lunes, 3 de enero de 2011

Sueño 2.0. De laberintos, pistolas y teléfonos



Primer sueño
Año 2011


 Soy un mono y estoy acompañado por una mona. Nos une algún tipo de lazo emocional que no puede nombrarse como erotismo, pasión o amistad. Es un  sentimiento extraño que nos encadena de modo intenso e incierto. El miedo nos  ha ido guiando por este laberinto de habitaciones que recorremos y que describen un itinerario en el cual yo soy como un maestro que desvela secretos a su discípulo nada más conocerlos, sin meditación ni sobria distancia, balbuceadas las ideas con el resuello partido por el esfuerzo. Por esta  precariedad de mi pericia, nuestra relación sea más igualitaria y compasiva  que jerárquica.  Podríamos decir que somos dos monos existencialistas que huyen de algún peligro terrible y, en esta situación, a mi me ha tocado ir delante, mostrar mi ignorancia y torpeza  bajo la forma de sapiencia. Soy un mono responsable de sus deberes. No me pregunten cómo se puede ser responsable en el universo del sueño, mundo que sólo con grandes esfuerzos admite una interpretación. Pero el caso es que me vivo en el sueño como mono cargado de responsabilidad hacia la mona.

Ser un maestro mono y existencialista significa que me percibo más como un hueco de ignorancia tartaja que como una fuente pericial. Una vasija del tao resquebrajada, con lascas que son las  sílabas de un crucigrama dadaísta. Es raro sentirse mono perdido aunque sea en un sueño y tener que simular seguridad y magisterio porque el otro te necesita. No estoy aún espiritualmente preparado para semejante metamorfosis ética. Un mono esteta enfrentado a una epopeya ética sin haber leído a Kierkegaard.



 He dicho que soy un mono pero sería más exacto decir que en mi sueño me veo como un hombre atrapado en el cuerpo y en el alma de un mono.  Me percibo  como uno de los comandantes gorila  de la película El Planeta de los Simios pero sin su inteligencia ni su capacidad lingüística. O aún no ha brotado o, quizás, ya se ha perdido en la sombra. Cubierto de pelo como un Gregorio Samsa que en lugar de despertarse insecto lo hiciera mono y poco a poco hubiese ido perdiendo  los rasgos humanizantes. Una Guerrilla girl que, castigada por algún dios-curator  o marchante -macho, fuera incapaz de quitarse la careta, quedando condenada a ser figura freak circense. De humano sólo nos quedan los ojos y una trémula piedad asustada reflejada en ellos. Y el miedo.




 En esas estamos, pues, dos monos huyendo de nosotros mismos o de otros, de nuestra bestialidad o de lo monstruoso que habita en el corazón  de algún  dios o cruel hombre.  Ella y yo nos movemos dentro de un laberinto cerrado formado por habitaciones que se comunican por pequeñas ventanas y por otros pasajes a modo de gateras o claraboyas. Abandonamos una habitación para llegar a otra muy semejante trepando paredes ajadas que  alguien pintó o empapeló hace muchos años. Todo la construcción designa ruina y amenaza derrumbe. Pasamos de un habitáculo a otro temiendo que se hunda el suelo o nos atrape el  crujido que sigue a nuestros movimientos. Y lo hacemos obsesivamente - como suceden las cosas en los sueños - y hasta el agotamiento. No somos monos habilidosos y recorrer el laberinto de habitaciones nos cansa y acentúa nuestros temores.

Debemos parar  porque mi acompañante no puede dar un paso más.  Aprovecho el descanso para mostrarle dos objetos que guardo en mi regazo: un revólver y un teléfono inalámbrico. Creo que no puedo hablar en sentido humano y mis explicaciones atropelladas discurren por una vía intermedia entre la telepatía y la gestualidad (¡¡ Extraña sintonía, más cercana al espejismo que a otra cosa, que se produce cuando dos miradas asustadas se cruzan!!). Le digo a mi compañera-discípulo que nunca se sabe si al apretar el gatillo el revólver disparará una bala. En ocasiones sólo se oye el gatillazo del percutor en el vacío. En otros casos estalla la pólvora y nosotros, como monos que somos, debemos gritar asustados tirando la pistola al suelo haciendo exhibición de nuestra naturaleza simiesca. Hago varios intentos y, efectivamente, al cuarto o quinto golpe de gatillo se dispara el revólver y mi compañera y yo gritamos como monos. Es una experiencia humillante tener que hacer este ritual porque, en nuestro fondo humano, comprendemos vagamente que no hay nada de lo que asustarse.

 Algo parecido sucede con el teléfono. A veces, al presionar en una de las teclas, aparece la voz de algún ser  articulador de palabras. Sin embargo, no entendemos su mensaje - si es que lo ofrece - ni tenemos ninguna posibilidad de comprender si el interlocutor nos da órdenes dictatoriales o consejos democráticos por nuestro bien.  No entendemos su lenguaje aunque sentimos, con lágrimas en los ojos, que ese lenguaje fue nuestro en el pasado o podría llegar a serlo en el futuro. Esta nostalgia y el miedo a ser descubiertos nos lleva a permanecer callados cuando la voz surge del auricular, cosa que, como ya he dicho, no sucede siempre.

Mi  compañera está muy cansada. Algo me dice que se ha rendido y que no va  salir de esta habitación.  Miro la pistola y el teléfono. Pienso que en un laberinto como éste la pistola debiera servir para matar Minotauros o descerrajar puertas. Sin embargo, nunca tendré la seguridad de que el próximo disparo será en el vacío o hará estallar una bala. Ni siquiera sé si hay más balas. El teléfono, por otro lado, nos debería permitir pedir auxilio. Pero la vergüenza me impide hablar; no soportaría la humillación de que mi interlocutor creyera que al otro lado del teléfono hay un mono.

El sudor nos hace feos. Sé que debo abandonar a mi compañera. No me atrevo a darle un beso. No quisiera recordarle que en el  pasado fuimos humanos o que, con suerte, lo podríamos ser en el futuro. Es más compasivo dispararle en la cabeza. Incluso gritar o abusar sexualmente de su debilidad antes de escapar hacia otras habitaciones. Para relajarme y eyacular un poco de miedo antes de seguir, en solitario, la marcha.

 Y en esas me despierto con una extraña sensación en la boca.




King Kong Love (John Barry, 1976)

2 comentarios:

Camino a Gaia dijo...

Difícil distinguir entre sueño, pesadilla o probable realidad. Inquietan mas los sueños cuya probabilidad no es descabellada. Quizá estemos abocados a una existencia elemental, condenados a satisfacer las mas elementales necesidades biológicas, justo castigo por haber obtenido el dominio absoluto y haber usado tanto poder sin responsabilidad ni sentido. Cortada la rama del árbol del conocimiento en que andábamos subidos.

Luis González dijo...

No sé que significa el sueño que,como tal, fue real en su nervio y sólo he ficcionado para ampliar su andadura. No sé que sentido tiene el revolver, el teléfono y el laberinto. Ni verse como un mono. Desde luego, yo buscaba más interpretaciones personales(es mi sueño) pero, qué duda cabe, está abierta la interpretación en otras claves... Desde luego, es raro verse como individuo y como especie condenado a la pérdida de la capacidad comunicativa (y,sin embargo, sentir que entre el otro y yo aún sin lenguaje existía cuando éramos monos una comunidad de sentimiento).

Repito que no me planteaba lecturas culturales... pero la espita que abres me resulta fecunda. Gracias.