viernes, 23 de abril de 2010

CUENTOS VELOCES DE LA TORTUGA BICÉFALA. EL ENAMORADO SECRETO


Él está perdidamente enamorado de ella pero lo mantiene en secreto. Las razones de esta ocultación no nos importan ahora. De igual modo es irrelevante a esta velocidad narrativa que el amor sea efectivamente secreto o, por el contrario, ella le tenga calado porque a los enamorados se les distingue fácilmente por su torpeza. También nos resulta indiferente si ella juega con él o hay burla. Lo sublime secreto se designa en clave cómica.

Él está locamente enamorado de ella(en secreto) y, aunque la visita con cierta frecuencia, no puede evitar sentir un nudo en el pecho, el dolor de la semilla que no se despliega, el temblor de la energía latente. Es tan intensa la fuerza del sentimiento y exacerbado el secreto que el hombre acaba muriendo de amor.

Muerto y enterrado el hombre llega a las puertas del cielo y en la entrada Dios le da el alto.

- No puedes entrar porque técnicamente morir de amor es una de las modalidades del suicidio - dice.

-Es deber del hombre impedir que esa posibilidad tenga lugar
- sentencia


¿Es discutible la opinión divina? Dejemos el debate y consignemos que el hombre termina en el infierno condenado a la que quizás sea la peor de las penas: el enamoramiento eterno sin objeto. Por los siglos de los siglos nuestro amigo vivirá en la desdicha del amor secreto, aquel que ni siquiera puede desfogarse en la visión tímida de la amada o en la expectativa soñada de un encuentro más o menos fortuito. El Diablo explica a su nuevo inquilino los entresijos de la sentencia. Al parecer Dios se muestra especialmente implacable con los que mueren de amor por diversas razones teológicas. Si el amor es la fuerza que Dios nos da para ejercer su plan en el mundo, el que muere de amor comete el pecado de dilapidar el préstamo al apuntar con el rayo erótico hacia sí, a su alma enamoradiza, en lugar de difundir la luz en el exterior. Satán intentó negociar la pena - sustituyendo el amor(secreto) eterno por el odio eterno o la gran decepción por la amada que no nos comprende, sentimientos más adecuados en el infierno. Pero Él es implacable con la mala gestión en asuntos del amor.

Después de vivir diez mil veces diez mil entre azufre y amor secreto, una mañana de verano él se despertó convertido en un humano tumbado en la cama. Seguía enamorado en secreto - eso lo notó nada más abrir los ojos - pero ya no estaba en el infierno. Pensó: todo ha sido un sueño. O Dios me ha dado una oportunidad finalmente. Bien.

- Cada día que despertamos es una oportunidad que Dios nos da de enmendar errores . Dejaré de amar en secreto - pensó.

El amante secreto, para ser eficaz en su nueva tarea, pidió cita a la amada. Ella aceptó e hicieron el amor esa misma noche. Luego pasearon por los parques y fueron de viaje a la Costa Azul. Se prometieron y se casaron y tuvieron hijos e hijas y perros y orgullo de la representación infantil de Navidad. Las cosas se desarrollaron tan plácidamente que a los siete años, nuestro amigo dejó de amar expresamente a su esposa... pero su amor secreto, ese amor que duele en el pecho, seguía intacto. Y le dolía ahora más porque había perdido el rostro, los gestos que antaño cristalizaban ese amor. El amor se hizo abstracto e informe y, a modo de una sopa primordial, vio chisporrotear en su interior al sexo y a la muerte, al buen dios y al astuto demonio, los juegos de azar y las cartas del tarot. El amor secreto seguía en el fondo de su alma y se hundiría obsesivo en la cruel abstracción si no encontraba pronto un nuevo rostro para reiniciar la secuencia.

Y Dios en la letra pequeña de su condena nos dijo: el amor, la fuerza que Yo os he entregado para ejecutar mis planes, debe ubicarse siempre al menos a un milímetro de la piel. Y siempre mirando afuera. Después dedícate al sexo, a la piedad o a la filantropía posmoderna. Pero nada de amor en el centro de tu corazón. Lo quiebra.

Y el hombre ahí sigue, oscilando entre el eterno morir de amor y la imposible tarea de olvidarse de sí mismo en el amor que se arroja como clavo ardiendo al mundo que tanto lo necesita.

Imagen: George Grosz: Matrose im Nachtlokal, 1925

Vídeo: Camilo Sesto (1978).
En 1978 yo acudía a las fiestas organizadas por las monjas de un colegio cercano a mi barrio para ver chicas. Las monjas ponían a Camilo Sesto para animar el sano ambiente teen. Y el perfume femenino de las adolescentes se mezcla en mi memoria con estas canciones y con la sotana de un misionero que fue asesinado por los paganos salvajes y que ellas (las monjas) me mostraron en la primera exposición antropológica que contemplé en mi vida. No he logrado romper el hechizo de ambas imágenes aunque, para ser sincero, la sotana del asesinado no me huele hoy a nada (es puramente conceptual su embrujo) y a aquellas chicas las sigo sintiendo en el fondo de este amor sin objeto que nunca se consume.

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