¿Qué podemos crear con nuestra apología de las pequeñas cosas, más allá de la evidente patología del debilitamiento o, a lo sumo, un cierta tecnología de serenidad posmoderna, un ritmo de respiración sonriente que niega frente al mundo toda posibilidad de contacto, de relación, de conversación, y termina encerrándonos en un solipsismo simulado, enmascarado de buen rollo y relaciones sin complicación aparente ni dialéctica ni uñas ni quiebra? Quiere la tortuga generar un artefacto de conversación en las cosas pequeñas pero no consigue ni poner en sintonía sus dos cabezas.
Pienso en un puente. Por ejemplo en el Puente de Brooklyn. Veo sus cables tensos que me confirman que la tarea de la arquitectura se subordina, en el caso, a la labor del ingeniero, el señor de las fuerzas y los equilibrios en precario, siempre al acecho de las tensiones tremendas. Las que fascinan. Pongo en escena al ingeniero y le digo que juegue con las pequeñas cosas, esas que parece que se esfuman sin tragedia, como muelles destensados por el uso o por cierta cadencia fluida en su constitución material. Y el ingeniero me pregunta si de verdad quiero unir dos orillas, dos almas, dos espacios (Brooklyn y Manhattan). En tal caso, sentencia, "debe poner en funcionamiento el juego de las fuerzas. Las grandes cosas: salud, dinero, amor" (Véase la historia del puente de Brooklyn). Si no quiero jugar en este proyecto con grandes cosas el ingeniero no ayuda.
Se va y advierte:
- ¿Quiere construir un puente de papel?.
Expone su tesis; le dejo hablar.
.
No soy un alma bella. Mis puentes han sufrido los embates del tiempo. Algunos se arruinaron. Conservo unos poquitos que perduran en precario por la solidez de los pilares. Tengo aún muchas piezas en el tablero que me saltan (caóticas) en la cara como cables de acero de un puente en de-construcción. Estoy buscando el mapa de las cosas pequeñas pero yo mismo siento en mí la tensión de las grandes cosas: el ímpetu de la Obra, el peso de la Historia. Amor y Deseo. Esperanza.
Todo esto es, pues, un ejercicio de violencia contra mi. La busco. Experimento. Soy un artista experimental de mí. Un filósofo, supongo.
Es estupendo que los humanos tengamos una tendencia cuasi-innata a crear puentes en nuestras relaciones conversacionales y emocionales. No sé si es civilizado pero me humillo ante su potencia. Pero la apuesta nos dice que especulemos sobre la posibilidad de generar una conversación, una cartografía y una arquitectura con esas pequeñas cosas que se esfuman sin ruido (como cuando cortamos un hilo distendido) y que si desaparecen no generan trauma ni tragedia. Estoy en la tentación del puente pero no es ese el camino. Por eso creo que debo desmontar muchas cosas en nuestra conversación y, entre ellas, todo el aparato del sentido – el que trata de explicar qué, por qué, para qué, hasta dónde, hasta cuándo. Debo desprogramarme ciertos estados emocionales asociados con las cosas grandes. Escribir sin pretensión de Obra, correr sin buscar la Salud o querer sin Amor.
Mañana pensaremos en el remanso del río. Dejaremos que el ingeniero deje paso al artista. Un flojo.
Imágenes: Puente de Brooklyn (1870-1883; John Augustus Roebling y Emily Roebling)
1 comentario:
...una castaña caliente... me sigue gustando: pensado, sentido, vivido, dolido, muy dolido, cuidado. ¡Enhorabuena!
Continúo haciéndolo.
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