lunes, 19 de febrero de 2007

GEORGE ORWELL: ¿QUÉ ES LA CIENCIA?(1945)

Leyendo algunos escritos de George Orwell me topo con un artículo publicado en Tribune el 26 de octubre de 1945 y titulado ¿Qué es la ciencia?. Año 1945: el 30 de abril de ese mismo año Hitler se había suicidado en Berlín y el 4 de mayo Alemania aceptó su derrota. Por otro lado, los días 6 y 9 de agosto dos bombas atómicas fueron explosionadas en Hiroshima y Nagasaki. Un contexto caliente, sin duda, para la reflexión. Suele decirse que estos “calentones” de las circunstancias no son apropiados para una lúcida meditación (ésta precisaría de la consabida distancia) pero, en el caso que nos ocupa, podemos afirmar la excepción. Ese mismo año Orwell publica Rebelión en la Granja y, una año después, comienza la redacción de 1984. Dos obras preclaras, maduras y con oportuna distancia crítica. En lo que sigue voy a tratar de comentar el contenido de esta artículo sobre la ciencia.

LA NECESIDAD DE LA EDUACIÓN CIENTÍFICA Y DE LA PARTICIPACIÓN DE LOS CIENTÍFICOS EN LA VIDA PÚBLICA

El punto de partida del artículo de Orwell es una carta de un tal Mr J. Stewart Cook acerca de la necesidad de solventar un grave problema de la educación en Inglaterra. Al parecer ésta tiende “ a descuidar los estudios científicos y favorecer los temas literarios, económicos y sociales”. Para Mr Cook la educación científica debe conseguir evitar el peligro de una “jerarquía científica” (se entiende: la división de la sociedad nacional e internacional en una minoría científicamente formada y una minoría tecno-analfabeta; o entre países desarrollados en la ciencia y países dependientes ). A la vez, se debe forzar a los científicos para que salgan de su aislamiento y se animen a participar de los asuntos de “la política y la administración”. Sin duda podemos decir que la famosa tesis de CP Snow sobre las dos culturas ( la científica y la humanística) y sobre lo nefasto del el exilio de los científicos de la vida pública era ya una “emoción común ” al menos una década antes. Por otro lado, las reflexiones de Cook me recuerdan a aquellas otras de un diputado español tras la derrota ante los americanos en 1898: no nos han ganado los yanquis – dijo aquel patriota - en valor ni en el campo del coraje sino en sus talleres y laboratorios. En 1945 se era consciente de que la aportación tecnológica del gigante del otro lado del Atlántico fue decisiva para rubricar la guerra, sin menospreciar (aunque haciéndolo) toda la mitología de aquel “sangre, sudor y lágrimas” de Churchill pero colocando cada cosa en su sitio.

PERO ¿QUÉ ES LA CIENCIA?

Orwell acepta la importancia de la formación científica en los tiempos que se inician pero señala con maestría un “ambigüedad lingüística ” que tiende a cometerse ( ¿o no es error ni confusión semántica sino estrategia de la neolengua que impera y que denuncia en 1984?). A saber: “En general, se entiende por ciencia a) las ciencias exactas como la química, la física, etc o b) un método de pensamiento que obtiene resultados comprobables de un modo lógico desde el hecho comprobado”.

Si se pregunta a un científico o a cualquier persona culta qué ciencia es la que se vindica o, simplemente, qué es la ciencia, se responderá lo dicho en b) . Sin embargo en la vida cotidiana “ciencia” se refiere a a) --- los estudios sociales son ciencias, sí, pero con apellidos, ya sociales ya humanas (¡glorioso que el término humano aluda a un debilidad de carácter!) o meramente humanidades, unidas así a ese otro campo, casi lo innombrable, en el que se encuentran – señala Orwell – “ un estadista, un poeta, un periodista o un filósofo” (Nota: ¡Deliciosa época en la que el periodista se asociaba al poeta y no al publicista o al hedor escatológico!). Por todo ello cuando se reclama “más ciencia” en la escuela no se insiste en la necesidad de formar en el método del escepticismo metodológico sino en ofrecer más datos sobre “radiactividad, las estrellas o la fisiología de los cuerpos y no precisamente a que aprendan a pensar con mayor exactitud”.

La trasfusión de connotaciones de un sentido a otro del término ciencia nos parece claro. Casi nadie cuestionaría que para desenvolverse en política y en los asuntos públicos poseer una actitud (un talante) como el recogido en la segunda acepción de ciencia es importante y positivo. Sin embargo, ¿es tan evidente que “un químico o un físico, como tal, es políticamente más inteligente que un poeta o un abogado, también como tal”?. Para Orwell millones de personas así lo consideran. El experto en “ciencias duras” y “hechos” físicos o el ingeniero que todo lo transforma se ofrece como nueva élite del buen gobierno de los asuntos públicos.

DE LOS LÍMITES DE LA CIENCIA EN LA COSA PÚBLICA

Ahora bien: ¿es cierto que el científico está más capacitado?. Orwell reflexiona sobre varias situaciones. Por un lado, los científicos no han sido menos afectados por el virus del “nacionalismo”. Sin duda fueron más los hombres de letras que acabaron en el exilio con la llegada de los nazis al poder que los de ciencia. Hitler contó con un importante aparato tecnocientífico para investigar “sobre petróleo sintético, reactores, proyectiles cohetes y la bomba atómica”. Más aún: no pocos científicos asumieron sin rubor las descabelladas tesis de una “ciencia racial”. Por otro lado, tampoco encontramos en los científicos una sensibilidad social crítica con el capitalismo. Antes bien, han asumido sin mayor rubor “los títulos nobiliarios” del sistema . Sólo hay una excepción: los científicos británicos comunistas no han aceptado las prebendas del status quo, aunque, claro, su opción política a Orwell no le hace sino confirmar su tesis: existe en el científico positivo una cierta tendencia al dogmatismo, lejos del más sano escepticismo. En fin, la creación de la bomba atómica sin demasiados tapujos morales es otra situación que debe hacernos pensar.

Por lo tanto, ¿educación científica?. Si, por supuesto, pero “implantación de un hábito mental racional, escéptico y experimental”. Sin embargo la idea de que la ciencia es más “una manera de mirar al mundo y no simplemente un cuerpo de conocimientos, encuentra gran resistencia”. Hemos pasado, considera Orwell, de una época en la que Charles Kingsley hace cien años definía la ciencia como “producir malos olores en una laboratorio” a una situación en la que un joven químico industrial le informaba a nuestro autor de que “no podía comprender para qué servía la poesía”.

Educación científica para todos y formación no científica para los científicos. Orwell, al final de su artículo, piensa en ese grupo de investigadores que se negaron a trabajar en el ingenio nuclear al comprender sus objetivos: “he ahí un grupo de hombres cuerdos en medio de un mundo de locos. Y aunque no se publicaron sus nombres, creo que hay que suponerlos personas de un fondo de cultura amplio, con alguna preparación en historia, literatura o las artes; en resumen, personas cuyos intereses no eran, en el sentido corriente de la palabra, puramente científicos”.

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