viernes, 31 de julio de 2009

CANSANCIO LUNAR O ECLIPSE DE TODAS LAS ESCRITURAS


Estoy cansado. Resulta raro que diga esto la tortuga, animal como eternamente agotado. Pero las cosas son así, como se sienten, y yo voy y las anoto. El cansancio le caza a uno allí y cuando quiere y da igual que estemos en vacaciones o que no hayamos pegado palo al agua. En eso se parece al aburrimiento. Nos dominan. O al menos dominan a la Bicéfala (que no puedo hablar en rigor del resto del reino animal).

Estoy cansado después de unos meses de extrema excitación. La ficción y la analítica me agotan. Entendamos: no es que vaya a renunciar a la escritura. Sería, en estos momentos, casi como dejar de respirar. Y uno asume que aunque el oxígeno le fastidie sobremanera pues no hay más remedio que seguir buscándolo --- aunque, a veces, lo tintemos de humos y otros artificios. Me han agotado algunas cosas que he escrito – por ejemplo toda la historia del tatuaje – y he comprendido que mi forma de trabajar es, además de lenta, muy estresante: constantemente borro, subo y bajo el cursor, paso de un párrafo a otro, cambio intensidades según mi estado de ánimo. Si escribiera a mano quizás evitaría ese sin vivir. Podría, finalmente, narrar, contar una historia. Pero, la verdad, es que el trabajo en el ordenador me excita más; la escritura manual, vale, como sustituto no está mal. Es como el sexo manual que nunca debe olvidarse de meterlo en la maleta pero... (etcétera). Comprendo que lo que excita canse y, en los postres, acabe aburriendo. Sin embargo, toda toma de conciencia de la génesis del cansancio no elimina ni un poquito la sensación. Para que luego digan que la toma de conciencia de las cosas es sanadora...

Estoy cansado y molesto porque mi ropa huele a humo. Eso tiene arreglo. O no (no sé como estoy de fuerte para frenar adicciones superadas).

Estoy cansado ahora, en las puertas del mes de agosto porque agosto tiene la mejor luna llena del año y el que vaya ocupando el horizonte tan lentamente me agota. La luna agosteña a veces se tiñe de rojo sangre y anuncia tragedias pero, qué le voy a hacer, nací un mes de agosto y las semanas que lo componen – cayendo lentas o rápidas, las más lentas o las más rápidas – siempre las he vivido con esa mezcla de placer y angustia que definen a la Bicéfala. Por eso, porque le amo, temo a Agosto. Me encomiendo a los dioses porque como estoy tan cansado me noto débil, demasiado descentrado para enfrentarme a la luna roja de agosto.

Estoy cansado (¿lo he dicho?). Estoy cansado de que tanta gente hable de mis poderes tranquilizadores, de mis emanaciones zen. Me siento un ídolo budista en el que se consuelan los pecadores del mundo (¿no es cansado que los pecadores del mundo lleguen a ti cuando ya no son o no quieren ser pecadores?). Y cansa ser así para los otros porque a veces creo que esa serenidad es reflejo de mis descentramientos interiores, de un ir revolucionado en el alma que - misterios – provoca en los otros la visión de la placidez. Raro. Me molesta ser almohada zen pero también me gusta servir a la humanidad. Tierno. Quisiera servir de consuelo zen sólo a quién yo deseara.

Estoy cansado de recordar, de añorar, de ser dibujo de melancolía.

Cumplo años, ¡cómo envejezco!




Golpes Bajos Estoy Enfermo (Caja de Ritmos, 1984, qué jóvenes)

jueves, 30 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE( IV DE IV)

IV

Ahora vuelvo con mi bella desconocida del puerto y con su tatuaje no del todo borrado. Podría imaginar historias truculentas o relatos de amor en el contexto de las politoxicomanías. Podría acercarme, seguir sus pasos hasta llegar a casa o invitarla a un café o a una copa con intenciones claramente copulativas. Pero voy a pasar de todo. No reconoceré su cara en el invierno. Fantasearé con su piel quemada, reconstruiré fuera de texto lo que oculta debajo de la marca; sé que la objetividad en este caso se torna tan imposible como la cópula cuando dos personas se cruzan en la calle.

El autor, que no tiene tatuajes, se muestra tan defraudado con la historia como el propio lector. En verdad siente repugnancia al recordar la cicatriz navajera de la joven ecuménica pero no perderá su tiempo en la búsqueda de las causas. No hay más posibilidad narrativa. Sabe, por fuentes indirectas, que algunos años antes de su conversión a Jesús, la pareja pasó más de un año en la India. Y que nunca salieron de una plaza cercana a la estación de ferrocarril de Bombay( Chhatrapati Shivaji Terminus). Shiva no les abrió la puerta de la libertadendiosnuestroseñor y, por eso, esperaron a Cristo. Una pena para los que esperan la salvación en el Oriente. Pero todo esto es cotilleo teológico. Irrelevante. Si el lector tiene necesidad de ver algún tatuaje en esta historia puedo reiterar que el que suscribe contempló los tatuajes del hombre (“mujeres y ballenas”). No había belleza, advierto, pero el lector es libre de imaginar lo que quiera.

Dice el Bhagavad Gita (XI):

“ Yo no puedo ser visto
tal como tú me has visto,
ni mediante los Vedas
ni mediante el ascetismo,
la limosna o el sacrificio.

Sólo mediante la devoción
a mi exclusivamente consagrada
puede alguien en esa forma, oh Arjuna,
conocerme y verme en toda la verdad
y penetrar en mi”

Emplazo al lector a la devoción y su exigencia: el abandono de toda escritura.

El autor, ateo confeso de todas las idolatrías (ateas o no), deja este texto como quemadura en un tatuaje.Lo que oculto bajo la quemadura de mi escritura es el miedo y la impotencia. Lo que oculto es el deseo de pasar la lengua por la piel abrasada y leer con ella lo que se oculta a las retinas. El tacto es superior a la vista. Los que tememos tocarnos nos perdemos para la salvación de los cuerpos.

Fantaseo, pues, con la imagen de mi lengua filtrando el néctar de aquello que oculta el tatuaje salvajemente borrado. Yo como mariposa libando la verdad de la verdad de la verdad de la verdad en aquella marca. Borro.


¡Qué pasada! (L.M.)

Imagen: DR LAKRA

miércoles, 29 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE (III DE IV)

III

Borrar por quemadura. La técnica me la habían presentado hace años, arropada por zumos y aromas exóticos, una pareja de ex – toxicómanos, ex – presidiarios y ex - descreídos cercanos en aquellos días al movimiento evangelista ecuménico y carismático. Estábamos en la era anterior al enloquecimiento del tatuaje, cuando lo futbolistas – todo lo más – se dejaban el pelo largo o se ponían pendiente. Sólo los legionarios, los marineros y los malandrines se tatuaban la piel. Antes de David y Victoria Beckham. Quiero decir que entonces – o así lo interpretaba mi interlocutor – el tatuaje era impedimento para la reinserción, la búsqueda de trabajo o la conversión a la palabra de Dios. Y él, que se había dibujado por amor al arte, a la testosterona y a la embriaguez , en el hombro y en el reverso del antebrazo, mujeres y ballenas, él que no era bello como mi mujer del puerto pero sí divertido y que me abría su corazón, él me habló de cómo estaba procediendo a borrar su pasado con la plancha, a modo de demolición controlada de extrarradio, con pequeños toques que negaran la culpa de la piel sin caer en los excesos del alma.

Y estaba la mujer, la pareja de mi informante en los asuntos del tatuaje y su borrado. Ella era también bella. Quiero decir que a mis dieciocho, ella con sus veintitantos me parecía que estaba buena, y sólo me confundía su obsesión por la guitarra y las canciones religiosas en las que decía, entre otras lindezas:

Dime por qué
Las rocas en el mar
Las rocas en el mar
No pueden navegar

Son demasiado pesadas
Para navegar

O algo así. Me enamoré perdidamente en dos semanas y aquel amor continúa vivo aunque dilatado como una gran lágrima (¿corrida?) del alma que discurre a lo largo de treinta años. Si los intensos colores del alma no se diluyeran progresivamente y se secaran y se cubrieran de polvo e inmundicia, no podríamos vivir. Al menos a mi me pasan esas cosas. Pero no quiero engañarles. No se imaginen romances tórridos ni besos ni arrumacos carismáticos-carnales. Nunca conseguí hablar con ella más de dos palabras. Eso sí, escuchaba sus canciones con placer de novela pastoril y a ese "estar a la escucha" se redujo aquella pasión adolescente. Los tíos, es una constatación que cualquiera puede hacer, somos bastante tontos en asuntos de sentimientos. Como no soy excepción debe quedar claro que por ella, por estar en su cercanía, no sólo hubiese escuchado las canciones religiosas sino que me hubiese convertido al culto, integrado en un coro godspell o tatuado la espalda con santo- cristos. Pero no era el caso que decía Wittgenstein.

La amistad con aquel grupo no duró más allá de tres o cuatro semanas. Si es que puede llamarse amistad a aquello. O, para mejor ajustarnos a los hechos , al cabo de tres semanas yo ya había trabajado no menos de cuatro o cinco horas diarias como peón en la reparación del hogar comunitario, había gastado mis ahorros del verano (dos meses de trabajo) y no me había convertido. Sí logré recibir un curso completo del tránsito de la toxicomanía a Jesús. Y sobre el borrado de tatuajes con plancha. Y recibí el amor distanciado de aquella mujer que me regalaba las canciones sobre las piedras que no pueden flotar ni navegar.

Una cosa más. La cosa significativa, supongo. En la última semana me fue revelado el cuerpo de la mujer como pizarra o icono de mi maestro borrador. Ella tenía, en efecto, pequeñas quemaduras en el hombro, en la mano y en la parte superior del pecho. La más grande no tendría un diámetro mayor de cuatro o cinco centímetros. No quisieron decirme qué se había borrado. Quizás sólo puntos. Quizás constelaciones enteras de estrellas. El hombre insistía en que las quemaduras desaparecerían y, con ellas, los dibujos.

Pero el cuerpo tenía otros signos. Dos cicatrices en el vientre, huellas amplias de cuchilladas que marcaban su piel. El signo de la navaja no se borraba. Se exhibía como las llagas de Cristo porque había venido de fuera, de unas fuerzas de providencia que les habían conducido al camino. El borrado era cifra de arrepentimiento, conversión y reinicio en lo divino. Olvido enmarcado por esas cicatrices.

Ella me miró irónica. Me dijo: “Jesús te ama” y continuó con su guitarra.

martes, 28 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE (II DE IV)


II

La piel que había sido marcada por algún tipo de escritura o figura ahora parece desbordarse en el borrado como la lava del volcán tapaba los edificios pompeyanos. La meditación nos dice que toda esta historia se nos muestra como un simulacro de retorno al estado inicial. ¿O es que la mujer escribió en su cuerpo el signo por la excitación del borrado futuro? No parece que esa sea la psicología del tatuado. En todo caso, nosotros no confiamos en retornos porque somos ya Ulises. Pero sólo porque es ella – sea quien sea – la que porta la marca nos dejaremos atrapar por el relato. Deferencia hacia la belleza.

El borrado es más significativo que aquello que pretende ocultar. El estado inicial no nos interesa. Pero esa significatividad mayor no la vamos a poder contrastar a menos que iniciemos una relación con la mujer, que intentemos seducirla o nos convirtamos en su amiga del alma o su divertido amigo gay. Sólo así podríamos indagar en la historia, pedir que nos narre el lance y la crisis, solicitar imágenes y documentos, interrogar a los colegas de aquellos años. Sin embargo no somos historiadores. Textualizamos miradas, civilizamos perversiones (y poco más). Ella se queda en otro tiempo y a nosotros, hermanos, sólo nos queda la narración. Y en la narración no nos interesa el tránsito sino sólo la quemadura (y el resto de trazo).

Pero no soltemos la presa. Aunque el origen en nada nos motiva, aunque la historia de la mujer sea sólo anécdota para descubrir la categoría de nuestra existencia en el maldito tiempo, es legítimo preguntar si la dimensión de la tachadura, su ligereza o violencia, puede servirnos de base para inducir el valor de lo borrado. Aquí debemos ser de nuevo francos: por propia experiencia sabemos que no. En ocasiones borramos con rabia cualquier frase irrelevante por purito impulso interior, como los (malos) imitadores de Pollock hacen saltar las gotas de color sobre el lienzo sin importar qué ocultaba la tela o qué podía haber llegado a revelar. De igual modo la ciudad cubierta por el manto de ceniza y lava se conserva como criatura inmortal pero nosotros no tenemos por qué suponer – aunque lo hacemos – que entre sus muros se alojaba más lascivia y pecado que en las villas vecinas.

Por eso no tenemos en este caso que lanzarnos a la vorágine imaginativa y suponer que el tatuaje tenía algún sentido especial y que y borrado es igualmente un acto de autoridad de la mujer sobre su cuerpo y su vida. A lo mejor, sencillamente, la fea cicatriz es tránsito hacia una futura reconstrucción del tejido por parte de un cirujano plástico y el borrado es otra ilusión, pasaje hacia la inexistencia. No quedará, tal vez, ni el eterno tatuaje ni su borrado.

lunes, 27 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE ( I )


I

La mujer tiene en el brazo izquierdo, poco más abajo del hombro, una quemadura que borra un tatuaje. La he visto en dos ocasiones paseando por las inmediaciones del puerto. Es atractiva y viste al modo playero: vestido corto y estampado para cubrir el bañador, anudado al cuello y dejando libres hombros, rodillas y gran parte de la espalda. La marca del brazo la hace única. O, para ser más precisos, mi mirada sobre su cicatriz la enmarca, la convierte en protagonista de un texto aún no escrito. Mi ojo y su hombro, enmarañados en el deseo y el amor, generan un horizonte de interpretación, construyen realidades y futuros. Si la señorita del perro de Chejov se subrayaba por el can y su donaire solitario en el estío, mi mujer joven ilumina su presencia por su tatuaje quemado.

Vamos a fijarnos en la quemadura. Quiero, en primer lugar, hacerles comprender las dificultades de la visión. Generalmente me cruzo con ella en el paseo y nuestro encuentro dura escasos segundos. Como no soy un descarado no puedo fijarme detenidamente en toda la variedad de texturas y colores que podemos encontrar en la mujer. Debemos pervertir la mirada y centrarla en el antebrazo, en la piel que cubre bíceps y tríceps y que muestra el estigma, el signo, el borrado. La clave del éxito está en el giro de los ojos hacia la izquierda sin mover la cabeza; y la atención a los detalles. ¿Fotografiar? No, no basta con crearnos un mapa objetivo del fragmento de piel. En los dos segundos del encuentro hay que hacerlo todo: buscar detalles, dejarse maravillar e intentar la meditación sobre lo visto ( además de esbozar posibilidades ficcionales). Es duro ser un voyeur creativo.

La marca es una isla de piel rugosa sobre la piel tersa. Es como un trozo de carne interior – palpitante, blanda, poco adaptada a la intemperie - que ha brotado del fondo y, rápidamente, ha cubierto aquello que estaba visible y se ha endurecido. Aún se observan trazos del tatuaje en los alrededores de la cicatriz. Sólo por eso sabemos que la quemadura borra un tatuaje. No entiendo por qué se han dejado esa línea sin borrar, por qué la quemadura no ha borrado todo y, al no hacerlo, se nos ofrece con ese doble significado (es quemadura – accidente de la piel -; es borrado – intención del pensamiento)

El trazo del tatuaje que permanece visible no se corresponde a ningún trabajo de calidad. Tienen un cierto aire amateur – no diré que presidiario pero no me sería imposible ficcionar en esa dirección. En todo caso, lo que veo cuando me cruzo con la bella mujer y giro mis ojos hacia la izquierda, parece ser una línea azul que nace bajo lo borrado, hace un pequeño bucle en la piel limpia y, posteriormente, vuelve a hundirse bajo la isla quemada. El trazo no tiene sentido, claro, y no cabe la posibilidad de especular sobre qué había sido dibujado o escrito.




SHOW ME
SHOW ME
HOW YOU DO THAT TRICK
THE ONE THAT MAKES ME SCREAM

sábado, 25 de julio de 2009

PARA TI (PA´TI , ETERNO FEMENINO)


Para ti
(que estás de morros esta noche)


Sólo la propia salvación puede ser un imperativo moral"
" El juego sólo es posible si se puede contar con la buena fe de los contertulios"
(Onetti, La vida breve)

UNO

Escribo desde siempre y escribo, sobre todo, cuando no escribo. Nada original, comprendan ---- y tan tonto es eso del escribir sin escribir que abunda. Escribo cuando paseo y recorro las calles sin objetivo pero con rutinas, siempre los mismos itinerarios, las mismas sendas, las mismas horas, siendo, por tanto, objetivo fácil para los terroristas que desean acabar conmigo, para mis bajones depresivos que me encuentran dispuesto a recibir disparos en la nuca. Y escribo – aunque no escriba (agg!) – esperando que llegue el encuentro, la princesa que me monte en su caballo y me saque fuera, fuera de lo que no es escritura e, incluso, fuera de la escritura, lejos de todo aquello que no es la música o los rostros de las mujeres bonitas o un buen té con manzanas verdes en el silencio de la mañana o la cerveza y los cigarrillos clandestinos. Huida de la vida, escape, escape, skape...

Escribo para invocar su llegada. Me debe salvar Ella y (mientras tanto) me muevo con su criada morfinómana, la escritura, en formas de lo más diverso, a veces de un modo y a veces de otro. Pero todo es erróneo, fallo, siniestro y avatar frustrado o perversión de clase media. Ella no llega y, por eso, construyo frases y párrafos, enebro el hilo y lanzo pespuntes. Escribo, espero y me sacrifico en la conciencia de que nada hay salvo el error y las derivas y todas las energías frustradas.

Una mañana de verano estaba yo en el banco descansando de la caminata cuando llegó entre luces y sudor la amiga de Xena, la princesa guerrera. Vista al trasluz creí que podía ser aquella que estaba esperando, cuerpo terso y vientre fecundo. Me hice por ella lesbiana para convertirla en esposa. La formalidad me mata, lo sé. Ahora comprendo que no es ella la que está por venir y anuncian mis úlceras porque después de unos días de idilio retorné a la escritura, lo que viene a ser como si el terrateniente algodonero abandonara en el lecho conyugal a la jovencísima recién casada y se sumergiera en los establos con aquella esclava negra a la que conoce desde la infancia y que ya no es ni siquiera bonita pero es ella, fiel cómplice, llena de trazos de memoria e imperativos de deseo.

En efecto, no era ella – nunca es ella si no es tú - y por eso escribo, incluso y sobre todo cuando no escribo, perfilando a la amazona que me liberará de mi estupidez y de la escritura.
DOS

Nada, inútil, fracaso. Uno más. Otra página. Demasiadas páginas pasadas sin haber escrito nada en ellas (Hemos creado una extraña amistad, el club de los que pasan página).

Escribí en el pasado repitiendo el momento inicial, el primer desagarro en la página en blanco, el primer golpe en la tecla. El resultado era nada ( o casi), la mera posición, el rito del cuaderno y del bolígrafo. Nada. Frases que fueron quemadas como diciendo al mundo ¡lo que te has perdido! Y ocultando en esa filigrana de la pose la nada de la nada. ¡No hay escritura sin Obra! ---- y el eterno principiante, achispado – ni siquiera borracho – en el giro inicial de la mano, cree que escribe, traza y borra con el gesto, sobre todo cuando no escribe. Por eso mantiene el tono, el movimiento inicial (el 0+ n, siendo n pequeño pequeñísimo). En proceso de escritura, in nuce, con la potencia en acto en un subatómico giro de la mirada.

Idiota, llegue a creer que ser escritor era mejor que ser Papa, o rey o constructor o presidente de comunidad autónoma. La hostia.

Pero de la juvenil inocencia han pasado ya muchos años. La idiotez, que persiste, es ahora no más lúcida pero si más zorra. Por eso ahora escribo para salvarme ; ahora escribo sólo para ti y necesito la presencia invisible, la amabilidad, la sonrisa y el sonrojo, las claves del reino de la piel que me devuelven acrisoladas los ojos cómplices en la extraña faena de ver colores. Los cruces y los pasajes donde intercambiamos una mirada. Y sigo pensando que todo lo demás es un puto rollo. No va a llegar nunca la princesa guerrera o su escudera para sacarme de aquí. Y por eso eres tú más importante aunque te sepa en tránsito, pronta a desaparecer, purita contingencia, ironía y solidaridad en precario, todo en precario, que sé que la enfermedad y la muerte y el olvido y la distancia nos acechan a todos (y cada vez más cerca, como un tam tam).

Escribo para ti y tenía que decírtelo. Aunque no sepa tu nombre, aunque tengas muchos nombres o sólo pases por aquí o tal vez no seas ésta sino la otra, insospechada, encuentro en un cruce, entrevista tras los visillos o en el contraluz del disco-pub
.

viernes, 10 de julio de 2009

AUTOBIOGRÁFICA. Recuerdo (falso) que, sin embargo, reclama su derecho comunicativo.


Recorrer la escala de los grises, matizar la luz con excitantes y somníferos nacidos de un pequeño entornamiento de puertas y ojos; dejarse sorprender por los cambios tanto como por las permanencias. Mantener la conversación y morir por ella para atender al detalle y la diferencia que haga cambiar proporciones y armonías en las cartografías de este viaje. Recorrer la luz, matizar la escala de grises y dejarse sorprender por la pincelada incesante del color. No tener miedo – no seamos idiotas ahora, amiga – si estos descubrimientos nos estremecen. Temblemos.

Ella y él, recién salidos de la adolescencia y conversando a través de los huecos de la música (Radiohead). Lejanas las rodillas no se tocan. El vaso de cerveza emite positrones y crea un una imagen tomográfica de cuerpos y almas. Nadie ve esa imagen salvo el lector privilegiado que puede actuar como hermeneuta o médico o “ácido clínico”, si así lo desea. Una bocanada de marihuana gasificada recorre el local y una chispa rosa se posa en los labios. Comienza la charla que parece que ya no quiere terminar. El paisaje interior es muy bonito (Todo esto – la charla que no quiere terminar - es ilusión, claro, pero ellos, tan jóvenes, no lo saben; no saben del aburrimiento ni del esfuerzo, ignoran que hay que dejar espacio a la soledad de las orquídeas - como dijo Ricardito Rorty. Cultivar la propia perversión y los crueles fanatismos para volver a entrar en barrena dentro del perfil táctil - ¿no se habla por la piel? - de la palabra compartida).

Ellos tienen el tiempo limitado por papá y mamá, por su corto monedero y por todo aquello que no se quiere decir. Ella habla de su proyectos, de sus futuros estudios y del inter-rail. Se miran, fuman, hablan, beben cerveza suave mientras pasan rostros que reclaman la atención. Se ríen como idiotas porque se lo pasan bien. El deseo hace volutas con la inteligencia y edifica palacios. Todo sería muy decadente, ñoñito y “mono” si el novio celoso no andara con ganas de follón y hostias. (De todas formas la sangre nunca llega al río ni la tristeza a Tokio)
......

Han pasado los años y han dejado de fumar mientras fuman y beben cerveza sin alcohol contando los sorbos y calibrando la embriaguez. Yo creo que sólo podrán seguir conversando si han sabido preservar un espacio para las orquídeas. Esto ya lo dije y no quiero repetirme pero, de lo contrario, se limitarán a comentar los escándalos y priorizarán los problemas de estómago y el-qué-dirán. Dejarán que sus neuras se filtren por las canciones de Radiohead y conviertan todo en sórdida melancolía de viejos. Lo que pasó aquella tarde no habrá existido aunque todos lo recuerden y hasta aquel noviete de entonces jure que partió la cara al que quería levantarle la chorba. Por Dios, ¡qué horror de ancianidad y qué insania de los recuerdos!

(Nota: En la polémica medieval sobre la potencia divina discutían los sabios sobre la posibilidad de que Dios devolviera el virgo a la doncella defenestrada o pudiera hacer que Roma no hubiera existido. Tema brutal que deja al hombre en un perfil de contingencia nunca antes experimentado. Sin embargo, poco a poco, metieron los sabios al Dios omnipotente en cintura y acabaron sodomizándolo hasta la muerte. En el caso que nos ocupa, me parece evidente que si no saben cultivar nuestros protagonistas sus jardines aquella conversación entusiástica de los dos adolescentes desaparecerá. Será lo inexistente. Ni siquiera un sueño)

(Nota: Me voy a cultivar orquídeas al Mediterráneo. Sobre el agua y gracias al amor al color que ahora me embarga)

Imagen: George Grosz. El hombre enfermo de amor(¿?Lovesick) 1916.

miércoles, 8 de julio de 2009

AUTOBIOGRÁFIKA. Dos recuerdos iniciales, fundacionales de la memoria y de la experiencia (II)


Una sala de hospital o ambulatorio. Más que habitación parece un pasillo estrecho y alargado en cuyo fondo hay una ventana de esas que permiten el paso de la luz pero no ver el exterior. Un cierto tono verde limón deriva de la luz generosa que surge de muchos puntos (la ventana y también de los objetos). En el fondo hay una mesa - o, mejor, un mostrador o repisa recubierto de azulejos – sobre la que se apoyan cajas metálicas que se utilizan para desinfectar instrumental médico (jeringas) o para preservarlo de la contaminación. Quizás hay también vapor pero la luz suaviza esas nubes de asepsia. Pudiera ser que fueran a pincharme pero no tengo miedo ni siento malestar. A veces esta imagen se ve cortocircuitada por otra en la que mi madre y yo entramos en la consulta de un médico (no veo a mi madre, veo – como si fuera una cámara de vídeo – la habitación y al médico con su bata. Los colores son los mismos pero la presencia del humano – antipático – hace que el cuadro me resulte más desagradable. El efecto humano. Creo que me receta unas pastillas ---- también recuerdo unas pastillas de la infancia aunque, obviamente, no sé si tienen que ver con la imagen de la consulta ni mucho menos con la primigenia sala verde y luminosa.

En mi sala verde y sin miedos no hay nadie. Sólo la luz y las cajas metálicas que protegen las jeringuillas de la acción exterior. Sin embargo si en la imagen que comentaba ayer – la del coche que se dirige a la colina – me siento solo (que no mal) y como abandonado al flujo catódico, en esta imagen hospitalaria siento la presencia de mi madre. Me hago presente tremendamente protegido, blindado frente a las agujas, la enfermedad y, fundamentalmente, ese médico borde. Mi madre, joven y guapa, crea un aura sacramental de seguridad que me permite experimentar la belleza de los colores y la luz con deleite. Podría decir que mi segunda imagen fundacional es femenina

(Quizás eso explique que dejo caer siempre la belleza del lado femenino. Femenino: fuerte y capacitado para dejarse llevar, abandonado a la percepción de cualquier objeto en todos sus brillos, abandonado a la contemplación, al deseo, al cuidado, al amor... Por el contrario, lo masculino apuntala su rudeza constantemente – como temiendo una caída de la erección – y, por ello, no hay en él abandono, nunca se deja llevar por la contemplación, el deseo, el cuidado, el amor...Lo masculino es andamiaje; lo femenino fluido. Notemos: esta caracterización en nada compromete a hombres y mujeres. Es pura efervescencia de mis emulsiones autobiográficas.)

martes, 7 de julio de 2009

AUTOBIOGRÁFIKA. Dos recuerdos iniciales, fundacionales de la memoria y de la experiencia(I)


Una imagen de televisión. Se ve un coche – como de los años treinta, americano – que se dirige hacia una casa que se encuentra en la cima de una colina. Paisaje seco, sin cultivar o con la cosecha recogida. Polvo en los ojos y en el fondo de la garganta. Me recuerda a algunos cuadros de Hooper o al célebre “Christina’s World” de Andrews Wyeth. El coche asciende por el camino de tierra y siempre se ve su parte trasera. Quiero decir: el coche nunca llega al final del sendero pero se encuentra inequívocamente en movimiento aunque la imagen sea fija en el recuerdo. La imagen procede de la TV y es muy posible que estemos ante algún fragmento de película. Desde pequeño tuvimos televisión en casa y no es raro, por lo tanto, que haya quedado en mi este retazo de alguna narración que está olvidada.
Años después asocié la imagen a los truculentos sucesos que Truman Capote nos cuenta en A Sangre fría. Desconozco la razón de este proceso que integra dos realidades tan lejanas en el tiempo (he leído la novela de Capote por primera vez hace relativamente poco) y que nada tienen que ver. Eso significa que mi memoria funciona como engrudo unificador de mi conciencia modificando todo lo que encuentra a su paso sin “discreción ni miramientos”. Mi coche que va hacia la colina reverbera en mi mente un sentimiento de paz muy lejano al frío dolor que genera la matanza de la novela. Todo es raro y maravilloso.

lunes, 6 de julio de 2009

Autobiografía o autopoiética


Mi primer poema rimaba en pretérito
imperfecto.

Mi primer poema estaba escrito en un cuaderno de la Caja del Círculo (verde el cuaderno / gris la Caja) .Y en la contraportada podía leerse:

“Familia que ahorra, familia feliz”.

Mi primer poema soñaba(falsamente) parusías e imaginaba el fin de la historia y todos los conflictos. Trataba de
“una porra que no pegaba/
y de un hombre que la amaba”.


(Cito de memoria: el cuaderno de la Caja fue destruido hace mucho tiempo).

Y ahora, tantísimos años después, pienso que esa fijación mía con el pretérito imperfecto de indicativo de la primera conjugación no es sana ni cabe esperar de ella nada. Manifiesto: “No utilizar el pretérito imperfecto de indicativo, con especial prohibición de la primera conjugación.”

No he nacido para cumplir manifiestos (no por inteligencia postpoética sino por la debilidad del buey idiota). Recitar aquel “era una porra que no pegaba / era un hombre que la amaba” me provoca una malsana excitación que me arrastra hacia vicios privados que son impedimento y lastre de toda poética. Salvo la mala.

viernes, 3 de julio de 2009

RECONSTRUCCIÓN DE UN CIERTO ESPEJO NEGRO (y IV)


La sangre se extiende y mancha su vestido. Unos ojos negros como la imposibilidad del perdón miran la cara apagada de la niña y se debaten entre la inmensidad de un placer que culmina y el arrepentimiento que como un relámpago clarea el alma.

Después llega la ocultación y el ascetismo. Hundido el cuerpo entre las telas de su túnica, el lógico esteta mira el atardecer y castiga sus ojos cerrándolos cuando los rayos del sol van a anunciar la esperanza de una humanidad que clausura sus negocios y sale a las terrazas para combatir el calor. Desea escribir pero golpea su mano. Se corta el pulgar. Se arranca un ojo para, finalmente, dejarse llevar por la aceleración nerviosa de su corazón. El corazón recuerda el momento de la furia, cuando el chorro de tinta escribió en el cuerpo ausente la palabra belleza. Se ahoga de nuevo en el placer y se excita en la expiación, el castigo y la renuncia al mundo.

La luz verde acaba borrando la sangre, devuelve color a la cara de la niña que no sonríe. Ha pasado quizás un año. La pena está cumplida y el libro finalmente culminado, en manos de las institutrices, hace soñar a las mariposas, a las ninfas, a sus padres. La luz tacha la vulgaridad de la carne abierta porque la subraya con toda la paleta de colores. La gran mentira del color.

La hermana de Gregorio Samsa toma un autobús en Praga y siente el primer signo de su menstruación. Sonríe a sus padres y olvida a Alicia en el maravilloso mundo de las tardes de té en casa del reverendo aficionado a la fotografía.
La estética, moribunda, resucita en la religión (la ética se refugia en los intestinos de los cínicos)
Imagen: Silencio de los corderos

jueves, 2 de julio de 2009

RECONSTRUCCIÓN DE UN CIERTO ESPEJO NEGRO (III)


La noche del cazador llega finalmente. Se intentó una vez y otra quedó frustrada por un incierto sabor ocre en los oídos. Pero hoy es la ocasión, el momento alcanza su masa crítica de sumandos. Todo será suave y encantador y, para ello, repasa la línea de los labios, se recorta las uñas de manos y pies buscando la parábola perfecta que evite el arañazo, la sensación de garra que quiere evitar porque no se imagina él sacrificio sino entrega, encuentro de almas que finalmente definen su puridad, la maravilla buscada.

Por eso no importa que la noche depredadora sea tarde soleada, ni que al otro lado de las cortinas alguien ría un chiste. El calor canta su melodía de mes de julio y él tiene preparada la parusía estética, el final de la imagen y el relato con el que ha ido envolviendo los mohines y las preguntas perplejas de su amiga. Y allí está ella dispuesta a una nueva aventura, embebida del humo del gusano opiómano. La ropa caída como en sueño o elevada por un curioso sistema de poleas invisibles, como en cuadro de Balthus. La mujercita que simula el sueño – él así se lo ha pedido - sonríe cuando suena una canción de Shakira. Finalmente, pues, el relato no va ser concluido (será reescrito para otros, ocultando claves y purificando las pasiones en la gramática).

Acaricia su pelo y deja que la pulcritud se torne olor a cerveza, mucosidad de diverso pelaje y la sensación de que un tranvía nos atraviesa la carne. La mano gentilmente blindada por la fuerza animal cancela la boca para la palabra y el beso. El cobre se despertó clarín y óxido. La niña no puede imaginar otra cosa que un paseo por el parque de los tilos.

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La niña llora. La sombra del horror se ha posado entre sus labios, su pecho, sus piernas. Humedecida por la viscosidad de un mal olor desea, al borde de la inconsciencia, una llamarada abrasadora que la exilie.


La estética enreda a la ética en el juego de la lógica implacable del depredador.

Imagen: el silencio de los corderos

RECONSTRUCCIÓN DE UN CIERTO ESPEJO NEGRO (II)


ALICIA:
Una huella blanca reposa borrada en el muslo

Número uno: Está Jodie Foster en el papel de Clarice Starling, dentro de la casa de Búfalo Bill, con su pistola preparada pero a oscuras. Es malo no ver . Cla-ri-ce respira asmática. Y en esas el psicópata se coloca su aparato de visión nocturna y persigue - insinuándose como sombra - a la pobre Jodie que, en ese momento se torna Iris, la chica de Taxi Driver: una niña desvalida pero armada. Bill nos narra con sus gafas un acoso en toda regla: ella siente que algo pasa a su lado pero es incapaz de comprender qué ni cómo ni dónde. Es el inicio de un malestar perdurable, de un demonio en el corazón. Es posible que el disparo final acabe con la pesadilla de los corderos pero ¿no se ha iniciado la de las mariposas en la noche?

Número dos: Alicia no va armada. La niña y su memoria, de vuelta del paseo en barca, reconstruyen lo aprendido esa tarde. Una mano y una boca salieron espesas de la narración como lenguas de gelatina o hígado. A Alicia le gusta muy poco el hígado y algo la gelatina. Alicia repasa como si de una lección de la escuela se tratara lo que "tito Charles" le ha enseñado esa tarde. Una clave antigua fuerza al olvido detrás del deleite ("¿a que es divertido?" – decía el hijo del perro). El dolor asomó sus alfileres muy poco. La curiosidad se escurre por los detalles y ella, por un momento (hasta que llega la hora de la merienda que todo lo ordena), asume la presencia del mundo como mejor puede hacerse: sin entender nada.

Número tres: Alicia ha sentido la presencia de algo en la oscuridad. Pero no tiene pistola, no puede por intuición o a lo loco, matar a la bicha que no se sabe si pupa o mariposa o gusano. Alicia ha recorrido el pequeño lago escuchando una bonita historia pero no entiende por qué debía moverse tanto, ni por qué se subió el vestido para evitar que se manchara, apartar una abeja o hacerse una foto. Ignora por qué siente sombras cuando posa aunque le divierta un montón hacerlo. No acaba de entender ese momento en el que el alegre Charles tocó con el pulgar su muslo de un modo tan vigoroso (y menos aún por qué a partir de ahí dejó de hablar, remó con fuerza hacia la orilla y no le quiso confirmar si mañana volvería a leerle la aventuras disparatadas de la otra Alicia, la que vive al otro lado del visor, la apuntada con un pistolón disfrazado de ingenio y lógica).

La estética en el límite (Lo bello y lo siniestro). La ética en un tris tras: el espacio de lo impropio (o quizás, sólo, lo inconveniente).


Imagen: Alicia, by Carroll (Dogson)

miércoles, 1 de julio de 2009

RECONSTRUCCIÓN DE UN CIERTO ESPEJO NEGRO (I)


ALICIA

La niña juega, delicada y salvaje. Sus hermanitos, al parecer, han optado por la huida hacia el bosque o el parque después de la pequeña paliza. Ella se revuelve en el suelo un rato, canaliza la ira en expiraciones ruidosas y finalmente se queda tumbada boca abajo, con la falda casi en la cintura. Balbucea tierra y polvo. Se da la vuelta para limpiarse el verde de la rodilla y humedecer con su saliva la herida del codo. Le mira. Le sonríe y vuelve a dejarse caer en la tierra para tramar alguna sutil venganza.

Una sonrisa - la sonrisa y la caricia son los argumentos fundamentales para matizar cualquier materialismo – se refleja en los ojos del lógico esteta. Sus ojos tienen patente de corso - concedida por la filosofía y el arte – y se enredan en los pliegues de la ropa y detectan más de siete franjas de luz que merecerían ser memorizadas. Se toma nota en silencio, siempre en el maldito silencio.

Para hablar el lógico esteta necesitaría escribir un libro. Quizás un cuento sobre una niña a la que se somete a un viaje para mayor gloria de los puntos de luz y la gama de colores. El bueno del lógico esteta se lo piensa. Duda. ¿Por qué expresar cuando cabe la visión, la contemplación y el silencio plácido? Sabe que la expresión de las luminarias encontradas entre las cosas está siempre a un paso del ridículo y a dos del escarnio.

Al atardecer la hierba se sube encima de la mesa y oculta la taza de té. Acaricia la mano del buen lógico y éste comprende que el verde le está hermanando con la niña. Se inicia el paseo y la expresión. La maravilla de las maravillas expía cualquier torpeza de la piel o la boca. La barca navegará por el río . La niña, con los ojos cerrados, escuchará su propia historia mientras su cuerpo y sus ropas se tornan porta aeronaves de las siete franjas de luz dignas de ser memorizadas.

Estética gloriosa e impasse ético

Imagen: Retrato de Alice Liddell, Charles Lutwidge Dodgson,