lunes, 20 de abril de 2009

¿Por qué me muerdes el labio precisamente ahora que había decidido besarte?(Burgos, hacia 1980)


“La asociación de la prohibición y de la fuerte incitación a hablar es un rasgo constante de nuestra cultura.(....) Mi pregunta era: ¿cómo se obligó al sujeto a descifrarse a sí mismo respecto a lo que estaba prohibido? Es una pregunta sobre la relación entre el ascetismo y la verdad.
Max Weber dejó planteada la pregunta: si uno quiere conducirse racionalmente y regular su acción de acuerdo con principios verdaderos, ¿a qué parte de su yo debe uno renunciar? ¿Cuál es el ascético precio de la razón? ¿A qué tipo de ascetismo debe uno someterse? Yo planteo la pregunta opuesta: ¿de qué forma han requerido algunas prohibiciones el precio de cierto conocimiento de sí mismo? ¿Qué es lo que uno debe ser capaz de saber sobre sí para desear renunciar a algo? Así llegué a la hermenéutica de las tecnologías del yo
” (Michel Foucault: Tecnologías del yo).

Supongo que es realmente difícil encontrar constantes en la vida propia. Siempre se ha dicho que uno es el peor espectador de uno mismo y por eso nos entregamos a maestros, psicoanalistas o amigos. Sin embargo creo que éstos de nada sirven si el objetivo es la escritura de esas constantes más que la comprensión o el alivio. O si la escritura se levanta en la entrega de despachos existenciales con pretensiones de generalato o comandancia.

No quiero curarme sino escribir mi cura. Por ello, la escritura no es sólo una tecnología del yo (que quiere conocerse o cuidarse o mutar en esposa) sino que el yo es tecnología de la escritura (que quiere de algún modo instituirse en el pastor robótico de la autobiografía en marcha).

La auto-biografía como auto-escritura. Cubrirme del caparazón de los signos ( el destino de la tortuga). Una forma de morir libremente elegida; una muerte filosófica: ser fósil, piedra, reptil, gramática de lengua ignota jamás hablada --- incapacidad para generar gusanos, impotente para la putrefacción.


Por eso muerde en el beso el labio que había decido ya morir

Las anécdotas de mi vida se tornan (terapéutica o algebraicamente) categorías, estigmas en la carne muerta de los antiguos instrumentos de tortura (gramaticales) que el ejercicio revela.

¿Por qué levantamos la postilla? Alargamos así la cicatrización y garantizamos la marca. Siempre me he levantado la costra de mis heridas. Uno no se acostumbra al dolor sino que se hace adicto por fe redentora.

He mordido los labios que habían decidido besarme.
He huido del conocimiento cuando este me abría sus puertas ( y anunciaba entre susurros la promesa de hacer lo propio con sus piernas).
He quemado cuadernos; he escrito cuadernos.


Me dejo llevar por esta vergüenza de la ininteligibilidad.

Pido perdón.
(Imagen ---- Balthus: Couple)

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