martes, 14 de diciembre de 2010

EXOCUENTO PRENAVIDEÑO (Sueño e ironía hermenéutica)

 
 Giorgio De Chirico: Las musas inquietantes(1916)

    Lo narrado en este exocuento  fue en su día un sueño que me entró al trapo para mostrar el momento de verdad de aquel odioso y fulero dicho que afirma:Dios aprieta pero no ahoga. La historia y su ritmo narrativo me aportaron paz mientras dormitaba en el frente de combate onírico. Tratando de aportar su cuota de buen rollo al singular progreso de la especie,  he reelaborado la materia soñada hasta hacerla casi irreconocible como sucede con la cara de la esfinge en el desierto o la naturaleza humana según Jean Jacques Rousseau.

Estoy en un cuadro de Giorgio de Chirico, dentro de ese afuera que tanto inquietó a los surrealistas. Esta situación justificaría un cierto nivel de nerviosismo y ansiedad para un caballero de buena familia - un arousal DEFCON II,  dirían los técnicos. Sin embargo estoy bastante tranquilo. De hecho son las cuatro de la mañana, aún no me he despertado y empiezo sentirme algo búdico cuando en la plazoleta las sombras rosáceas del invierno se alargan hasta confluir en las esquinas de los edificios. La escena simula ser un mal ejercicio de dibujo lineal pero en verdad (no es difícil caer en la cuenta) estoy en el centro de un escenario teatral metafísico que se pone en movimiento. Así, casi de inmediato, noto la presencia de las fuerzas que me definen y acompañan desde los albores de mi corta y aún niña existencia: la tristeza, el amor, la soledad. No me dicen nada porque están disfrazadas para la ocasión de maniquíes de sastrería. De hecho, en el sueño, yo soy también un muñeco sin cara.

El escenario metafísico de Chirico se transforma en el campus de una universidad y la juventud que lo habita, con esa alegría característica, hace huir a las fuerzas metafísicas. Yo dejo de ser un maniquí, convirtiéndome en cuerpo humano que encarna a la perfección mi adolescente alma. Estoy haciéndome a la idea de mi nuevo look – si esta expresión tiene sentido en el sueño – cuando aparece una joven poeta en lengua española que me mira y reconoce. Me coge de la mano y me besa  corto y suave. Ella no me dice nada pero si pudiera hablar diría: ven, sígueme. Yo me empotro en su sombra de delicado ámbar y recito los versos parmenídeos a modo de oración o detente- bala.

“Las yeguas que me arrastran tan lejos como mi ánimo pueda desear,
en su escolta me conducen al muy nombrado camino de la diosa,
el que por todas las ciudades llevan al hombre que sabe.
Por él me llevaban las hábiles yeguas que tiraban del carro;
pero el rumbo lo marcaban las muchachas”

El caso es que la joven poeta de ojos de koré griega me lleva tiernamente cogido de la mano y me da besitos como si fuesen cucharadas de sopa o vino caliente con canela para recuperar al enfermo. Me dejo cuidar porque comprendo que pasar de una escenografía metafísica como la de De Chirico a la realidad del mundo poético es difícil. De esa guisa y consuelo, abandonamos el espacio de los edificios públicos y entramos en una zona residencial en la que abunda la vegetación y los chalecitos de dos plantas con buhardilla. Se respira paz y bienestar burgués, espíritu ilustrado y un suave hedonismo no ajeno a la responsabilidad. En una de las casas,  la poeta me presenta a su madre y a su novio o esposo (de la poeta), sin dejar ni por un momento de besarme al modo corto-suave. A nadie le extraña su esmero y ambos, novio y madre, aceptan mi presencia con una amabilidad tan mesurada que estoy a punto de pensar que esto no es un sueño y que finalmente la diosa me ha abierto la puerta diciendo:

“… y que no fue un hado malo quien te impulsó a tomar este camino”

Estoy tan a gusto con mis nuevos amigos que elevo el beso suave y corto  a la categoría de rey del universo, luz de luz, dios verdadero dios verdadero, de la misma naturaleza que el Padre (etcétera). Todos nos besamos de ese modo tan bonito, sonreímos y hacemos crítica literaria sin amargura. Yo quisiera permanecer para siempre en tan amable compañía pero mi musa me saca de la casa de manera gentil pero firme, como si debiéramos cumplir una misión o la visión no se cerrara categorialmente con la imagen del beso-corto-suave. Tenemos que ir a otro sitio.

Recorremos sin violencia caminos de tierra suburbanos con olor a sombra y matorral  hasta que finalmente entramos en el trasiego de la gran ciudad sin que el bullicio rompa la magia. La  joven poeta me señala con el dedo una sala de baile moderno y eléctrico. Comprendo que ese es el puerto al que me conduce el sueño. Dentro de la disko mi kore me suelta de la mano por primera vez y se desliza en la pista para bailar como quien desterritorializa un clásico (el beso corto-suave) para desvelar nuevas posibilidades emancipatorias. La poeta se divierte en la danza y yo la miro desde mi esquinita mientras baila con otros jóvenes. En el techo esferas de colores giran, destacándose en el centro una de color rojo coca-cola que pareciera regir el destino de las demás. Enjoy, me dice mi poética proveedora de besos, y retorna al centro de la pista. Allí, debajo de la gran luna roja, despereza su cuerpo en una sonrisa y un sonrojo que se me desvelan como el secreto de lo real, el afuera invisible y cálido. Entro en suspensión de juicio cuando las burbujas de la coca-cola me hacen cosquillas en la nariz. El frescor dulce del sorbo  envuelve a los jóvenes que bailan debajo de la gran luna. El mundo me sonríe y se sonroja. Y yo, como cuando era niño y me enamoré por primera vez, me enfrento sin miedo a ese despertar que ya amenazaba mi conciencia. Sé que el camino de la diosa se me ha abierto con pajita y burbujeante carbonata sonrojante. Hoy el despertar será definitivo. Como el primer a amor.

Norman Rockwell: Spirit of education (1934)


NOTAS HERMENÉUTICAS PARA FILÓSOFOS CÍNICOS QUE NO DIFERENCIAN ENTRE LOS LABORABLES Y LAS FIESTAS DE GUARDAR


Desvelemos secretos de esta narración. Un exocuento es el  caparazón exterior de un alma que no admite vertebración, un alma arcaica que discurre por un espacio hostil. Los exoesqueletos son bonitos; los exocuentos no tienen por qué. Las yeguas son las fuerzas metafísicas antes citadas – la tristeza, el amor, la soledad - y las muchachas los deseos (puros o impuros) que marcan la existencia como ilusiones, expectativas y horizontes de felicidad. La escritura es una muchacha. La escritura corta a las fuerzas metafísicas en fragmentos digeribles. La diosa es el arte que se deja ver más que en los museos en la gracia de una muchacha que se levanta de su pupitre como la hermana de Gregorio Samsa al final de la Metamorfosis. La joven poeta es la ocasión, el suceder de lo maravilloso que acecha. Las ocasiones siempre son jóvenes y no hay ni adoración de la juventud ni lolitismo maldito en la preferencia. En el sueño la joven poeta tenía rostro reconocible  pero no cuerpo (como en las vírgenes barrocas de algunas ermitas). El detalle es irrelevante o no viene al caso. Los sorbitos de vino caliente con canela pueden simbolizar las inyecciones de dinamismo que los encuentros con las jóvenes generaciones aportan  en el alma de la tradición o en los señores cultos de una cierta edad que no se han vuelto escépticos, cínicos o Humbert Humbert . El primer mensajela comunión de besos cortos y suaves – parece que se aplica al espacio metaliterario y quizás sea una crítica larvada a la falta de comunicación entre las diversas camarillas poético-literarias. Que los críticos deban besar en el modo “pico” a sus criticados no parece sino un deslizamiento de la espesura de los días de ansiedad post-moderna agudizado por las fechas navideñas. En todo caso, no deja de ser interesante imaginar una generalización del beso suave y corto en los magazines culturales. Los besos cortos y suaves son bonitos. El segundo mensajela sonrisa y el sonrojo como secreto del mundo - tiene una clara lectura teológica y apostaría por la tesis de que dios es mujer y, seguramente, de una raza no blanca. También tiene una clave biográfica que ahora no merece la pena desvelar. En todo caso me gustaría ir por el mundo viendo sonrisas de gato de Cheshire.

La joven poeta se revela Kore para ajustarse al tono clásico del escenario y porque, desde chiquito, las esculturas del época arcaica me gustaron más que las clásicas.Los fragmentos citados son del famoso poema del Parménides sobre el ser. Frente a la obviedad de Heráclito el poema del eléata siempre me ha dejado de piedra (y esférico) pero fascinado.

De Chirico aparece de casualidad, por dar un toque perverso y pretencioso a este cuadrode mi vida onírica que, por lo demás, pretende ser adecuadamente sincero sin caer en la casquería. Casi purita ficción, por consiguiente.

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