martes, 8 de febrero de 2011

Anabel Lee vs Laura Palmer (razón melancólica para ángeles incoloros)


Laura Palmer (Sheryl Lee; Twin Peaks 1990)

And this maiden she lived with no other thought
Than to love and be loved by me.
(EA Poe: Anabel Lee)

Yo era un ángel. Quiero decir que de niño habitaba etéreo en la piel de todas las cosas. No era ángel por ser niño  sino a pesar de serlo. Respiraba el mismo aire que Anabel Lee y recorría con mi dedo su espalda. Notaban mis manos el punto exacto de su geografía en el que se acumulaban todas las tensiones del mundo y, presionando ligeramente, con fuerza de niño, le hacía brotar en mi magia el vuelo de muchas de las aves y algunos insectos.  No volábamos, claro, no se cae necesariamente en el idiotismo (al menos tan pronto) por ser ángel ni por ser niño, pero teníamos alas de suave excitación nerviosa. El juego, el pulso-cuello y el pulso-cadera, el vértigo de lo orgánico, inauguraba un museo de etnografía en el que especulaba con sus huesos y hacía bromas a su calavera cubierta de piel y otros efectos fotoeléctricos.


La besaba con la nariz al respirarla.

Yo era así en algún punto del  lienzo existencial y mordí con suave pincelada encáustica la ternura de las cosas que desde entonces busco. Quizás el  error fue  pensar en  nombrar la ternura. Desperté odios asesinos en los entes y una noche la tormenta se llevó el tacto e hizo aparecer a Killer Bob bajo la faz de clochard o padre neurótico. Todo por querer decir en su espalda el vuelo de aquellos insectos.  Esto no lo sabía entonces y ahora, si soy honesto, diría que tampoco, porque mi inteligencia se nubla de melancolía y ya no vale la intuición antigua. No preveo el peligro y, mucho menos, la salvación. Estoy condenado.

En la esquina de algún mal giro de mi cara - quizás al hacer la primera comunión y masticar sus hostias - perdí de vista la inmensidad de su piel y visité primeros desiertos y luego escuelas. En aquel reino junto al mar se exterminó el aliento.Ella perdió sus pasos en la orilla del océano.

Dicen que la envidia del cielo lo jodió todo.

Por eso subí al cielo. Estaba deshabitado. Nunca supe, en verdad, si alguien retornaba al caer la tarde, después del trabajo y la escuela o lo que sea que hicieran ángeles y arcángeles en los días de labor. Tampoco tengo mucha paciencia para esperar sentado. Disfrazado aún de primera comunión contemplé la mesa puesta sin comensales,  el único resto de algo parecido a la gracia que encontré allí arriba.  En los platos había sopa y era bonito contemplar la textura y el color del caldo, los fideos y los trocitos de verdura (rojo, naranja, verde). En el cielo no había nadie pero habitaba el color. Sin embargo, yo era un caballero del tacto y, por eso, repudié la deriva de la luz en los prismas. Me gustaba más en las lágrimas su sabor - el tacto sobre mi lengua - que su potencialidad fantasmagórica de arco iris. Quizás fue un error  dejar el espectro de la luz en el margen del desprecio (cada vez me arrepiento más de mis desprecios). Tuve que esperar muchos años para que me enseñaran a ver colores.... la experiencia despertó la nostalgia de aquella mi edad del tacto, el tiempo de Anabel Lee. Aprendí, sí, pero el contraste  paramagnético me golpeó de lleno en la cara.

Bajé del cielo y la habían convertido en Laura Palmer.

Yo ya no era ángel.

Aún no he aprendido a no serlo .

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