El mundo, casi con toda seguridad, tarde o temprano defrauda o decepciona. Entiendo ambos procesos como verbos propios de balance y libro de contabilidad existencial. La decepción implica que la ganancia es sensiblemente menor a lo esperado; sentirse defraudado es tomar conciencia de la pérdida en lo invertido y de la sospecha de que el otro, el socio, ha especulado con nuestro capital (el capital es siempre confianza) en otros proyectos no publicitados. La filosofía nos enseña a aceptar estas quiebras con alegría, vindicando que hay interés en tomar conciencia de las pequeñas repugnancias del mundo defraudador y en los brillos de la belleza.
La película de Tim Burton me decepciona (un poco) porque llevo la versión de dibujos de Disney (la de 1951) en las venas y me parece que ésta no la supera ni se acerca a su nivel. La historia de Alicia que se nos narra defrauda porque después de enredarme en el juego de la fantasía no es de recibo que ella se ponga a trazar un planning vital en términos de geometría ( esto es útil o aquello inconveniente). Alicia sale del cuento cansada del Sombrerero Loco que se pasa la película frente a una joven-no-nínfula-sí-lolita demasiado pequeña o demasiado alta para visibilizar la pulsión sexual y el amor. Cuando, finalmente, todo torna a su tamaño ajustado, ella le acaricia la mejilla y le anuncia la bifurcación de sus destinos: ella debe ir a su mundo y, en él, se convierte en ejecutiva del imperio comercial británico en China. Parece, pues, que el juego de la fantasía, el "soñar seis cosas imposibles antes de desayunar", es motor del desarrollo utilitario del capitalismo inventivo. Su secreto.
Nunca imaginé a Alicia crecida y no sé si cabe la conversión del personaje de Carroll en joven veinteañera. Alicia no es la Wendy de Peter Pan. Sin embargo, me gusta el trabajo de la actriz (Mia Wasikowska), sus ojeras rebeldes y su dejarse llevar por el escenario de Burton (¿déjà vu?) con paciencia. El paisaje de fantasía frena la interpretación y el corsé que la joven Alicia se quita en el inicio de la película acaba exteriorizado en el paisaje 3D. Jonhhy Deep se subordina a su maquillaje y la malvada reina Roja - Helena Bonham Carter - creo que se bidimensionaliza (lo cual es ganancia en el orden 3D) gracias a la tara de su cabezón y su insistencia cruel en rodearse de individuos provistos de orejas descomunales, narices pinochianas y estigmas de todo tipo.
Alicia en la era de la globalización, por lo tanto, se deja ver con una sonrisa en los labios y una lágrima en los ojos por la reducción de la historia de la niña impaciente y aburrida en un juego de aventuras con dragones malos y reinas blancas que luchan por el bien.
La experiencia 3D - desconocida para mi - me resulta curiosa en su novedad. Sin embargo, portando mis gafitas y viendo el mundo fílmico en relieve, lo que me vino a la mente no fue el futuro sino el pasado. Recordé aquellas postales en las que veía la profundidad y hasta el movimiento de una muchacha que cerraba los ojos o pasaba de la risa al llanto. El 3D no me pareció el futuro. Es rara la vida cuando no hay futuro y, sin embargo, la niña Alicia se hace mayor y se despierta convertida en un monstruoso insecto.
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