martes, 20 de julio de 2010

Cuaderno de verano (6). Abrazo místico y turismo cultural (y 2).

Francisco de Zurbarán: San Francisco (1645)


"Mi prosperidad no fue prosperidad sino señuelo de pluma y un tesoro de alquimia"
(Antonio de Guevara: Menosprecio de Corte, alabanza de aldea)

La tendencia perceptiva a la forma, la integración de los estímulos en unidades significativas, se complementa con la constante animación de todo lo que nos sale al paso. Todo se vivifica en nuestra visión común y debemos sin duda hacer un gran esfuerzo para creer en la mera máquina o la solitaria muerte del mineral. Un “objeto inerte” tiene algo de contradicción en el adjetivo. ¡Y ya no te cuento si es el objeto un cuerpo! Decía Tales: “todo está lleno de dioses”. Y se mueve...

La animación de lo que parecía inanimado: piedra que resucita carne (erótica en el caso de Pigmalión o terrible en la leyenda de Bécquer), Cristo bajando de su cruz de madera o mármol para abrazar a San Bernardo, el cadáver monificado de Francisco de Asís mirando al cielo en obsesiva compulsión voyeurista. La animación de todo - todo vive, vive, vive - es reiteración, para el devoto, del milagro de la creación del hombre (desde el barro).

El objeto devocional – la pintura, el crucifijo, la escultura – se vivifica y este milagro de regreso (¿?) a la vida acaba impregnando al contemplador en la maravilla del gozo, la “suavidad inefable”, la caricia de singular favor (aunque “castísima”) que nos entregan los objetos.

El arte no es devocional de suyo. Quizás su objetivo es cerrarnos en la obsesión de la forma, la conciencia violentada de que lo que se nos muestra está muerto, muerto, muerto...¡y sólo importa ya su forma!.

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Hacia 1449 Nicolás V visitó la basílica de San Francisco de Asís y encontró al santo de esa guisa que nos muestra Zurbarán: erecto, mirando al cielo encapuchado y mostrando el pie con su estigma de sangrado heraclitiano (incesante de suyo). No se dice nada del olor (flores o así) pero quizás no complementara el perfume chanel con el ascetismo franciscano y su votos. En todo caso el Papa quedó tan flasheado en el lance místico que quiso inaugurar una exposición temporal inmediata con comisario protoneoyorquino(avant la lettre, claro). Algunos aguafiestas (San Jacobo de la Marca) desmintieron falsamente el milagro para que quedara el rinconcito sacro al margen del turismo de masas.

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Las momificaciones santísimas de flor y estigma luminoso contrastan muy amablemente con la situación de los vampiros. Los santos incorruptibles comparten destino con los no-muertos en su rebelde oposición (armada) a la mineralización del ímpetu thanatos. La clave que los une es la ya citada tendencia de las cosas a animarse y no parar quietas. El alma, al parecer, siempre deja un retén de emergencia en la corrupta carne, yendo el grueso del ejército espiritual, en el caso de los santos, a la sala de contemplación divina (allí donde todos son ojo o cámara). El destino de los vampirizados es más confuso, dudando los expertos si el alma está ya cerca de los infiernos o dilapida su efímera autonomía de lo carnal en el ignis fatuus .

En todo caso lo que ahora nos interesa es que ni santos ni vampiros dejan el cuerpo en la inerte soledad de lo inanimado. Alguien se queda ahí y sigue moviendo las cosas. La forma pura debe hacer un hueco al temblor del alma.

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Existen estudios científicos que tratan de explicar (¡puag!) los rasgos del vampiro a partir del estudio forense. Se sabe que en los muertos crece el pelo y las uñas y que, al caer la epidermis, se nos muestra el cutis dérmico (por eso los vampiros se dice que rejuvenecían). Mítica es también la dureza de su miembros: la lengua (con la que taladraban el pecho de sus víctimas... lo de los colmillos es literatura) y el pene (que sin viagra les proporciona horas y horas de erección, convirtiendo al no-difunto en potencial atracción de mujeres y enemigos por humillación del por sí caprichoso pene del vivo-vivo).

No se sabe de las piruetas sexuales de los santos incorruptos pero comparten santo y vampiro el fluir de lo sanguíneo, estigma luminoso replicante de la sangre eterna del Cristo o, en el caso del desfavorecido zombi, restos del banquete al que se ve abocado el impulso pananimista antes y después del coito contundente con la campesina.

El santo huele a flor y el vampiro a putrefacción. No sé si los terapeutas de la aromaterapia convendrán conmigo en que el aire preñado de esencias define la vida en un sentido u otro.

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Creo que tanto el santo como en vampiro hacen suya la idea de Antonio de Guevara antes citada: "Mi prosperidad no fue prosperidad sino señuelo de pluma y un tesoro de alquimia"
La vida, una vez muertos, nos sabe a bien poco (la verdad es que, a veces, ni vivos, encontramos la gracia al asunto). Pero sí parece claro que el ya muerto-nunca definitivamente muerto contempla la cosa a cierta distancia, nostágico del engaño que ya no se puede mantener dignamente. Ese engaño del arte y la de la vida. Lo que no nos abandona ni cuando descubrimos su trampa y dramaturgia.

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Ni el santo ni el vampiro son turistas culturales. Más bien permanecen en su terruño, siempre cerca de su sweet home alabama, pegados a la cueva o a la tumba. Sólo el personaje creado por Bram Stoker - tan distinto del vampiro folklórico - se nos ofrece como amigo del Grand Tour.

Una exposición temporal para turistas culturales que pretenda mostrarnos los caminos del alma niega lo que pretende: no hay glamour, ni importa la belleza (ni al vampiro ni al santo). Las imágenes devocionales no tienen por qué ser artísiticas (más aún , la imágenes menos bellas son más eficazmente místicas).

El santo y el vampiro nos dicen que no salgamos de la aldea. La corte y sus exposiciones temporales le provoca risita de ratón. Miran las moscas que se posan en su cuerpos y que más tarde analizarán los forenses.

Turismo de moscas y sandía. Le Grand Tour del alma. Om

Exposición: Lo Sagrado hecho real (Valladolid, 2010)

2 comentarios:

Joachim&Malik dijo...

Estimado. Espléndidos y enjundiosos comentarios sobre el tema y la exposición. Tal vez reconozca algo en esta página

http://joachimmalikverlag.blogspot.com/

Atentos saludos más allá del Barroco.

PÁJARO DE CHINA dijo...

Es posible que el vampiro sea el doble del santo. Su Mr. Hyde. El vampiro es invariablemente un doble, el reverso nocturno de nuestra aparente decencia cotidiana.

El santo no tiene sexo. El vampiro lo destila. El vampiro lleva el signo de lo femenino (signo del que el santo abjura, salvo que se trate de la Virgencita): flujos, materia orgánica, el agua amniótica en la que se traslada, la tierra que lo cubre en su ataúd-cuna. El santo vive arriba. El vampiro, abajo. En el submundo de los pasadizos, las galerías y los corredores. Arriba del santo hay una aureola. Arriba del vampiro, un arco gótico. El santo está cerca siempre del fuego (la llama de las hogueras y las velas); el vampiro, del clima glacial.

El santo es ascéptico. El vampiro, irresistible.

Adoro la vampiria y estoy sumergida en la escritura de un librito sobre el tema (del vampiro clásico al vampiro posmo).

Tu cabeza descarriada es la vampírica, no lo dudes. Y ésa es la que hipnotiza.

Besos en la yugular.