lunes, 14 de diciembre de 2009

CARTOGRAFÍA DEL GATITO MARRAMIAU (2). EXTRAVIADA

La niña baja por la calle tapando su cabeza con un gorro de señorita berlinesa y cruza Dresde sin mirar por su vida ni atender a los peligros. Un grupo de nazis grita consignas-macho a su paso y la insultan con términos gruesos como artista o amante de artista. Dicen puta. El gato marramiau se esconde detrás del coche y avisa con su móvil a los gendarmes o lo intenta porque en 1931 no hay cobertura en Alemania (y los guardias no entienden el lenguaje de los gatos). El gato imposibilitado mira a Marcela y se esconde bajo el calor de los motores, junto a la rueda del camión del grupo de asalto. Imposible la intervención de la ley, el gato espera la llegada de un comando libertario que sepa enfrentarse a esos palurdos de camisas pardas que ahora tiran bolas de papel y corazones de manzana a la nenita con su gorrito de azul berlinés. Escapa, niña, cambia de calle. Pero ella está sorda. Siente el peso de su vientre. Piensa en un cuadro. El último cuadro que ella ha dejado abandonado en la buhardilla, justo antes de que llegara él con su seriedad impostada de huérfano y la frialdad de sus modos. Borracho. Anarquista del amor libre y profeta de las infidelidades (de él). La vanguardia. Ella piensa en el cuadro, en su cuadro, el que no ha podido manchar de negro o azul para que él no se aproveche otra vez de su talento. El cuadro que todos vemos en verde absenta y para el que ella posó con su olor a grasa y sus zapatillas agujereadas. Vestida como de cebra, la niña para ser pintada - para pintar algo - tuvo que pagar precio de amante que trapichea con su cuerpo para pillar cacho - cacho de carne, de hachis, de píldoras que bajan el hambre y cuelgan el espíritu. Y el gato lo vio todo. El gato vio el precio que se paga por hacer lo que uno quiere y, finalmente, acaparar lo que otros dejaron, las sobras, las propinas, las colillas de los cigarrillos burgueses que los chavales recolectan y venden a las puertas de las cantinas. O se los fuman.


Extraviada. Extraviarse, descarriarse, perder el camino. O, mejor, descubrir que la ruta familiar y cotidiana, las callejas y esquinas por las que uno deambula sin prestar atención a la senda que uno estima amable y protectora, se vuelve extraña, como de otro tiempo o espacio. El extraviado anota su extranjería o la ve reflejada en aquellos objetos en los que hasta poco uno podía permitirse el enorme lujo de analizar su imagen, tocar su rostro con la mirada. La niña se siente extraviada en las calles que tan bien conoce y ahora sin fascistas se adentra en los barrios obreros buscando droga y pintura, quizás comida, quizás una mujer que le arranque el embrión que la come viva, gusano y huella alcohólica que él ha dejado--- Él: el artista huerfano y sátrapa que no puede dejar de mover el pincel en su vello púbico.

La niña con sombrerito berlinés azul-klein se pierde entre callejones en los que huele a berza y meadas. Sube escaleras y paga el precio de un raspado con cucharas de sopa con olor a legumbres. Se confunde. Se marea. Se emborracha aún más a los catorce años y el gato la define como extraviada, sin calle propia, sin cama ni baño privado. Vomitada en parto trivial por su madre en la casa de un vecino artista. No jugó con muñecas sino con pinceles y colores, con botellas de ginebra barata y cigarrillos. Se deleitaba con el frío, hacía carreras con su aliento en las ventanas heladas para ver quien ganaba en los cristales. Perdía su leve calor corporal. Niña pintada de cebra y amante sobrevenida. Ahora abierta de patas en la mesa de la cocina con mucho opio en la cabeza y más ginebra niña que eso no duele o qué poco te dolía cuando lo estabas haciendo. Y ahora descansa y no temas a la sangre.



La niña sale de la casa y ya es de noche. En la esquina la sangre de un fascista mancha sus zapatos y asciende como serpiente por sus muslos hasta la ingle. Uno se acostumbra a la sangre y termina por no ver en ella nada más que el color y le entran ganas de tomar el pincel con sus dedos finos y pintar su propio reflejo de niña - hace poco aún niña - desnuda y con el gato, el mismo gato marramiau que ahora mira buscando el arrullo. El gato-ángel custodio que ella arropa y envuelve en su abrigo perdiéndose ambos en las calles extraviadas que poco a poco van volviéndose conocidas.

Imagen:

Ernst Ludwing Kirchner

Marcela. 1910.

Retrato de la niña-modelo Lina Franziska Fehrmann (1910)

Retrato de Franzi y Peter (1910)

Niña del gato- Franzi (1910-20)

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