lunes, 26 de octubre de 2009
Conversar ( o no). Caridad ( o no)
La caridad es virtud que me desborda porque en su entrega absoluta - sin contrato ni documento de compra-venta ( a tanto el litro de leche y en oferta de dos por uno, un 35% menos) - siempre me pareció que con su pecho a algunos niños ahoga. Quizás a los blasfemos o a los ateos. O a los que dudan de Ella.
Te pregunto:
- Mujer, si mientras me amamantaras por un momento turbara mi vista la belleza de tus senos, si beber quisiera no por hambre sino por placer o vicio, ¿ un chorro de infierno brotaría de tus pezones y me abrasía por dentro, arrancándome los ojos y la lengua?
Callas. No sé si tus ojos entornados en mí se fijan. Quizás sea irrelevante mi voz que desea hablar.¿Por qué no levantas la vista como la Olimpia de Manet si lo tuyo no es placer oscuro sino luz de luz y amor prístino?. Hablo demasiado y no está bien comparar tus ojos con los de la hetaira.
Me asustan tus ojos porque no sé qué miran ni hacia dónde moverán tus labios con su rápido parpadeo. Apostaría que hablar no quieres. Las tías como tú no conversan con extraños y sólo levantan la vista de su tarea cuando detectan peligro o duda. No dudo (o, aunque dude, no deseo tu mal y te dejo seguir amantando a la tribu, a la jauría, a la comunidad entera, al cosmos lácteo).
Ella es mujer ajena a toda palabra, la afonía en todo su esplendor. Divina por todo ello. Quizás el que recibe su leche se convierte en talibán, en guerrero de la causa, en brazo mudo y sordo del fuego de amor que abrasa. Así el niño que, desde sus muslos nos mira, parece que - sombrío - pretende cortarme el cuello por extraña amistad con mi alma. No sé; quizás sólo esté paranoico porque el amor incondicional me supera.
Me asustas, mujer. No tengo la fuerza del niño que presiona tu pecho y consigue mantener la mirada en tu rostro. Tensáis la escena y se convierte el espectador en un don nadie. Entre los dos parece que cerráis el círculo y sólo me queda la sombra del pequeño talibán recién amamantado. En todo caso, creo que el niño que te sostiene la mirada a la altura del pecho no espera respuesta ni palabra. Tal vez es diablo que sabe descubierto y afronta el desgarro próximo con entereza y serenidad heideggeriana. Quizás el niño sea yo en la cima de mi temeridad. A veces me arriesgo contigo, mujer. Más allá de la civilización y en apuesta por el salvajismo ("Es el horror, es el horror") . Mi estómago y mi alma cuentan por cientos sus cicatrices.
Me asusta la caridad porque en el auxilio mata (como cierto tipo de amor).
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4 comentarios:
LUG:
sigues en plena forma, jabato, ¿cómo lo haces?
Ojalá tuviera tiempo para seguirte como mereces. Nunca paso por aquí sin llevarme una sonrisa, una pincelada de sabiduría y, a veces, una saludable patada en los cojones ( o sea, un descentramiento de mi percepción habitual).
Saravá...
En la soledad de los comentarios, agradezco tu visita. Sigo en la materia - n sé tanto si en la forma o, menos aún, en la plena forma.
Seguimos huellas de búfalo belga. A veces los silencios también comunican presencias
Y humilla, también, la caridad (como algunos amores). La hembra de cabeza cubierta baja la vista porque sabe que la estás mirando. Es prima de la Santa. Teresa en éxtasis y la beata Ludovica Albertoni, del primo Bernini. Y el niño-zahorí ya afila la daga y en cuanto te des vuelta se la acomoda entre los dientes.
Vos sos el cuadro. Ellos son los espectadores.
(Te escribe mi alter ego italiano. Tengo miedo de volver al Pájaro de China y que el matrimonio blogger me trague nuevamente un comentario, como uno muy largo que te había dejado sobre la niña Renoir vestidita de azul que no quiere cortarse el pelo y las mónadas leibnizianas).
Así que, ya que estamos, podés llamarme Bimba (di legno).
No; vos sí sos el cuadro, Biba (señorita). Yo espectador. Miro.
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