En la novela de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” John Isidore, “un cabeza de chorlito” fiel a la Tierra porque no le permiten emigrar, nos expone sus reflexiones sobre EL AVANCE DEL KIPPEL .
“En un ruinoso edificio vacío y gigantesco, que en su día había alojado a miles, un solitario aparato de televisión pregonaba sus mercancías en un salón deshabitado”.
El edificio de apartamentos está abandonado. Todo es silencio. Ahora bien: el silencio no es ausencia de sonido. El silencio del kippel se desvela como el hueco dejado en los objetos abandonados que fueron en su día útiles. El objeto arrojado a la mera existencia física persiste, sin duda, como pecio, fragmento o trasto pero cuando un útil no tiene alguien que lo use se transforma en otra cosa: lo otro siniestro. El kippel que describe Isidore es una atmósfera – quizás un gas letal – y una manifestación metafísica o ética, espiritual en todo caso, de la exigencia de que los objetos sin nadie desaparezcan. Como los juguetes del cuarto del niño muerto, su suerte debiera ser la extinción pero permanecen como entidades maléficas.
El kippel gana, como lo hace el mal que acabará llenando a todos aquellos que visiten el cuarto de juguetes del niño muerto. El kippel es la atmósfera en la que nacen los seres vacíos.
ANDROIDES Y AMORES ABANDONADOS
Apliquemos esto a los androides y los viejos amores. Cuando un androide rompe sus lazos con su dueño humano, ¿no debiera desaparecer? Eso cree Deckard, el protagonista de la novela
“Un robot humanoide es como cualquier otra máquina. Puede oscilar entre el beneficio y el riesgo. Como beneficio no es nuestro problema”
Si el objeto tecnológico – aunque humanizado - no desaparece ¿no se rodea de un extraño silencio de inquietud, el silencio que envuelve a las cosas que han cambiado en su destino, el trágico encuentro con algo que no debiera de ser así, lo siniestro?. Lo mismo cabe decir de aquellos que fueron nuestros amores. Su sola presencia ofende no porque vayan a despertar nada sino porque amenazan con algo imposible.
El androide rebelde es, pieza a pieza, kippel. El amor perdido también. Ya no es un útil el primero ni erotiza el segundo.
Sin embargo la vida – la existencia - se reconstruye en torno al nuevo campo, a un nuevo punto atractor y nos lleva a cambiar completamente la filosofía.
“Ven y no pienses – dice Rachel, una androide con la que se acostará Deckard. No te pongas filosófico. Porque filosóficamente es aburrido. Para los dos”
Nunca menospreciemos nuestra infinita capacidad de cambiar de perspectiva, de desmontar ontologías. Seguimos viviendo. El cuarto de juguetes del niño muerto servirá de despensa o pabellón de deportes. Lo siniestro es la semilla de futuras bellezas.
“En un ruinoso edificio vacío y gigantesco, que en su día había alojado a miles, un solitario aparato de televisión pregonaba sus mercancías en un salón deshabitado”.
El edificio de apartamentos está abandonado. Todo es silencio. Ahora bien: el silencio no es ausencia de sonido. El silencio del kippel se desvela como el hueco dejado en los objetos abandonados que fueron en su día útiles. El objeto arrojado a la mera existencia física persiste, sin duda, como pecio, fragmento o trasto pero cuando un útil no tiene alguien que lo use se transforma en otra cosa: lo otro siniestro. El kippel que describe Isidore es una atmósfera – quizás un gas letal – y una manifestación metafísica o ética, espiritual en todo caso, de la exigencia de que los objetos sin nadie desaparezcan. Como los juguetes del cuarto del niño muerto, su suerte debiera ser la extinción pero permanecen como entidades maléficas.
El kippel gana, como lo hace el mal que acabará llenando a todos aquellos que visiten el cuarto de juguetes del niño muerto. El kippel es la atmósfera en la que nacen los seres vacíos.
ANDROIDES Y AMORES ABANDONADOS
Apliquemos esto a los androides y los viejos amores. Cuando un androide rompe sus lazos con su dueño humano, ¿no debiera desaparecer? Eso cree Deckard, el protagonista de la novela
“Un robot humanoide es como cualquier otra máquina. Puede oscilar entre el beneficio y el riesgo. Como beneficio no es nuestro problema”
Si el objeto tecnológico – aunque humanizado - no desaparece ¿no se rodea de un extraño silencio de inquietud, el silencio que envuelve a las cosas que han cambiado en su destino, el trágico encuentro con algo que no debiera de ser así, lo siniestro?. Lo mismo cabe decir de aquellos que fueron nuestros amores. Su sola presencia ofende no porque vayan a despertar nada sino porque amenazan con algo imposible.
El androide rebelde es, pieza a pieza, kippel. El amor perdido también. Ya no es un útil el primero ni erotiza el segundo.
Sin embargo la vida – la existencia - se reconstruye en torno al nuevo campo, a un nuevo punto atractor y nos lleva a cambiar completamente la filosofía.
“Ven y no pienses – dice Rachel, una androide con la que se acostará Deckard. No te pongas filosófico. Porque filosóficamente es aburrido. Para los dos”
Nunca menospreciemos nuestra infinita capacidad de cambiar de perspectiva, de desmontar ontologías. Seguimos viviendo. El cuarto de juguetes del niño muerto servirá de despensa o pabellón de deportes. Lo siniestro es la semilla de futuras bellezas.
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