viernes, 4 de septiembre de 2009
SISTEMA Y ANTICRISTO (L.v.T.).
Sistema.
Soy pieza. Quizás brazo ejecutor del arriba y del abajo. La esfera gira y los polos se invierten ajenos a nuestra conciencia que, perdida, siempre juega con planos diseñados por la más que discutible maestría de antiguos exploradores. Si la Lechuza de Minerva emprende su viaje al atardecer llega muerto su mensaje. Por eso estamos tan acostumbrados a tratar con el olor putrefacto de los sistemas muertos.
Anticristo de Lars von Trier. Nosotros, como los protagonistas de la película, intentamos dibujar el mapa de nuestras emociones, la pirámide de nuestros miedos. Cartografía condenada al fracaso ----- ¿Fracaso? ¿O es el éxito de las fuerzas que nos circundan, trazan sus ángulos y finalmente se deshacen de nosotros? La apatía del cosmos; la apatía del mundo sublunar y del bosque; la apatía de los libros de poemas cuando no conseguimos hincarles el diente (casi siempre); la apatía de los grandes edificios que nos cansan al subir y bajar sus escaleras aunque sean joyas de la arquitectura internacional; la apatía de las camareras... sobre todo, la apatía de las camareras.
Queda un cierto juego y el temblor de la criatura. Unos ojos que brillan cuando la conversación, al calor de la cerveza, nos mece.
Alma.
Soy alma. Soy cartesiano. Mi alma se me manifiesta con evidencia y el cuerpo es su temblor. El temblor de la corza y del zorro en la madriguera, dentro del bosque, postrados en su miedo ante la gran tormenta. Vibración oscilante de los animales y las plantas que es el doble en el arriba del temblor microscópico de los átomos. Pero mi alma no vibra. No insufla aire en mis velas (ni en mis venas) la Causa. La Gran Causa. No se genera Trombo que descarrile el tráfico de nadería. Ni una jodida mayúscula. Toda la inmensa vida de mi espíritu no es, en el fondo, sino una red de pequeños grumos, pasta de variada textura y componente que circula por pequeños canales a ritmo de monotonía: te odio, te deseo, te amo, te necesito, no me abandones...
Escribir.
Escribo para escapar del ruido – ahora, real- real, el salvaje pitido de una excavadora de mi calle anunciando su trabajo. Escribo para “tener el valor de estar en una situación que me asusta” ( Imagínate que llegas a Edén a través del bosque). Escribir para no marearme en la oscilación de las esferas y simular que encuentro un arriba y un abajo. Un momento de amor, por favor, sin patetismo.
Escribir para acariciar (a un –te). El tú como misterio y máxima ganancia. ¡Qué pobres somos! (Era tan miserable – decía Chinaski/Bukowski – que no podía ser desgraciado)
Escribir desde las heridas. Para que sangren y expulsen el pus. A veces para lamer- me. Escribir para dejar el hacha con la que voy podando en la vida mis grumos de sin sentido y tomar, con la mano firme de un alcohólico, el bisturí. Escribir para ser delicado (¿amaneramiento?); escribir para ser verdugo de mí (¿crueldad?). Escribir contra-vida (falsa vida). El hacha no sirve en algunos bosques – aunque nos empeñemos en usar salvajemente la caja de herramientas. En el bosque sirve el bisturí que debe cortar sí pero, sobre todo, indagar como cirujano forense (que ya el muerto no importa).
Escribir para el que pase por aquí (o allí) y deje caparazón de tortuga o púa de erizo en el umbral del bosque y camine descalzo por las sendas que abro y que, quizás, él pueda cartografiar.
Estrategias: la frialdad del cirujano o la ira del profeta.
Imágenes:
Franz Marc. Corzos Rojos (1912)
Charlotte Gainsbourg en Anticristo de L.v.T
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5 comentarios:
Tu texto me ha dejado mis cortos pelos revueltos de punta.
Nuestra conciencia juego con planos inexpertos de antiguos exploradores.
Intentamos trazar nuestra cartografía atravesados por la apatía del paisaje (el pecado supremo, según Dylan, la apatía).
El alma se pone en evidencia cuando el cuerpo tiembla. Y el cuerpo tiembla.
Escribimos para escapar del ruido y entrar en comunión, con alguien. Para lamernos las heridas y resistir. Para que alguien pueda lo que no pudimos, nosotros, con nuestras manos firmes de alcohólicos.
La frialdad del cirujano para no errar. La ira del profeta cuando ya no se soporta.
Me ha emocionado mucho.
Qué hermosa es Charlotte Gainsbourgh.
Esta tarde, visitando una provinciana feria de muestras ("feria de muestras": la expresión merece o exige un nota, un pie de página, un temblor en la blog...¡pero no se pueden fijar todos los pequeños vértigos que nos inundan día día! Elegimos o nos dejamos llevar por el azar del teclado... Ahora prefiero tirar de hilos que mi querida comentadora mueve).
Esta tarde, visitando una feria de muestras provinciana, he penetrado en un espacio en el que exponían fotografías - el tema era la "violencia machista" pero, para el caso, el tema es lo de menos. Lo que quiero ahora decir - y me dejo arrastar en el decir por las palabras, por la sintaxis, por una tontería - es que sé que el arte o la escritura no conmueve a todo el mundo, que para dejarse herir por texto o imagen hay que llegar en un cierto estado tembloroso, temblor del debilitado o temblor del poderoso, del guerrero conquistador. Y sólo algunos se dejan llevar por el arte, por el juego, y precisamente esos, los predispuestos al golpe, son los maniáticos, los que rechazan una obra bella porque el marrón o el rosa ha sido mal empleado. O porque sobran adjetivos o esdrújulas o porque los versos no son imparisílabos o riman. Y así, descontando del montante, el espectador va reduciendo su número y, finalmente, uno está solo o acompañado de una voz al otro lado. ¿Escribir para quién, preguntabas ayer? Siempre para un tú que tiembla.
Esta madrugada, insomne (para variar), un libro sobre la pintura de Yves Klein me hizo temblar. Salí al balcón para que el aire de la noche tatuara indeleblemente esa imágenes y esas palabras dentro de mí.
A Klein lo tenía visto, pero no asido, no aprehendido, como lo tengo ahora, un poco.
¿Le bastaría a él, convertido en polvo y ceniza y algo más que no sé qué es, que una chica buscara el aire que lo fijara para siempre dentro de ella en una noche fría en Buenos Aires?
Creo que sí. Con uno basta.
Quizá la escritura debiera recostarse en el prójimo. Abandonar la opacidad gratuita, ir hacia el otro. Verlo y nombrarlo, para que gire la cabeza y nos mire a los ojos.
Escribir es el único ... ¿oficio? ... que me da sentido. Los otros ya los abandoné, todos.
Besos, bicefalina (en el piso de al lado se montaron una fiesta y me alegra escucharlos). Espero tus dos cabezas (¿o tres?, yo creo que son tres) estén descansado en paz.
Silencio y azul. ¿Sólo uno basta?¿Ir hacia el otro? ¿Cuánto ceder para ir?
LUG:
cada vez me interesan más los secretos resortes que impulsan el géiser de la difusa hénide que nos conforma.
He disfrutado mucho con esta entrada.
Aquí te dejo otros po(e)sibles motivos para la escritura:
http://poesiaenelaire.mypodcast.com/2008/05/Chantal_Maillard_Escribir-110479.html
abrazos
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