martes, 7 de noviembre de 2006

El espacio


Todo ser ocupa un espacio. Dejando de lado, claro está, a los posibles fantasmas y a otros espíritus que, de algún modo, también quieren hacerse visibles en el espacio a través de objetos intermedios: la acostumbrada sábana y las ruidosas cadenas. Ideas y deseos - cifras de lo intangible - añoran el cuerpo en todos sus movimientos, se piensan y quieren en "contexto corporal".

Descartes asociaba la realidad física con la extensión, con la impenetrabilidad de un cuerpo en el espacio ocupado por otro. Para que un objeto llene el espacio de otro debe desaparecer el primero. Cojamos un grueso bloque de piedra y horademos un hueco en su interior – véase la Montaña Tindaya de Chillida -. Un espacio queda liberado por nuestra acción para ser inmediatamente ocupado por otro cuerpo: el aire, ese Séptimo de Caballería del espacio, siempre dispuesto – acompañado de la luz - a salvarnos del horror vacui. Aire y luz muestran la omnipresencia del espacio.

Los seres vivos ocupan el espacio y además lo circulan en movimiento constante. Los seres vivos taladran a otros cuerpos y empujan aire, luz y materia. Pensemos en la raíz del árbol o en los dientes del carnívoro desgarrando a su víctima. El espacio se abre a la vida. Ahora bien: con el aire, la luz y la materia los seres vivos también cercan el espacio. El animal orina la tierra e impregna el aire con su presencia: marca territorio excluyendo – a competidores y a posibles presas – o invitando – así las hembras saturan el aire con sus feromonas , las sustancias químicas de la atracción sexual, abriendo el espacio a sus posibles parejas.


Los humanos, esa especie animal tan cercana a nosotros, deja sus marcas por donde pasa y, sobre todo, por donde habita. En el hogar anuncia y recuerda el humano los signos de su presencia, de sus inquietudes y de sus deseos (recordemos aquí el cuento de los tres osos y Ricitos de Oro: la niña adivina historias contemplando la ocupación de espacio de los tres plantigrados humanizados). El humano modifica la madriguera natural – la cueva– hasta convertirla en Capilla Sixtina. También las hormigas y las termitas construyen grandes espacios para la vida en común. Sin embargo, sus modos constructivos son instintivos y dejan poco espacio para la variación.

Se ha insistido mucho en la idea de que el hombre es un ser en el tiempo: nace y muere, sus “días están(aritméticamente) contados”. No es menos cierto que también es un ser en el espacio y que sus días – contados – los pasa ocupando espacios que no siempre le son felices . Deja su huella en la cuna y en la sepultura.

y todo esto¿para qué? Supongo que para dominar la naturaleza y a los otros hombres, para atraerse a ambos. Las líneas y los huecos nos convierten en agentes.

La visita al Parque del Retiro ( MIRA y OBSERVA) que realizaremos en próxima jornada puede ilustrar estas ideas sobre la ocupación del espacio de las que seguiremos hablando en otros días.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy esperando ya, la proxima visitilla por Madrid aver si pronto nos vemos las caras. jejejejeje.