(UNO) En ocasiones el aire de la clase se espesa y todas las explicaciones se despiertan convertidas en nada inocentes instrumentos de tortura . Es el último trimestre – aunque sólo en el nombre; en realidad es aún más precario. La sabiduría en el rostro del alumno no engaña: tenemos los días contados. Las prisas nos obligan a violentar la velocidad que puede llamarse humana y los momentos de reflexión y comentario (esos espacios de lentitud meditante tan raros como queridos) se convierten en extravagancias. Los “nervios” ganan. ¿ Lograré entrar si quiera un segundo en los espíritus teenagers para que el debate bioético o la cuestión ecológica, Marx o Nietzsche, les coloque en ese estadio extraño de temor y temblor, amor y lucidez que caracteriza lo mejor del aprendizaje (sic) en filosofía? Lo dudo. Hay que aguantar, eso es todo. El curso está acabado. Nuestras palabras ya no son el caso. Pertenecen a otro momento, a otra época. Se impone la burocracia del examen y la nota.
(OTRO) Leo ayer en El País dos interesantes artículos. El biólogo Susan Hockfield – neurocientífica y directora del prestigioso MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets) habla de un centro creado en Zaragoza como “ejemplo perfecto de la fusión entre investigación, educación y mercado”. Más adelante alude al horizonte luminoso que se nos ofrece con la progresiva confluencia de “las ciencias de la vida y la ingeniería” para un mundo futuro en el que necesitaremos muchísimos más ingenieros (“El mundo necesita más científicos e ingenieros de los que se están produciendo”).
(UNO Y OTRO) ¿Rinde pleitesía el trabajo que realizo a las fuerzas de mercado? ¿Qué esperan unos y otros, políticos, padres y alumnos, empresarios y gobiernos, el futuro luminoso, de “eso” que yo ahora hago en clase –la reflexión apresurada sobre bioética y ecología, Marx y Nietzsche? ¿Somos parte de la necesaria competencia para crear una buena cartera de patentes o una pieza en la fusión de “investigación, educación y mercado”? En los mejores días así lo creo aunque lo explique a través de la nebulosa de una inteligencia que necesita, para ser ingeniera, también de la reflexión lógica y hasta metafísica. Otras mañanas, como ayer, me veo al margen del mundo, como el conductor que sujeta la rueda de recambio cuando el coche le ha abandonado. Y sólo mira el horizonte esperando qué se yo qué regreso. O simplemente pienso que la reflexión filosófica está enfrentada a la lógica del ingeniero. O sólo cercana al ingeniero loco que recrea objetos imposibles y mecanismos inútiles, más propios del sabotaje ridículo.
¿Cómo puedo ajustar el pensamiento – esta mi prosa o mi cuasi poética – al mercado? ¿Cómo puedo pretender fundirme con el mercado sin perder la voz que me distingue, la que busco y quizás no existe?. ¡Ah, amigos, cuánto misterio!
(OTRO) Leo ayer en El País dos interesantes artículos. El biólogo Susan Hockfield – neurocientífica y directora del prestigioso MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets) habla de un centro creado en Zaragoza como “ejemplo perfecto de la fusión entre investigación, educación y mercado”. Más adelante alude al horizonte luminoso que se nos ofrece con la progresiva confluencia de “las ciencias de la vida y la ingeniería” para un mundo futuro en el que necesitaremos muchísimos más ingenieros (“El mundo necesita más científicos e ingenieros de los que se están produciendo”).
(UNO Y OTRO) ¿Rinde pleitesía el trabajo que realizo a las fuerzas de mercado? ¿Qué esperan unos y otros, políticos, padres y alumnos, empresarios y gobiernos, el futuro luminoso, de “eso” que yo ahora hago en clase –la reflexión apresurada sobre bioética y ecología, Marx y Nietzsche? ¿Somos parte de la necesaria competencia para crear una buena cartera de patentes o una pieza en la fusión de “investigación, educación y mercado”? En los mejores días así lo creo aunque lo explique a través de la nebulosa de una inteligencia que necesita, para ser ingeniera, también de la reflexión lógica y hasta metafísica. Otras mañanas, como ayer, me veo al margen del mundo, como el conductor que sujeta la rueda de recambio cuando el coche le ha abandonado. Y sólo mira el horizonte esperando qué se yo qué regreso. O simplemente pienso que la reflexión filosófica está enfrentada a la lógica del ingeniero. O sólo cercana al ingeniero loco que recrea objetos imposibles y mecanismos inútiles, más propios del sabotaje ridículo.
¿Cómo puedo ajustar el pensamiento – esta mi prosa o mi cuasi poética – al mercado? ¿Cómo puedo pretender fundirme con el mercado sin perder la voz que me distingue, la que busco y quizás no existe?. ¡Ah, amigos, cuánto misterio!
2 comentarios:
Interesante reflexión acerca de lo que se realiza en las aulas. ¿Sirve de algo lo que se hace en las aulas? La verdad es que creo que la mayoria de las cosas no sirven para mucho en el futuro, pero a corto plazo sirven para aprobar un "simple examen", es decir para cambiar tu futuro, ¿"una carrera u otra"? A veces es triste para un profesor enseñar cosas que para ti significan mucho y para los que tienes enfrente significan tan poco. Pero asi es la vida del profesor...
Una pregunta ¿la imagen, es de Chema Madoz?
Una respuesta: sí, la foto es de Chema Madoz.
Por otro lado, mi nota interroga sobre el valor en el mercado de los contenidos como tal de lo que yo cuento ---- "la mayoria de las cosas no sirven para mucho" - dice. Bien, entonces, ¿ qué pinta el gasto dedicado a ello? Más ¿qué pinta mi esfuerzo?¿Es indiferente que yo pase de todo o, mejor aún, si en lugar de "imponer" el estudio de cuatro folios a doble espacio "sugiero" el comentario sobre medio folio a triple espacio, estaré ayudando al pobre alumno que se enfrenta a un simple examen? Total, si nada sirve.... ¡viva el sabotaje!..
En cualquier caso sigo pensando que existe añgún tipo de nexo entre la metafísica - e incluso la teología - y la ingeniería, a corta y a media distancia, es decir, en los fundamentos y en la práctica.
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