ALICIA:
Una huella blanca reposa borrada en el muslo
Número uno: Está Jodie Foster en el papel de Clarice Starling, dentro de la casa de Búfalo Bill, con su pistola preparada pero a oscuras. Es malo no ver . Cla-ri-ce respira asmática. Y en esas el psicópata se coloca su aparato de visión nocturna y persigue - insinuándose como sombra - a la pobre Jodie que, en ese momento se torna Iris, la chica de Taxi Driver: una niña desvalida pero armada. Bill nos narra con sus gafas un acoso en toda regla: ella siente que algo pasa a su lado pero es incapaz de comprender qué ni cómo ni dónde. Es el inicio de un malestar perdurable, de un demonio en el corazón. Es posible que el disparo final acabe con la pesadilla de los corderos pero ¿no se ha iniciado la de las mariposas en la noche?
Número dos: Alicia no va armada. La niña y su memoria, de vuelta del paseo en barca, reconstruyen lo aprendido esa tarde. Una mano y una boca salieron espesas de la narración como lenguas de gelatina o hígado. A Alicia le gusta muy poco el hígado y algo la gelatina. Alicia repasa como si de una lección de la escuela se tratara lo que "tito Charles" le ha enseñado esa tarde. Una clave antigua fuerza al olvido detrás del deleite ("¿a que es divertido?" – decía el hijo del perro). El dolor asomó sus alfileres muy poco. La curiosidad se escurre por los detalles y ella, por un momento (hasta que llega la hora de la merienda que todo lo ordena), asume la presencia del mundo como mejor puede hacerse: sin entender nada.
Número tres: Alicia ha sentido la presencia de algo en la oscuridad. Pero no tiene pistola, no puede por intuición o a lo loco, matar a la bicha que no se sabe si pupa o mariposa o gusano. Alicia ha recorrido el pequeño lago escuchando una bonita historia pero no entiende por qué debía moverse tanto, ni por qué se subió el vestido para evitar que se manchara, apartar una abeja o hacerse una foto. Ignora por qué siente sombras cuando posa aunque le divierta un montón hacerlo. No acaba de entender ese momento en el que el alegre Charles tocó con el pulgar su muslo de un modo tan vigoroso (y menos aún por qué a partir de ahí dejó de hablar, remó con fuerza hacia la orilla y no le quiso confirmar si mañana volvería a leerle la aventuras disparatadas de la otra Alicia, la que vive al otro lado del visor, la apuntada con un pistolón disfrazado de ingenio y lógica).
La estética en el límite (Lo bello y lo siniestro). La ética en un tris tras: el espacio de lo impropio (o quizás, sólo, lo inconveniente).
Imagen: Alicia, by Carroll (Dogson)
Número uno: Está Jodie Foster en el papel de Clarice Starling, dentro de la casa de Búfalo Bill, con su pistola preparada pero a oscuras. Es malo no ver . Cla-ri-ce respira asmática. Y en esas el psicópata se coloca su aparato de visión nocturna y persigue - insinuándose como sombra - a la pobre Jodie que, en ese momento se torna Iris, la chica de Taxi Driver: una niña desvalida pero armada. Bill nos narra con sus gafas un acoso en toda regla: ella siente que algo pasa a su lado pero es incapaz de comprender qué ni cómo ni dónde. Es el inicio de un malestar perdurable, de un demonio en el corazón. Es posible que el disparo final acabe con la pesadilla de los corderos pero ¿no se ha iniciado la de las mariposas en la noche?
Número dos: Alicia no va armada. La niña y su memoria, de vuelta del paseo en barca, reconstruyen lo aprendido esa tarde. Una mano y una boca salieron espesas de la narración como lenguas de gelatina o hígado. A Alicia le gusta muy poco el hígado y algo la gelatina. Alicia repasa como si de una lección de la escuela se tratara lo que "tito Charles" le ha enseñado esa tarde. Una clave antigua fuerza al olvido detrás del deleite ("¿a que es divertido?" – decía el hijo del perro). El dolor asomó sus alfileres muy poco. La curiosidad se escurre por los detalles y ella, por un momento (hasta que llega la hora de la merienda que todo lo ordena), asume la presencia del mundo como mejor puede hacerse: sin entender nada.
Número tres: Alicia ha sentido la presencia de algo en la oscuridad. Pero no tiene pistola, no puede por intuición o a lo loco, matar a la bicha que no se sabe si pupa o mariposa o gusano. Alicia ha recorrido el pequeño lago escuchando una bonita historia pero no entiende por qué debía moverse tanto, ni por qué se subió el vestido para evitar que se manchara, apartar una abeja o hacerse una foto. Ignora por qué siente sombras cuando posa aunque le divierta un montón hacerlo. No acaba de entender ese momento en el que el alegre Charles tocó con el pulgar su muslo de un modo tan vigoroso (y menos aún por qué a partir de ahí dejó de hablar, remó con fuerza hacia la orilla y no le quiso confirmar si mañana volvería a leerle la aventuras disparatadas de la otra Alicia, la que vive al otro lado del visor, la apuntada con un pistolón disfrazado de ingenio y lógica).
La estética en el límite (Lo bello y lo siniestro). La ética en un tris tras: el espacio de lo impropio (o quizás, sólo, lo inconveniente).
Imagen: Alicia, by Carroll (Dogson)
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