sábado, 24 de marzo de 2007
AMO A GOOGLE PERO ESPERARÉ HASTA EL MATRIMONIO ( y cuatro, puff)
Si Google pretende generar una barrera en su algoritmo para frenar el ataque de los mentirosos – si no quiere ser engañado y, a la postre, engañar a sus usuarios – es porque quiere ser algo más que un mero buscador. Quiere jerarquizar, diferenciar espesuras y calidades. El índice de popularidad es sólo un dato – importante para los negocios y de notable eficacia para vender persianas – pero la popularidad no está reñida con la mentira. Puede simularse tener más seguidores y fieles de los que en verdad se tienen – cosa, que, dicho sea de paso, es práctica común entre las entidades no-electrónicas como la Iglesia Católica o los Partidos Políticos- y puede enmascararse ad infinitum la identidad inicial y/o final– anunciar persianas y no vender persianas, ser un estibador de Glasgow y simular ser la bailarina de un Salón de Tennessee . Si Google – et alius – pretende tomar conciencia y poner freno a estas “refracciones” de la identidad es porque cree posible desvelar una realidad esencial (la “forma” detrás de las perturbaciones caóticas del golpe de ratón sobre la red).
Pasando al ámbito gelatinoso de las identidades personales. El anonimato y la distancia del medio electrónico hace que puedan visitarse regiones y adoptarse personalidades muy lejanas de nuestro encorsetado yo-físico-social. Lo que antes sólo podían hacer las estrellas del rock, del cine o del teatro – ser camaleones, jugar con el personaje - está ahora al alcance del “demos electrónico”. El deseo y las tentaciones salen del orden oculto del alma puritana y se hacen objetivas, se nominan, se descubren a cada golpe de página, búqueda o nick (Un poco de prospectiva ficcional: ¿cómo hubiese actuado el reverendo Dodgson, Lewis Carroll, frente a la hermosa Alicia en el mundo electrónico?.)
Pues bien: si Google y sus amigos indexadores son capaces de integrar todos los datos – posición y velocidad de cada una de las partículas de nuestro líquido que-hacer - ¿no podría ofrecernos “la forma” que se esconde detrás de tanta diferencias y conocernos mejor que nosotros mismos dado que tabula caras y máscaras o, si prefiere, el sucederse de las máscaras, incluso las olvidadas? Sólo la Madre sabe lo que en verdad quiere y es su niño.
Y aquí viene Carver y su relato. Nuestra capacidad de ser múltiples y fluidos es pura engañifa. Quizás se parezca al sueño de gorrión que se imaginaba poderosa águila. La pluralidad se limita por falta de aire. Gana la precariedad, el grano de arena. La historia de Ann Weis de Parece una tontería marca una serie de límites definidos por niños que no despiertan, matrices que se secan y bollitos de canela que se cuecen en el horno. Hay experiencias nucleares: la comida, la carne cuando duele y cuando goza, el sucederse del día y la noche, la risa y el olvido. En este sentido el relato o el poema –en su autolimitación, en su cierre como “texto” - ofrece un marco de autognosis mayor que el grandullón hipertexto y sus indexaores---- aún menor, sin embargo, que aquel que tenía lugar en el lance material de las pruebas de fuego. Hay una descripción privilegiada, “un traje que encaja como un guante” no por deseo ni por miedo sino por la constitucional miseria ontológica de hombre.
(Y ese traje que encaja como un guante y que el algoritmo no puede desentrañar porque sólo sabe leer complejidades vacías y el humno es más simple – aunque abismal - no sólo se nos desvela en tragedias como la de Ann Weis carvertiana, sino también en la chanza y el carnaval, en lo burlesco: el obispo que tras las casulla oculta un privilegiado y erecto miembro más próximo a Satanás que a las palabras purificadoras con las que encandila.)
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