El Rinoceronte de Durero me lleva a los tiznados, aquellos vehículos de blindaje artesanal y escaso valor estratégico que se usaron en la Guerra Civil. Inútiles para el combate en campo abierto frente a los blindados militares, sólo en el contexto urbano poseían un cierto valor simbólico. De ahí su aspecto, en ocasiones, orgánico, simulación de animales o criaturas propias de bestiario medieval (o postindustrial). Héroes metálicos que ocultan en su interior el movimiento orgánico de la Revolución de modo similar a como el Rinoceronte acorazado ocultaba exotismo de las tierras de conquista.
Ejercicio de voluntarismo, el tiznado, como el Rinoceronte del siglo XVI, habita en el desamparo. Si el Rinoceronte se subraya como criatura llegada del pasado (los otros continentes son el pasado en su salvajismo), el tiznado marca su estilo como vehículo de utopía muerta antes de emprender la faena. Ambos asustan en proporción inversa a la posición del espectador en la pirámide del poder. Los tiznados son bestiario de estética industrial que se constituyen como instalación artística digna de atención (“interesante” al decir de los románticos) en la distancia melancólica. Si después de una guerra de destrucción total, en un mundo poblado por niños, éstos intentaran reconstruir los tanques que habían visto en los combates, diseñarían un tiznado. Por eso, su cartografía mecánica nos habla de la época de la tecnología de modo similar a como el Rinoceronte nos hablaba de la época del dominio imperial europeo a través de una reconstrucción naturalista.
La ciencia natural a partir del siglo XVI construye su estatuto en la línea de tensión entre el dibujo de campo del observador pasmado ante la variabilidad de la naturaleza “descubierta” y el cartesianismo que veía en los animales máquinas.
«Deseo que sean consideradas todas estas funciones [vitales] solo como consecuencia natural de la disposición de los órganos en esta máquina; sucede lo mismo, ni más ni menos, que con los movimientos de un reloj de pared u otro autómata, pues todo acontece en virtud de la disposición de sus contrapesos y de sus ruedas. Por ello no debemos concebir en esta máquina alma vegetativa o sensitiva alguna, ni otro principio de movimiento y de vida..» Descartes, Tratado del hombre.
La tecnociencia, vista desde el rino-tiznado, se nos cartografía en esta nuestra estética del desamparo, en la línea de tensión entre el artefacto mecánico y la tentación de la construcción orgánica ( Digo: los tiznados no sólo me recuerdan al Rinoceronte; también a la querida tortuga).
Tiznado y Rinoceronte son mensajes de futuro, premoniciones.
Leemos en su costado: “Hermanos no tirar” y no acabamos de comprender el mensaje. ¡Extraña debilidad en un blindado que, por definición, debiera incitarnos al disparo para probar su poder!. La misma debilidad que veíamos en la coraza que cubre al Rinoceronte de Durero. Resultará difícil hacer el tránsito desde este desamparo y la percepción daliniana del rinoceronte como criatura poderosa ----- el salto, claro, en el Rinoceronte de Dalí lo proporciona el cuerno, el mega falo ( y, puestos, en nuestro tiznado, la ametralladora que escupe hierro incandescente).
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