domingo, 28 de septiembre de 2008

AUSTER: UN HOMBRE EN LA OSCURIDAD



“Lo que cuenta es la compañía, el vínculo cómplice, esa solidaridad del a la mierda todo de los condenados (Auster: Hombre en la Oscuridad)

Las cartas boca arriba, como el que desea dejar bien claro que no hay engaño ni amenaza de sedición. A algunos incondicionales de Paul Auster las novelas de Paul Auster nos gustan de modo incondicional. No esperamos en ellas que se desvelen novedades sin cuento o nunca antes ficcionadas. No indagamos entre las páginas buscando giros inesperados y, por ello, aplaudimos con alegría cuando algo se parece a algo déjà vu en otro sitio no austeriano --- esos sitios que tanto aparecen en las novelas de Auster. De algún modo sucede como con las películas de Woody Allen: se nos mezclan en la cabeza los diálogos y, en ocasiones, encontramos esos diálogos que se nos cruzan por la cabeza . Todos podríamos decir que somos capaces de simular una película de Allen o un relato de Auster pero, como con las obras de arte que podría hacer el niño de la casa, no lo conseguimos por una extraña incapacidad para asumir la simplicidad.

Un hombre en la oscuridad” (Man in the Dark), la novedad de Auster en estos días, me ha gustado. En ellas se nos repiten muchos de los temas – y personajes – de su Obra: el hombre desmontado que lucha por recuperarse y se cuestiona si merece la pena, el buscador de identidades en la mitología colectiva, la historia que brota de otra historia y da juego a otros tantos incidentes ficcionales, la reflexión sobre la propia historia (reciente) de los Estados Unidos – y la afirmación de un cierto tipo de americanismo liberal (que gusta a los europeos) -; en fin, la agrupación precaria de personas – en este caso, una familia - que muestran en el juego de la ficción y el enfrentamiento con el recuerdo la fuerza de sus lazos.

Auster hace girar gran parte de su obra en torno a la cuestión filosófico-estética de la confrontación ficción - realidad, sin atribuir al movimiento que nace en éste par ningún tono de drama irresoluble o tragedia (algo que sí que hace Unamuno en su nivola Niebla, en juego que recuerda al de Auster). De algún modo, Auster es consciente que en nuestro cerebro homínido una historia contada en el devenir de otra historia, lejos de tornarse doblemente ficción, adquiere un plus de realidad. Si este juego se lleva hasta un cierto nivel, y sin caer en el barroquismo (que nos hundiría en la ficción total), la última historia contada por el personaje del relato que cuenta el protagonista, acaba convirtiéndose en anécdota histórica.
Los personajes de Auster crean realidades paralelas – en este caso, los Estados Unidos en plena Guerra Civil con Nueva York como Estado independiente – que se tornan peligrosas para los seres de carne y humo que habitan la novela, tanto que el propio autor o , mejor aún, su personaje dejan de fabularlas, mostrando una autonomía pasmosa e inesperada que nos conduce a lo importante, el amor y la amistad (dejando la política – oh, tiempos – en un tercer plano).

Los personajes pasean sus vidas, sufren diversos avatares. No olvidemos que un avatar, en la religión, es una revelación de Principio Supremo. Si Brahma es eterno e insondable, cabe suponer que el juego de espejos austeriano puede durar mucho; y ya no te cuento la literatura.

(POSDATA: En Unamuno el choque del autor y su criatura tiene un tinte trágico, romántico y existencialista, drama de identidad o diálogo divino – un poco al modo de un antecedente lejano del asunto: la criatura enfrentada al Doctor Frankenstein en la novela de Mary Shelley. Sin embargo, y mostrando mi aprecio por Don Miguel, siempre me ha parecido que éste tenía mucho de literato juguetón, lo que le uniría a Auster o Borges, pero que siempre suelta un humo de fantasmagoría que nos recuerda al pastor protestante o la sacristía salmantina. ¿Por qué? ¿Leemos a Unamuno con prejuicio?--- Para otro día: ¿por qué Unamuno no es Borges ni Auster?).

(POSDATA: El barroco es el modo de la ficcionalización completa de todo atisbo de realidad. Un inverso perverso del idealismo: el Espíritu no se realiza en la historia sino que la historia se fantasmagoriza en el Espíritu autista)

2 comentarios:

elarboltalado dijo...

Por qué será que literatos tienen incondicionales y no fanáticos -como los tiene el fútbol, el rock, la política, la religión, etc.?

Firma: Un fana de Auster, quién a su vez es fana de los Yankies, al parecer un equipo en eterna desgracia como Racing de Avellaneda (Arg.) o Rosario Central (Arg.), de quien era fanático el gran escritor Roberto Fontanarrosa. (Todos los nombrados aquí supieron a pesar de todo tener una época gloriosa, aunque en ese momento no pudierón valorarlo debido a unos factores comunes. Creyerón que era natural la gloria a pesar de ser de condición naturalmente humilde.

Gran post Gracias!

elarboltalado dijo...

¿O es de los Metz? Corrección por favor!