viernes, 30 de noviembre de 2007

¿ Puede la Justicia escribirse con mayúsculas?
¿Puede la justicia – con minúscula de tribunal efectivo o sentencia evaluadora - anular el dolor, restituir la armónica existencia, acaso sólo soñada para los desgraciados?
Si la justicia – con minúscula de tribunal efectivo o estado compensador que reparte subsidios, recetas y cartillas con las primeras letras – no logra restituir esa armónica existencia, acaso sólo soñada, ¿se impone la invitación a la Historia de la Justica con mayúsculas, Dios o Muerte, nada distinta de la Venganza, Venganza que sólo se ejecuta histórica y efectivamente a través de las pequeñas venganzas, navaja y ataque goyesco a los mamelucos, quema de papeleras y concesionarios?

Canción de Jenny la de los Piratas (Brecht, La ópera de cuatro cuartos)

Y a mediodía desembarcarán
cien hombres. Y vendrán, ocultándose,
de puerta a puerta, agarrando a todos.
Ante mí los traerán con cadenas,
y me preguntarán: «¿A quién matamos?»
Y habrá un silencio grande en el puerto
al preguntarme quién debe morir.
Se oirá entonces mi voz diciendo: «¡Todos!»,
y « ¡Hurra! », a cada cabeza que caiga.




O toda la canción

Señores: hoy me ven fregar vasos /y soy yo quien les hace la cama./Gracias les doy si me dan propina,/andrajosa dé hotel andrajoso./Pero ustedes no saben con quién hablan./Una tarde en el puerto habrá gritos/y se dirán: «¿Qué gritos son ésos?»/Me verán sonreír mientras friego/y se dirán: «¿Por qué se sonríe?»
/Y un barco con ocho velas/y con cincuenta cañones/habrá atracado en el muelle.

Ellos me dicen: « ¡Vete a fregar! »/ Y me dan la propina y la tomo./Las camas les haré, qué remedio./(Pero esa noche no dormirán.)/Pues por la tarde oirán en el puerto/un estruendo y dirán: «¿Qué estruendo es ése?»/Me verán asomarme a la ventana/y dirán: «¡Qué sonrisa tan rara!»
Y el barco con ocho velas/y con cincuenta cañones/bombardeará la ciudad.

Señores: se acabó ya la risa./Porque todos los muros caerán,/será arrasada vuestra ciudad,/menos un pobre hotel andrajoso./Preguntarán: «¿Quién vive en ese hotel?»/Y me verán salir por la mañana,/y dirán: «¡Era ella quien vivía!»/

Y el barco con ocho velas/y con cincuenta cañones/empavesará sus mástiles.

Y a mediodía desembarcarán/cien hombres. Y vendrán, ocultándose,/de puerta a puerta, agarrando a todos./Ante mí los traerán con cadenas,/y me preguntarán: «¿A quién matamos?»/Y habrá un silencio grande en el puerto/al preguntarme quién debe morir./Se oirá entonces mi voz diciendo: «¡Todos!»,/y « ¡Hurra! », a cada cabeza que caiga.

Y el barco con ocho velas/y con cincuenta cañones/conmigo zarpará

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