miércoles, 14 de octubre de 2009

ITINERARIOS (III). DEL VIAJE A LA CAVERNA (2)


SEGUNDA PARTE. LA FARÁNDULA.

La segunda parte de la trilogía platónica comienza con la caída del hombre feliz en una especie de vórtice absorbente que aparece después de que la número 3 (ver capítulo anterior) le descerrajara dos tiros en la base del cráneo. Algunos cambios sólo se producen, al parecer, con medidas drásticas.

Ahora bien: nuestro amigo no se hunde en el vacío del Hades sino que, entre sueños, siente como lo arrastran por una senda de montaña unos marineros corpulentos que no se cansan nunca. Deduce que no está muerto porque es verdad que todos los ángeles tienen alas y estos marinos no.

Al día siguiente, cegado por un incremento de la luminosidad que él no consideraba posible, se encuentra con un grupo de guionistas en un estudio de realización. Muy amables tratan de explicarle que su vida es una de las narraciones que construyen el argumento de una serie de ficción-realidad.

La cosa es sencilla: en una comunidad cerrada y vigilada por más de mil cámaras de alta definición, un grupo de actores infiltrados tratan de provocar situaciones dignas de formar parte de la narrativa cinematográfica, en clave de comedia o de tragedia. Los nativos, por así llamarlos, no pueden salir de ciertos dominios y es esencial que no conozcan la situación para dar un aire de espontaneidad a la serie. Por otra parte, es evidente que la trama narrativa es impuesta por los guionistas. El mundo cavernario no puede revelar por sí solo una historia dejando simplemente a las cámaras abiertas en distintos puntos. Sería caótico. Son los ellos quienes finalmente redescriben las tramas argumentales (Desde luego no insisten en hacer público este extremo ni entre los espectadores que se deja llevar por la ficción de la realidad genuina de la serie ni, claro, en la comunidad nativa que siente que su vida es cosa suya).

Los montadores de historias llaman a este proceso narrativo Providencia Inversa o Determinación del Destino a posteriori. Creen que de todo el cúmulo de imágenes grabadas pueden surgir infinitas historias de sentidos opuestos, complementarios o reiterativos. Por eso hay que elegir, por consenso, la Narración que se hace realidad en la pantalla amiga.

Todo el mundo comprenderá que explicar el asunto a nuestro amigo no es tarea fácil. Por eso a alguien se le ha ocurrido que lo mejor es traer a Mary Jane. Cuando el pobre liberado - ¿es correcto el uso aquí de la palabra? – ve a Mary Jane contempla en ella algo extraño y a la vez familiar. Mary Jane, sonriendo, le explica que las tres mujeres de su vida son en realidad una y la misma actriz que entra y sale simulando a la perfección los papeles de la fría controladora, la loca rockera y la oscura politoxicómana (esa era la número 3). Y la actriz es Ella, sea, Mary Jane.

- Lo siento – dijo Mary Jane - pero tu papel se hacía cada vez más tedioso y, por el contrario, yo rompo las encuestas de popularidad. Tenías que desaparecer. A lo mejor es bueno para tu carrera.

Y ella dice estas palabras no con mal talante sino creyendo que él es también actor. Ella cree que todo el mundo es actor. Parece que son muy pocos los que saben que en el fondo de la caverna los actores infiltrados son los menos y que la mayoría es gente normal que cree estar viviendo su vida sin pantalla ni escenario. Nuestro amigo comprende ahora el sentido de la expresión “vivir como si fuera realidad” pero de una forma aún confusa. En verdad no entiende la trama y una cierta náusea le invade según se van revelando los detalles, pero la amabilidad de sus anfitriones es tan intensa que es fácil el olvido de las afrentas pasadas.

La actriz que interpreta a las tres amantes de nuestro amigo termina acostándose realmente ella con él después de una noche de vino y rosas. Él aprecia el detalle en toda la extensión de su inocencia y es capaz de reconocer signos y peculiaridades de cada una de mujeres del mundo cavernario – la forma de tocarle el cuello de la número 1 o de bajar la lengua de la oreja al omoplato de 3. Ahora es consciente de que las tres son realmente sólo una. Y no le disgusta el experimento.

Al final de esta segunda parte, los marineros forzudos le agarraron por las axilas (él estaba borrachito y gozoso) y, montándole en una limusina blanca, se lo llevan a través de las calles bien iluminadas por farolas y las luces de amanecer al exterior, a la Gran Ciudad.

(Le gustará la Gran Ciudad, las luces de neón apagándose con los primeros rayos del sol y la piel real-real de Mary Jane. Tardará más de cuatro meses en salir a la calle en el mediodía, pero recorriendo plazas y avenidas desde el atardecer hasta el alba poco a poco comprenderá no ya sólo la importancia de la pantalla en la vida de la gente sino todos los entresijos de la vida humana exterior. Verá ricos y pobres, criaturas felices que vomitan amargura a los dos tragos de vino y millones de personas sonriendo o llorando frente a los avatares de los hombres del subterráneo. La gente celebra su suerte porque ellos no son esclavos de la caverna. Él da gracias a los dioses porque puede ver la enorme belleza de la Urbe y sus contrastes. Reza por Mary Jane que, para nuestro protagonista, es ahora el Eterno Femenino).

Image: Hans Baldung : Las tres edades y la muerte (1540-3)

1 comentario:

Luna Miguel dijo...

mi cuadro preferido del Prado