el afuera pero son cifra de la visibilidad del dolor pasado. Surgen espontáneas cuando el desamparo ha remitido por efecto de algún encuentro curativo. Este encuentro es siempre algo que nos lame las heridas: la primera guerra mundial para un angustiado expresionista o un gatito marramiau. Y perdonen la desproporción entre una gran matanza y un minino pero la vida es desproporcionada y ridícula a partes iguales (no me hagan confesar cuál de las dos cualidades gana) y yo soy un escritor realista.

En 1915 Franzis tiene 15 años y Ludwig está lejos, en el frente. Se pinta sin mano y con garra, exhibiendo no sé si ambas - la cuchilla y la amputación - o sólo el cigarrillo. La crisis nerviosa le lame la mano como un obús pero le permite volver a casa. Es mejor que te acaricie Franzis Fehrman, querido Ludwig, pero en medio de la Gran Guerra no estamos para escrúpulos. Kirchner se va a Davos y, dicen, pinta paisajes alpinos. Sin la mano Kirchner ya no era Kirchner, de igual modo que sin heridas ya somos otros, distintos. El gatito marramiau, el que nos lame las heridas, nos transforma para salir del extravío y del desamparo. ¿Cómo podemos abandonar si no "el solar vacío", la huella del colapso arquitectónico de nuestra alma?. Convertidos en otra cosa. La tortuga se hace gatito, Kirchner pintor de paisaje y Franzis Fehrman se hace mujer a los quince años. En 1917 parirá con dolor a su hija Franzisca.

Je suis un autre



Imagen: Ernst Ludwig Kirchner: Autorretrato como soldado (1915)

miércoles, 16 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DEL GATITO MARRAMIAU (3) DESAMPARADA


Escena primera. Madrugada.

Las rosas en la cama. Un jardín(su jardín), ayer maravilla y hoy convertido en línea de muerte, fantasmagoría rota que queda extendida por el suelo, enredada en las sábanas como los pies muy- muy fríos de los amantes difuntos. Las raíces manchan de tierra la colcha y vomitan su lenta agonía por toda la estancia. Un sangrado de hojas y pétalos secos se acurrucan sobre tu vientre. Miras la hojarasca e intentas descifrar el significado de las cosas como aquellos que leen el futuro en los posos del café. No hay nada que entender, te dices, y sigues mirando las formas tristes de lo que fue un ramo de rosas sobre la cama.

Lejos queda aquel invierno de 1930 en Dresde, cuando ella se llamaba Franziska y recorría las calles buscando el color que faltaba para terminar un cuadro de Kirchner. Ahora estamos en el 2005 y es otra vez invierno. Ella, en camisón, tirita por dentro. Se duele. Su cabeza está envuelta en los ramajes de una selva de cartón piedra, pura nadería, puro estorbo. ¿Cuánto tiempo puede durar la sombra de los amores? El Tiempo del Desamparo.





Escena segunda. La madrugada.

Desamparo. No hay gato marramiau ni ángel custodio. Nadie cubre con su capa la desnudez de la mujer que se muestra incapacitada para coger una toalla o colocarse el albornoz. Se deja arrastrar por el frío que engulle a todos los desamparados. Hablamos de lo que nos han contado; hablamos de oídas porque nadie estaba allí. Nadie ha estado nunca dentro del desamparo de otro, en el centro de un vórtice, allí donde domina el abandono absoluto. Uno puede extraviarse en compañía de otros - como nuestra Franzis en Dresde, con el gato que acunaba en su vientre de raspadura y hemorragia. Pero el desamparo es siempre solito y triste. Bueno, puede ser menos triste pero siempre muy solito. El desamparo paraliza. Nuestra Franzis, ahora(en 2005), ha salido del baño convertida en una vieja. O casi. Una vieja como yo. Yo no tan viejo. Ella sí, desamparada en sus pocos años, vieja, pelleja, pellejuda, desamparada como un grito de Munch pero en silencio o como los androides de P K Dick. El desamparo siempre es silencioso y sólo se desvela en los signos de la vejez sobrevenida: un incierto gusto por dejar la comida desmontada en el plato y la sombra en el fondo del ojo.

Ella - cuerita en el centro del cuarto de baño - se aturulla con dos millones de fracasos encadenados. Y con las posibilidades de huida. Sólo hay una. Sólo una puerta. Sólo una vía ----- descartada las venas y el matrimonio de conveniencia con la borrachera. La única vía es la maleta. Esa maleta en la que construye el museo de su vida futura con algunos recortes del pasado. La ropa en el suelo nos puede confundir y creer que estamos en el momento de la llegada. No. Estamos en el preámbulo de la salida; en el momento decisivo, cuando ella vence( o no) su pasmo y violenta al frío con un golpe de voluntad (quiero salir). La única salida es el coraje, lo debilitado y herido que se deja arrastrar por la impronta de la maleta que nos lleva a una casa que debe estar en algún sitio -si es que existe dios. Un hogar: un café con un desconocido, aquella lejana luz en el interior del bosque. Pero no hay ángel ni gato ni norte de brújula que guíe. Sólo un golpe de voluntad, el ir a ningún sitio para buscar el sitio. Encontrar lo que salva en el desamparo. Sin fe. Como la bala en el tambor del revólver. Pero en este caso la bala que salva, que anula, que cierra.



Escena tercera. La madrugada

Ella llega a la casa cuando comienza el vecindario a ignorar las luces inútiles de las primeras horas, esas que se encienden por la inercia del sueño nocturno y que, finalmente, nadie apaga porque se ha olvidado su presencia, confundidas por la claridad de la mañana que poco a poco invade cocinas con olor a pan tostado, café o deseos de no acercar la comida a la boca. El día a día. Desde fuera, con toda esa nieve sucia y fría, la luz no signa hogar sino la amnesia,el fluido grisáceo de cotidianidad que tantas cosas oculta y que no permite presagiar la llegada de un forastero. Pero el forastero está ahí, en la encrucijada, intenta recordar lo que se oculta dentro. Llega nuestra niña con sombrerito azul klein-azul berlín - azul 1930. Pero se revela su avatar como mujer joven sin sombrero en el inicio del sigloXXI. Por lo demás, tampoco está el gato. La mujer mira, busca amparo en el hogar extraño. Le duele el vientre. Al otro lado de la calle ha dejado el coche mal aparcado, con las luces aún encendidas, sabiendo que no tiene claro si llamará al timbre.

En algún sitio tienes que curar el desamparo y reencontrarte con el gatito marramiau que te lamerá las cicatrices. Aunque es tarea tuya - en la soledad del desamparo, lejos de dioses y hombres - el cauterizar la herida en un primer paso. Cortar el flujo de pétalos secos de rosa. Llama a la puerta, mujer, sorprénde-te en el desayuno con aquellos desconocidos, comprueba si tras esa puerta está el hogar. Verifica si es tu única puerta dado que el movimiento sin rumbo ni norte te ha traído hasta aquí.

Amanece sobre la nieve como si brotara una pequeña metafísica portátil, esa que traes en los bolsillos de tu gabardina mezclada con monedas, alguna horquilla y los pétalos convertidos en polvo. Una metafísica que dice: "sólo hay lo que hay".

Llama. ¿Aparecerá el gato?

Imágenes:

Gregory Crewdson:

a) Untitled, Winter 2005

b) Untitled, Winter 2005 .Blue Period from Beneath the Roses.

c) Untitled. Winter 2005. Bed of Roses from Beneath the Roses

lunes, 14 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DEL GATITO MARRAMIAU (2). EXTRAVIADA

La niña baja por la calle tapando su cabeza con un gorro de señorita berlinesa y cruza Dresde sin mirar por su vida ni atender a los peligros. Un grupo de nazis grita consignas-macho a su paso y la insultan con términos gruesos como artista o amante de artista. Dicen puta. El gato marramiau se esconde detrás del coche y avisa con su móvil a los gendarmes o lo intenta porque en 1931 no hay cobertura en Alemania (y los guardias no entienden el lenguaje de los gatos). El gato imposibilitado mira a Marcela y se esconde bajo el calor de los motores, junto a la rueda del camión del grupo de asalto. Imposible la intervención de la ley, el gato espera la llegada de un comando libertario que sepa enfrentarse a esos palurdos de camisas pardas que ahora tiran bolas de papel y corazones de manzana a la nenita con su gorrito de azul berlinés. Escapa, niña, cambia de calle. Pero ella está sorda. Siente el peso de su vientre. Piensa en un cuadro. El último cuadro que ella ha dejado abandonado en la buhardilla, justo antes de que llegara él con su seriedad impostada de huérfano y la frialdad de sus modos. Borracho. Anarquista del amor libre y profeta de las infidelidades (de él). La vanguardia. Ella piensa en el cuadro, en su cuadro, el que no ha podido manchar de negro o azul para que él no se aproveche otra vez de su talento. El cuadro que todos vemos en verde absenta y para el que ella posó con su olor a grasa y sus zapatillas agujereadas. Vestida como de cebra, la niña para ser pintada - para pintar algo - tuvo que pagar precio de amante que trapichea con su cuerpo para pillar cacho - cacho de carne, de hachis, de píldoras que bajan el hambre y cuelgan el espíritu. Y el gato lo vio todo. El gato vio el precio que se paga por hacer lo que uno quiere y, finalmente, acaparar lo que otros dejaron, las sobras, las propinas, las colillas de los cigarrillos burgueses que los chavales recolectan y venden a las puertas de las cantinas. O se los fuman.


Extraviada. Extraviarse, descarriarse, perder el camino. O, mejor, descubrir que la ruta familiar y cotidiana, las callejas y esquinas por las que uno deambula sin prestar atención a la senda que uno estima amable y protectora, se vuelve extraña, como de otro tiempo o espacio. El extraviado anota su extranjería o la ve reflejada en aquellos objetos en los que hasta poco uno podía permitirse el enorme lujo de analizar su imagen, tocar su rostro con la mirada. La niña se siente extraviada en las calles que tan bien conoce y ahora sin fascistas se adentra en los barrios obreros buscando droga y pintura, quizás comida, quizás una mujer que le arranque el embrión que la come viva, gusano y huella alcohólica que él ha dejado--- Él: el artista huerfano y sátrapa que no puede dejar de mover el pincel en su vello púbico.

La niña con sombrerito berlinés azul-klein se pierde entre callejones en los que huele a berza y meadas. Sube escaleras y paga el precio de un raspado con cucharas de sopa con olor a legumbres. Se confunde. Se marea. Se emborracha aún más a los catorce años y el gato la define como extraviada, sin calle propia, sin cama ni baño privado. Vomitada en parto trivial por su madre en la casa de un vecino artista. No jugó con muñecas sino con pinceles y colores, con botellas de ginebra barata y cigarrillos. Se deleitaba con el frío, hacía carreras con su aliento en las ventanas heladas para ver quien ganaba en los cristales. Perdía su leve calor corporal. Niña pintada de cebra y amante sobrevenida. Ahora abierta de patas en la mesa de la cocina con mucho opio en la cabeza y más ginebra niña que eso no duele o qué poco te dolía cuando lo estabas haciendo. Y ahora descansa y no temas a la sangre.



La niña sale de la casa y ya es de noche. En la esquina la sangre de un fascista mancha sus zapatos y asciende como serpiente por sus muslos hasta la ingle. Uno se acostumbra a la sangre y termina por no ver en ella nada más que el color y le entran ganas de tomar el pincel con sus dedos finos y pintar su propio reflejo de niña - hace poco aún niña - desnuda y con el gato, el mismo gato marramiau que ahora mira buscando el arrullo. El gato-ángel custodio que ella arropa y envuelve en su abrigo perdiéndose ambos en las calles extraviadas que poco a poco van volviéndose conocidas.

Imagen:

Ernst Ludwing Kirchner

Marcela. 1910.

Retrato de la niña-modelo Lina Franziska Fehrmann (1910)

Retrato de Franzi y Peter (1910)

Niña del gato- Franzi (1910-20)

CARTOGRAFÍA DEL GATITO MARRAMIAU (1)


Hace unas semanas dejé este comentario en la blog del Pájaro de China:

" No sé si vi la película o es que me la has contado como en sueños. Me apasionan ciertas ideas, ciertas emociones, ciertos espectros de luz que se esconden detrás de algunas palabras:

extraviada
desamparo

cuidar
serenidad

cicatrices
belleza

lentamente

Creo que últimamente sólo pienso en esto. Seré ya viejo o enfermo... O mujer o sabio. Cuida, cuida, cuida - me, cuida -nos


Los azares y otras necesidades, pinceles finos de la vida, robaron la lista de palabras y la han tenido dando vueltas por ahí, revoloteando como cuervos o mariposas por callejones y terrazas. Dicen que pedían cigarrillos y un poquito de conversación. Esta noche pasada, insomnio sobre base de negritud y frío ártico, el gatito marramiau me ha devuelto la lista ensalivada de calle y sueños, envueltas las palabras en perfume de niña-azul-klein. El gato mueve los bigotes y me mira como diciendo: amigo, no tienes solución. Menos mal que no entiendo el lenguaje de los gatos porque si no me las vería y desearía para entender el sentido de su mensaje.

******


Tengo tres arrugas que nacen en la cercanía del ojo y que son bigotes del gato en el que me convierto cuando, siendo tortuga, voy y me empeño en preparar carreras para competir con liebres. Mis tres arrugas -bigotes de gato que el común vulgar identifica, quizás, con patas de gallina o gallo - las encuentro en algunas esculturas yoruba. Me dicen que son signo de extranjería. Aquellos que venían del afuera y pensaban pasar una temporada en los reinos de aquellas regiones, adornaban sus rostros con escarificaciones que marcaban bigotes de gato marramiau en los ojos. No sé si esta leyenda es auténtica o la soñé una noche en que me sentí guerrero africano. Y negro. En cualquier caso lo que importa es que la tortuga se convierte en gato extranjero, gato común, pardo, de los que se caen del tejado por efecto de gatita linda y blanca (burguesa y adinerada). Un gatito marramamamíau....


Imagen: Balthus: El rey de los gatos (1935)

miércoles, 9 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DE LAS COSAS PEQUEÑAS ( y 5, posiblemente final)

Es triste y cruel que se pregunte de qué se está hablando cuando se pierde el hilo de la conversación. Peor aún es no saber qué se está diciendo ni hacia dónde van las palabras que uno elige en razón de su sonido o su contundencia, buscando heridas o escalofríos (mascarada del afán de aplauso y de besitos sin lengua). La tristeza destapa el simulacro. Cualquier idiota sabe que la palabra sólo es dura y temible si la lleva inscrita el guerrero en su escudo y el asesino en sus brazos. Fuera del cuerpo del violento, del que se atreve a robar beso, virgo o imperio, es la escritura susurro de su propio vacío, cáscara pretenciosa. Lo debes tener claro: si quieres escribir primero tienes que ser macarra.

Cruel y triste es que nada sea lo bastante cruel y triste en este negocio, que rara vez las palabras maten o hagan que las princesa caigan rendidas a los pies del ogro, la bestia o el asesino en serie. Ni siquiera producen verdaderos orgasmos. Ni estigmas. Nada de nada. No hay terapia de las palabras porque las palabras no cortan brazos por mucho que nos empeñemos ni permiten que el indio sioux arranque la cabellera al general Custer. La escritura, mi escritura, la escriben muñequitas y la reflexión sobre las cosas pequeñas, sobre lo chiquito es ejemplo de este amaneramiento, de esta sangre de horchata o de remolacha que me persigue desde niño --- oh, yo sí soy chiquito

La escritura, mi escritura, se hunde en la categoría de lo mono, de lo precioso, lo bonito... muñequita, pretty. Reflexioné sobre lo pequeño para justificar la posibilidad de un disfrute civilizado de las pequeñas cosas y las palabras. Sin mayores complicaciones. Conversar sin que el afán de Obra abriera la espita del Deseo o el Amor o la Muerte o la arquitectura o la alta ingeniería de sentimientos y simulaciones. Disfrutar de lo pequeño para no tener que terminar en largas confesiones ridículas.

Palabritas de viejo ridículo:

muñequita,niñita
la escritura es cosas de
señoritas


(¿De dónde sale esta voz? ¿Qué extraño genio o demonio me posee y desgarra mi virtud, mi buen rollo, mi simpatía de diminutivo ( luis-in-luis-ito- tortu-guita) y me lleva a destrozar las sanas intenciones? ¿Por qué me dice esa voz que una mañana la Tortuga Bicéfala se despertó convertida en una linda muñequita? ¡¡¡Oh, hermanos!!!, ¿quién así me abre la letra y quiere que se infecte de rabia, de ira, de odio?¿Por qué me incita a la mentira, al fraude, a la manipulación? ¿Por qué seguir mordiendo el labio? ¡Ah, el sabor de la sangre, el sabor de la crueldad que me destruye y de la depresión que me concentra en una sombra espesa de agonía gozosa .... Dice la voz: ¡Perra, eres adicta a mis golpes!).


Medito, intento aclarar la situación a mi estómago y a mi garganta que exigen explicaciones racionales y civilizadas a su fracaso, a la ulceraciones. Y voy y digo a mis vísceras: "Niego las grandes palabras. Oh,no, nunca más. No pasarás por eso. Pequeñas cosas, pequeñas cosas, disfrutar de las pequeñas cosas, niñita, muñequita, pretty doll".

(Idiota, me grita la voz, ¿pretendes cruzar al otro lado sin sangre, sin pagar tributo de fuego y pasión, de uñas que arrancan la carne, la carne real, la carne de carne y hueso, la que suda, la que se muerde y sangra?¿Pretedes hablar y a la par castrarte?¿Pretendes toda la vida ser una muñequita de las pequeñas cositas?)

Heridas finitas para las muñequitas.... ¿Por qué te metiste en este embrollo, en esta reflexión ridícula que conduce a un pozo, el pozo de Poe, el pozo de la oca, el pozo de The Ring, el pozo donde echaron al lobo con la tripa llena de piedras? ¿Por qué? ¿No te ha quedado claro que no hay cartografía para las pequeñas cosas, que sólo tienen sitio los equilibrios de fuerzas que gestionan los ingenieros, los mastines con sus dientes de cobra, el violento impidiendo el paso de la hordas, el impositivo, el guerrero, el tigre que domina a la yegua y finalmente la desangra?

Cierro la meditación como la empecé. Borrando. Que le den a la meditación y al zen. Quiero algo salvaje. Me voy a hacer punk. Me voy a desestabilizar un poco para evitar la muerte y el debilitamiento.




IMÁGENES:

Tonner Doll Company, Inc.
(1) Classic Dots Betsy McCall®-Brunette
y
Classic Dots Dru; (2) 8" Betsy's Birthday Party

My Doll: The Cycle Begins



martes, 8 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DE LAS COSAS PEQUEÑAS (04)




¿Qué podemos crear con nuestra apología de las pequeñas cosas, más allá de la evidente patología del debilitamiento o, a lo sumo, un cierta tecnología de serenidad posmoderna, un ritmo de respiración sonriente que niega frente al mundo toda posibilidad de contacto, de relación, de conversación, y termina encerrándonos en un solipsismo simulado, enmascarado de buen rollo y relaciones sin complicación aparente ni dialéctica ni uñas ni quiebra? Quiere la tortuga generar un artefacto de conversación en las cosas pequeñas pero no consigue ni poner en sintonía sus dos cabezas.


Pienso en un puente. Por ejemplo en el Puente de Brooklyn. Veo sus cables tensos que me confirman que la tarea de la arquitectura se subordina, en el caso, a la labor del ingeniero, el señor de las fuerzas y los equilibrios en precario, siempre al acecho de las tensiones tremendas. Las que fascinan. Pongo en escena al ingeniero y le digo que juegue con las pequeñas cosas, esas que parece que se esfuman sin tragedia, como muelles destensados por el uso o por cierta cadencia fluida en su constitución material. Y el ingeniero me pregunta si de verdad quiero unir dos orillas, dos almas, dos espacios (Brooklyn y Manhattan). En tal caso, sentencia, "debe poner en funcionamiento el juego de las fuerzas. Las grandes cosas: salud, dinero, amor" (Véase la historia del puente de Brooklyn). Si no quiero jugar en este proyecto con grandes cosas el ingeniero no ayuda.

Se va y advierte:


- ¿Quiere construir un puente de papel?.


Expone su tesis; le dejo hablar.


- La conversación es un puente metálico con cables de acero en el que se relacionan poderosas líneas de fuerza que, por la pericia de ingenieros y arquitectos, se armonizan y permiten pasar de un lado a otro convirtiéndose casi en invisibles. Los objetos bellos y funcionales se vuelven trasparentes en el uso. Así sucede en las grandes amistades y, de un modo más evidente, en las relaciones sentimentales según convención: el amor romántico o el matrimonio como institución conversacional son puentes. A veces (muchas veces) las líneas de fuerza se desequilibran y todo se hunde. Pero parece que todos hemos sido programados para soñar con esos puentes cuyo juego de fuerzas se invisibiliza. El puente para siempre, para toda la vida: el diálogo eterno, la comunión de los Santos, la amistad a prueba de fuego.

.


No soy un alma bella. Mis puentes han sufrido los embates del tiempo. Algunos se arruinaron. Conservo unos poquitos que perduran en precario por la solidez de los pilares. Tengo aún muchas piezas en el tablero que me saltan (caóticas) en la cara como cables de acero de un puente en de-construcción. Estoy buscando el mapa de las cosas pequeñas pero yo mismo siento en mí la tensión de las grandes cosas: el ímpetu de la Obra, el peso de la Historia. Amor y Deseo. Esperanza.


Todo esto es, pues, un ejercicio de violencia contra mi. La busco. Experimento. Soy un artista experimental de mí. Un filósofo, supongo.


Es estupendo que los humanos tengamos una tendencia cuasi-innata a crear puentes en nuestras relaciones conversacionales y emocionales. No sé si es civilizado pero me humillo ante su potencia. Pero la apuesta nos dice que especulemos sobre la posibilidad de generar una conversación, una cartografía y una arquitectura con esas pequeñas cosas que se esfuman sin ruido (como cuando cortamos un hilo distendido) y que si desaparecen no generan trauma ni tragedia. Estoy en la tentación del puente pero no es ese el camino. Por eso creo que debo desmontar muchas cosas en nuestra conversación y, entre ellas, todo el aparato del sentido – el que trata de explicar qué, por qué, para qué, hasta dónde, hasta cuándo. Debo desprogramarme ciertos estados emocionales asociados con las cosas grandes. Escribir sin pretensión de Obra, correr sin buscar la Salud o querer sin Amor.


Mañana pensaremos en el remanso del río. Dejaremos que el ingeniero deje paso al artista. Un flojo.


Imágenes: Puente de Brooklyn (1870-1883; John Augustus Roebling y Emily Roebling)




sábado, 5 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DE LAS COSAS PEQUEÑAS (03)

"La concentración en las pequeñas cosas ..... Siempre he tenido vocación por el detalle, por nimiedades que otros despreciaban. Eso, creo,..... me llevó a disfrutar de técnicas donde el pequeño detalle dejaba su pequeñez para convertirse en la clave del proceso y del resultado. La precisión en el dibujo técnico, la finura del grano de resina en el grabado, la leve alteración de un punto de vista o un enfoque en la fotografía o el juego que establecen dos colores en un cuadro podía, y puede, embelesarme durante horas. Aprecio el detalle de las cosas pequeñas en cada acto cotidiano, lo que me convierte en maniática a ojos de muchos. El hecho de que la ropa se doble de una determinada manera, que el té esté menos cargado de lo que debe o la ensalada tenga troncos en lugar de hojas puede amargarme el día. El valor que doy a mil cosas está mediatizado por el detalle y lo visual es el primer paso. La evolución del gusto, la educación y las prioridades están marcadas por las pequeñeces, que sen convierten en grandezas de las que disfrutar o con las que amargarse, cuando no encajan en el modelo.

Los estados de ánimo chiquitos encajan también en esas pequeñeces..... ese detalle es el que separa lo importante de lo irrelevante y el que selecciona a las personas que merecen la pena y son capaces de ver el mundo y extraer de él la maravilla.

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Comentar un texto, el texto que origina el proyecto - aunque, en cierta manera, ese texto es el precipitado de un proceso químico(sí, químico: empático) que viene de antes, de la realidad de las pequeñas cosas que se fraguan en el fondo o en la superficie de la conversación y la escritura(como la capa exterior de un bote de pintura que se seca y comienza a signar, ocultando el fluido interior, la geografía y el mapa). Comentar un texto que viene a negar en parte lo que aquí se ha sostenido sobre la cartografía de las pequeñas cosas. La primera meditación ya traiciona el programa - ¿tiene programa la cartografía de lo chiquito?. Se exige vórtice y giro. Retorno. Hermenéutica. Terapia de escritura.

Son las 07:11 del domingo 6 de diciembre. Muevo caótico en cursor y dejo que florezcan textos, caras, gentes que en este orden virtual se exhiben y se esconden. Veo caballos. Visito a Susana y a Mariel y el azar me conduce a un proyecto editorial -Geometría del Desconcierto. Leo una voz anónima en mi blog. Me agrada. Me duele algo en el cuerpo, en una zona entre el estómago y la espalda (o son los nervios que abrazan toda ese espacio como niños malcriados que no asumen que yo pueda adoptar posturas no-higiénicas cuando leo). Malas posturas, malas calles, malas emociones que me taponan y que que me conducen otra vez a esta entrada ayer iniciada como borrador, como nota-blog oculta, esquema, boceto. No pensaba recobrarla ahora, quiero decir, ahora a las siete de la mañana, porque pensaba pensar sobre Mies van der Rohes y el pabellón de la exposición universal de 1929 o sobre Natalie Portman en My Blueberry night. Aparece de nuevo el texto, el texto que nace y no nace de mí pero que yo no he escrito y, por eso, es otra voz, una voz que anuncia habilidad técnica (esa que yo no tengo) y una extraña y oscilante templanza. Una voz que me califica de señor serio y centrado con cajitas de sorpresa en el interior. Un texto que funda toda la reflexión sobre las pequeñas cosas y que, como he dicho, violenta lo que ya he dicho sobre las pequeñas cosas.

Las grandes cosas - Salud, Dinero y Amor o Poder e Historia o Escritura y Obra - precisan siempre del pequeño detalle que las engrandece. Lo hemos hablado: existe una enorme dificultad para determinar cuándo el cuadro está acabado o el texto ya no da más de sí y se exige el inicio del borrado o la entrega definitiva a imprenta. Esta dificultad de la tarea hace que, en efecto, el pequeño detalle sea el gran detalle, la clave, el núcleo hiper-masivo que concentra en muy poco espacio/tiempo toda la tensión de fuerzas que ha generado el artefacto que creamos (sea un té o el Pabellón de van der Rohes en Barcelona). Lo veo claro, entiendo la manía y sé que el desajuste respecto al "modelo" (o la belleza buscada) puede provocar la amargura o el ojo de la ira del desierto (así decía mi amigo Felipe Núñez).


Sin embargo yo no hablo de esas pequeñas cosas que son, a la postre grandes cosas en cuanto cierran el objeto, convierten el artefacto en un todo maravilloso - cuadro, poema, té. No, yo hablo de las pequeñas cosas que surgen como caricias descuidadas, objetos que se esfuman y que no tiene posibilidad de integrarse como detalle culminante en una obra. Mis cosas pequeñas no tienen futuro y, quizás por eso, no pueden servir de base a un way of life (salvo patología de debilitamiento extremo). Lo chiquito, repito, hace splass o chass y ya no existe y, en el fondo, nadie le echará en falta. Lo chiquito es purita estética en el sentido más desolador de la palabra. Una castaña caliente en invierno que nos templa la mano fría y dura cuatro o cinco pasos es una cosa chiquita.


Las pequeñeces de las que hablo no se pueden convertir en grandezas por una integración en un artefacto según modelo. Son refractarias a toda modelización - por eso decíamos estos días que era difícil hablar de sistema axiomático o cartografía o tesis de la cosa pequeña. Mi cartografía de las pequeñas cosas alude a lo que no tiene modelo, ni marca, ni pretensión. No es ese detalle de diseño o ese feelling que diferencia un BMW de un Trabbi (o un seat). Las cosas pequeñas no construyen la maravilla ni, en el fondo, nos permiten diferenciar a las personas que merecen la pena de los idiotas. Hasta un necio puede sonreirnos en la cola del pescado y provocar un pequeño movimiento en la cartografía de lo chiquito. La discriminación de los necios viene después y exige modelo, artefacto culminante, Obra. Es asunto serio.

Las cosas pequeñas no deberían amargarnos con su desaparición pero nos alegran con su chiporroteo. El disfrute de la pequeñas cosas nos exige una apertura a la chapuza del cosmos, a aquello que rompe la armonía sin pretenderlo: el té poco cargado, el tronco (y no solo la hoja) en la ensalada, una camisa que está mal doblada.... Uno va y se abre con una sonrisa a esa imperfección que imposibilita la maravilla, que impide la integración en un cuadro. Sin futuro, sin Obra ni Ministerio.

La sonrisa es el alfa y el omega de la cartografía de las pequeñas cosas.


Rimbaud hablaba de su gusto por " las pinturas idiotas, rótulos, decoraciones, telones saltimbanquis, enseñas, cromos populares; la literatura pasada de moda, latín de iglesia, libros eróticos con faltas de ortografías, novelas de nuestra abuelas, cuentos de hadas, libritos de infancia, viejas óperas, estribillos bobos, ritmos ingenuos". Es decir, todo aquello que es material no reciclable en nuestro gran proyecto, en esa cosa maravillosa que esperamos (y no llega).

Perder el tiempo cuando éste se agota. Inutilidad del esfuerzo de fijación de la mirada en aquel rostro que sabemos vamos a perder de vista en la próxima parada de metro. Esa es la actitud del que va a crear una cartografía de las pequeñas cosas.

(Nota mental: ¿No estoy circunscribiendo de un modo excesivamente rígido la meditación? ¿No sucedera que hay una tendencia inevitable a integrar lo pequeño en grandes esquemas de maravilla? ¿No es todo esto, simplemente, un deseo de negación de cualquier posibilidad, una estrategia de hundimiento no ya en negro ni en blanco sino en gris, la cifra de una derrota, como un texto de blog que no tiene impetu o conatus de Obra? Creo que, poco a poco, me conozco. Se esconde tras la reflexión la misma monería de los dieciséis años :muerdo con saña y violencia los labios que me besan para que se retiren de mi boca cuando no deseo otra cosa que ser besado. Cuestión: ¿Puede un tipo como yo embarcarse en una cartografía de las pequeñas cosas?).

Imágenes: Detalles (pequeñas grandes cosas) de El descendimiento de Roger van der Weyden

CARTOGRAFÍA DE LAS PEQUEÑAS COSAS (02)


bien aquí estoy ligeramente hundido y en la imposibilidad del exilio o la huida aunque siempre cabe el exilio y la huida cabeza de chorlito(dicen) pero ellos hablan porque no conocen la fuerza de las costumbres y del sentido del deber ni la cosa esa de la responsabilidad por no hablar de la naturaleza que cancela el viaje porque siempre amenaza lluvia en el desierto o se enamora de tu útero un virus o te entran ganas de fornicar y pierdes el último metro

Bien. Aquí estoy, intentando hacer una cartografía de las cosas pequeñas, un museo, un sistema axiomático, un tratado o Summa. Cosas imposibles porque, por lo que parece, las cosas pequeñas se volatilizan haciendo simplemente schass, o pup, y no precisan de regla lógica ni comisario que las exponga en salas de fundación. No hay iglesia de las cosas pequeñas que reclame una teología refundida ni hay, en sentido estricto, una fiebre del oro de lo chiquito que lleve a los aventureros - aún quedan millones - a pelearse por un plano, por la cartografía sucia que indica la ubicación exacta de la mena, del filón de las pequeñas cosas. No hay nada de eso.

La pequeñas cosas se nos aparecen en la imposibilidad del exilio o la huida. Rodeadas de grandes cosas que galopan, hacen desfiles y se trazan un plan de vida. La gente sana y el Espíritu del Mundo buscan en las grandes cosas: Salud, Dinero, Amor (Ministerio de Sanidad y Consumo, Ministerio de Economía y Hacienda, Ministerio del Amor - ¡oh, Orwell, que gran intuición la tuya!).

Se dijo (ella) que se deseaba vivir en las pequeñas cosas, disfrutar de ellas. Y yo, señor serio y centrado, me embarco en una cartografía de las pequeñas cosas. Fuerzo el espíritu para ello. Me coloco en los límites de la patología. Ligero hundimiento e imposibilidad de huida. Vale.

****

No me gusta - ya lo dije - la palabra mucho. Sí me gusta poco ( y me mola mucho - ¿sic? - más poquito o chiquito)

En el pueblo hay un puente chiquito. Siempre he tenido dificultades para ubicarlo y, si lo hago, me resulta violento llamarlo puente. El puente chiquito tiene aquel rasgo que el otro día asignaba a las cosas pequeñas: su evanescencia. Cuando uno llega al puente chiquito se encuentra con un ligerísimo abultamiento del terreno porque es poco más que un tubo cubierto con una ligera capa de cemento y tierra. El arroyuelo que debía saltar el puente está desaparecido entre la maleza (realmente es un falso arroyo, una deriva de agua relacionada con un sistema de riego y canalización que fue abandonado hace años).


No me gusta la palabra nimiedad (aunque el otro día la utilicé casi como sinónimo de chiquito) porque en ella la insignificancia se une a la obsesión de la minuciosidad, ese detalle que nunca debe faltar para que algo sea perfecto, modélico, comme il faut. No creo que se pueda acceder a las pequeñas cosas con exigencias platónica, buscando lo ideal. Lo pequeñito no se deja arrastrar tan fácilmente como se pretende por el espíritu de lo exquisito (ver vídeo de Ferrero Rocher - satisface el deseo de lo exquisito - para analizar un simulacro del amor a las cosas pequeñas).

Advierto: querer vivir en las pequeñas cosas es tan complejo como la vida en el desierto para alcanzar la santidad. En lo chiquito no hay grandes premios, ni caben entusiamos. Todo está debilitado en una atención trémula hacia las cosas que o no tienen significado o lo pierden casi de inmediato (liberándonos de la trampa del "sentido") . No cabe exhibir si alcanzamos ese logro la soberbia del anacoreta, del artista del hambre que luce sus costillas y ojeras, su porte de esqueleto y calavera.

La hipótesis que creo debe evitarse a toda costa es la que nos acaba diciendo que las pequeñas cosas son en realidad las grandes cosas, lo que en verdad importa. Para ese viaje no necesitaríamos alforjas. Si las pequeñas cosas son las grandes cosas inmediatamente dejaríamos caer sobre ella los mecanismos de la deducción , la inmensa fuerza de los cartógrafos imperiales, la jauría de los comisarios (siempre políticos) que nos deleitan con exposiciones y museos. No, no, por favor, no. Buscamos otra cosa. me debilito sin mayúsculas hermanos.

Imagen: Kasimir Malevich: Blanco sobre blanco (1918)
Vídeo: Anuncios de Ferrero Rocher (la perversión de las pequeñas cosas).