( En el capítulo anterior: Así las cosas, ¿de qué Dharma oculto, más allá de pactos y legislaciones y estatutos docentes estamos hablando? ¿Cuál es el deber de casta del profesor? ¿Es más un brahman, señor del ritual, o tal vez un guerrero o un comerciante?¿Puede ser el profesor un sramana, asceta o solitario ejemplar?¿O acaso es mero sirviente, esclavo o paria?)
El profesor Brahman. Cerrado en el ritual del sacrificio y llamado por los dioses a la teatralización profesoral, es el campeón de la libertad de cátedra aunque la libertad, en su caso, nunca haya salido de la reiteración de los esquemas tradicionales. Es el profesor del dictado, de la copia de la palabra mal escrita y de las fichas de autores – margen derecho 4 cm, izquierdo 6, etcétera. En historia de la filosofía te dice qué se debe subrayar en el libro de texto y en qué colores, añadiendo pulcramente en la parte superior de la página 34 una definición alternativa de Physis a la que nos muestran los autores del libro y que, obviamente, está mal redactada. Platón mira hacia arriba y Aristóteles hacia abajo; después de los racionalistas están los empiristas y Kant sintetiza a ambos. Tesis, antítesis, síntesis. Nunca dejemos en la escuela que nadie nos rompa un buen esquema.
La escuela debe perdurar en la memoria a través de tópicos escolares que, más adelante, si el alumno entra en eso que se llama la especialización, se encargarán otros ironistas de borrar. Básicamente toda la sociedad debe compartir un marco histórico simple en el cual el estudiante pueda ir colgando sus descubrimientos posteriores. El Brahman sabe que el ritual esquemático no llena el alma de casi nadie y, en la sombra etílica de una charla fuera del colegio, reconoce la burocratización de su escenografía. Sin embargo, cree que, primero, el alumno debe buscar aquello que le apasiona fuera del colegio y en el colegio debe adquirir sólo las cuatro reglas. Tratar de apasionar al chico en la escuela nos conduce hacia el espacio del payaso, a entregarnos a la lujuria de sus intereses de patio, más cerca del intercambio de saliva que de la comunidad de diálogo. Por lo demás, sigue nuestro brahmán, la escuela debe ser un espacio de resistencia de los esquemas clásicos y que compartir esos esquemas –es decir, socializar a los jóvenes en ellos más allá de si son falsos o verdaderos, anticuados o modernos – es el auténtico fin de la escuela, el caldo de la integración social.
Por ello, los cambios en la estructura psico-social de sus alumnos - la presencia mayor diversidad - son considerados un tema menor por el profesor brahman. La ortodoxia y la buena letra deben continuar su faena, exigiendo a todos por igual (sin negar que algunos puedan recibir apoyo suplementario para asimilar esos esquemas). El drama está en que la escuela se ha llenado de individuos que han perdido el norte, que se han sentido deslumbrados por los criticistas universitarios y pretenden llenar el alma de los alumnos de un espíritu crítico que, a todas luces, es mera pantomima en un chaval de dieciséis años.
El profesor brahman me enseñó, de pequeño, a ser ordenado en mis apuntes y, si fuera preciso, a pasarlos a limpio. También comprendí la importancia del esquema histórico –aunque falso – y que a veces es mejor una buena mentira que la complejidad de una verdad que, por compleja, hasta ese nombre pierde. No puedo ser brahmán pues me falta empaque y donaire, quizás corbata y hasta cuna. Pero me gustó tener brahmanes como maestros. Sólo echo en falta en ellos una llama de pasión y un amor más intenso. Más afán de combate, un cuarto de espíritu visionario... y guerrero.
La escuela debe perdurar en la memoria a través de tópicos escolares que, más adelante, si el alumno entra en eso que se llama la especialización, se encargarán otros ironistas de borrar. Básicamente toda la sociedad debe compartir un marco histórico simple en el cual el estudiante pueda ir colgando sus descubrimientos posteriores. El Brahman sabe que el ritual esquemático no llena el alma de casi nadie y, en la sombra etílica de una charla fuera del colegio, reconoce la burocratización de su escenografía. Sin embargo, cree que, primero, el alumno debe buscar aquello que le apasiona fuera del colegio y en el colegio debe adquirir sólo las cuatro reglas. Tratar de apasionar al chico en la escuela nos conduce hacia el espacio del payaso, a entregarnos a la lujuria de sus intereses de patio, más cerca del intercambio de saliva que de la comunidad de diálogo. Por lo demás, sigue nuestro brahmán, la escuela debe ser un espacio de resistencia de los esquemas clásicos y que compartir esos esquemas –es decir, socializar a los jóvenes en ellos más allá de si son falsos o verdaderos, anticuados o modernos – es el auténtico fin de la escuela, el caldo de la integración social.
Por ello, los cambios en la estructura psico-social de sus alumnos - la presencia mayor diversidad - son considerados un tema menor por el profesor brahman. La ortodoxia y la buena letra deben continuar su faena, exigiendo a todos por igual (sin negar que algunos puedan recibir apoyo suplementario para asimilar esos esquemas). El drama está en que la escuela se ha llenado de individuos que han perdido el norte, que se han sentido deslumbrados por los criticistas universitarios y pretenden llenar el alma de los alumnos de un espíritu crítico que, a todas luces, es mera pantomima en un chaval de dieciséis años.
El profesor brahman me enseñó, de pequeño, a ser ordenado en mis apuntes y, si fuera preciso, a pasarlos a limpio. También comprendí la importancia del esquema histórico –aunque falso – y que a veces es mejor una buena mentira que la complejidad de una verdad que, por compleja, hasta ese nombre pierde. No puedo ser brahmán pues me falta empaque y donaire, quizás corbata y hasta cuna. Pero me gustó tener brahmanes como maestros. Sólo echo en falta en ellos una llama de pasión y un amor más intenso. Más afán de combate, un cuarto de espíritu visionario... y guerrero.
1 comentario:
Ya estoy esperando que complete su ensayo -anotaciones- sobre las tipologías profesorales: el guerrero, el comerciante, el campesino y el paria.
"Me he buscado a mi mismo" Heráclito o quizá Narciso.
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