domingo, 25 de octubre de 2009

Conversar (o no).

"Las aportaciones al debate constituían un verdadero castigo, a pesar de que en realidad implicaban un gran honor. A nadie le apetecía hacerlo. Todos se escaqueaban. Pero ese escaqueo debía dar la impresión de que en realidad uno deseaba hacerlo, aunque, por desgracia, se lo impedían las circunstancias adversas.
- Me siento cohibido ante tanta gente.

- Seguro que hay personas que lo harán mejor que yo.
-No se me ocurre nada lo bastante digno.
-No soy buen orador.

-No tengo tiempo de prepararme, mi madres está enferma. -Ya tuve el honor de hacerlo el año pasado.
- Estoy ronco
."
(Thomas Brussig: La Avenida del Sol)




En mi altar de divinidades postmodernas, la conversación ocupa una posición de privilegio. Como Afrodita, hija del Supremo ( ese/eso al que no consigo hincarle el diente descriptivo-redescriptivo), la conversación es mi diosa de del amor, la lujuria, la belleza y la reproducción. Amante y esposa. Toda mi escritura es retazo de conversación futura o metadona sustitutiva de su ausencia. No se me ocurre nada más excelente que la conversación - y poco importa el medio (la charla mirándose a los ojos o el intercambio de correos, el Twitter y sus 140 caracteres o el reflejo de gestos en el metro). Con permiso de Rorty - y perdón por traicionar su espíritu - podría decir que la conversación sí es algo profundo. Lo profundo de la peculiaridad humana. El Espíritu cuyas aventuras narra el tal Hegel seguro que era un conversador frustrado y el célebre paseo del en sí al para sí, sin duda, es un ingreso en el club de los conversadores.

Sin embargo mi altar politeísta tiene doble fondo y aparece en un cajoncillo cerrado con llave sencilla la negativa comunicacional como sombra de la diosa conversadora. Quiero decir: en ocasiones me fundo en negro y considero que el derecho a no querer participar en conversación alguna se convierte en el derecho inalienable de toda alma (siempre borrascosa como toda cumbre que se precie). Callar, amolarse con la palabra y todo signo. Cerrar. Uno puede negarse a la conversación por los más diversos motivos ---- porque, como en la novela de Brussig, el sistema en una farsa y los dispositivos de comunicación están no viciados sino corruptos; o porque uno está harto de la loca de Camille Claudel - Rodin dixit - y sus exigencias de ser la única que le muerda la boca; o porque, sencillamente, hay momentos en los que la conversación es un escándalo como alternativa y lo que se impone es la humillación, el ataque directo a la cuerdas fonadoras, la demolición de la dignidad propia. Cuando el odio o la tristeza o el amor están tan espesos y reconcentrados sobre sus núcleos permitir que salgan a la luz es imposible además de cruel (o cruel además de imposible). En todo caso el buen conversador - salvo que sea un alma lela o un psicoterapeuta - sabe que en su corazón existe la línea negra del silencio negador .

Aún arriesgándome a ofender a la diosa conversacional, creo que el derecho al silencio es más importante que el propio derecho a la comunicación. Digo eso porque el NO siempre me ha parecido, en el mundo amenazante, más digna posesión que el SÍ. En todo caso, con el arma de mi fundido en negro, mi humillación o mi afonía, pongo velas de escritura a la diosa y me propongo no callar aún a riesgo de caer en la exhibición y la espectacularidad. Inmerso en el mundo del arte - que pierde aceite tanto como límites -, mi vida es una instalación conversacional( técnica mixta), en la que lo primero que hago al recibir mirada es besar el atrevimiento, advertir de mi derecho al fundido en negro y después, con una sonrisa, afirmar:

- Bien, conversemos hasta el alba, hasta que las botellas de vino dejen de rodar por el suelo o las tumoraciones nos castren ... la legua.


( Querida Camille: lo que he dicho antes no pretende ofenderte ni ampliar la geografía de tu sufrimiento. Me siento tremendamente dolido en tu dolor y pienso que Rodin era un poco cabrón no por su poligamia (informal) sino por engatusarte. Pero hasta los cabrones tienen derecho a callar, a negar toda conversación, a no salir a la ventana cuando Camille tira piedras o escupe palabras. Eres una buena sacerdotisa de la diosa conversacional y las dos imágenes que he traido a mi humilde morada lo atestiguan en positivo - la delicadeza de tus cotillas - y en negativo - el trágico dolor de la abandonada. Me encomiendo a ti y a tu juvenil belleza. Pero, amiga, hay que asumir que en toda conversación todos tenemos en la manga el As negro del NO que cierra partidas y no exige mayores argumentaciones. Camille, un beso de vivo a muerta)

Camille Claudel:Les causeuses -- avec paravent(1895).
Camille Claudel, l'âge mûr (1902)
La pasión de Camille Claudel (1988), de Bruno Nuytten,


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres un idiota. La comparacion hubiera pasado desapercibida si no te hubieras ocupado de luego aclarar para oscurecer. Ves a Camille solo desde los ojos de Rodin, como si ella no fuera un individuo sino la continuacion de otra persona. Ella tenia una enfermedad, y debia ser tratada y respetada en consecuencia, sin menospreciar por eso la magnitud de su arte, donde dicho sea de paso fue mucho mas arriesgada y superior al mismo Rodin. Es por eso que él la apartó, no solo para tener sus aventuras sexuales en paz, sino por no poder soportar la sombra (inmensa) de una mujer. (no te olvides que Rosa, su verdadera esposa, estaba tan loca como Camille, pero era analfabeta...mucho mas conveniente para un genio, no?).
Ademas de imbecil, un pedante e ignorante.

Luis González dijo...

Soy un idiota e imbecil.Pedante e ignorante. Es un hecho tan evidente que la afirmación sorprende (es como decir que es de día en el mediodía del verano). No miro a Camille desde los ojos de Rodin sino que creo que Rodin tiene derecho a romper la conversación y que ese derecho escuece, es ingrato y muestra a un Rodin malo malísimo pero el as de triunfo de la ruptura (el no) es un poder que nos define como individuos.