Extraviada. Extraviarse, descarriarse, perder el camino. O, mejor, descubrir que la ruta familiar y cotidiana, las callejas y esquinas por las que uno deambula sin prestar atención a la senda que uno estima amable y protectora, se vuelve extraña, como de otro tiempo o espacio. El extraviado anota su extranjería o la ve reflejada en aquellos objetos en los que hasta poco uno podía permitirse el enorme lujo de analizar su imagen, tocar su rostro con la mirada. La niña se siente extraviada en las calles que tan bien conoce y ahora sin fascistas se adentra en los barrios obreros buscando droga y pintura, quizás comida, quizás una mujer que le arranque el embrión que la come viva, gusano y huella alcohólica que él ha dejado--- Él: el artista huerfano y sátrapa que no puede dejar de mover el pincel en su vello púbico.
La niña con sombrerito berlinés azul-klein se pierde entre callejones en los que huele a berza y meadas. Sube escaleras y paga el precio de un raspado con cucharas de sopa con olor a legumbres. Se confunde. Se marea. Se emborracha aún más a los catorce años y el gato la define como extraviada, sin calle propia, sin cama ni baño privado. Vomitada en parto trivial por su madre en la casa de un vecino artista. No jugó con muñecas sino con pinceles y colores, con botellas de ginebra barata y cigarrillos. Se deleitaba con el frío, hacía carreras con su aliento en las ventanas heladas para ver quien ganaba en los cristales. Perdía su leve calor corporal. Niña pintada de cebra y amante sobrevenida. Ahora abierta de patas en la mesa de la cocina con mucho opio en la cabeza y más ginebra niña que eso no duele o qué poco te dolía cuando lo estabas haciendo. Y ahora descansa y no temas a la sangre.
La niña sale de la casa y ya es de noche. En la esquina la sangre de un fascista mancha sus zapatos y asciende como serpiente por sus muslos hasta la ingle. Uno se acostumbra a la sangre y termina por no ver en ella nada más que el color y le entran ganas de tomar el pincel con sus dedos finos y pintar su propio reflejo de niña - hace poco aún niña - desnuda y con el gato, el mismo gato marramiau que ahora mira buscando el arrullo. El gato-ángel custodio que ella arropa y envuelve en su abrigo perdiéndose ambos en las calles extraviadas que poco a poco van volviéndose conocidas.
Imagen:
Ernst Ludwing Kirchner
Marcela. 1910.
Retrato de la niña-modelo Lina Franziska Fehrmann (1910)
Retrato de Franzi y Peter (1910)
Niña del gato- Franzi (1910-20)
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