viernes, 16 de octubre de 2009

ITINERARIOS (III). DEL VIAJE A LA CAVERNA (3)


TRES. EL REGRESO.

La tercer parte del mito se inicia con nuestro protagonista más o menos instalado en la Gran Ciudad de la Ideas, las Artes Plásticas y el Progreso. Su afición a los tríos había pasado a la historia porque comprendió que no había mujer alguna que superase en pasión, ternura e inteligencia a su Mary Jane.

- Una mujer basta, se decía, siempre que sea un amor verdadero, para nada fingidor y que el sentimiento erótico unifique cuerpos y almas en lo profundo. Hay que enamorarse de las fuentes de una persona y allí descubrir que ella es una y a la vez las tres (la 1, la 2 y la 3).

Por lo demás, el buen hombre había abandonado el campo de la matemática especulativa y ahora se dedicaba a la creación artística de objetos inteligibles (quiero decir, no perceptibles). Las tardes de los lunes, miércoles y viernes apoyaba a distintas asociaciones de asistencia a ex - inductivistas, ex - fenomenólogos sin vocación trascendental y ex - neopragmatistas. Atendía a estas causas sociales por exigencia del deber y por conmiseración hacia los débiles y engañados. Comprendió que, en el fondo, sus años en la caverna, siendo actor involuntario en un reality show, le habían servido para disfrutar mejor de la realidad de su nuevo estado de conciencia renacida. Era feliz; profundamente feliz, claro. Leía a Osho y se balanceaba en su Yo.

Una tarde, a la salida de la reunión de inductivistas anónimos, los dos marineros fortachones que le sacaron de la caverna le cortaron el paso.

- Debes regresar - le dijeron- y no tienes elección. Entrarás de nuevo en el programa y contarás a todos los que allí habitan que están viviendo una existencia falsa dentro de un programa de TV. Los actores infiltrados al principio se resistirán pero tú debes convencerles para que se unan a tu causa. Mary Jane estará allí y seguro que será tu fiel apoyo desde el principio.

Nuestro protagonista no encontraba ni gracia ni sentido en las palabras de los dos marineros fortachones (¡Ahora que era feliz y tenía Obra y tenía Amor!) pero comprendió muy pronto que los empujones eran realidades en sí, que no cabía resistencia y que, puestos a interpretar, le parecía más aconsejable suponer que él volvía voluntario al fondo de la caverna porque era su deber. La fuerza bruta era real y todo lo demás, bueno, podía ser tratado con adecuada hermenéutica, transmutando el poder en amor (Power of Love).

Hizo suyo el destino (Amor fati! –susurró) y se dejó envolver, como un objeto de Christo and Jeanne-Claude , por la vocación política-trascendental.

Cuando llegó a su hogar cavernario, reconoció a sus vecinos y fue recíprocamente reconocido. Éstos, que le creían muerto, no daban crédito a sus ojos pero habituados como estaban al cambio de papel de los actores (que ellos no sabían actores), supusieron que era una bella coincidencia. Así los actores infiltrados le guiñaban un ojo porque le creían de los suyos y los que vivían en la profundidad del engaño percibieron un similitud a la que no dieron más importancia porque para ellos las similitudes, lo que parece común e idéntico era simple declinación de lo diferente, de lo plural y cambiante que gobernaba su vida y les hacía felices. En el mundo de la caverna no hay similitudes ni reiteraciones de lo mismo sino sólo bellas coincidencias

Nuestro protagonista, en fin, pudo integrarse sin mayores problemas en su antigua vida cambiando de barrio y de amante (Mary Jane era ahora la mujer del primer ministro y hacía triplete interpretativo como camarera simpatiquísima en un club de Jazz y homeless en la inmediaciones del palacio presidencial). Fue ella la que le convenció – en su faz de camarera – de que debía hacer vida normal en este mundo, es decir, que debía acostarse con su nueva amante porque ella era del grupo de las actrices infiltradas y, recién salida del circuito porno, la pobre tenía que conseguir un cierto prestigio a través de erotismo más suave de la serie. Mary Jane, desde luego, mientras estuvieran allí, no podía ser nada para él (salvo camarera). No podía interpretar más papeles porque a punto estaba del colapso identitario.

Abandonado por Mary Jane en los procelosos bancales de la lujuria de la actriz porno reciclada al erotismo, trató de encontrar apoyo para su tarea emancipadora (¡comunicar al mundo la falsedad de sus vidas!) en algunos actores que tenía localizados a través del sistema guiño-cómplice. Pero ninguno estaba por cambiar de registro ni vocabulario. No había pescadores que desearan abandonar sus redes para hacerse pescadores de hombres. Estaba sólo y, pronto, enemistado con muchos. Mientras tanto, en el exterior, comprendían que la introducción de este personaje no conseguía elevar las audiencias. No había interés ni dentro ni fuera por la liberación. El nerviosismo de los directores del programa era el doble de la angustia de nuestro protagonista por no conseguir avanzar en una tarea en la que ya sólo creía él.

Una noche, en una cafetería del centro, después de una tarde de sexo exhibicionista con su nueva amante (sólo en esos momentos se elevaba la cuota de pantalla), nuestro sabio y desconsolado amigo entabló conversación con un extraño. Achispados, hablaron de cosas triviales hasta que, finalmente, le contó el secreto de su misión y todo su trayecto en los mundos exteriores.

- No se preocupe – le contestó el extraño. En este mismo bar yo ya he hablado con al menos doce individuos que me han contado historias similares. Como soy psiquiatra estoy trabajando desde hace tiempo en ello y tengo hasta nombre para lo que les sucede. Padecen, mi amigo, el síndrome del marinero fortachón. Cuando nos encontramos en situaciones de estrés – y su triángulo amoroso debía ser complejo de sobrellevar - a veces nuestra mente se disloca e imaginamos que somos rescatados de las aguas turbulentas por un marinero fortachón (o varios, como en su caso) que nos lleva a lugares donde las cosas son más sencillas. Me reconocerá que es muchísimo más fácil tener una única amante que tres (sobre todo cuando uno puede hacer juegos eróticos en los que se la imagina en tres papeles) y que su teoría sobre la contingencia de todo par en un sistema e-emocional era endiabladamente menos satisfactoria que su arte inteligible-no perceptible. No me compare. Ahora usted ha roto el ensueño (pero lo ha hecho traumáticamente y, por ello, tiene esa necesidad proselitista de divulgar su fantasía. No se preocupe. Esta es mi tarjeta; venga el lunes a mi consulta e iniciaremos la terapia. Le reorientaré en la vida. Entre los dos conseguiremos que olvide ese vago deseo de ser Sócrates o Cristo. Verá, tras el tratamiento, como usted será capaz de integrar en un esquema armónico sus momentos salvajes y disfrutará del sexo como un jabato con esa mujercita encantadora que, por lo que me dice, no debe usted perder. Hágame caso. Confíe.

Y allí quedó nuestro amigo, tirado en un banco del parque y con la tarjeta de un psiquiatra como única baliza. Ya dije que me toca siempre contar historias tristes y frustrantes. Y el mito de la caverna siempre me pareció una historia desgraciada por mucho que Occidente encontrará en ella la verdad y el sentido. El mito de la caverna es un itinerario, una camino marcado en la hierba que nunca he sabido realmente a dónde nos lleva. Quizás hacia la maleza que oculta a los zorritos o a los excepcionales claros del bosque. En fin.


Richard Long: A line Made by Walking (1967).

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