domingo, 30 de agosto de 2009

MAPA DE SONIDOS DE TOKIO Y OTRAS ALTERNATIVAS


Era sábado y final tibio de agosto. ¿Las cinco de la tarde? En efecto, has acertado. El caso es que yo – bajón en el alma y ganas de quitármelo - acababa de adquirir una entrada para ver en el cine la película Mapa de los sonidos de Tokio. Me gustan los mapas, los sonidos y las imágenes de Tokio. ¡Isabel Coixet me parece simpatiquísima! ¡Generacionalmente camaradas!. Creo que nacimos en el mismo año y podríamos coincidir en muchísimas causas estético-ético-políticas. A los dos nos mola la tristeza y la ternura que emana de ella. Para más añadir - y siempre sobran los anexos y las posdatas y las notas a pie de página, todas ellas pedantes y ofensivas ( salvo que uno sea deconstruccionista profesional) - digamos que su hija se llama Zoe y que ese era el nombre con el que fantaseábamos para una hija no nacida antes de plantearnos en serio la reproducción y comprender, si tal cosa es posible, lo que significa ser padre(TM), el sentido real de la fiebre y de los ahogos infantiles, el ritmo cruel de los crecimientos y otros sonidos que difícilmente pueden registrarse en archivo de voz o texto. Si alguien me viera por dentro (dios o alguien así) podría testificar que yo estaba con el alma en los pies, sí, pero que esa localización anatómica de mis deseos y anhelos la traía ya de la Casa del Padre y de mis propias inutilidades emocionales, esas taras que no por heredadas dejan de ser responsabilidad de uno y a nadie más conciernen. Quede Isabel exonerada a las cinco en punto de la tarde.

La película comenzaba a las 17:30. Como estar a la puerta de un cine semivacío o comprar palomitas tengo por cierto que no ayudan a mi salud emocional ni reducen la tristeza del mundo, me fui a dar una vuelta. Me gusta andar. También me gusta el cine, los mapas, Tokio y, últimamente, fumar cigarrillos. Vale: fumar cigarrillos me gusta sólo un poco y, además, con mala conciencia. Podría hacer un listado de las cosas que me gustan con mala conciencia y estaríamos un buen rato pero creo que nos saldríamos del tema y de la historia. Sólo serviría para sonrojarnos. Debo decir, para que el lector tenga más referencias, que también hay cosas que no me gustan. Por ejemplo, no me gusta fumar en la calle si estoy solo. Por eso, después de caminar unos diez o quince minutos entré en una cafetería en la que nunca había estado y pedí un café con hielo.

La camarera no me sonrió. Me preguntó seria y servicial si quería limón y yo, en una típica espiral de paranoia por sordera, imaginé que ella no me había oído (soy consciente de que a veces sólo me escuchan mis labios). Repetí la instrucción más alto y vocalizando. En menos de un minuto, tenía mi café y mi vaso con hielo. Eficacia. A mi derecha, de pie como yo, había un hombre más o menos de mi edad pero con el pelo peinado al modo tupé en crecimiento – a lo Elvis pero arrastrado hacia el cogote – y con unas horribles gafas de sol que le tapaban la cara. Tenía mechas de color en el pelo. Me miraba y leía el Interviú. Por un momento creí que era una macarra chulo- putas o que quería ligar conmigo. O ambas cosas. Reconozco que soy puro prejuicio.

Ensimismado en mis propias miserias no fui consciente de la entrada de nuevos clientes. No había pegado ni tres caladas a mi pitillo cuando, a mi izquierda, oí una voz que me pedía fuego. Al levantar la vista vi a un chino con un cigarrillo en la mano. El chino tenía también un cierto aire canallesco y, como uno tiende a suponer que los japoneses aniquilaron esa estirpe con el crecimiento económico que siguió a la guerra, por eso digo que era chino. Es decir, que no soy experto en fisonomía y me dejo llevar por las primeras ideas que me vienen a la mente. Después – o a la vez – de que le dejaba mi mechero, el joven solicitó a la camarera una “copa magno”. Ella le sirvió el coñac y él sorbió veloz casi la mitad de la copa, comenzando en una acelerada carrera a echar monedas en la tragaperras. Los sonidos de las tragaperras llenaron el bar y se enlazaron amorosamente con el lienzo "Mechas del macarra con tupé a la hora de las primeras copas".

Lo maravilloso tuvo lugar en ese momento. El chico chino del coñac había dejado su casco- motorista sobre la barra. Misteriosamente comenzó a brillar con la luz de la tarde y, al girar mi cabeza hacia las copas y las botellas de los estantes, comprobé que también habían iniciado el parto de los reflejos, signo inequívoco de que yo estaba entrando en el estadio estético y que el bajón se iba a tomar viento. En un plis-plas. La camarera me sonrío muy ampliamente – como si compartiéramos un secreto o yo hubiese sido muy amable con ella en otra vida. La copa de Magno, el chino que me pide fuego y el sonido de la tragaperras me parecieron un escena antropológica encantadora, subrayada por la bonita cara de mi camarera. En realidad no entiendo la racionalidad del proceso de liberación pero debo analizarlo para intentar repetirlo conscientemente. (Tarea: créese el algoritmo que nos hace salir de la tristeza).

Vi la película. El bajón reapareció a los quince minutos (durante la proyección) y no porque la película fuera triste. En general la tristeza me pone (bien). No; sencillamente las imágenes y la bella actriz no me elevaron el ánimo. ¿Es esto signo cifrado de la decadencia nipona y de la conversión de China en el gigante geopolítico mundial? No lo creo. En todo caso dice poco de mí que tenga más capacidad para emocionarme un repartidor de rollitos chino y macarra que una bella limpiadora de pescado asesina a sueldo.

Por la noche, en una verbena de pueblo y con el viento norte golpeándome la cara, interpreté comunitariamente la conocida canción mejicana Sigo siendo el rey. Cualquiera que me conozca sabe que las verbenas populares no son mi hábitat y que jamás bailo ni canto públicamente. No creo, salvo en sueños, en la comunidad. Sin embargo grité las célebres estrofas y a punto estuve de implicarme en el corro que se formó. Una solución desesperada, como un chute de adrenalina en el corazón del infartado. Creo que este método no precisa de mi algoritmo. Es el salto adelante. Solución desesperada y muy eficaz. Como la de los protagonistas de la película fornicando en un vagón de metro parisino en pleno centro de Tokio. A veces para ubicar sonidos y dibujar mapas son necesarias medidas extremas.

Al final de la jornada, tumbado en la cama, me sentí bien por haber salido del agujero. Querida Isabel: me ayudó más en la terapia un chino macarrilla que se toma una copa de Magnum que los sonidos de Tokio. No me ayudaste pero, no sé por qué, te sigo queriendo. Y prometo volver a ver la película así que pase un tiempo. Cuando ya esté tranquilo y aún no muerto
.

Video: Derribos Arias: Tupés en crecimiento

viernes, 28 de agosto de 2009

CALMA TOTAL VII – EPÍLOGO Y FINAL


Acaba, a efectos de balance, el verano. Se mantendrá el calor y las gentes que me rodean celebrarán las fiestas septembrinas a mayor gloria del dios del vino y la danza. Entre todos crearemos la fantasía de que es posible abrir un nuevo sistema con ecuaciones diferentes y reglas semióticas novísimas.
En el funeral de él no habrá una cámara que grabe las oraciones y los ritos para que Juliette Binoche lo observe todo en un televisor súper pequeño que casi cabe en su mano. Él no se lo merece. Hay que ganarse el privilegio. En la economía cósmica no existen derechos.

Yo podría ser él en virtud de alguna ley de sustitución de variables. Aún puedo serlo. Sé que nadie grabaría tampoco mi ceremonia postrera para que la Binoche la viera, llorando, bajo las sábanas. Tampoco me lo merezco. Mi entierro, como el de él, sería absolutamente prescindible en la historia de los entierros (si es que hay eruditos y registradores de estos eventos). Pero yo sé que, de un modo inconsciente y silencioso, algunos me preguntarían cómo te encuentras aunque fuera un cadáver. O quizás sólo dos o cinco o tres o uno. Y la tierra al caer también entonaría en todos los barros y en todas las piedras la misma pregunta básica. Porque el universo se preocupa de sí como demuestran los lobos y las serpientes aullando a la luna y acariciando los caminos.

Él buscaba mujeres de mirada fría y el reflejo del universo en el hielo: el momento en el que la cósmica pregunta (cómo te encuentras) reverbera en la supuesta indiferencia del apático (Kidman o la adolescente niña punk) o del desesperado (Binoche) y les incita a preocuparse por otros saliendo de sí. Nunca lo consiguió. Tal vez sólo puede mostrarse la fuerza del cuidado mientras se atiende a la Binoche en el hospital o se recupera de una frustración amorosa en el viejo caserón. Mostrarse no decirse ni, ay, explicarse pero tampoco mirarse con distancia de cosmógrafo.

Friedrich von Hardenberg, Novalis, escribió hace más de doscientos años:

No son tesoros lo que ha despertado en mi este extraño deseo. Bien lejos estoy de toda codicia. Lo que anhelo es ver la Flor Azul (….) “El muchacho no veía otra cosa que la Flor Azul, y la estuvo contemplando largo rato con indefinible ternura. Por fin, cuando quiso acercarse a ella, ésta empezó de pronto a moverse y a transmudarse: las hojas brillaban más y más, y se doblaban pegándose al tallo, que iba creciendo; la flor se inclinó hacia él y sobre la abertura de la corola, que formaba como un collar azul, apareció como suspendido en el aire un delicado rostro. El dulce pasmo del muchacho iba creciendo ante aquella transformación; en aquel momento la voz de su madre le despertó.” (Novalis: Enrique Ofteringen).

Dejo a la inteligencia y sensibilidad del lector la cuestión de si el espíritu ha progresado mucho en los últimos doscientos años. En todo caso, ¿cabe incluir en el taxón de los hombres ridículos a nuestro él y su búsqueda de la mujer de mirada fría y al joven Novalis visitando exaltado la tumba de la niña difunta, su amada Sophie? Perdemos exaltación, ganamos ridículos. Quizás eso resuma la historia.

Pero una vez que él ha muerto dejémonos de tangadas. Escuchemos un poco de música y fumémonos el azul del cielo que retorna detrás de gris tormenta. Esta canción (White Bird, de It´a beautiful day, con Mr LaFlamme al frente) siempre me ha recordado el final del verano con sus nostalgias tontas que pueden durar, si uno se empeña, lo menos hasta marzo.

Espero que agosto – mes cruel para él y para mi – se borre con el sortilegio de la canción bombeando la nostalgia de otros veranos. Que el pájaro blanco sea liberado depende de nosotros, depende de algo tan simple como la Escritura:

White bird must fly
Or she will die

Y el pájaro blanco fue liberado por la Flor Azul en el comienzo del mes de septiembre. Ella dejó que volara muy lejos y que se pusiera a salvo de los brujos y los cazadores. El pájaro blanco paró con su pecho el rayo y el hombre de la piscina comprendió finalmente que sólo se ven reflejos dejando que el sudor cálido recorra la espalda en el encuentro y haciendo aparecer en las mejillas los sonrojos.


It´s a beautiful day: White bird




O si tanto buen rollo jipi no les incita y les ponen más los conejos blancos que los pájaros, Grace Slick (Jefferson Airplane) con su White Rabbit nos recomienda aceptar todas las pastillas de los extraños y sospechar de las que nos da mamá. Go ask Alice!

One pill makes you larger, and one pill makes you small
and the ones that mother gives you, don't do anything at all


jueves, 27 de agosto de 2009

CALMA TOTAL VI


Él está en la piscina tumbado boca abajo sobre la colchoneta amarilla que sus hijos dejaron en la última visita. La colchoneta, diseñada para niños pequeños, no se adapta a su cuerpo ni a su peso pero al menos lo mantiene en precario equilibrio sobre el agua. Ya vimos al inicio: se arroja al río de la vida sin temor y vive peligrosamente en la piscina. Digamos para no asustar al lector que nuestro amigo no corre riesgo de ahogamiento porque, además de unas bonitas gafas de buceo, tiene un tubito que lleva el aire hasta su boca (sólo le exigiremos un movimiento de inspiración oral). La escena no puede describirse como “hombre haciendo el muerto en la piscina”. No señor. Para ello precisaría estar desnudo sin mediación, expuesto. No es el caso: lleva sus nuevos slips color naranja. En silencio siente que está cambiando su vida y se imagina lo guapo que debe estar mostrando su culo al espectador.

La madre se tumba en la hamaca y mira al hijo. No piensa, no observa detenidamente. Mira y se tumba y enciende el radio-cassette y se deja llevar por un Grandes Éxitos de Nana Mouskouri. Nana canta en español piezas inmortales de todos los tiempos y, además, lo hace en muchos idiomas. Es su sello paneuropeo. Quizás vocaliza mal pero, supongo, ese es el atractivo de las versiones en las que una cantante usa un idioma que no entiende del todo. Interpreta la paloma y qué será, será. También alguna adaptación de Demis Roussos. No lo canta todo a la vez pero podría. Nana, como es griega, lleva a todo el coro de la conciencia histórica europea en la garganta y puede censurar a los héroes y a los hombres ridículos con potencia babélica, combustión pentecostélica y erudición aristotélica. La madre invoca a Nana en el radio-cassette para dejar claro a su hijo que los días en la piscina son días contados.

Todo esto lo piensa él, sin sacar la cabeza del agua, mientras mira el fondo donde el azul se diluye porque ahora, fuera, en el mundo exterior, el cielo se torna gris. Y todo el mundo sabe que el color del fondo es deriva del “arriba” como los movimientos de los hombres son reflejos de las pasiones de los inmortales. El cielo es una gris perla y una nube gigante, invisible y muy oscura emborrona la esfera sin dejarse ver, tiñendo todo pero sin configurar nada. Color sucio del cristal roto por el influjo de las tormentas del inframundo. Gris tapón del azul que hace que el agua se vea incolora. Gris fuga de luz como los ojos fríos de Nicoleta Kidman y Juliette Binoche y la más hermosa de las niñas punk de la ciudad cuando le miran.

(CORO MOUSKOURIKO)

Su estómago, después de la caída, se ha convertido en el sismógrafo de todas sus emociones y de todas las fuerzas que recorren el cosmos.

Él nota el reflujo y siente necesidad de escupir. No lo hace. Se traga la bilis amarilla y le gusta su amargor. Bebería sangre, su sangre, si fuera eso lo que manara del interior de su cuerpo.

Es una señal pero él cierra los ojos para evitar tener que interpretar nada.
Cree que esa aguda punzada en la boca del estómago nace del desprecio de las tres mujeres. No quiere otras lecturas, no escucha la advertencia del cielo.

Y el cielo no advierte dos veces, oh mortales.

Deja la colchoneta e intenta nadar un poco. Siente debilidad en los brazos y el agua que le entra por la nariz le produce dolor de cabeza. Pero básicamente está recuperado. Mañana saldrá de casa. Visitará las calles de siempre buscando a las mujeres de siempre. Se fijará en aquella que calla, la que mira el espectáculo del mundo con la más absoluta indiferencia. La que odia todo lo que se mueve. Quizás, como ya no está para muchos trotes, se dirija directamente a las opiómanas, aquellas que han entregado su alma al humo del dragón rojo. ¿Algo más frío que la mirada del fumador de opio? - nos pregunta mientras nada. Sigue buscando el tránsito que resquebraja el hielo y, por eso, se fijará en sus rostros mientras hacen el amor o cuando el efecto de la droga llega directamente al centro de su cerebro. En ese instante intentará ver eso que se le escapa. El secreto de un universo que pregunta por todos los rincones cómo te encuentras para consuelo de los enfermos y los huérfanos, de los niños perdidos en las cloacas y de los lobos cazados por caperucitas armadas.

Sonríe; se deja arrastrar a ninguna parte por la calma total de esa piscina sin olas y no es consciente del rayo que sale de la nube oculta gritando cómo te encuentras a su corazón antes de fulminarlo con una descarga de más de cien millones de voltios. No ha sido capaz de ver la piedad infinita de aquello que le mata.



Imagen: Caspar David Friedrich Der Mönch am Meer
Video: Nana Mouskouri Qué séra, séra (No es griego, claro, es alemán. Dicen que los alemanes inventaron “lo griego” y Nana abofetea la arrogancia germana con esta versión de la canción.

Video: Doris Day Qué será, será. Escucho a Nana y me acuerdo, inevitable, de Doris Day. Doris no tiene la mirada fría y me gustó verla abrazando a Rock Hudson en la célebre foto en la que se le ve enfermo. No me gusta Doris Day pero me gustó su abrazo.



miércoles, 26 de agosto de 2009

CALMA TOTAL V


¿Cómo te encuentras? – dice la voz que sale del rostro como el primer día que se vieron y ella le susurró al oído cómo te encuentras. Dios preguntó a Eva lo mismo después del acto creador (secundario, dicen, pero es soberbia pretender conocer la intencionalidad del Señor) y nació por empuje divino la sarta de signos bien formada que encontraría su sentido impreso en los abismos del mineral, el calor de las serpientes que se arrastran por el suelo y de los lobos que subieron veloces a la cima de la colina para gritar cómo te encuentras al universo, al orden y al caos que origina. Y a la luna, cifra y símbolo de todo ello.

Eva trasladó a Adán el interrogante iniciando una cadena de sorpresas y cuidados que en nada eran ajenos al cosmos sino su continuación. Eva creó un hueco en la matriz de su boca y el flatus vocis reverberó haciendo que el tiempo escaso marcado para los hombres fuese imaginado eterno por la gracia y santidad del calor, la humedad y el volumen de esas pocas palabras.

Pero él, nuestro mísero protagonista, está incapacitado para comprender esto.

**

- ¿Cómo te encuentras? – repite su voz, la voz de ella, esa que le ha dejado y se ha quedado con casa y coche, niños y proyectos.

Está despierto y ve su cara sin sentir que su alma se estremece. Bien; signo de recuperación. Allí dónde está el peligro está lo que nos salva. No ha sido inútil la caída. Todo esto lo piensa, lo retuerce en la cabeza y sólo tenemos noticias de esta información interpretando la sonrisa que aparece sinuosa en el careto.

- Mi estómago – dice él – se ha reducido al tamaño de un guisante o de una perla, todo se andará. Por lo demás, creo que sigo siendo el mismo idiota al que echaste de casa hace unas semanas.

- Sí, se ve que la insolación no ha bloqueado tu agudo sentido del humor. Pero ya sabes que siempre me gustó más tu cuerpo que tu gracia.

- ¿Por qué has venido? ¿Te llamó la vieja, no?

- Me llamaron en sueños tus fantasmas. Me dijeron que necesitan el exilio o la muerte. Están hasta los huevos de esa conversación que te traes con ellos y que nunca acaba en nada. Agotas a tus demonios. Pero ya te dije que tus demonios son cosa tuya. Yo sólo vengo a preguntar qué tal estás.

Ella, hace menos de cinco años, era la punkita más hermosa de la ciudad. Y él ya era un hombre mayor que buscaba el gélido aliento de las mujeres más frías. Él siempre ha buscado mujeres hieráticas, ajenas al calor de la piedad. El objeto de su deseo no es otro que el de estar presente cuando el hielo cruje y nace de la aparente indiferencia las primeras gotas de calor, de ternura, de amor. Nunca lo ha conseguido del todo. Quiero decir: la mutación se ha producido en ellas pero él ha sido insensible al proceso. Es difícil estar presente. Por eso reitera la jugada.

La noche en que se conocieron ella le miraba con desprecio cuando se acercaba sonriente anunciando su intención seductora. Desde el fondo oscuro de su oscura vestimenta la niña punk odiaba todo lo que se moviera con apariencia de estar vivo, hombre, ratón o araña. Odiaba sin violencia, con ese hartazgo que sólo encontramos en los adolescentes. Así que él tuvo que desmayarse en un callejón de madrugada para que ella viese algo digno en su rostro pálido y lo intuyera medio muerto o al menos mortal. Y allí, en medio de la luz sucia, el hombre mayor fue interrogado por la niña punk – cómo te encuentras – iniciándose un rápido romance de calle desierta que nos conduce, en el devenir de esta narración, hasta un catre en el que un óvulo fue fecundado proyectando una estela de colores en forma de leche materna, llantos en la noche y cientos de babas y mocos que recorrían el apartamento como el río Ganges crea, desde las faldas del Himalaya, el universo, el bosque y los claros del sacrificio. La niña punk se convirtió en madre y sus hijos se anexaron a lo más oscuro de su traje como topos de colores rosados. Ella era una y tres, como Dios. Y era amor para sus hijos. ¿Qué había pasado con la frialdad de la Reina de la Noche? ¡Misterio! Le resultaba ininteligible la mutación de la más hermosa de las niñas punk y extraño que su sombra de ojos comenzara a producir ese ligamento pegajoso que llena los hogares. Él no comprende la entrega ni el sentido del cuidado ni de la piedad. Por eso no pudo encuadrarse en este panteón familiar o no supo abrirse paso en la jungla de los afectos.

Ella, desde luego, no tenía demasiadas ganas de proponer un seminario para tarados emocionales. Lo dejó bien claro cuando, con el niño en brazos, le dirigió una mirada de reproche o incomprensión o indiferencia (indiferencia ahora circunvalada por la profunda pasión hacia el hijo). ¿Justifica eso que él se alejara del Paraíso? No, pero el exilio se convirtió en hecho y en estado vital. Él seguía sin encontrar la palabra y mudo para el hogar retornó a los viejos lugares donde las niñitas punk más hermosas de la noche le ofrecían desprecio, la infinita insensibilidad que él había buscado siempre. El frío, la calma total que precede a una tormenta que nunca llega.

- Ya ves – dijo él – vuelvo al hogar materno y el río de la vida me regurgita en el primer recodo del cauce.

Ella mira a la madre. Las profundas diferencias que separan a las dos mujeres encuentran un nodo de conexión y simpatía en el común desprecio amoroso hacia el pelele que ahora yace en la cama. Pero el desprecio femenino que se expande por el universo no es cosa fácil de digerir por el alma de este hombre postrado porque es un frío desdén que no está exento de piedad y él sabe (aunque no comprende) que, en todas sus frustradas experiencias, al final va a encontrar una manta que le cobije y le pregunte cómo te encuentras.

- Bueno, creo que voy marcharme. Está claro que de ésta sale.

De ésta salgo. Salgo de todas y el secreto del cosmos sigue siendo oscuro.

Imagen: Emily Strange, Rob Reger Vídeo: Las Vulpess: Me gusta ser una zorra (Hacia 1983). Nota: Nunca me interesaron la Vulpess. Ellas y yo podemos estar tranquilos en nuestra indiferencia.

martes, 25 de agosto de 2009

CALMA TOTAL IV

Él está desmayado en la tumbona y en su interior el desvarío campa a sus anchas porque voluntariamente ha exiliado a la conciencia. La madre, aunque de vez en cuando mira a su hijo, no es consciente del estado provocado en él por la mezcla del azul consigo mismo. Demis Roussos canta versiones de sus temas inolvidables en un viejo cassette. Una hermosa y soleada mañana de verano.

Él piensa en la muerte. Azul muy oscuro. Luz y acción frente a la cámara. Allí ve a Óscar Ladoire en la película Ópera Prima. Le aconsejan al protagonista que, para evitar la eyaculación precoz, en el momento del coito piense en la muerte. En la escena en la que pone en práctica el remedio se ve al pobre Óscar pálido sobre su chica y susurrando: Es horrible, es horrible. La escena de la película – no sé si en la intención de Trueba - me parece el doble irónico de aquella parte final del Corazón de las Tinieblas: es el horror, es el horror

El hombre sabio, dice el pulidor de lentes, en nada piensa menos que en la mu
erte. No sé si reírse de la muerte está prohibido pero, en todo caso, él está mejor ahora que cuando se interrogaba sobre la posibilidad de cambiar los boxer por slips o se travestía en Juliette Binoche como si fuera, ella, un armario protector. La magia de la comedia.

El búfalo vuelve a aparecer en su sueño. Lleva sobre los lomos al pájaro chino. Uno no sabría decir si se ríen.

- Vale, buen ejercicio de memoria. Pero se te pide percepción directa. Nada de mediaciones fornicantes vistas desde el exterior. Al fondo de las cosas. Aprovecha esta nueva ola de fiebre y húndete en las raíces (En efecto, además de la sobre
dosis de azules y el efecto del cloro, la inercia derivada de hacer el muerto en las aguas calmadas de la piscina ha contribuido al desmayo. El sol que calienta su cabeza en estos momentos amplia el horizonte de la inconsciencia pero amenaza enormemente la integridad física de este protagonista al que conviene seguir llamando él).


Él se ha sumergido en el poema de Demis Roussos y, tras la risa, ha invocado al que quizás sea el Ur-poema, el canto primigenio del que deriva todos los versos: el Poema de Gilgamesh. Ahora sí que es cierto que se hace profundo aunque sólo sea porque se hunde en la tierra. En la vertiginosa caída hacia los reinos de los muertos ve a Gilgamesh a su derecha. Le dice hola en su idioma. Toca fondo – aunque es un fondo limoso, de difícil definición geométrica, como un conjunto de Mandelbrot hecho de barro primigenio, en las cercanías del Edén. Él nota que muchos le están manoseando y siente que algo parecido a la grasa pero más gelatinoso comienza a cubrirle el cuerpo. Ve a varios amigos con los que no coincidía desde la adolescencia (desde que tuvieron aquel trágico accidente de coche). No les dice nada porque le da corte después de tantos años. Alguien le toma de la mano:

- Soy Ana, ¿te acuerdas?

- Claro, sí tía, no nos veíamos desde…. ¿quizás desde tu sobredosis? Sí, qué susto tía…

Y ella le acaricia con aquel cariño que nunca antes le había demostrado. Le pregunta si puede besarlo pero él rechaza la oferta con un giro de cabeza. Conoce a Ana desde que eran pequeños. Su boca olía a gusanitos pringados de margarina cuando era una niña. Luego, en la adolescencia, el olor a tabaco se quedaba a vivir entre sus encías mezclado con el sabor de los gusanitos. ¿A qué sabrán ahora sus besos? No experimentemos en este caso.

- Basta de charla – dice una voz que demuestra autoridad pues todos se retiran bajo el cieno. - Ven conmigo. Tienes un mensaje que enviar a un amigo.

Es un tipo fuerte y guapo. El lugar no ha estropeado aún su porte de favorito.

- Soy Enkidu, el amigo de Gilgamesh. Creo que llevo aquí casi desde el principio. Sólo Adán y Caín me anteceden en antigüedad. El mundo en el que habita la mayoría, este mundo más allá de la laguna Estigia, es oscuro y aburrido. Quiero que se lo digas a Gilgamesh. Dile que recorra de nuevo los prados y beba el vino en los labios de todas las mujeres. Dile que piense en la muerte que yo ya he visitado como los sabios: para comprender que ese rayo de sol que entra por la ventana debe ser paladeado y palpado, oído y vertido en el fondo de la nariz como almacén de todas las flores. Di a Gilgamesh que busque un nuevo amigo, que son muchos los que pueden caminar a nuestro lado en los atardeceres de la conquista.

Enkidu se hundió, de nuevo, en el fondo de cieno. Ana sacó la cabeza del barro; estaba triste. Como siempre.

- Despierta, despierta – le grita Joe Black disfrazado de Brad Pitt o Enkidu .

Una fuerza le lleva al ascenso rápido. Se detiene – era su misión - en el palacete de Gilgamesh. Reflexiona: sólo en el poema está vivo Gilgamesh. En realidad Gilgamesh ha muerto hace milenios pero parece que en el reino de las sombras los muertos no se reúnen. ¡ Enkidu cree que Gilgamesh sigue vivo!
Concluye que en reino de los muertos todo es parecido, que no hay más sabiduría y sólo se incrementa el mal olor. Le entristece la perspectiva de que no vuelvan a encontrarse los dos amigos y trata de cambiar metafísicamente el destino. Intenta comunicar el mensaje de Enkidu a Gilgamesh. Quiere decirle que están a unos pasos y que pueden verse. Pero no hablan el mismo idioma. De hecho los muertos ven a nuestro protagonista porque no está muerto: ¡ los muertos no se ven entre sí cuando llegan al reino de las sombras! Sólo ven a los vivos, en justa reciprocidad por el hecho de que los vivos también, a veces, vemos muertos.

- Despierta, hijo, qué te pasa.

Veo a mi madre y me giro. Vomito y tras expulsar el desayuno sigo intentando llegar hasta el fondo echando fuera de mí todo lo que he comido en la vida. Soy una pura náusea sartreana. He fracasado en mi Misión. Me acuerdo de que ella me ponía la mano en la frente cuando, en las noches de fiesta, acababa vomitando. Mi madre me mira perpleja. Su rostro no cambia de posición pero sé que alucina cuando comprueba de que me estoy orinando y que mi vientre se agita anunciando diarrea.

- Vamos, levántate y anda (hacia el baño de abajo).

Me arrastro como una víbora; a cuatro patas como un cerdo logro alcanzar la puerta y me elevo. Erecto, como un hombre humillado, miro el azul y no veo nada.

- No soy tan indigno y patético como parezco, madre – digo (o pienso)

- Por dios, hijo, ¿quieres que llamemos al médico?

Al sacerdote – ¡muerto soy, confesión!. Al notario. A mis hijos. A la hora de entregar mi alma ante el altísimo….

La sangre no llega al río ni la tristeza a Tokio. Después de asearme un poco me derramo como gelatina(azul) en mi cama(rosa).


Imágenes: Leona herida --- Palacio de Asurbanipal, Ninive ( VII a.C.). Museo Británico.
Paso de la Laguna Estigia de Joachim Patinir (1510 ). Museo del Prado
Vídeo: Opera Prima (1980) de Fernando Trueba

lunes, 24 de agosto de 2009

CALMA TOTAL 3

Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe (San Pablo, Corintios I)

Él sale de la piscina de la forma y manera que contábamos en el anterior capítulo y se deja caer en la tumbona. Boca abajo y sin secarse. Cierra los ojos. Abre los ojos. La hamaca también es azul. Se gira y con la mirada perdida en el cielo se siente repentinamente embriagado del monocromo: azul pastilla psiquiátrica en la tumbona, azul muermo en la piscina, azul burocrático en el cielo (sin nubes, sin pájaros, sin estela de aviones), azul Chagall como bajo continuo de su melancolía. La borrachera luminosa le induce al desvanecimiento, pierde la conciencia o algo así porque, en estos momentos ya no se siente él sino que se ve Juliette Binoche (en Azul). Él es la Binoche sin haber dormido bien durante toda una semana – con el maquillaje corrido y el pelo horrible - contemplando bajo las sábanas, en un pequeño televisor, el entierro de su esposo y su pequeñín. Y él –Juliette – que no llora porque nunca ha tenido lágrimas, siente una náusea color bandera europea (O manto Virgen de Fátima, según catálogos), y se toma como fracaso personal el que no se consiga la unión de las naciones de Madeira a los Urales, ni se eliminen los recelos, única forma de alcanzar la Paz Perpetua. Y él-ella escucha a Beethoven y se deja arrastrar por Schiller y recita los pasajes de San Pablo en los que dice que de nada sirve la sabiduría si nos falta el amor. La Binoche, en la película, finalmente comprende que la gran sinfonía iniciada por el difunto debe ser completada porque esa música enlazará los corazones y las repúblicas. Algo parecido siente él pero de forma confusa, como las ideas innatas antes de ser actualizadas por la experiencia o la geometría o la Luz. Siente que tiene una Misión pero no sabe cuál.

Ahora parece que ve a la Binoche crucificada pero sonriente y con un cartelón detrás de su cabeza que dice:

- Debes acabar lo empezado por Otro.

Inicialmente no comprende el sentido espiritual de la revelación entre otras cosas porque él ya no es la Binoche. Sin embargo, de repente, desvaído dentro del desvaído, la hermenéutica fluye y ve con claridad que el Otro es él , otro él del que ahora tan patético se muestra. El él asesinado injustamente por ella --- ella: la que le dijo tienes que dejar la casa, y es experta en conservas caseras, la comandante guerrillera con todo su poder resolutivo que le fusiló al tercer día de convivencia aniquilando de paso su Obra en ciernes, su escritura naciente. Ella, que se ha quedado con los hijos y los libros y la casa, mató la Obra pero no al espíritu.

Una nueva marea del desmayo lo empuja hacia la costa y allí, en la arena, vuelve a ver a la Binoche crucificada. Pero ahora se ríe de la mujer francesa torturada porque él ya no sólo no es ella sino que, además, es el Autor de la Obra y se siente también comandante contraguerrillero, ejército blanco contra el azul chagalliano que ella (su ex) admira. Él es un comandante duro y ordena a sus hombres que miren a la Binoche bajo pena de públicos latigazos y que aprendan en cabeza ajena. Juliette se merece el castigo por haber hecho comedias americanas, por no haber permanecido inmortal y europea bajo las sábanas o levitando en la insoportable levedad del ser. La Binoche expira mientras el azul de la bandera que la cubre se torna de un roji-negro falangista...

El espasmo antifascista está a punto de reiniciar su conciencia pero le retiene el miedo a que ésta le muestre que nunca ha habido Obra o que ella no le ha expulsado del paraíso sino que él lo abandonó por un ridículo terror a envejecer con dos niños en la mano y por una incapacidad de amor. Todas estas amenazas de la conciencia le sumergen de nuevo en el desvarío.¡ La conciencia le revelaría tantas cosas! Por eso prefiere inhalar la canción de Demis Roussos que sigue zumbando en sus oídos gracias al omnipresente radio-cassette de mamá:

Para cruzar el umbral
Yo no pido nada más
Acariciado por tu voz
Morir al lado de mi amor

Ya está de nuevo en trance . Ahora habita en el centro del poema. En la esquina derecha del primer verso (umbral) cree ver unas bonitas sombras que narran una historia en clave orientalizante. Las sombras son creadas por un pájaro chino que comienza volar como diciendo sígueme, sígueme. El pájaro chino le recuerda tanto a los dibujos animados de los países del Este que veía de pequeño en la televisión que comienza a sentir que algo malo va a pasar, que este pájaro le va a llevar a algún sitio quizás muy cool pero en el que le comerán la cabeza más que la Binoche. Está a punto de sacar al comandante contraguerrillero que vive en su alma al grito de Santiago y cierra España, cuando aparece un buey indio en el extremo inferior derecho del poema de Roussos(donde dice amor). El Buey le mira y habla (habitual lo primero, casi característico; extraño lo segundo, salvo para los seguidores del vegetarianismo)

- Indaga dentro de ti. Y da respuesta al misterio que aparece en el extremo inferior izquierdo del poema. Cuando encuentres la respuesta, regresa a Marienband con tu tesoro y repártelo con tus hermanos – sentenció casi convertido en la madre ciega de los Pandavas.

En efecto, la palabra morir en el poema se abrió por la mitad brotando de su interior la diosa Kali, amordazada por Shiva en labores de domador de circo, emisario y embajador. Kali, forzada por Shiva, le mostró su trasero – un buen trasero para lo que los prejuicios nos hicieran suponer en Kali – y en él se había tatuado la palabra MUERTE.

Comprendió que sólo tenía dos opciones: retornar a la conciencia y conversar con su apenada madre o seguir en el desvanecimiento con la sagrada misión de experimentar la muerte. La tarea del filósofo según Platón y Montaigne y Pierre Haddot.

Binoche apareció resucitada al tercer día y vestida de Marianne le dijo:

- Autognosis.

Se desmayó en el azul de la tricolor republicana y con Juliette besando castamente su frente.

Imágenes y vídeo:

Tres colores: Azul de Krzysztof Kieślowski (1993). EL mundo se divide en aquellos que adoran a la Binoche en esta película y aquellos otros que se desvanecen con los ojos en blanco ante el horror (horror, horror) y el tedio. Cada cual elija: o arrobamiento o desmayo (arriba y ABAJO). Yo fui de aquellos.

Vídeo: Demis Roussos: Morir al lado del amor. ¡Yo vi este vídeo (blanco/negro) de pequeño con lágrimas en los ojos ! Colóquese a Roussos y Kieslowski en la misma bandeja y repítase: “eso eres tú” o “ los dos son tu querida Europa”. Hágase la combinatoria en época de euroescepticismo y retornarán los tiempos de la revolución nihilista. Se volverán románticos, al modo Novalis, y se hundirán en las minas de carbón para cumplir el sueño roussoniano de morir al lado de su amor.



viernes, 21 de agosto de 2009

CALMA TOTAL 2


Él se ha lanzado a la piscina con poco estilo pero sin levantar mucha agua. Después de nadar un rato se ha puesto panza arriba y, haciéndose el muerto, ha mirado al cielo. Ha visto el azul puro y se ha dado cuenta de que no pasa nada. Ni aviones ni gorriones. Su madre ha puesto a Demis Roussos en el viejo cassette.

Boca arriba no puede verse – salvo que inicie un viaje astral para el que no está aún preparado – pero hace un esfuerzo. Levanta la cabeza y tuerce el cuello. Observa la barriga y el bañador. El bañador parece un globo. Se llenó de aire al meterse en el agua y aún no ha conseguido normalizarlo. No le gusta esa sensación. Le pasa últimamente lo mismo con los calzoncillos. Se los compra tipo boxer, de tela, porque no aguanta la sensación de marcar paquete. Los slips ajustados le recuerdan – no sabe muy por qué – a delincuentes juveniles detenidos de madrugada por los GEO en un piso franco o en una chabola. Él no teme ser detenido por comandos policiales pero, en el caso, prefiere ser esposado con el boxer puesto y no con slip. Cuestión de dignidad – se dice – y dar perfil a cámara. O quizás, reflexiona, es que teme a las erecciones inoportunas que pueden camuflarse detrás del cortinaje boxer – como se esconden los actores antes de la representación - pero no tras los ajustadísimos slips. En una ocasión vio una fotografía en la que un hombre, en una favela brasileña, se exhibía con sus calzoncillos elásticos y superpegaditos, sobresaliendo por la parte de arriba la carne pálida de su prepucio. En una erección el prepucio es el elemento más expuesto y deprimente. Pues aquel buen hombre mostraba sin rubor – o inconsciente – aquellas su parte mientras se estiraba en un sofá cochambroso y miraba a la cámara con un sonrisa medio desdentada y orgullosa. Como la maja de Goya pero con slip y mostrando inocente su capullo. La foto había sido realizada por una mujer (Mireia Algo) y, desde aquella visión, siente nuestro amigo la crisis ya no de los cuarenta sino de la edad masculina en su conjunto.

De todas formas, sea correcta la hipótesis 1( Miedo a ser detenido de madrugada por los GEO) o la hipótesis 2 (Miedo a ser fotografiado por una feminista con una erección inoportuna), lo que podemos concluir es que él usa boxer por miedo al slip, pero también por reacción a los calzoncillos blancos y de algodón de su padre. Y por imitación de los yuppis de los noventa, creyendo que el boxer es más intelectual, refinado y apropiado para ese brocker de Walt Street que el nunca fue ni será.

En la piscina, haciendo el muerto, se siente confuso. Sufre, en diferido, el ridículo de la escena de matrimonio en la que él se quitaba todo menos los calzoncillos. Y ella metía la mano por los huecos y no se los dejaba quitar hasta el momento final, cuando ya no quedaba más remedio y siempre con esa sonrisa en la cara, sonrisa que él colocaba en el columna del haber, como un logro de su habilidad con las manos pero que, ahora, repasando el video en la distancia, cree que tendremos que colocar, su sonrisa y sus boxer, en la columna del debe, en la humillación del comandante guerrillero a sus tropas.

Él, en el agua, reflexionando sobre sus calzoncillos, mira el cielo azul y suspira pensando que también el remanso es río y la calma total en los mares es realidad demostrada y hasta temida porque, dicen, antecede a la tormenta. Lo acepta. Ha dicho que va a dejarse arrastrar incluso aunque se tope con la voluntad decidida del río de la vida de no ir a ningún sitio. Se estremece pensando en la posibilidad de que la zona de los rápidos y las cascadas se encuentre río arriba y que ahora esté en el punto final, en un delta arenoso que entierra al río en un Mar Muerto de salinidad tan elevada que se impide la fantasía del ahogamiento.

Se hunde en la piscina y bucea hasta que los pulmones aguantan. Bajo el agua piensa en ella, en cómo le ha marcado ritmos y cómo, civilizadamente, lo sigue haciendo: horas de visita a los niños, para acudir al banco y ordenar el paso de la pensión, los cambios de última hora. Ella se ha quedado con el coche – ella, que odia los coches y, sobre todo, el que él había elegido. Al salir del agua y respirar esa mezcla de cloro y azul muermo, vuelve a pensar en lo poco agraciado que se ve con los boxer. Y decide experimentar con los slips. No va a temer ser un delincuente juvenil y, si es detenido de madrugada por sus múltiples fechorías, gritará:

- “¡Pringaos, soy como el Torete! ¡Y mirad como la tengo de dura! ¡Que no me das miedo, chaval!, ¡Puto madero, bujarrón!”.

Y alguien le dará un hostión en la barriga y caerá al suelo mostrando a cámara su bien proporcionado trasero arremolinado con un slip naranja chillón.

Si el cielo azul te deprime, piensa en ropa interior- se dijo al salir del agua con una erección considerable que, hasta su madre, percibió (Señor, señor, qué pena de hijo – parecía decir la señora).

Video: Los Chunguitos: Me llaman el loco
video: El Torete, de Perros callejeros (¿?)



jueves, 20 de agosto de 2009

CALMA TOTAL (I)


Podría ser Ella pero va a ser Él. Un él cualquiera. Él nos va a conducir en este recorrido por la ciudad vieja del patetismo. Será un él para mayor gloria del proyecto emasculador de los hombres heterosexuales en el mundo occidental, para la deconstrucción definitiva de los valores masculinos (si es que masculino y valor no son términos disonantes además de contradictorios). El patetismo implica siempre un nerviosismo en la mirada, un temblor un tanto infantil que no nos debe ocultar que aquello que se ve, el objeto de nuestra experiencia, es realmente terrible. El patetismo en él es un opuesto de la virilidad.

Él ha dicho que, a partir de ahora va a dejarse llevar ( Like a Rolling stone) que renuncia a los planes y los proyectos, que va a fijarse en las cosas pequeñas y va a leer cada semana una revista femenina. Quiere encararse con su yo interior y disfrutar de las relaciones sociales. Piensa arrojarse en el río de la vida – porque la vida dice que es un río y fluye como la energía y los manantiales – no como una Ofelia suicida sino como un novicio del gozo. Ella se ha quedado con todo. La casa, los discos y las sartenes. También con los niños. Y con los libros. Pero él asume que ya nadie le va a ordenar la vida ni los calcetines, que se ha acabado el tiempo en el que ella preparaba las vacaciones con rigor de comandante guerrillero y siempre acababan en lugares maravillosos y coincidían con los mejores eventos del verano. Lo tiene más que reflexionado.

Se deja llevar y el río de la vida le ha devuelto a la casa de sus padres. Su antigua habitación ha sido rehabilitada y mamá le cuida con esmero. Incluso ha vuelto a colocar los pósters de Samantha Fox. Él no sabe como interpretar su vergüenza ni la actitud de su madre. Confuso para la hermenéutica, aplica el código rígido de la nueva vida: me dejo llevar, no interrogo a las cosas por sus razones ni a las razones por sus cosas. Abro los ojos y sigo los consejos del especial verano: Dieta sana, ejercicio y mirar al mundo viendo las cosas en toda la amplitud de su belleza. Dejarse arrastrar por la ternura.

Él, reflexionado y vencido el ejército (rojo) de la ira, la frustración y la infinita sensación de abandono cuando ella le dijo: tío, esto no puede seguir así tienesqueirte, él fuerte y maduro ha decido que la vida es un río y que él se lanza al río sin pretensiones, anotando lo que pasa y haciendo el reportaje de los tiempos que llegan. Como una cámara fotográfica cargada de serenidad . No le importarán los remolinos ni las aguas turbulentas. Así es la vida, así son los ríos.

El verano es el escenario de su experimento. A las cosas mismas, se dice, y se lanza con orgullo al futuro como lo hace a la piscina: con poco estilo pero sin levantar demasiada agua. Y cuando mira al cielo, esperando ver el paso de las nubes y las formas fantasiosas del viento en su artesanía, lo ve todo azul. Un azul sin matices ni misterios --- el opuesto en todo rigor al azul Chagall y lo más cercano que se imagina al color de los Ministerios. Él, de espaldas en la piscina y haciendo el muerto, cae en la cuanta de que el agua de la vida no se mueve, que ha llegado a un tramo de remanso, que- como Nicoleta Kidman en aquella película – está viviendo un mar en Calma Total.

Y no sabe él si realmente está preparado para el aburrimiento.

Imágenes (Y notas)
Cartel de la la película Calma Total (1988)

Ludwing Meidner: Ich und die Stadt (1913). Yo y la ciudad ( ¿o la ciudad no es para mi?) En todo caso, el paralelismo entre el cartel de la película y el cuadro de Meidner, en tanto buscado y forzado, acaba convirtiendo al cuadro expresionista en un cromo. El patetismo, en conexto de ironía, se "cromatiza", se relaja y gana en colorín aunque, para algunos, abandone la alta cultura. ¡Vivan los colores!)
Vídeo : Bebe, Ella (Escucho, en simultáneo, REM, Losing my religion, para, sin acritud, contrastar buen rollo en castellano con buen rollo en idioma ininteligible )




miércoles, 19 de agosto de 2009


Las muestras llegaron en paracaídas, en forma de una especie de raqueta con compartimentos cuadrados llenos de un gel especial, llamado aerogel. Esa raqueta fue la que la sonda Stardust desplegó cuando atravesó la cola del cometa, muy cerca del núcleo, el 2 de enero de 2004
(EL PAÍS, 18 de agosto de 2009 .Hallado en un cometa un ingrediente clave para la vida.La nave 'Stardust' tomó las muestras en el Wild 2 )

Tomo café y fumo un cigarrillo mientras leo la noticia en el periódico. Estoy en un bar modernillo con camarera joven, guapa, fría y gilipollas. Suena música que me gusta pero no reconozco. Mi glicina y otros amigos aminoácidos danzan en el interior de mis células porque al fin se va a reconocer su origen celeste. Simulan viajar en la cola del cometa como niños en una actuación de feria. Yo acompaño a mis aminoácidos. Pillo ficha. La camarera lo confunde con un desvanecimiento. Para no desvelar demasiado pronto el secreto digo:

- Una bajada de tensión. No es nada, cariño.

***

Tener mente es muy cansado. La mente pesa.

Por eso hablamos de espíritu o de alma. Pareciera que nominar así a la cosa mental ( a la res cogitans) nos relaja, convierte el peso en aire liviano.

La conversión de la mente en escritura aumenta su peso en varios gramos. En asuntos de alma un gramo es mucho; sucede como en el amor, donde un granito de arena es la diferencia entre el querer y el no querer suficiente. Lo mismo pasa con algunas drogas.

¿Podríamos decir que la escritura tiende por naturaleza a la obesidad y que sólo una bulimia programada nos permite mantener el tipo?.

Al hablar “conversión” de la mente en escritura quiero decir: no la mera traducción de contenidos mentales en letras y signos u objetos artísticos o útiles de cocina sino la transmutación del órgano entero “mente” en el “artefacto escritura”(y su sombra, el borrado y la tachadura).

Este peso de la mente y la escritura me permite comprender y tener piedad de toda esa tendencia (romántica pero no sólo) que lleva al deslizamiento del estadio estético al religioso. Lo comprendo – sin ironías, lo juro por el santo ermitaño. Yo también siento los embrujos de la conciliación – el en-kai-pan griego (uno y todo) – y me identifico con los animales, el paisaje, las emociones ajenas y los filetes de ternera. Comprendo la locura de Nietzsche cuando se abrazó en Turín a un caballo que estaba siendo golpeado.

Soy un alma sensible. Sobre la mesa tengo un libro de Gershom Scholem.

***

- Débil o fuerte – repetía Milady – ese hombre tiene un destello de piedad en su alma; de ese destello haré yo un incendio que lo devorará (A Dumas: Los tres mosqueteros).

***

Cuando uno tiene dos cabezas el peso de la mente se multiplica por dos (aunque no se es el doble de listo). Cuando uno tiene dos cabezas el deslizamiento hacia la piedad y la religiosidad se hace más difícil porque cada testa se dirige en una dirección. La piedad debe enfrentarse con las duras palabras de Milady de Winter. Y una de las cabezas se ve tentada y se deja arrasar por el incendio que la muy perversa promete.

***
Sin fe.

"No te apures compañero
si me destrozo la boca,
no te apures que es que quiero,
con el filo de esta copa,
borrar la huella de un beso
traicionero que me dio."

"Mozo, sírveme la copa rota,
sírveme que me destroza
esta fiebre de obsesión.
Mozo, sírvame en la copa rota,
quiero sangrar gota a gota
el veneno de su amor."
(La Copa Rota, José Feliciano)



Vídeo: Calamaro, la copa rota
Imagen: Stardust y Michelle Pfeiffer

martes, 18 de agosto de 2009

CROMOS (Cambiando cromos)



(Interferencia fuera de lugar de una postal o una instalación artística en un intercambio de cromos, causando indiferencia en los interlocutores que asumen sin mayor suplicio el error. La secuencia muestra que la jerarquía de las artes se borra al primer golpe de viento y las fantasías románticas con un bostezo)




- ¿Cambiamos cromos?


- Te enseño los míos.

- Ese no lo tengo. Lo quiero.


- ¿Y qué me das tú a cambio?

- Hum…Si… Ah… Recogería de tu labio esa última gota de agua dulce y, con sumo cuidado para que no perdiera perfume, la dejaría caer sobre las páginas de un viejo atlas. Dibujaría la gota al estallar sobre la página impresa una flor azul, marcando con límites livianos una novísima región que se convertiría en reino nominado por nosotros y sólo a nosotros accesible. Ampliada la zona en escala y extendida sobre la mesa toda la cartografía disponible, yo te seguiría día y noche hasta que alguna lágrima forzara tus ojos, da igual por herida o por odio o por risa. Y con un tubo de cristal purísimo tomaría esa lágrima y, desde gran altura, la dejaría caer arbitrariamente en ese nuevo reino extendido sobre la mesa. Y quedaría elegida ahora una ciudad, la ciudad que el destino ha elegido para encontrarnos.

Y te pediría el viaje a los límites de la flor azul como quien pide un baile, porque sabes que en todo este tiempo sólo eso he deseado. Pasearíamos por las calles de la ciudad elegida contemplando con tus ojos el brillo de las plazas y los estanques. Y pisando con tus pies esas callejuelas y avenidas, oliendo el perfume de los árboles cuyo nombre ignoro, quizás una tarde me atreviera a besarte y tú, caprichosa, me dirías que por la noche podía arroparte o frotar tus pies con colonia o bajar a la tienda a comprar chocolates recién llegados a la ciudad. Y bien, eso es lo que yo puedo ofrecerte a cambio de ese cromo.

- Sí, pero yo no quiero ese viaje. Deseo otro cromo. ¡Sólo me falta uno para acabar la colección!

- ¿Cromos? Hum… si, claro, estos son los que tengo: el rinoceronte y el mono, el zorro blanco del ártico y la tortuga de las Galápagos, la familia de esquimales y la niña bantú.

- ¡Pero estás bobo! ¡Esos cromos no son de mi colección! ¡No me sirven de nada tus cromos!.


Debo confesar que yo no hice la colección de Vida y Color pero recuerdo claramente los cromos porque mis primos sí la estaban haciendo. Me vienen ahora a la memoria el guerrero zulú y el nativo de Nueva Guinea con toda su fuerza y terror. Unos años más tarde alguien me regaló el álbum con todos sus cromos pero ya no me gustó.

Yo no era un niño pobre pero mis padres sí venían de la pobreza. El trabajo no sé si les hizo libres pero a mi me hizo un poco más blando y a ellos los engordó. Bueno, el caso es que en las colecciones yo no pegaba los cromos con pegamento (Imedio) porque mi madre creía que era tirar el dinero. Así que hacíamos un engrudo con agua y harina que hacía las veces de cola. A veces pienso en repetir la jugada con mis hijos en plan experimental. Lo dejo porque violenta mis protocolos de eticidad. Ya he dicho que soy blando.

Los cromos – otro día haré la metafísica del cromo – exigen el intercambio comunicativo. Sin embargo, como suele suceder, ese intercambio da lugar a frustraciones y asimetrías que deslucen el espíritu democrático . La única manera de disponer de un buen taco de cromos repetidos e iniciar con solvencia el intercambio es gastarse dinero en la compra de paquetitos o robarlos. Los machotes del barrio tenían un taco de tales dimensiones que yo acaba soñando con ellos, me imaginaba con mi listado de cromos pendientes y la majestuosidad de mi taco de repes. Con mis diez u once cromitos era invisible para los grandes coleccionistas. Además, cuando llegaba al final de la colección y disponía de más armas comunicativas, la mayor parte de los chicos habían acabado .

No guardo rencor a nadie y el engrudo de harina y agua para pegar los cromos me produce ternura (y me producía ternura en aquellos años). Mi mamá ahorradora era un encanto. La única colección que pude completar era de historia del arte. Recuerdo una fotografía de una catedral gótica inglesa. Ese cromo desvelaba ya mi futuro carácter. Me gusta el arte, los lugares impresionantes y grandiosos que superan la pequeña vida cotidiana de los hijos del proletariado y lo extranjero. Mi patria, como mi barrio, me resultan pequeñas, huelen a puro y a coñac Soberano, a hombres en la partida blasfemando y a mujeres en la cocina. Siempre me gustaron las mujeres y sus cocinas más que los hombres y sus partidas de naipes. Por eso, como decía JL Sampedro, debo ser lesbiano. A mi lesbianismo quizás contribuyeron esos cromos de arte y esos dibujos del zulú en el álbum de Vida y color. Por eso siento debilidad por la baja cultura siempre que sea melancólica y nos lleve a soñar con lo que no tenemos: selvas exóticas y catedrales extranjeras. Baja cultura melancólica como muchas canciones.

Imágenes:
W. Blake: Dios como arquitecto (1794)
Colección vida y color


lunes, 17 de agosto de 2009

CONCILIACIÓN. Fin de semana, sábado y domingo.


Me gusta y no me gusta agosto. Desde hace tiempo.

Sigo el consejo de buscar la conciliación entre la ternura y la inteligencia. Me abro al mundo.

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Visito una pequeña ermita cerca del lugar donde pasé mis primeros años. En la entrada puede leerse el horario de misas: el sábado hay, a las 18:30, misa de domingo. Me turbo. ¿Puede hacer Dios que un sábado sea domingo? No lo veo. ¿Para qué instaurar el domingo cristiano si servía el sábado judío? La iglesia católica, por el contrario, sí puede convertir el sábado en domingo. Como se ha vuelto antiesencialista y pragmatista, misa de domingo significa “funciona como misa de domingo”. Ese olvido de las esencias dominicales – además de la desaparición en la ermita de toda la colección de exvotos, brazos de cera y coletas de niña sanada por intercesión del santo que fueron en mi infancia escenario de terror y excitación – me han vuelto ateo en este primer intento de reinstaurar mis lazos de amor con el mundo. Si la iglesia católica se hace relativista quizás yo retorne al dogmatismo cartesiano.

&

Me concilio con el mundo. Por eso como. Las gentes comen y comen y en torno a la mesa simulan que hablan para no perder el tranvía que recorre sus tubos digestivos.

He comido: varios pinchos de morcilla, cecina de toro, costilla.

He comido careta asada y paella y bacalao con tomate y pollo de corral y ensaladilla rusa y jamón serrano no especialmente bueno y langostinos con mayonesa y tortilla de patatas (con cebolla) y ensalada con lechuga y tomate.

Y dos manzanas verdes.

Y he bebido. Tres tés rojos tigre. Al menos cinco cervezas (dos calientes).

Y he bebido agua.
En un éxtasis lisérgico en la Sierra de Atapuerca me dejé llenar hace más o menos treinta años de agua líquida y espiritual. Simulaba ser hippie aunque en la ciudad era cuasipunki. Quiero decir, por si no me explico, que me gusta el agua.

Me he tomado dos cafés con leche diagnosticando gripe en todos los que me rodean en los espacios públicos. No me he lavado las manos al salir de los locales. Tampoco he besado camareras.

Me concilio. La sociabilidad no me es extraña. Curo heridas moviendo la mandíbula cerca de otros seres humanos. Ñam, ñam.

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He tratado de ser conciliador y evitar la desesperanza de un universo eternamente bicéfalo. Por eso el fin de semana me he pasado el 50 % del tiempo en el infierno (propio, exclusivo y personal: el diablo cree en la propiedad privada y la libre iniciativa. Uno puede customizar su infierno). Con el 50 % restante me he hecho una jaula de sana indiferencia. En el infierno no conocía a nadie. Hay mucha gente, sí, pero no pillo el careto de ninguno de mis entes de melancolía. No hay ni compatriotas. Hasta los internautas más poéticos están desaparecidos. En el infierno sólo hay un gran boquete en la parte trasera de mi cabeza. Los nervios se mueven como filamentos o banderas rojas, blancas y azules. Queda bonito, sí, pero con el rollo del dolor uno no disfruta.

En el tiempo dedicado a la sana indiferencia he llevado una mantis pegada al parabrisas de mi coche durante más de 10 kilómetros. Parecíamos la reina y su cochero. A la vuelta un golpe de viento provocado por sus alas sirvió para abandonar el coche, ordenándomeel retorno a la cuadra. La reina-mantis me erotiza aunque soy consciente de la diferencia de tamaño y de edad.

En el tiempo dedicado a la sana indiferencia he llegado a la parte en la que Lady Winter es apresada por su cuñado y , cautiva y desarmada, seduce a un teniente puritano que no sólo la libera sino que termina asesinando al duque de Buckingham. Confieso que es la parte de la novela que estaba buscando. Casi rompo con la sana indiferencia. He estado a punto de pedir a Milady que me hiciera todas las guarrerías que se le ocurrieran. Y que luego me matara en plan mantis. Al final ganó la opción de hacer el amor más convencionalmente pero riéndonos un buen rato. Un paréntesis en la sana indiferencia provocado por la muy perversa Milady.



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Me he comprado un libro sobre pintura romántica ( siglo XVIII y XIX). He visto imágenes que, en otra situación, romperían la sana indiferencia. Como estaba de terapia he pasado de entusiasmos. Incluso he relativizado mi antirromanticismo.

Leí a saltos un artículo de García Montero sobre la lectura, la modernidad, la apertura al otro y las cosas tiernas. Se esmera en criticar a esa pandilla de cínicos, relativistas y criptoreaccionarios que más que abrirse al otro se burlan de sus pequeñas repugnancias travestidas de buenas emociones. Como estaba en la sana indiferencia dije: jo!

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He pensado en la posibilidad de volverme tricéfalo como me pedía el pájaro chino de hierro. Luego pensé que si otra cabeza podía ser una pasada tal vez pudiera hacer que cundiera el pánico mutante en mis genes y me convirtiera en trifásico o tridéntico (idéntico tres veces a sí). Me entró tal dolor de cabeza que de la sana indiferencia derivé en el infierno como el médico de cabecera te deriva al de digestivo. En el infierno seguía sin conocer a nadie . Un demonio especialista en colonoscopias trifálicas me dijo que no pasaba nada, que soñar con tener otra cabeza no podía ser considerado falta , al menos en los protocolos del infierno.

&

La tortuga hobbesiana ofreciendo como prueba la experiencia del jó, que finde, declara que no hay conciliación posible y que más vale que seamos educados los unos con los otros porque esperar la ternura es, desde luego, opción desesperada.

(Aún así, claro, hagamos como si no fuésemos idiotas, como si pudiéramos amarnos, como si la misa de domingo sólo fuera performance de domingo. Dejemos, oh almas débiles, que Lady Winter, nos arrope a todos)

Imagen: Lana Turner como milady de Winter en la versión cinematográfica de George Sidney, 1948

Mylène Demongeot en la revancha de Milady, 1961

viernes, 14 de agosto de 2009

CUATRO. CARTAS POSTALES

Mamá dice que ya no debemos jugar juntos.


Mamá dice que mañana tengo que quemar en el jardín todos los cromos y que ya basta de tonterías.


Mamá dice que para una niña como tú no soy un buen compañero de juegos.


Mamá dice que tengo que volver a las píldoras bicolores.


Mamá dice que estoy pálido y flacucho y me he dejado el pelo muy largo.


Mamá dice muchas cosas y me levanta dolor de cabeza. Para no llorar acepto las píldoras bicolores.


Las píldoras bicolores dicen que no existen el amor ni el odio ni la tristeza.


La píldoras de colores dicen que se puede teclear más despacio y que puedo coleccionar muchas cosas. Por ejemplo formularios de la seguridad social o cupones descuento.


Las píldoras bicolores dicen que son mis amigas aunque nunca juegan, ni se desnudan, ni encuentran cosas locas en los cajones. Coleccionan sellos tan antiguos que se ha borrado el dibujo.


Las píldoras bicolores dicen “sueño” y cae la noche como una lápida cálida.


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A Fichte y Schlegel

Estimados señores:

Las almas débiles y melancólicas necesitan sentirse atadas por las cosas. Es su condena, ustedes lo saben, y a poco que me sonsaquen les confesaré que también es su vicio. El no-yo cristalizado y alienante, ese que nos hace menores de edad, se convierte en tabla de windsurf para sortear las pequeñas olas que llegan a estas costas de nuestra alma mísera y cobarde. Por eso necesitamos las malditas postales, los signos que sabemos estereotipados, las garras de las cosas mil veces dichas. Su Yo infinito duele nada más verlo de lejos y por escrito. Desde estas playas su Yo simula tsunami (tsimula sunami) y sólo podemos mirarlo con los ojos cerraditos, como si fuésemos niños imitando caritas de chino en una cuadro de Rockwell. Gracias a esta tontería han podido ustedes crear sus vibrantes textos y obligarnos como forzados tiranos a recitarlos desde hace ya más de dos siglos. No denuncio su jacobinismo, dios me libre, sino que expongo las excusas del debilitado cuando no logra convertir en avatar y andanza la maravilla de sueño romántico en toda su extensión ( extensión que debe ser la de la inocencia según dicen las crónicas del poeta quinceañero). Y recito su Credo y la Canción de los Hombres Libres.


Las almas débiles se hunden en la melancolía y la mayor de las torpezas si no consiguen extraviarse al menos cinco veces al día en las copias de las copias. Las cosas que ustedes desvelan son muy grandes (y terribles). Por eso hacen bien en sujetarnos fuerte la correa para que no salgamos corriendo. ¡Obliguen a estas almas de cántaro a no cerrar los ojos ante su Escritura! Reconoceremos en los Himnos que Rockwell es un titiritero de la ilustración (con minúscula) y admiraremos ahora y en la hora de nuestra muerte a los Expresionistas Abstractos de todas las latitudes como Arte verdaderamente adulto. Como ven puedo ser diácono aplicado de su iglesia romántica. ¡Viva Rotkho!


Los amantes de las postales a veces miramos el mundo y en el espejismo vemos a un corso más bien bajito cabalgando en un jamelgo. Ustedes giran la rueda y tensan los nervios para que, tras el estiramiento corporal, enderezaremos la mirada para ver lo sublime: el Espíritu Universal a Caballo („Weltgeist zu Pferde”). Cuánto se lo agradecemos.


Dicen los libros que ustedes finalmente encontraron su sitio en la Iglesia Católica y en la Nación Alemana. Parece que en ellas aquel Yo infinito que supo enfrentarse a las cosas “cara a cara” y sin complejos puedo configurar el Orden del Mundo. Una y otra eran hábitat adecuados porque eran en sí mismas infinitos de infinitos. A veces, en mis ataques de debilidad, me parece que la Nación Alemana y la Catolicidad son postales feas y me provocan muermos. Pero mi mirada es turbia y por eso acudo una y otra vez a sus sublimes recitativos. Y a sus amables hostias.


En su liberalidad me han perdonado las ofensas. He marcado esta casa con una cita de Novalis y, en honor a la amistad de los Grandes, ustedes han consentido el tributo. Pero siento que aún no estoy del todo curado. Por las noches imagino a Novalis y Sophie jugando en el sol del mediodía, dos adolescentes en una playa mediterránea. La imagen es rara: mientras Novalis mete mano a Sophie está mirando a otras chicas. Parece que no encuentra entre los nudos del bikini al Eterno Femenino. Lo mismito me pasa a mi.

Imagen: Mark Rothko, "No. 3 (Bright Blue, Brown, Dark Blue on Wine)" 1962

Imagen: Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg, Novalis (Friedrich Eduard Eichens )

jueves, 13 de agosto de 2009

TRES. POSTALES ( DESDE NORMAN ROCKWELL)



Llegado el momento podemos intentar descubrir los 57 errores que Norman dejó caer en su escena. Es divertido violentar las leyes de lo real en los cuadros realistas. Es bueno reír con media sonrisa y también coleccionar canciones. Algunas canciones se asocian a momentos felices y sintonizamos con ellas algo de la vieja gloria mientras damos botes sobre la cama o en el salón-comedor. Aquí el pasado nos eleva por medio de una nostalgia que no quiere decir su nombre y se disfraza de segunda (o tercera) juventud. En el coleccionismo de postales, por el contrario, segregamos nodos de materia artística o literaria para tratar de encontrar en las cosas, en el presente o en el futuro, aquello que la ficción relata.

Miramos el cuadro de Rockwell. Primero, decimos, no nos vamos a engañar. No es la niña Alicia ni el viejo el reverendo Dogson. Tampoco son Lo-li- ta y Humbert Humbert. No, ni por asomo. Confunde el ambiente pero hay que ser cautos. Estamos en una escena de negocios. La niña y el tendero exploran las posibilidades de llegar a un acuerdo. Finalmente habrá venta, se supone, para que el final sea feliz. O tal vez no y la niña visitará otros establecimientos. Su mamá le ha enseñado que antes de comprar hay que comparar. Quizás al viejo se le ocurra una buena oferta si se adquiere la muñeca antes del fin de semana. O, quién sabe, puede haber otro cliente en la sombra también interesado en el objeto y la muchachita debe darse prisa en tomar una decisión si quiere no perderse la maravilla. Imaginamos los diálogos cortos y cargados de información relevante. Pero la escena es vulgar. Las niñas repipis que se saben mover desde pequeñas como señoras responsables son las que nos hacen esperar más de lo debido en la cola, a la espera. Nos aturde su sentido del negocio y esa madurez porque nosotros no sabemos regatear ni detectamos la verdad de lo que el comerciante nos cuenta. Entre los dos, si se diera una alianza estratégica, nos venderían el retrato de Lincoln con uniforme sudista.

No nos interesan estas personas haciendo negocios. Sabemos que son el pilar del universo pero no tenemos por qué ir un paso más allá en el homenaje.

¿ Qué convierte a esta imagen en postal? No la ternura de las personas – como sucedía en otros cuadros de Rockwell – sino las cosas y la extraña locura en la que han entrado. Las cosas mismas que, en el cuadro, rompen sus definiciones, pierden esencia y función (el lapicero del viejo es también pluma y el bolso de la niña libro y el perro mapache). Esta postal mola. Los objetos pierden su formalidad y se tornan cachivaches de la imaginación y la inteligencia poéticas o gamberras. Me dejo llevar por una aceleración del proceso evolutivo dirigido por algún tipo de bufón cósmico. Las copas y las botellas que veo en el bar se tornan lámparas de colores mientras disfruto de un café. Salgo al campo y hago abstracción de todos los humanos y de los canales de noticias. El paisaje muta enredado en la actuación estelar del viento o de la nieve. Y el bosque se convierte en esa tienda del loco mes de abril.

Me siento en el sillón y veo los libros que no son libros sino cuadros de colores o soporte de los bibelot que pululan por los estantes. Un libro de un tal Castelli sirve de mesita a mi taza de té. El té es mar rojo en el que se postra desarmada una tarde de verano en animada charla con Carroll (viendo a las niñas correr mientras hablamos de lógica). Veo la imagen de Norman Rockwell en la contraportada del libro. Está haciendo una payasada. Me hace reír mientras el ventilador me golpea la espalda con ese aire fresco que necesito.

Las cosas fluyen y se tornan objetos mutantes, errores simpáticos que corren a encerrarse en el centro de nuestra mente. Allí se sumergen y se convierten en la prueba viviente de que las postales se hacen realidades más o menos duraderas. Y que, digan lo que digan, es bueno vivir y viajar buscando postales redividas. Aunque nos llamen horteras o (¡cielos!) turistas.

Imagen : Norman Rockwell: April Fool, (¿Día de los inocentes? Portada de Saturday Evening Post, 3 abril 1948)