martes, 28 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE (II DE IV)


II

La piel que había sido marcada por algún tipo de escritura o figura ahora parece desbordarse en el borrado como la lava del volcán tapaba los edificios pompeyanos. La meditación nos dice que toda esta historia se nos muestra como un simulacro de retorno al estado inicial. ¿O es que la mujer escribió en su cuerpo el signo por la excitación del borrado futuro? No parece que esa sea la psicología del tatuado. En todo caso, nosotros no confiamos en retornos porque somos ya Ulises. Pero sólo porque es ella – sea quien sea – la que porta la marca nos dejaremos atrapar por el relato. Deferencia hacia la belleza.

El borrado es más significativo que aquello que pretende ocultar. El estado inicial no nos interesa. Pero esa significatividad mayor no la vamos a poder contrastar a menos que iniciemos una relación con la mujer, que intentemos seducirla o nos convirtamos en su amiga del alma o su divertido amigo gay. Sólo así podríamos indagar en la historia, pedir que nos narre el lance y la crisis, solicitar imágenes y documentos, interrogar a los colegas de aquellos años. Sin embargo no somos historiadores. Textualizamos miradas, civilizamos perversiones (y poco más). Ella se queda en otro tiempo y a nosotros, hermanos, sólo nos queda la narración. Y en la narración no nos interesa el tránsito sino sólo la quemadura (y el resto de trazo).

Pero no soltemos la presa. Aunque el origen en nada nos motiva, aunque la historia de la mujer sea sólo anécdota para descubrir la categoría de nuestra existencia en el maldito tiempo, es legítimo preguntar si la dimensión de la tachadura, su ligereza o violencia, puede servirnos de base para inducir el valor de lo borrado. Aquí debemos ser de nuevo francos: por propia experiencia sabemos que no. En ocasiones borramos con rabia cualquier frase irrelevante por purito impulso interior, como los (malos) imitadores de Pollock hacen saltar las gotas de color sobre el lienzo sin importar qué ocultaba la tela o qué podía haber llegado a revelar. De igual modo la ciudad cubierta por el manto de ceniza y lava se conserva como criatura inmortal pero nosotros no tenemos por qué suponer – aunque lo hacemos – que entre sus muros se alojaba más lascivia y pecado que en las villas vecinas.

Por eso no tenemos en este caso que lanzarnos a la vorágine imaginativa y suponer que el tatuaje tenía algún sentido especial y que y borrado es igualmente un acto de autoridad de la mujer sobre su cuerpo y su vida. A lo mejor, sencillamente, la fea cicatriz es tránsito hacia una futura reconstrucción del tejido por parte de un cirujano plástico y el borrado es otra ilusión, pasaje hacia la inexistencia. No quedará, tal vez, ni el eterno tatuaje ni su borrado.

2 comentarios:

PÁJARO DE CHINA dijo...

Te queda la narración que a partir de la categoría del signo no borrado puede imaginar la anécdota y el tránsito: el resto del tatuaje y la razón de la quemadura.

Pero cómo es anécdota y transito, no interesa. La narración puede concentrarse en la descripción quirúrgica del signo y su poder evocador. Pero tenés razón: puede revelar una banalidad.

Podés considerar que, al fin y al cabo, la mujer del puerto te interpela y desplazar el centro de atención. ¿Qué es lo que te tatuaste y quisiste borrar y no conseguiste borrar del todo? Quizá termines siendo el sujeto de la narración y no solo el sujeto que narra.

Algo te quema. Algo permanece.

Besos que esperan la tercera parte (¿y si es solo una línea que asoma bajo una quemadura, asumiendo la forma del objeto narrado?)

Blogger pide "wines" esta madrugada. Acodémonos en la barra, Mr. Lug, junto a los marineros del puerto.

Luis González dijo...

Me cuesta narrar, seguir una línea que tenga origen, desarrollo y cierre. Los textos se me resisten porque se me abren sentidos, matices, trabajo cromático. No avanza la historia porque no sabe dónde quiere ir. Supongo que tendré que ir aprendiendo.

La historia sigue dos pasos más allá (por ahora). Y descartada la historia de la mujer - a la que supongo bella pero a la que en realidad no he logrado ver cuando nos hemos cruzado por la calle: de inmediato me centré en la marca - y descartado el signo mismo y su borrado como objeto de divagación (ambos pueden ser banales como bien apuntas), la opción será el retorno al yo, la asociación con otro recuerdo, con otra historia, otra mujer, otro borrado, otra cicatriz (para el caso: una cicatriz no autoinflingida). Queda la burla y el "ácido clínico".

Algún día me liberaré de la tiranía de las palabras y las cabalgaré para contar una historia, para narrar el devenir de una tribu. Pero soy aprendiz -- y la escritura es en mí terapia reparadora que me lleva de las visiones callejeras hasta el centro de mi memoria y a la serenidad - momentánea - del espíritu.