“Nietzsche se convierte a si mismo en un atleta de la vigilancia y de la presencia de espíritu. Todas las excitaciones, aspiraciones y acciones son puestas bajo la luz penetrante de la atención. Su pensamiento se convierte en una tensa percepción de sí mismo. Nuestro filosófo querrá ver también su propio pensamiento, y en este intento se le descubre un mundo profundamente diferenciado de pensamientos en la trastienda, se le revelan motivos, autoengaños y ardides de todo tipo.
Desde muy pronto Nietzsche es un maestro en desenmascarar los propios manejos. En 1867, durante su época militar, anota: “Es una buena calidad la capacidad de poder ver su propio estado con ojos de artista, la de tener una mirada de gorgona incluso en medio de los sufrimientos y dolores, en medio de las incomodidades y cosas semejantes, aquella mirada que instantáneamente lo petrifica todo en una obra de arte, la mirada venida del reino donde no hay ningún dolor” (Safranski: Nietzsche)
¿Puedo yo mantener semejante tensión y vigilancia o, por el contrario, el aire y el agua acaban por reventar la costuras de mi traje nuevo de memorialista de sí? ¿Puedo crear la memoria que me petrifique o, por el contrario, yo soy lo único que no puedo mineralizar y, paradoja, el único con derecho a ser mineralizado por mi?
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