DE LA CARNE
La imagen es de Pieter Aertsen(1507-1575). Parece que la obra tiene unas dimensiones de 123 x 167 aunque, ya puestos, creo que exigiría desproporción, un tamaño que desbordase las paredes de la casa burguesa y exigiera muro, sala de juntas de diputación provincial o cámara de representantes. No menos de veinte metros de base. Casi un mural pero sobre tabla o lienzo. Ubicación en vano destacado catedralicio o en valla publicitaria en la autovía. ¡¡Vanitas!!
La representación - en el borde de lo representable - me produce una extraña repugnancia unida a una cierta excitación intelectual cercana a la risa insana. La náusea no deriva sólo de la contemplación de carnes y grasas en distintos niveles de formación y coloración. No soy tan fino. En las modernas carnicerías higienizadas la paleta del color es realmente escasa- el rosa de vuelve imperial y, todo lo más, jugamos en torno al rojo más o menos oscurecido en un corrido hacia el negro en el caso de los embutidos y morcillas o aclarado hacia el blanco de las salchichas. Pero soy consciente de que en las carnicerías antiguas había una mayor profusión de formas y colores, las aves - como en el cuadro - aparecían aún con plumas y los animales con pelo. Nadie temía los ojos del bicho que iban a engullir (de hecho se los papeaban también con deleite de golosina). Lange Pier, sobrenombre de Aersten, en un contexto de imposición de la estética contrarreformista, logró pasar las escenas religiosas al fondo de su obra y dejar la cárnica materialidad en el primer plano. Supo buscar las formas y colores para convertir una cabeza de vaca en ilustración de piedad y beatitud. En todo caso me parece que si dejamos hacer a las moscas y al calor en el sanísimo proceso de putrefacción (uno de los grandes misterios metafísicos de la humanidad) el aura cromática adquiere nuevas tonalidades y la alegoría se multiplica por veinte. Las modernas carnicerías carecen de ese aura. Quizás por eso cabalga a la humanidad un ateísmo tan tontito. En la posmodernidad sobran razones para el vegetarianismo.
DEL ESPÍRITU SANGUINOLENTO
Sin embargo el malestar y la risa que me provoca el cuadro no deriva de la acumulación de carnes degolladas . Me resulta hiriente la espesura del primer plano, la profusión de viandas que como una extraña selva, enreda la mirada entre la víscera, la salchicha y el jamón o la nata, el queso y los dulces. Todo bajo la cabeza bovina que se nos interpone en la diagonal y nos interroga sobre nada, como un par de tristes interrogantes century gothic que han olvidado la pregunta. Y el fondo, lo directamente significativo, se desdibuja.
Resulta desoladora la presencia tan en vanguardia del frontal de exhibición cárnica que nos abre con cierta desvergüenza, los tres espacios-fondo que discurren paralelos a la línea del mostrador. Estos espacios - pura fantasmagoría (quizás la carne, finalmente, estuviera putrefacta y nos provoque alucinaciones) - poseen una textura, tema e intención bien distinta de la del bodegón del primer plano, pero se contaminan de la espesura de la carne. El hueco central - mediado trascendentalmente por la cabeza del cerdo y el plato de sardinas( que forman el ángulo recto de la serenidad) - nos deja ver una escena de caridad: la virgen María, en su burrito y con el Niño Dios en brazos, entrega una limosna a muchacho que cuida al anciano arrumbado en el borde del camino. A su alrededor circula un extraño grupo de paseantes. En el hueco de la derecha, por su parte, observamos al tipo que vierte agua en el cántaro y, en el fondo, lo que parece una habitación con enfermo, un hombre con el torso desnudo que no sabemos si dicta últimas voluntades y que está escoltado por algunas sombras humanoides y el cerdo abierto en canal como icono o fetiche que espantara muerte y otras espiritualidades nefastas.
¡ Todo es tan extraño en su cotidiana cercanía! ¿Debemos entender que la carne desmembrada y en límite de putrefacción es una constante, lo común a épocas, modas y estilos, lo que une la escena de la Virgen con el presente?. En su desgarro expresivo, la carnicería nos informa del impuesto a pagar por el hecho de estar vivos. Podemos expandir la mirada, desde luego, definir diagonales y planos superpuestos, jugar con el gris y el verde o con la gama del rosa. Espiritualizar el arte. Pero la carne, la sangre que en seguida se descolora y se coagula, es hilo rojo de la mirada.... Sangre en el sexo, en el nacimiento, en la muerte. Sangre cuajada en dulce de matanza. Sangre ausente en el mostrador de la chacinería pero que es su sombra y, sobre todo, su olor. Sangre que nos abre mundos extraños en el fondo del cuadro, diluidos, alucinados por la propia puterfacción de aquello que nos da vida.
Recuerda, mortal, que eres carne. Y ni el color ni la geometría te salvan en esta conciencia luminosa de que somos - tú y yo - piezas en la carnicería.
Asusta tanto que produce risa.
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