Leonardo: San Juan Bautista (1513-6)
"Gian Giacomo Caprotti da Oreno, llamado «il Salaino» (« el diablillo ») o Salai, fue descrito por Giorgio Vasari como «un simpático y bello jovencito de cabellos finos y ensortijados, que encantaba a Leonardo». Salai entró al servicio de Leonardo en 1490 a la edad de 10 años. Su relación no fue fácil. Un año más tarde, Leonardo hizo una lista de las faltas del joven, y lo calificó de «ladrón», «mentiroso», «obstinado» y de «glotón». El «pequeño diablo» había robado dinero y objetos de valor en al menos cinco ocasiones, y había dilapidado una fortuna en ropa, llegando a comprar veinticinco pares de zapatos. Sin embargo, las anotaciones de Leonardo de los primeros años de su relación con el joven contienen numerosas imágenes del adolescente. Salai fue su oficial, sirviente y asistente durante los treinta años siguientes".(Wikipedia)
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¿Confiaríamos en il Salaino, vestido incluso al modo de San Juan Penitente y Depurador, transmutada su sonrisa por la trampa (técnica) de Leonardo, la vaporosa veladura, la sensación de instante eterno que nace del sutil borrado? ¿Confió Leonardo en el pequeño ladronzuelo, en ese diablillo de rizos pasolinianos, lujo de callejuela, dedo que marca camino incierto, sospecha de condena, riesgo, peligro, salvación, éxtasis de la mirada y mil dibujos en el cuaderno de las perplejidades; amistad, amor, ética y estética?
Confiar ("hay confianza" - decía).
La confianza es asiento invisible de la conversación (¡Y sólo hay conversación!). Amor y amistad trenzan sus complejidades en la nebulosa de la confianza. La confianza es anterior a la sospecha. Es vapor y atmósfera de la mirada. Aire ligeramente perfumado sin restos de afeites ni polvos asiáticos. Sólo la ligereza de las cosas que destensa los hombros en el hablar.
La confianza, si se nombra, ¿no crispa ya su ruptura futura? Sin embargo, la amistad y el amor exigen su reconocimiento y celebración. Señalamos con el dedo del Bautista su presencia ("Sagrado Corazón de Jesús ¡en vos confío!"; etcétera). Y la atmósfera se quiebra en ese decir que hay confianza, mostrando la evidencia de que todas las palabras son rematadamente estúpidas, estrábicas, ajenas a izquierda y derecha, puro trompicón de sentidos e intenciones. No saber decir y no saber callar es el sino de la palabra.
Querer mostrar a toda costa que hay confianza y, al hacerlo, mostrar la herida naciente, la quiebra. La confianza desgarrada por su propio decir ("Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón", etcétera). La confianza convertida en manta hecha de retales... los treinta años (¿?) de Salai "asistiendo" al maestro de Vinci convertidos en una colcha de colores y zurzidos. Lo que hay. Rasgar y zurzir. Mirar y anotar en el cuaderno, en el lienzo, en el silencio de la nada.
La confianza se intenta convertir en suave melancolía, respeto ético, civilización y mentira en el alma que trasnocha. Se intenta. Por eso mejor no pensarlo (mejor: no sentirlo). Traducir sin sentir la atmósfera de la confianza en civilización, ética, estética de canon...
La confianza, como todo perfume, hace dudar a la ética de su cometido. Embriaga, "estetiza" el orden de la conciencia, el sentido del deber y toda la comunidad de pactos (quid pro quo).
Y el universo descansa sobre esa columna nebulosa y perfumada que desprende la sonrisa del Bautista. Las estúpidas palabras tratan de nombrar lo que estiman fenómenos: El "hecho" (rass) de la confianza ganada y perdida en un simple parpadeo. En un temblor en los labios. El secreto del Leonardo (lo que nos arrastra). La tragedia.
Confiar. Extraño artefacto ético.
¿Confiaríamos en il Salaino, vestido incluso al modo de San Juan Penitente y Depurador, transmutada su sonrisa por la trampa (técnica) de Leonardo, la vaporosa veladura, la sensación de instante eterno que nace del sutil borrado? ¿Confió Leonardo en el pequeño ladronzuelo, en ese diablillo de rizos pasolinianos, lujo de callejuela, dedo que marca camino incierto, sospecha de condena, riesgo, peligro, salvación, éxtasis de la mirada y mil dibujos en el cuaderno de las perplejidades; amistad, amor, ética y estética?
Confiar ("hay confianza" - decía).
La confianza es asiento invisible de la conversación (¡Y sólo hay conversación!). Amor y amistad trenzan sus complejidades en la nebulosa de la confianza. La confianza es anterior a la sospecha. Es vapor y atmósfera de la mirada. Aire ligeramente perfumado sin restos de afeites ni polvos asiáticos. Sólo la ligereza de las cosas que destensa los hombros en el hablar.
La confianza, si se nombra, ¿no crispa ya su ruptura futura? Sin embargo, la amistad y el amor exigen su reconocimiento y celebración. Señalamos con el dedo del Bautista su presencia ("Sagrado Corazón de Jesús ¡en vos confío!"; etcétera). Y la atmósfera se quiebra en ese decir que hay confianza, mostrando la evidencia de que todas las palabras son rematadamente estúpidas, estrábicas, ajenas a izquierda y derecha, puro trompicón de sentidos e intenciones. No saber decir y no saber callar es el sino de la palabra.
Querer mostrar a toda costa que hay confianza y, al hacerlo, mostrar la herida naciente, la quiebra. La confianza desgarrada por su propio decir ("Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón", etcétera). La confianza convertida en manta hecha de retales... los treinta años (¿?) de Salai "asistiendo" al maestro de Vinci convertidos en una colcha de colores y zurzidos. Lo que hay. Rasgar y zurzir. Mirar y anotar en el cuaderno, en el lienzo, en el silencio de la nada.
La confianza se intenta convertir en suave melancolía, respeto ético, civilización y mentira en el alma que trasnocha. Se intenta. Por eso mejor no pensarlo (mejor: no sentirlo). Traducir sin sentir la atmósfera de la confianza en civilización, ética, estética de canon...
La confianza, como todo perfume, hace dudar a la ética de su cometido. Embriaga, "estetiza" el orden de la conciencia, el sentido del deber y toda la comunidad de pactos (quid pro quo).
Y el universo descansa sobre esa columna nebulosa y perfumada que desprende la sonrisa del Bautista. Las estúpidas palabras tratan de nombrar lo que estiman fenómenos: El "hecho" (rass) de la confianza ganada y perdida en un simple parpadeo. En un temblor en los labios. El secreto del Leonardo (lo que nos arrastra). La tragedia.
3 comentarios:
desde que saliste de la cuna escolar la bloga se volvió relámpago. el relámpago ya estaba ahí, respirando amenazante como una pantera; era tu segunda cabeza (si fueras al colegio "como corresponde", tendrías una sola).
te miro mientras escribís. confío en tu escritura. salto sin arnés y me sumerjo aunque no haga pie. es tu mérito, no mi coraje.
me reservé la parte más quieta de la madrugada para leer todas tus entradas desde el inicio de clases.
si las tocara, si las interviniera, interrumpiría el flujo-pollock, detendría el movimiento-Tinguely (sólo digo que cuando estoy muy triste recuerdo invariablemente sus esculturas compartidas con Nikki de Saint Phalle en la Place Igor Stravinsky y algo se mueve y se abre y resiste y brilla en mí) y el impulso-Motherwell, el movimiento que hizo que Leonardo se enamorara del pequeño Salai (no lo hubiera pintado en caso contrario).
la lectura ha sido un gesto, la escritura lo es. un tacto.
azul cobalto-marino-aero-de cúpula-de fibra infantil-de lápiz de adulto que traza sus líneas en el fondo del mar.
besos,
P.S.: con tus palabras en sus alas, el pajarito chino tira hasta la Navidad, mínimo.
Creo que confío en vos, Pájaro.
Por eso me gusta contemplar tus zurcidos. Por lo demás, no me parece que haya flujo ni action writing en las últimas notas, desde el inicio del colegio ni, puestos, tampoco en los rescoldos del verano ni en la incandescencia desolada de la primavera. No hay río sino charcos. Se agradece hermana - e imagíname en gesto orientalizante de genuflexión - la percepción de las fuerzas que me susurras.
En los postres (hoy me quedé sin comida y pasé directamente a ellos) tejo en invisible como aquellos sastres del traje nuevo del emperador. Pero sin voluntad de engaño, ajeno al capital imaginativo. Es raro tejer en invisible cuando, además, más que nada se anudan gruesos cordeles de neuras, obsesiones y otras estalactitas del alma.
Las palabras son bastante estúpidas y aparecen a la contra, por "fijar un vértigo" en amago de tontería y recordando los viejos tiempos pachim pachim.
Tontería la mía. Amor al pie de página. O sea: que raras y cursilonas me suenan las palabras que deseo utilizar.
besos otoñales
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