Recorrer la escala de los grises, matizar la luz con excitantes y somníferos nacidos de un pequeño entornamiento de puertas y ojos; dejarse sorprender por los cambios tanto como por las permanencias. Mantener la conversación y morir por ella para atender al detalle y la diferencia que haga cambiar proporciones y armonías en las cartografías de este viaje. Recorrer la luz, matizar la escala de grises y dejarse sorprender por la pincelada incesante del color. No tener miedo – no seamos idiotas ahora, amiga – si estos descubrimientos nos estremecen. Temblemos.
Ella y él, recién salidos de la adolescencia y conversando a través de los huecos de la música (Radiohead). Lejanas las rodillas no se tocan. El vaso de cerveza emite positrones y crea un una imagen tomográfica de cuerpos y almas. Nadie ve esa imagen salvo el lector privilegiado que puede actuar como hermeneuta o médico o “ácido clínico”, si así lo desea. Una bocanada de marihuana gasificada recorre el local y una chispa rosa se posa en los labios. Comienza la charla que parece que ya no quiere terminar. El paisaje interior es muy bonito (Todo esto – la charla que no quiere terminar - es ilusión, claro, pero ellos, tan jóvenes, no lo saben; no saben del aburrimiento ni del esfuerzo, ignoran que hay que dejar espacio a la soledad de las orquídeas - como dijo Ricardito Rorty. Cultivar la propia perversión y los crueles fanatismos para volver a entrar en barrena dentro del perfil táctil - ¿no se habla por la piel? - de la palabra compartida).
Ellos tienen el tiempo limitado por papá y mamá, por su corto monedero y por todo aquello que no se quiere decir. Ella habla de su proyectos, de sus futuros estudios y del inter-rail. Se miran, fuman, hablan, beben cerveza suave mientras pasan rostros que reclaman la atención. Se ríen como idiotas porque se lo pasan bien. El deseo hace volutas con la inteligencia y edifica palacios. Todo sería muy decadente, ñoñito y “mono” si el novio celoso no andara con ganas de follón y hostias. (De todas formas la sangre nunca llega al río ni la tristeza a Tokio)
......
Han pasado los años y han dejado de fumar mientras fuman y beben cerveza sin alcohol contando los sorbos y calibrando la embriaguez. Yo creo que sólo podrán seguir conversando si han sabido preservar un espacio para las orquídeas. Esto ya lo dije y no quiero repetirme pero, de lo contrario, se limitarán a comentar los escándalos y priorizarán los problemas de estómago y el-qué-dirán. Dejarán que sus neuras se filtren por las canciones de Radiohead y conviertan todo en sórdida melancolía de viejos. Lo que pasó aquella tarde no habrá existido aunque todos lo recuerden y hasta aquel noviete de entonces jure que partió la cara al que quería levantarle la chorba. Por Dios, ¡qué horror de ancianidad y qué insania de los recuerdos!
(Nota: En la polémica medieval sobre la potencia divina discutían los sabios sobre la posibilidad de que Dios devolviera el virgo a la doncella defenestrada o pudiera hacer que Roma no hubiera existido. Tema brutal que deja al hombre en un perfil de contingencia nunca antes experimentado. Sin embargo, poco a poco, metieron los sabios al Dios omnipotente en cintura y acabaron sodomizándolo hasta la muerte. En el caso que nos ocupa, me parece evidente que si no saben cultivar nuestros protagonistas sus jardines aquella conversación entusiástica de los dos adolescentes desaparecerá. Será lo inexistente. Ni siquiera un sueño)
(Nota: Me voy a cultivar orquídeas al Mediterráneo. Sobre el agua y gracias al amor al color que ahora me embarga)
Imagen: George Grosz. El hombre enfermo de amor(¿?Lovesick) 1916.
Ella y él, recién salidos de la adolescencia y conversando a través de los huecos de la música (Radiohead). Lejanas las rodillas no se tocan. El vaso de cerveza emite positrones y crea un una imagen tomográfica de cuerpos y almas. Nadie ve esa imagen salvo el lector privilegiado que puede actuar como hermeneuta o médico o “ácido clínico”, si así lo desea. Una bocanada de marihuana gasificada recorre el local y una chispa rosa se posa en los labios. Comienza la charla que parece que ya no quiere terminar. El paisaje interior es muy bonito (Todo esto – la charla que no quiere terminar - es ilusión, claro, pero ellos, tan jóvenes, no lo saben; no saben del aburrimiento ni del esfuerzo, ignoran que hay que dejar espacio a la soledad de las orquídeas - como dijo Ricardito Rorty. Cultivar la propia perversión y los crueles fanatismos para volver a entrar en barrena dentro del perfil táctil - ¿no se habla por la piel? - de la palabra compartida).
Ellos tienen el tiempo limitado por papá y mamá, por su corto monedero y por todo aquello que no se quiere decir. Ella habla de su proyectos, de sus futuros estudios y del inter-rail. Se miran, fuman, hablan, beben cerveza suave mientras pasan rostros que reclaman la atención. Se ríen como idiotas porque se lo pasan bien. El deseo hace volutas con la inteligencia y edifica palacios. Todo sería muy decadente, ñoñito y “mono” si el novio celoso no andara con ganas de follón y hostias. (De todas formas la sangre nunca llega al río ni la tristeza a Tokio)
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Han pasado los años y han dejado de fumar mientras fuman y beben cerveza sin alcohol contando los sorbos y calibrando la embriaguez. Yo creo que sólo podrán seguir conversando si han sabido preservar un espacio para las orquídeas. Esto ya lo dije y no quiero repetirme pero, de lo contrario, se limitarán a comentar los escándalos y priorizarán los problemas de estómago y el-qué-dirán. Dejarán que sus neuras se filtren por las canciones de Radiohead y conviertan todo en sórdida melancolía de viejos. Lo que pasó aquella tarde no habrá existido aunque todos lo recuerden y hasta aquel noviete de entonces jure que partió la cara al que quería levantarle la chorba. Por Dios, ¡qué horror de ancianidad y qué insania de los recuerdos!
(Nota: En la polémica medieval sobre la potencia divina discutían los sabios sobre la posibilidad de que Dios devolviera el virgo a la doncella defenestrada o pudiera hacer que Roma no hubiera existido. Tema brutal que deja al hombre en un perfil de contingencia nunca antes experimentado. Sin embargo, poco a poco, metieron los sabios al Dios omnipotente en cintura y acabaron sodomizándolo hasta la muerte. En el caso que nos ocupa, me parece evidente que si no saben cultivar nuestros protagonistas sus jardines aquella conversación entusiástica de los dos adolescentes desaparecerá. Será lo inexistente. Ni siquiera un sueño)
(Nota: Me voy a cultivar orquídeas al Mediterráneo. Sobre el agua y gracias al amor al color que ahora me embarga)
Imagen: George Grosz. El hombre enfermo de amor(¿?Lovesick) 1916.
5 comentarios:
Brutal. Mr. Lug, ácido clínico, tu escritura es una droga dura (me salió en verso, pero no fue a propósito). La chispa rosa, la tristeza que no llega a Tokio, el bueno de Ricardito Rorty colándose en escena, la sórdida melancolía para viejos de Radiohead, la soledad de las orquídeas ... Me estoy volviendo adicta, adicta. Intoxicame. Cultivo orquídeas, no me sale muy bien, pero insisto. Mi cattleya se me murió ahogada exhibiéndome su podredumbre como diciendo "es tu culpa, es tu culpa, ya no podré 'hacer cattleya' como quería Proust"; mi phalaenopsis está en buena forma porque aprendí que hay que darle lo que yo necesito y mi oncydium epífita sobrevive milagrosamente a a la intemperie, quiere ser salvaje y no soy quién para domesticarla. Mr. Lug, no hay ninguna diferencia entre los recuerdos falsos y los verdaderos. Su escritura es rara, se lo dije. Parece un médico empuñando el bisturí y al mismo tiempo un avezado fumador de opio. Con el opio me transporta y con el bisturí, me desventra. Rare mix. Very, very rare. Voy a quemar mis discos de Radiohead ...
P.S.: Créame que no es un exceso, estoy leyendo a la par la última novela de McEwan, pero me tienta mucho más Mr. Lug.
Brutal. Me apropio de su "ácido clínico" - como ha podido comprobar - y corto y pego el estandarte de la batalla. Me anima, me ofrece camino, senda del bosque.
Me hace gracia lo de "escritor raro". Lo asumo y lo estudiaré.
Un Bisturí y opio: asumo. Supongo que se trata sólo de una rareza romántica ( o post-post - post romántica).
¡Entiende usted de botánica! ¡Qué vida más rica! Mi rareza quizás derive de una vida menos rica, más precaria y contingente (¡vivo en la Castilla profunda no en el glamouroso Buenos Aires!)Solo el espíritu me salva. Eso lo he ganado en los últimos meses y espero que no sea ganacia efímera. Estos meses también me han enseñado a ver color y escala de grises. Estoy turbado. He empezado a fumar y se me ha destrozado el estómago, amén de mi publicitada colonoscopia. Me siento vampiro de mucha gente. Si mi escritura le corre por la vena y la hace estar "mejor que muerta"(Lou Reed dixit), guay. Pero limitemos el poder de la morfina. Dejemos que triunfe el temblor.
Voy a desaparecer unas semanas del cielo salvífico bloggero. Intentaré encomendarme a su sangre para que siga fluyendo por mi lengua.
Eternamente agradecido,
Lug
Vampirice y chupe sangre sin pudor. No, no entiendo de botánica. Soy una orquideóloga perseverante pero de escasos resultados. Se celebran enormemente cuando llegan, dada su escasez. Buenos Aires es rara, pero no tanto como usted, alquimista del bisturí y del opio. Su escritura me hace estar mejor que viva. Entonces, si se ausenta mucho tiempo, ¿yo qué hago, eh? ¿qué hago? Por favor vuelva pronto y no me niegue el temblor. Como decía River Phoenix en My Private Idaho, "whatever happens, have a nice day". Nice, nice weeks, Mr. Lug.
Tortuga, extraño tu extraña escritura, ¡volvé!
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