jueves, 16 de noviembre de 2006

MADRID III: DE JARDINES BOTÁNICOS Y ESPACIOS DE NEUROSIS

Un Jardín Botánico(así, con mayúsculas, para resaltar su realidad de sueño platónico) es la intersección especialmente amable entre la naturaleza en su salvaje(sic) diversidad y la categorización conceptual triunfante en la época. De hecho uno puede visitar las instalaciones del Jardín y su espíritu (o su mente) no revienta, ni estalla, ni se resquebrajan las vestiduras simbólicas o reales, cosa que sin duda se produciría si habitamos sin mayor protección o profilaxis la naturaleza(natura naturata) tal cual Dios (natura naturans) la trajo al mundo. En eso la creación se parece a la criatura: su visión debe molar mucho pero, sin duda, ciega y atonta.

El Botánico estalla en medio de la urbe mostrando tres éxitos evolutivos.

Para empezar es cifra de la gloria de los Borbones en la España del XVIII y de su triunfo en la Guerra de Sucesión. Éxito relevante y, hasta la fecha, sostenido.

Por otro lado, el Botánico es escaparate del triunfo reproductivo de las plantas que allí se conservan (¡ imaginad cuantas especies vegetales han sucumbido en el camino de la vida para dejar sitio a las que se muestran hoy aquí como si tal cosa, como si sólo fuesen plantas para deleite de los niños y los ancianos !).

En tercer lugar, el Jardín se nos desvela como el éxtasis de un sistema conceptual clasificatorio ( hoy el paradigma evolutivo-darwiniano) y las antiguas clasificaciones derrotadas quedan sólo enterradas en el mineral oscuro de las estatuas. ¿Qué fue de Aristóteles, de Linneo y de tantos clasificadores? ¿Qué fue de las modernísimas taxonomías aceptadas por José Quer, Casimiro Gómez Ortega, Cavanilles, los padres del Botánico madrileño? Las teorías y sus conceptos también sufren su propia lucha por la supervivencia semiótica. El contraste entre el brutal triunfo de la foresta y el siempre precario éxito de nuestros conceptos es la primera prueba de fuego de la visita al Botánico. Mirando de frente a la madreselva y el musgo el visitante clama, comprobando la fragilidad de toda teoría: “Vanidad de vanidades, todo vanidad”.


Más tarde, en nuestro paseo, hace su entrada la extrañeza que se despierta cuando nos encontramos con una realidad ordenada de un modo tan taxativo. Si en nuestra casa ordenáramos los diversos utensilios, muebles y armatostes según una clasificación reconocible seríamos calificados con mucha razón como neuróticos. Imaginemos una casa en la que la habitación de la derecha recoge los objetos cuyo nombre empieza por A o B – armario, asador, armónica, atlas, bidet, boina .... – y se realizan las acciones que se nombran con idénticos términos – amar, amodorrase, beber, batir, bordar . O que ordenáramos las casas según la cronología biográfica de sus habitantes – la habitación de la infancia, del momento adolescente, de la vejez. Toda clasificación, por racional que nos parezca, siempre corre el serio riesgo de convertirse en aquella enciclopedia que nos proponía Borges en “ El idioma analítico de John Wilkins”.

(....) Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el
doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio
celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que
los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados,
(c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos,
(h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j)
innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1)
etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas
"
Sin duda el Jardín Botánico es un gran espacio neurótico-obsesivo en el que un diseñador, cegado por la verdad de su teoría sobre lo real, crea un espacio de orden alejado de cualquier parecido con la realidad (si uno se aleja un poco en el tiempo o entorna los ojillos). Todos los museos son espacios neuróticos aunque sin duda un Jardín Botánico lo es de una forma más extrema que una pinacoteca precisamente porque la dualidad que se produce entre la naturaleza y el artificio es más llamativa y siempre nos invita al caos y al cinismo. Sólo el zoológico iguala al jardín. Y malo del que considere que la visita al zoo equivale a un paseo por la jungla.

Aun así, la escuela necesita de estos viajes a los espacios neuróticos del orden compulsivo. Más aún: la escuela entera es una gran institución neurótica en la que el saber se fragmenta en virtud de clasificaciones más o menos sabias y el proceso de enseñanza-aprendizaje se disgrega en objetivos-procedimientos- evaluaciones-calificaciones-temas – unidades – cursos – niveles – procedimientos-transversalidades etc. Pero siempre hay que saber diferenciar entre la ficción y la realidad, y saber que toda exposición ordenada tiene un punto de falsedad, de engaño. Por eso la tarea del saber está siempre abierta y la escuela debe ser superada.

Lo que no nos atonta definitivamente nos hace más sabios. Fue quizás Oscar Wilde el que dijo: Tuve una educación exquisita hasta que a los cuatro años fui a la escuela... No exageremos: la escuela es la Sublime Puerta hacia el conocimiento y sus promesas (que no son pocas); pero no olvidemos: el camino hacia la verdad es en ocasiones una gran mentira.

Sirva todo esto de reflexión excéntrica sobre una excursión académica que, lo juro, me pareció hermosamente interesante. La repetiremos pero, por favor, no nos creamos que estuvimos en la Amazonia.

No hay comentarios: