miércoles, 31 de octubre de 2007

La escuela y el guerrero ( 4 )

El profesor guerrero ( kshatriya). Enérgico, sin duda, en su recorrido por las aulas observa el guerrero la situación, anota cada detalle con precisión linneana. Prepara la violencia, el golpe seco que debe dar en el grupo para conducirlo a su meta. Parece tener tan claro su objetivo como el brahmán tenía sus patrones y dictados. Como buen luchador sabe que gran parte de su fuerza la genera el oponente en su ciego ataque y que está en sus manos expertas volverla contra el instinto. Por todo ello, el guerrero se diferencia del brahmán por la atención que pone en el Patio, al que reconoce como el enemigo pero al que intentará subyugar como masa de esclavos (si se recuerda el brahmán abolía de su esquema la existencia de ese más allá de “la clase”). El guerrero utilizará las nuevas tecnologías y el rock and roll, recordará la canción de moda o introducirá chistes de doble-lectura. Seducirá a niños o niñas (o a ambos). El guerrero es eficaz y suele gustar a sus alumnos a pesar de la violencia que les aplica. Es capaz de crear en ellos una adicción sadomasoquista que el brahmán, templado en el ritual, nunca podrá vivenciar.

El profesor guerrero se muestra en su mayor puridad en los primeros años de profesión. Aunque el guerrero de casta muere ejecutando su dharma. Soberbio, no es ingenua su confianza: de hecho tiene poderes y conoce las técnicas de dominio en el momento en que la virilidad juvenil acompaña la ética y la estética. Además, no ignora que la educación siempre es una institucionalización de la violencia – y no teme la perspectiva. Su opuesto es el pusilánime, categoría de la que no merece la pena ni hablar. Cuando pienso en el profesor guerrero me viene a la mente Savonarola, aquel predicador dominico que incendiaba conciencias e inmuebles, y también Antonin Artaud - que, por cierto, hizo de Savonarola en una película de Abel Gance. Hablaba Artaud de la necesaria crueldad del teatro y el profesor guerrero sabe que su pedagogía es 99 % pura teatralidad artaudiana:

“El teatro, como la peste, es una crisis que se resuelve en la muerte o la curación (...)la acción del teatro como la de la peste, es beneficiosa pues al impulsar a los hombres a que se vean tal como son, hace caer la máscara, descubre la mentira, la debilidad, la bajeza, la hipocresía del mundo, sacude la inercia asfixiante de la materia que invade hasta los testimonios más claros de los sentidos”( Artaud: El teatro y su doble)

Yo me he sentido guerrero y sé del gozo de la conquista y del rigor del deber que la acompaña. Sin embargo....

Quizá el profesor guerrero quiere ejecutar una tarea que no es apropiada para el recinto escolar. ¿Es la escuela el nicho adecuado para la violenta ironía que hace caer las máscaras, ofrece la crueldad de la crítica y rompe el virgo del prejuicio materno? Es posible que existan mejores espacios. Por otro lado, el gran peligro del profesor guerrero es que acaba por embriagarse de su poder destructor y in –pro - vocador. El movimiento, la oscilación de los alumnos y sus conciencias acaba por convertirse en un fin en sí. En ocasiones, como consecuencia de lo anterior, el guerrero acaba por fijar su objetivo en una única idea –pierde la complejidad de las “ideas” que pareció abrazar en algún momento – y , a diferencia del brahmán, se niega a convertirla en esquema por miedo a que se muestre su vacuidad (“el rey está desnudo”), creando desconcierto entre sus súbditos. El profesor guerrero, que parecía incovocar al gran Shiva, puede terminar siendo un mero siervo de la oscura Kali.

(CONTINUARÁ)

martes, 30 de octubre de 2007

La escuela y el brahman(3)

( En el capítulo anterior: Así las cosas, ¿de qué Dharma oculto, más allá de pactos y legislaciones y estatutos docentes estamos hablando? ¿Cuál es el deber de casta del profesor? ¿Es más un brahman, señor del ritual, o tal vez un guerrero o un comerciante?¿Puede ser el profesor un sramana, asceta o solitario ejemplar?¿O acaso es mero sirviente, esclavo o paria?)

El profesor Brahman. Cerrado en el ritual del sacrificio y llamado por los dioses a la teatralización profesoral, es el campeón de la libertad de cátedra aunque la libertad, en su caso, nunca haya salido de la reiteración de los esquemas tradicionales. Es el profesor del dictado, de la copia de la palabra mal escrita y de las fichas de autores – margen derecho 4 cm, izquierdo 6, etcétera. En historia de la filosofía te dice qué se debe subrayar en el libro de texto y en qué colores, añadiendo pulcramente en la parte superior de la página 34 una definición alternativa de Physis a la que nos muestran los autores del libro y que, obviamente, está mal redactada. Platón mira hacia arriba y Aristóteles hacia abajo; después de los racionalistas están los empiristas y Kant sintetiza a ambos. Tesis, antítesis, síntesis. Nunca dejemos en la escuela que nadie nos rompa un buen esquema.

La escuela debe perdurar en la memoria a través de tópicos escolares que, más adelante, si el alumno entra en eso que se llama la especialización, se encargarán otros ironistas de borrar. Básicamente toda la sociedad debe compartir un marco histórico simple en el cual el estudiante pueda ir colgando sus descubrimientos posteriores. El Brahman sabe que el ritual esquemático no llena el alma de casi nadie y, en la sombra etílica de una charla fuera del colegio, reconoce la burocratización de su escenografía. Sin embargo, cree que, primero, el alumno debe buscar aquello que le apasiona fuera del colegio y en el colegio debe adquirir sólo las cuatro reglas. Tratar de apasionar al chico en la escuela nos conduce hacia el espacio del payaso, a entregarnos a la lujuria de sus intereses de patio, más cerca del intercambio de saliva que de la comunidad de diálogo. Por lo demás, sigue nuestro brahmán, la escuela debe ser un espacio de resistencia de los esquemas clásicos y que compartir esos esquemas –es decir, socializar a los jóvenes en ellos más allá de si son falsos o verdaderos, anticuados o modernos – es el auténtico fin de la escuela, el caldo de la integración social.

Por ello, los cambios en la estructura psico-social de sus alumnos - la presencia mayor diversidad - son considerados un tema menor por el profesor brahman. La ortodoxia y la buena letra deben continuar su faena, exigiendo a todos por igual (sin negar que algunos puedan recibir apoyo suplementario para asimilar esos esquemas). El drama está en que la escuela se ha llenado de individuos que han perdido el norte, que se han sentido deslumbrados por los criticistas universitarios y pretenden llenar el alma de los alumnos de un espíritu crítico que, a todas luces, es mera pantomima en un chaval de dieciséis años.

El profesor brahman me enseñó, de pequeño, a ser ordenado en mis apuntes y, si fuera preciso, a pasarlos a limpio. También comprendí la importancia del esquema histórico –aunque falso – y que a veces es mejor una buena mentira que la complejidad de una verdad que, por compleja, hasta ese nombre pierde. No puedo ser brahmán pues me falta empaque y donaire, quizás corbata y hasta cuna. Pero me gustó tener brahmanes como maestros. Sólo echo en falta en ellos una llama de pasión y un amor más intenso. Más afán de combate, un cuarto de espíritu visionario... y guerrero.

domingo, 28 de octubre de 2007

La escuela adolescente ( 2 )


La escuela adolescente(2). Comentaba un compañero - sin mayor pesadumbre, por cierto, lo cual es más significativo que todo este apunte – el tránsito entre su oposición, en la que le exigieron conocimientos matemáticos de alto nivel, y su actual aposición ( de apósito) como guía en el aprendizaje. Pasamos, dice, de las geometrías no euclídeas exigidas para el cargo a las divisiones por dos cifras según el canon clásico de los cuadernos de “El Rubio”. Cabe suponer que la experiencia puede trasladarse a otros campos y, por lo que sé, a la filosofía. Por echar una tea extra a la pira del burnout digamos que en las oposiciones a secundaria el elemento sapiencial prima sobre cualquier otra variable.

En el apunte anterior cuestionaba la incidencia de la Ley en el aula – tesis tontiloca que he defiendo por calentura o prurito – y, encomendándome a Arjuna, cantaba al Dharma, al deber o a la ley eterna que debe acompañar al profesor. Este deber nos incitaba al trabajo con los alumnos – esos espacios carnales de pechos incipientes y buena provisión viral – con entusiasmo y paciencia a pesar de las menguas y contracturas que la “carga horaria” de las renovadas legislaciones nos puedan provocar. ¡Cumple con tu deber, no sigas el camino de la huida!

Sin embargo, esta llamada al deber, ¿cómo cabe entenderla? De algún modo es legítimo suponer que la Parte Contratante ha incumplido el pacto (moralmente hablando) al saltar el gran foso que separa el conocimiento experto superior (“ella” selecciona a los más sabios, por decirlo de un modo abreviado) del cuaderno de operaciones “El Rubio”. O a la ética deontológica kantiana y el ontologismo del cuaderno de actividades y la enseñanza de la redacción o la imposición del silencio y la limpieza de mesas. Si se rompe el contrato y no nos usan para lo que nos pidieron, ¿no estamos legitimados en el deseo de huida y el abandono? (Desde luego ni se huye ni se abandona materialmente el espacio porque el hambre es el hambre, pero sí se exilia espiritualmente el ya quemado antiguo opositor).

Así las cosas, ¿de qué Dharma oculto, más allá de pactos y legislaciones y estatutos docentes estamos hablando? ¿Cuál es el deber de casta del profesor? ¿Es más un brahman, señor del ritual, o tal vez un guerrero o un comerciante o agricultor?¿Puede ser el profesor un sramana, asceta o solitario ejemplar?¿O acaso es mero sirviente, esclavo o paria?

viernes, 26 de octubre de 2007

La escuela adolescente ( 1 )


La escuela adolescente. Lugar extraño en el que los virus flotan en el aire y se pegan a pechos incipientes( o ya no tanto) convirtiendo el periodo prejubilación de los brahmanes que en ella habitan – con sus viejos ritos de listas de reyes godos – en senda del ambulatorio al cadalso. Sigo manteniendo que en esos espacios de sacrificio – las aulas – la Ley es el rey lejano que sueña con pueblos bucólicos tipo Sissí o con campos de batalla heroicos donde la injusticia se vence compensatoriamente a través de la espada y la lanza integradora.

Esperamos, no obstante, ansiosos, desarrollos legislativos. Y nos imaginamos como en una película de el Gordo y el Flaco (cuyo título no recuerdo)en la que los protagonistas eran torturados en una cama de estiramiento y contracción – al modo de Procusto - y acababan menguados y contrahechos. Pues lo mismo con la filosofía después del gran timo de la EpC y en espera del bachillerato que quizás pinte en bastos..

No obstante aunque la Ley nos mengue y en la debacle uno sea tentado por la Huida - ese espacio sin mocos y palabras huecas que se dice existe en el plus ultra -se impone el cumplimiento del deber, el Dharma del maestro que adquirimos en antiguo tiempo.

Aprendamos del príncipe Arjuna, en el Bhagavad Gita. El príncipe Pandava también se siente apesadumbrado ante la cruel batalla en el que ha de matar a sus propios parientes y desearía optar por la deserción . Su auriga –Krishna travestido - le argumenta sobre la necesidad del combate en nombre del deber que como guerrero tiene. Se nos impone el deber y como abandonemos esa senda sólo nos quedan dos caminos – según Krishna – la sabiduría del solitario o la devoción. El resto es sombra.

La escuela es espacio de mocos lo diga la LOE o la difunta LOCE. Y en los pechos incipientes es preciso tatuar listas de reyes godos y semillas de las trayectorias soñadas por – esperemos – algunos de los mejores de la especie.

lunes, 8 de octubre de 2007

Apocalipsis y precariedad predictiva

Habla Miguel “Boulesis” del Apocalipsis y su presencia (o su sombra) e incluso de un deseo oculto de que el acontecer – el único acontecimiento que merece ese nombre ¿no es el Apocalipsis? - tenga lugar. Algo sucede y se interpreta como diabólico, auténtico 666: ruido y furia, riesgo feroz, injusticias que enmudecen al mismo Dios, verdades incómodas, hipnotismo generalizado... El que desea el Apocalipsis o lo diagnostica o lo cifra(en tesis, en poema, en relato, en fórmula) se siente, en el corazón de la pesadumbre, iluminado. Filósofo y profeta

El Apocalipsis es un género – todo un clásico – y muchos somos los aficionados al mismo. En mi caso llevo ya mucho tiempo esperando la novedad, el golpe del sentido o la iluminación. Demasiado joven para morir, demasiado viejo para el rock´n´roll – me digo. El Apocalipsis es la lista de créditos de esta película tragicómica, donde se anuncian al ingeniero de sonido, se pone nombre a esa melodía que tanto nos ha gustado y se nos dirige hacia el autor de los efectos especiales que nos partieron el alma del susto. Supone el fin de la película, claro, pero ¿no estamos cansados de la trama?.

Cuando pienso en el Apocalipsis traigo a mis mentes a Boecio – esperando la muerte y consolado por la filosofía en el fin del Imperio. ¿Percibió Boecio el límite último de su mundo? No nos engañemos, todo llegó con excesiva familiaridad. Por eso cabe nombrar el suceder como “agónico” porque no fue “golpe de mano de la providencia”.

Creo que el grado de conocimiento que implica el diagnóstico apocalíptico es demasiado para nuestra precariedad espiritual. Pienso que, de darse un genuino cambio radical, si lo auténticamente Otro se anunciara con jinetes pálidos de “fame, bello et peste”, no nos enteraríamos, el suceso tendría lugar como en otra dimensión y sólo pasados los años, ya muertos, cabría vivenciar la mutación. Dicho de otra forma: sólo un Cagliostro - o el célebre Vlad el Empalador - que pudiera recorrer humanamente las centurias en virtud de pócimas o filtros egipcios aprehendería el cambio. Sin embargo, cuentan los relatos que la vida del no muerto es, más bien, aburrida. Como si nada fuese novedoso.

No negamos, por tanto, la magnitud de los problemas pero quizá tampoco sea correcto abrir puertas de Apocalipsis que, en muchos casos, hipnotiza más que despiertan conciencias y nos hacen esperar que Alguien nos salve(¿ese dios por venir?).

Que la filosofía nos consuele.




sábado, 6 de octubre de 2007

La altamente estúpida, indigna y babosa polémica de la Educación para la Ciudadanía (así, con mayúscula o en siglas EpC) seguramente tendrá la ventaja de que conducirá de nuevo a las almas puras hacia el camino del espíritu (sic, con minúscula de precariedad). No todo va a ser jodienda: gente que habla porque tiene boca (algo se desalojó de ella en instante nefasto), desveladores de Mediterráneos o asignaturas menguadas. Los profesores de ética, condenados a la impotencia causal (al menos en las comunidades populares – jó – que dejan la cosa a una hora que no al mes pero sí a la semana), están, por lo tanto, a un paso de neutralizar el karma y a dos de alcanzar algún tipo de iluminación portátil ---- y mala pintó la cosa, queridos camaradas, en otras vidas pues en el presente nos azotan los residuos kármicos con tanta insistencia.

Así que eso, ¡ al espíritu y a las cosas mismas!. Mantra a mantra.


Se me inició la temporada con trabajos intempestivos novedosos que me apartaron del hábito de la bitácora – es decir, de la lectura de lo que dicen por ahí los lugares hermanos y de la escritura. Quizá esto signifique que el silencio ha pasado (aunque ¿a quién le importa?)

Los seres vacíos inician el trayecto con una devoción renovada hacia Campanilla. Se dice de ella que es tan pequeña en su espíritu que sólo admite un estado de conciencia: o es endiabladamente buena y fiel a sus amigos o, con igual pasión, se entrega a la traición y la maldad. Su amor a Peter, por un asuntillo de celos vía Wendy (esa arpía infanta), conduce a la alianza perversa con Garfio. ¿Un error? No porque no cabe la doblez reflexiva. Tocaba eso, la traición, como luego toca la expiación y la algún día la muerte.

Los seres vacíos, como cuevas en el mar, absorben y vomitan cuanto pecio trae la marea. La espiritualidad que roza extravíos o el espectáculo burlesco se movilizan en la superficie de sus menguados corazones. No en vano solo aceptan una dimensión, sin profundidad alguna.