jueves, 8 de abril de 2010

Demolición de sí. Mirar atrás (2)


DOS.
La gigantesca grúa, en cuya cabeza unas enormes tijeras o tenazas mecánicas cortan afanosamente muros y pilastras, derruye casas convertidas en juego onírico por efecto de un gesto autobiográfico.

Eran las casas de la memoria - sus fachadas se pulieron con mis ficciones. Yo jugué en sus aceras y me rompí la crisma en sus esquinas. Por un pasaje de menos de cinco metros lográbamos salir del barrio y entrar en la tierra de los otros, los de la Avenida del Norte, más brutos pero no por ello más fuertes. En esas ventanas, hoy quebradas, habitaban los bárbaros. Y las legiones de mi imaginario vencen el choque de los invasores.

La mordida de la grúa permite contemplar el derrumbe implacable. Abajo un obrero con la manguera trata de evitar que la velocidad destructora provoque una polvareda insoportable y como de guerra. Derruir en espectáculo, con polvo controlado -como en un polvo cronometrado. Se violenta al planeta - a Gaia y a mi memoria, todas mis patrias - con ritmo televisivo y sin polvareda. ¡Cómo nos sorprendió el polvo el 11 S! El espectáculo humedecido de la demolición ahueca la pesadez de la pérdida y su voluntad niega el dolor que siente el alma cuando contempla que el escenario físico de su memoria se ha roto y ya sólo queda la infinita fragilidad del recuerdo, el giro de cabeza, la conversación farfullera en la que dos borrachos discuten sobre si aquellas casas tenían realmente cuatro o cinco alturas o si Goyita, la loca del entresuelo, vivía en el portal cinco o en el siete, debajo de aquellas hermanas que estaban tan buenas o en la misma mano que el tipo aquel que, obsesionado por su coche Ondine, se pasaba la tarde en la ventana abroncando a los niños que jugábamos al balón en aquellas calles de infancia en las que los coches no necesitaban a aparcar en doble fila. Supongo que esto es realismo socialista.

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Derrumba el edificio de mi memoria la grúa dentada ( lo real penetra ) y la formación de combate cae bajo el impacto de las piedras y los palos en Kirguizistan. Extraña la construcción policial-militar. La geometría del sistema represivo y las vestimentas llaman a la abstracción, al desapego y el extrañamiento; sólo la sangre del primer guardia nos hace sospechar de la humanidad del conjunto. La propia organización de la imagen, con un desplome en retirada de derecha a izquierda, dificulta la piedad. Debemos atender a los cascos del segundo plano - girados hacia la izquierda, cabizbajos en la derrota - para comprender el sentido de la marea negra y salvar al policía que ayuda a levantare a su compañero - ambos girados hacia la derecha, contemplando el peligro, lo que acecha y que ya se ha llevado por delante al herido. Sólo estas tres últimas figuras que transmutaron el sentido de la marcha militar de huida, han logrado despertar nuestra simpatía en el dolor. Ahora imaginamos que rezan porque creen que ya es imposible levantarse.

Son como un gato negro aplastado en la calzada.

Pasar de la negritud abstracta del orden de combate a la concreción del rojo sobre negro del gato aplastado instituye la humanidad, un hilo suelto entre el animal y la abstracción geométrica de la cuña represiva.



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2 comentarios:

Serenus Zeitbloom dijo...

http://www.veoh.com/browse/videos/category/entertainment/watch/v15001900TdDyjBWT

Saludos..

Luis González dijo...

Hermoso inicio de película y hermosa nube de polvo en la demolición controlada. En mi caso todo es menos espectacular - no hay dinamita - pero no por ello menos rápido y generador de pánico espiritual. Típica puesta en escena para jubilados que en el juego de la técnica olvidan que les están arrancando los soportes físicos de la memoria.

Por eso se precisa el polvo como signo de que toda demolición (por justa que sea) es un acto de guerra contra la memoria - como el fuego exige al humo. El derrumbe imparable sin polvo además de robarme el pasado quiere negar la demolición.

(Coloco, con las gracias oportunas, el fragmento de la película como base de mi entrada. Gracias, amigo)