La tecnología ha sido siempre un instrumento de poder y el ferrocarril es buena prueba de ello. Más allá de todas sus ventajas el tren ha sido un instrumento de invasión social y cultural desde sus orígenes. Los indios de las praderas americanos no pudieron vencer al caballo de hierro y tuvieron que acabar montándose en él o perecer. El tren, junto con barcaza de vapor y el rifle de retrocarga o la ametralladora, fueron instrumentos esenciales en la colonización europea del mundo (ver Los instrumentos del Imperio, biblioteca del Instituto GH2726).
Casi todas las tecnologías son agresivas en su expansión y parece que no nos queda sino subirnos a su carro bajo pena de quedar aplastados o no disfrutar de unas ventajas que acaban pareciendo imprescindibles. Pero, ¿cabe controlar el proceso , es decir, el riesgo que implica todo cambio? ¿Es posible evaluar racional y emocionalmente el impacto de las tecnologías sobre la vida? En general creemos que sí y nadie parece ponerlo en duda (hasta los ecólatras más exaltados consideran viable un giro en nuestras tecno-pornográficas vidas).
En un célebre experimento sobre el control, se sometía a un grupo de ratones separados en jaulas a una descarga eléctrica molesta que sólo uno de ellos tenía la posibilidad de cortar presionando una palanca. Las descargas aparecían completamente al margen de la voluntad de los ratones y todos recibían las mismas en igual medida. Ahora bien: el ratón que podía apagar el flujo eléctrico logró vivir mejor que los otros que acabaron tremendamente estresados y perecieron aunque, objetivamente, recibieron todos la misma dosis eléctrica. Para los ratones el flujo eléctrico aparecía como algo imprevisible pero la expectativa de poder controlar lo que pasa mantiene vivo (y feliz) al ratón dueño de la palanca.
Decimos controlar los efectos del desarrollo tecnológico pero ¿lo hacemos realmente? Parece que podemos neutralizar los efectos perversos de la tecnología y ser conscientes de ese (supuesto) poder evita un estrés letal. Apareció la bomba atómica y los humanos terminamos por crear mecanismos de control (¡de hecho no hemos muerto abrasados!). En nuestros días, ¿no estima un gran número de personas que el famoso “cambio climático” podrá ser controlado humanamente con ... más tecnología?.
Ahora bien: ¿puede alguien evitar la presencia de la descarga, es decir, del riesgo? El tecnooptimista, como el ratón que controla la palanca en el experimento, cree que sí, que siempre puede(y podrá) eliminar el riesgo. Desde luego su experiencia pasada no justifica que pueda hacerlo en el futuro. El tecnopesimista considera que llegará un día en que la descarga será tan extrema que terminará por achicharrarnos. De igual modo su alarmismo acaba sonándonos al cuento de Pedro y el Lobo. El tecnooptimista vive libre de estrés. El tecnopesimista considera que todo pesimista es un optimista bien informado y que el ratón de la palanca es simplemente un instrumento al servicio de unas fuerzas que nunca podrá dominar. Es feliz y vive tranquilo pero carece de conocimiento.
¿Qué tipo de ratón prefieres tú ser?
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