miércoles, 25 de abril de 2007

DE CIENTÍFICOS Y ESPECULATIVOS. JAMES LOVELOCK : LA VENGANZA DE LA TIERRA. (UNO)


No sé ustedes, pero en ocasiones siento una cierto rubor en el alma cuando digo que me dedico a algo relacionado con la filosofía. Desde luego, no enuncio jamás proposiciones como “soy filósofo” – uhh – ni el más suave “nosotros los filósofos...”. Digamos que esta vergüenza deriva en lo personal de algún mal golpe de la infancia y en lo categorial de la crisis de la metafísica.

Tras el asalto científico a la “representación del mundo” y la amputación de las posibilidades especulativas en las décadas positivistas de finales del XIX y principios del XX, la ciencia se me ha presentado en mi imaginario colectivo ( debo confesar que soy muchos yo y que en efecto no he superado la fase rimbaudina del “je suis un autre”) como una suerte de gran maestra tremendamente consciente de sus limitaciones y siempre dispuesta a darnos un pescozón epistemológico a los que, de cuando en vez, nos lanzamos a la especulación. Por todo ello, siempre he sentido una insegura admiración por ese grupos de científicos que, en el crepúsculo del laboratorio, cuan lechuza hegeliana, no tienen empacho de la especulación ontológica, ética o lo que se tercie. Esos llamados “científicos de la tercera cultura”- en oposición dialéctica a las dos culturas descritas por Snow - pretenden ofrecer reflexiones a cuestiones filosóficas tradicionales ( la mente y la vida, adónde vamos y de dónde venimos) desde una perspectiva no científica en sentido estricto pero sí paralela a la ciencia, o en su límite nutricio, y en una época en la que supuestamente los filósofos se han desentendido de las grandes cuestiones.

Pues bien en ese nicho ecológico descubrí hace muchos años a Lynn Margulis y su maravillosa obra ¿Qué es la vida? Y desde la Margulis de la eucariota y la simbiosis el siguiente eslabón fue el amigo James Lovelock y su famosísima hipótesis Gaia. Estos días he leído La venganza de la Tierra. La teoría Gaia y el futuro de la humanidad. Esta obra – la última, creo, de Lovelock traducida – recoge lo mejor y lo peor del siempre heterodoxo estilo de su autor.
Mañana seguiré.

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