martes, 28 de noviembre de 2006

RECOMENDANDO "ENTRE LOBOS Y AUTÓMATAS" DE GÓMEZ PIN

Quisiera hoy recomendar la lectura del último premio Espasa de Ensayo: Entre lobos y autómatas. La causa del hombre (2006) de Víctor Gómez Pin. Ahora bien: para alargar - un quanto así - el monólogo en el que me encuentro me apetecería comprender cabalmente qué se quiere hacer cuando se recomienda algo – digamos: un libro – a alguien – sea: el que esto lee – aún a sabiendas de que este inicio puede desactivar la atención del navegante (poco dado a espirales literarias precisamente porque la navegación web tiene mucho de viaje espiral que en el mareo encanta como al niño la feria).

Pido perdón al lector y al propio autor del libro, pues a ambos instrumentalizo para llamar la atención sobre mi propio desbarre ( deslizarse y/o discurrir fuera de razón) que, sabemos todos, es poca cosa.

Diccionario de la Real Academia :

1.- RECOMENDAR: Encargar, pedir o dar orden a alguien para que tome a su cuidado una persona o un negocio.

Al recomendar la vindicación de Gómez Pin de la causa del hombre – amenazado por la reducción de éste a la condición de poco más que animal o máquina, visionando en el horizonte su metamorfosis en cosmopolita doméstico con perrito– ¿estoy pidiendo, amable lector, que cuides un negocio –comprando el libro – y, sobre todo, una causa – la del humanismo gómezpineano?.

Bien pensado mi acto no pretende tal cosa en sentido estricto. No tengo claro- dígase: desvelado - que la causa del hombre ahora sea la de insistir en la diferencia. La autoconciencia de la naturalidad compartida de la especie en lo común a lo animal – la hermandad con el lobo – es hoy quizás estratégicamente necesaria para salvaguardar la cosa – la animalidad toda y nosotros en ella con nuestra especial teleología, si fuere el caso – y cabe decir, por lo anterior, que es más verdadera”.

Todos somos humanistas de igual modo que los perros si pudieran hablar (hablar en la peculiaridad que Pin resalta) serían perristas porque no cabe en decencia ser otra cosa, incluso por imperativo biológico: mis cachorros primero – aunque no creo que Pin acepte un humanismo de imperativo de vida antes del giro de la palabra.
Otra cuestión es girar el foco hacia la diferencia – de suyo existente – para cortar el anclaje en lo biológico que, a la postre, se desprende del espiritualismo del hablar que Pin “nos maravilla” con sus emocionantes referencias a Proust.

Si el propio autor considera que el debate está aún abierto no seré yo menos: quizás no sea verdad-ahora la causa del hombre. ¿Hemos asumido el sentido de la deshumanización que implica la causa atea, la causa naturalista, la causa evolucionista, la causa tecnológica? Creo que metafísicamente cabe un poco más de juego deshumanizador.

2.- Recomendar: Hablar o empeñarse por alguien, elogiándolo.

Elogio su libro. Creo que el autor ha hecho un esfuerzo de claridad para, quizás, ganar un premio y acercarse al público no especialista. El libro deja buen cuerpo y ,en algunos momentos, empina el alma. Quizás queda borroso el nombre de la diferencia, cuyo conocimiento generaría el apoyo a la causa del hombre, y que parece definirse como palabra, inteligencia integral, razón no exenta de thymos (lógica y entereza, emoción significante: lo que le falta al protagonista de la Habitación de Searle para saber realmente chino). La diferencia es lo nombrado de un modo vago y se oculta “maliciosamente” tras la apelaciones líricas a Homero, Proust, el espíritu etc. y los momentos cómicos de crítica a las peluquerías caninas y a la torpeza del sexo cibernético. Parece como si la causa del hombre filosóficamente sólo pudiera establecerse desde el voluntarismo (¡quiero, por cojones, ser la especie distinta!) de la lírica y la sátira. Pero tomamos nota de que lo humano es primero, sobre todo lo humano cercano y, en esfuerzo, también el lejano.

Anotamos, sí, el desplante torero de Gómez Pin, frente a tanto Peter Singer o Mosterín, queesquesepasan, pero que el elogio no sea juramentar el cuidado de la causa, que a eso no nos atrevemos, porque aún falta asumir que damos vueltas por el espacio, después de un periplo eucariota y reptiliano, como especie entre especies, necesitadas todas de calor y oxígeno.

3.- Recomendar : Aconsejar algo a alguien para bien suyo.

Lector, por tu bien espiritual, sumérgete en el libro de Gómez Pin. El debate es hoy el partido del siglo. Humanistas y naturalista, naturópatas e historicistas, aristotélicos y rortyanos, gaianos y artistas cyber, ingenieros y poetas, están debatiendo – quizás sin saberlo – en un mismo teatro de operaciones. Y, además, no se habla del sexo de los ángeles, sino de la continuidad del nuestro y lo que conlleva. A veces el debate es tonto(muy de acuerdo con Pin: mucho del antihumanismo cyborg apesta a gominola) y a veces sordo, pero el campo de batalla es un espacio interesante.




Para acabar una pregunta: ¿ qué implica realmente vindicar un pensamiento del hombre concebido como naturaleza después de tanto tiempo en el que las estrellas del campo intelectual asumían, de un modo u otro, aquel orteguiano “el hombre no tiene naturaleza, tiene historia”? ¿No es enormemente más significativo que la naturaleza resucite detrás del fondo de los constructos idealistas, con independencia de que la naturaleza(humana) se conciba como lo que nos absorbe en el magma de la animalidad (¿es la animalidad un magma?) o como la pequeña diferencia que reinterpreta – o, en rigor, interpreta por vez primera en la historia natural – el curso evolutivo?


El próxima día hablaré de otros asunto relacionado con el libro de Pin.

jueves, 16 de noviembre de 2006

MADRID III: DE JARDINES BOTÁNICOS Y ESPACIOS DE NEUROSIS

Un Jardín Botánico(así, con mayúsculas, para resaltar su realidad de sueño platónico) es la intersección especialmente amable entre la naturaleza en su salvaje(sic) diversidad y la categorización conceptual triunfante en la época. De hecho uno puede visitar las instalaciones del Jardín y su espíritu (o su mente) no revienta, ni estalla, ni se resquebrajan las vestiduras simbólicas o reales, cosa que sin duda se produciría si habitamos sin mayor protección o profilaxis la naturaleza(natura naturata) tal cual Dios (natura naturans) la trajo al mundo. En eso la creación se parece a la criatura: su visión debe molar mucho pero, sin duda, ciega y atonta.

El Botánico estalla en medio de la urbe mostrando tres éxitos evolutivos.

Para empezar es cifra de la gloria de los Borbones en la España del XVIII y de su triunfo en la Guerra de Sucesión. Éxito relevante y, hasta la fecha, sostenido.

Por otro lado, el Botánico es escaparate del triunfo reproductivo de las plantas que allí se conservan (¡ imaginad cuantas especies vegetales han sucumbido en el camino de la vida para dejar sitio a las que se muestran hoy aquí como si tal cosa, como si sólo fuesen plantas para deleite de los niños y los ancianos !).

En tercer lugar, el Jardín se nos desvela como el éxtasis de un sistema conceptual clasificatorio ( hoy el paradigma evolutivo-darwiniano) y las antiguas clasificaciones derrotadas quedan sólo enterradas en el mineral oscuro de las estatuas. ¿Qué fue de Aristóteles, de Linneo y de tantos clasificadores? ¿Qué fue de las modernísimas taxonomías aceptadas por José Quer, Casimiro Gómez Ortega, Cavanilles, los padres del Botánico madrileño? Las teorías y sus conceptos también sufren su propia lucha por la supervivencia semiótica. El contraste entre el brutal triunfo de la foresta y el siempre precario éxito de nuestros conceptos es la primera prueba de fuego de la visita al Botánico. Mirando de frente a la madreselva y el musgo el visitante clama, comprobando la fragilidad de toda teoría: “Vanidad de vanidades, todo vanidad”.


Más tarde, en nuestro paseo, hace su entrada la extrañeza que se despierta cuando nos encontramos con una realidad ordenada de un modo tan taxativo. Si en nuestra casa ordenáramos los diversos utensilios, muebles y armatostes según una clasificación reconocible seríamos calificados con mucha razón como neuróticos. Imaginemos una casa en la que la habitación de la derecha recoge los objetos cuyo nombre empieza por A o B – armario, asador, armónica, atlas, bidet, boina .... – y se realizan las acciones que se nombran con idénticos términos – amar, amodorrase, beber, batir, bordar . O que ordenáramos las casas según la cronología biográfica de sus habitantes – la habitación de la infancia, del momento adolescente, de la vejez. Toda clasificación, por racional que nos parezca, siempre corre el serio riesgo de convertirse en aquella enciclopedia que nos proponía Borges en “ El idioma analítico de John Wilkins”.

(....) Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el
doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio
celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que
los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados,
(c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos,
(h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j)
innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1)
etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas
"
Sin duda el Jardín Botánico es un gran espacio neurótico-obsesivo en el que un diseñador, cegado por la verdad de su teoría sobre lo real, crea un espacio de orden alejado de cualquier parecido con la realidad (si uno se aleja un poco en el tiempo o entorna los ojillos). Todos los museos son espacios neuróticos aunque sin duda un Jardín Botánico lo es de una forma más extrema que una pinacoteca precisamente porque la dualidad que se produce entre la naturaleza y el artificio es más llamativa y siempre nos invita al caos y al cinismo. Sólo el zoológico iguala al jardín. Y malo del que considere que la visita al zoo equivale a un paseo por la jungla.

Aun así, la escuela necesita de estos viajes a los espacios neuróticos del orden compulsivo. Más aún: la escuela entera es una gran institución neurótica en la que el saber se fragmenta en virtud de clasificaciones más o menos sabias y el proceso de enseñanza-aprendizaje se disgrega en objetivos-procedimientos- evaluaciones-calificaciones-temas – unidades – cursos – niveles – procedimientos-transversalidades etc. Pero siempre hay que saber diferenciar entre la ficción y la realidad, y saber que toda exposición ordenada tiene un punto de falsedad, de engaño. Por eso la tarea del saber está siempre abierta y la escuela debe ser superada.

Lo que no nos atonta definitivamente nos hace más sabios. Fue quizás Oscar Wilde el que dijo: Tuve una educación exquisita hasta que a los cuatro años fui a la escuela... No exageremos: la escuela es la Sublime Puerta hacia el conocimiento y sus promesas (que no son pocas); pero no olvidemos: el camino hacia la verdad es en ocasiones una gran mentira.

Sirva todo esto de reflexión excéntrica sobre una excursión académica que, lo juro, me pareció hermosamente interesante. La repetiremos pero, por favor, no nos creamos que estuvimos en la Amazonia.

lunes, 13 de noviembre de 2006

Viaje a Madrid (II): El espacio y el deseo. Reconocer el rostro

El espacio en la gran ciudad declina plural y polimorfo: redes de tránsito en mutación perpetua en las cuales se entrecruzan y chocan las trayectorias de las cosas y las personas ( y esto en las cuatro dimensiones). Por eso hay mucho de geometría pero no menos de memoria y fantasía. Estas intersecciones son muchas veces fugaces y sirven para despertar viejas emociones, traer a la vida deseos olvidados e imposibles, iniciar programas adormilados o arrasar la vida. En el metro, en el vagar del paseante solitario( el flâneur) , o, en nuestro caso, en el caminar cansado en grupo cuando uno se absorbe en las miradas de desconocidos- viejos- deseos- ya- conocidos del pasado, presente o futuro. Si la poesía es choque del lenguaje contra sí mismo, como acelerador de partículas – me comentaba en cierta ocasión mi amigo Felipe Núñez -, la ciudad, por lo mismo, es toda ella poema. Y en nuestro viaje a Madrid del pasado viernes nacieron poemas conocidos e inesperados. Que cada cual encuentre la clave de su reino.

Cuando se transita el gran espacio urbano no nos apoderamos de él como lo hacemos al tomar nuestro hogar o nuestro cuerpo. En el recorrido la identidad propia –lo mismo en terminología de Emmanuel Levinas – se encuentra con lo distinto, lo otro . Eso otro es lo cultural, social , generacional o sexualmente diferente. Lo otro es inesperado e imposible – como que el rey ame a la corista o el guardia de fronteras al espalda mojada – pero se hace real, momentáneamente real cuando los ojos se encuentran en presencia del rostro. Es experiencia fugaz, estética – el viajero que encontramos en un trayecto de metro, la muchacha que camina al otro lado del cristal cuando tomamos café o el gesto del amor antiguo resucitado en el que camina a nuestro lado.

Los que el otro día paseamos por Madrid –salvo que el miedo nos atenazara – pudimos encontrar estas sendas que, seguramente, no llevarán a nada pero que derrumban nuestras rutinas, nuestras seguridades. Eso sólo justificaba el viaje.

Para acabar, recordemos el célebre poema de Baudelaire que tan brillantemente recoge esta experiencia:

A LA QUE PASA

La calle estridente en torno de mí aullaba.
Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa,
pasó aquella mujer. Con su mano fastuosa
Casi apartó las puntas del velo que llevaba.

Ágil y ennoblecida por sus piernas de estatua,
Yo bebía crispado, en un gesto extravagante,
En sus ojos el cielo y el huracán latente;
El dulzor que fascina y el placer que destroza.

Un relámpago.... ¡Después la noche! ---- fugitiva belleza,
cuya mirada me ha hecho súbitamente renacer.
¿No te veré más que en la eternidad?

¡En otra parte, lejos de aquí! ¡ cuando ya sea tarde! ¡Jamás quizás!
Porque ignoro donde huiste y tú no sabes dónde voy,
Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías.

( en francés)

martes, 7 de noviembre de 2006

El espacio


Todo ser ocupa un espacio. Dejando de lado, claro está, a los posibles fantasmas y a otros espíritus que, de algún modo, también quieren hacerse visibles en el espacio a través de objetos intermedios: la acostumbrada sábana y las ruidosas cadenas. Ideas y deseos - cifras de lo intangible - añoran el cuerpo en todos sus movimientos, se piensan y quieren en "contexto corporal".

Descartes asociaba la realidad física con la extensión, con la impenetrabilidad de un cuerpo en el espacio ocupado por otro. Para que un objeto llene el espacio de otro debe desaparecer el primero. Cojamos un grueso bloque de piedra y horademos un hueco en su interior – véase la Montaña Tindaya de Chillida -. Un espacio queda liberado por nuestra acción para ser inmediatamente ocupado por otro cuerpo: el aire, ese Séptimo de Caballería del espacio, siempre dispuesto – acompañado de la luz - a salvarnos del horror vacui. Aire y luz muestran la omnipresencia del espacio.

Los seres vivos ocupan el espacio y además lo circulan en movimiento constante. Los seres vivos taladran a otros cuerpos y empujan aire, luz y materia. Pensemos en la raíz del árbol o en los dientes del carnívoro desgarrando a su víctima. El espacio se abre a la vida. Ahora bien: con el aire, la luz y la materia los seres vivos también cercan el espacio. El animal orina la tierra e impregna el aire con su presencia: marca territorio excluyendo – a competidores y a posibles presas – o invitando – así las hembras saturan el aire con sus feromonas , las sustancias químicas de la atracción sexual, abriendo el espacio a sus posibles parejas.


Los humanos, esa especie animal tan cercana a nosotros, deja sus marcas por donde pasa y, sobre todo, por donde habita. En el hogar anuncia y recuerda el humano los signos de su presencia, de sus inquietudes y de sus deseos (recordemos aquí el cuento de los tres osos y Ricitos de Oro: la niña adivina historias contemplando la ocupación de espacio de los tres plantigrados humanizados). El humano modifica la madriguera natural – la cueva– hasta convertirla en Capilla Sixtina. También las hormigas y las termitas construyen grandes espacios para la vida en común. Sin embargo, sus modos constructivos son instintivos y dejan poco espacio para la variación.

Se ha insistido mucho en la idea de que el hombre es un ser en el tiempo: nace y muere, sus “días están(aritméticamente) contados”. No es menos cierto que también es un ser en el espacio y que sus días – contados – los pasa ocupando espacios que no siempre le son felices . Deja su huella en la cuna y en la sepultura.

y todo esto¿para qué? Supongo que para dominar la naturaleza y a los otros hombres, para atraerse a ambos. Las líneas y los huecos nos convierten en agentes.

La visita al Parque del Retiro ( MIRA y OBSERVA) que realizaremos en próxima jornada puede ilustrar estas ideas sobre la ocupación del espacio de las que seguiremos hablando en otros días.