No produce la naturaleza ordinariamente ojos parecidos a días de sufrimiento, protuberancia carnosa con dos agujeros por narices y cara machacada produciendo el resultado de la risa, cuando la risa siempre es sinónimo de alegría"
(Victor Hugo: El hombre que ríe).
De pequeño me escondía debajo de la mesa y pintaba en la madera como el maestro de Altamira. Pegaba chicles con disimulo y, pasado el tiempo, cuando ya estaban al borde de la fosilización, los recolectaba para volver a masticarlos. Los chicles era estalactitas y sabían a los restos que el tiempo va dejando en el rincón más sucio de la memoria.
Cuando uno crece el hueco de la mesa se despierta convertido en nicho ocupado por las sombras y nos fuerza a salir como fuego fatuo. El chispazo de la vida adulta sobrevuela tumbas ocupadas por viejos inquilinos de renta antigua y uno comprende que tendrá que permanecer a la espera, en la larga cola de los que buscan ubicación en el precario mundo de la vivienda eterna. Con suerte convertimos un rinconcito del parque en velo que cubre la deformidad del rostro. Mutamos homeless y nos hacemos poetas secretos sin escritura.
Algunos, en el parque, se hacen filósofos. Los filósofos son el cuerpo de marines de la vida del espíritu. Viejos soldados o agresivos mercenarios siempre prestos a la toma de una colina inútil. Pensemos en Diógenes y caigamos en la cuenta de que no vivía dentro del célebre barril sino en la puerta, tocando las narices a emperadores y viandantes, dispuesto a chorrear su verbo acerado como quien conquista con masturbaciones nuevas tierras para el alma libre. No es el filósofo pusilánime y su virtud es la valentía (por encima de la prudencia). Si el filósofo fuese prudente no hubiésemos salido del círculo presocrático. Porque la valentía, en ocasiones, se trastoca en temeridad, el filósofo lleva dos milenios largos disparando con su fusil a todo bicho viviente y creando protuberancias conceptuales. Sin miramientos.
No soy filósofo. Medito, si acaso, debajo de una mesa-fantasmagoría a la espera de que algún nicho quede libre cuando los pobres huesos de algún viejo camarada se trasladen al osario.
La perspectiva de una comunidad definitiva de los huesos en el osario es la
cifra de la sociabilidad humana. Allí todos pegados, fémur con fémur, en armonía
y socialismo (distribución estrictamente igualitaria del polvo en virtud de las
leyes de la física, las únicas democráticas).
Medito y, en silencio, no-escribo versos. Mi rostro deforme exige maquillaje de clown pero nadie me ayuda a ocultar el estigma, la maldad acumulada. A Gwynplayne sólo le queda arrancarse los ojos al modo Edipo. O entregarse placentero al espectáculo y provocar risa. La misma risa que provoca en el osario mi pobre alma que no-escribe versos.
"I cannot follow you my love
You cannot follow me
I am the distance you put between
All of the moment that we will be"
(Leonard Cohen: I know who i am)
Ella dice: eres malo de libro. Eres látigo en mi espalda, lápida de mi autoestima, candado de mi felicidad.
No nos podemos seguir; en algún punto del camino perdí la muleta y me retrasé. Ahora me veo a cara descubierta, en medio de la desolación y con las manos manchadas no sé si de pintura o de sangre reseca, sangre que no gotea ni marca el tiempo. Sangre- rojo pasado. Rojo que se cierra en sí sobresaturándose, perdiendo capacidad de reflejo. Rojo no-espejo para reflejar mi no-escribir poemas, mi no-meditar en valentía filosófica, mi no-ser nada salvo eso, malo de libro, indiferencia bajo la mesa, chicle fosilizado que te obligo a tragar - dices- mientras tiembla el horizonte de la ciudad de los muertos.
Soy el pintor desnudo que ha quemado toda su obra y se ofrece como lienzo de sí, cadáver de sí, asesino de ti.
Nada más mentiroso que el género autobiográfico. Por eso os cuento que de pequeño me escondía debajo de la mesa y pintaba la madera como el maestro de las cuevas de Altamira, y allí los soldados y los bisontes y los cazadores recolectores y los poetas y las esposas y las no-amantes y la no-escritura y la no-risa y muchos más y todos y el resto, habitan plácidamente porque eran el sueño de un niño-pintor muerto, amortajado azulito en su cuna.
Y que dios me perdone si en verdad soy tan malo.
Imágenes:
Marlene Duras: Faceless (1993)
Marlene Duras: The Painter (1994)
Video: Leonard Cohen: You know who i am (1973)
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