martes, 2 de marzo de 2010

DEPREDACIÓN DE SÍ .PAYASOS (1)

La mueca como rasgadura en el lienzo de la cara (violencia). La risa expandiéndose como grito de terror diluido en colores. Un cuadro de Munch invadido por las fuerzas de choque del ejército del Joker --- L´homme qui rit de Hugo . El color como máscara, subrayando su talante marrullero y sus aires totalitarios, impositivos y, sin embargo, extremadamente débiles. El payaso es un caballo de Troya del alma. Es una Judit loquitonta en la tienda de Holofernes. El color y la risa son quinta columnas en el mundo de la seriedad y la tragedia impostada y televisada (Leo que la serie de la Sherman sobre los payasos es casi-reflexión después del 11-S).

Dice el anacoreta (¡cómo se reía el Buda de ellos!): las grandes tentaciones contra el Señor vienen adornadas de risas pintadas en colores chillones. El color y la risa pintada desmoronan casi tanto como el enamoramiento casual y sin futuro. También éste es como una mueca en el destino, como un pliegue en el espacio-tiempo que nos traslada a una dimensión de fin de mundo y maravilla. Nos sacan de las cosas por la vía del fogonazo. La gran hostia visual (en los dos sentidos de hostia, sobre todo el sacro). Por eso los grandes maestros del color terminan en eso que se ha dado en llamar - ridículamente, antropocéntricamente, androcéntricamente - la abstracción. El color - sobre todo el color del payaso - es el agua del Tao: penetra suave en la roca y acaban quebrándola. El payaso y el color hacen carne el principio del Lao Zi:

"Lo más débil del mundo cabalga sobre lo más fuerte que en el mundo hay. El no-ser penetra donde no existe el menor resquicio"

Dicen que el mundo se divide en dos grupos: las personas que aman a los payasos y aquellos que les odian. Me ubico en posición ambigua. Como en todo (no me extraña que quiera convertirme en depredador de mí). Por un lado, el payaso me genera terror si se coloca en la cercanía, si me toca la piel o con su chillido ininteligible me rompe los tímpanos como si fuesen el himen de una virgen sonora. Sin embargo, en la distancia, desde el palco, me gusta ver actuar a los payasos. Me gusta su destrozo generalizado bajo la forma de torpeza - el payaso no es torpe en su caminar: rompe el espacio y la normalidad con tanta saña que termina teniendo que hacer equilibrios entre los fragmentos y ¡es un buen equilibrista!. Me conmueve su simulacro de tristeza - como un paso atrás antes del salto o la concentración del luchador en el segundo previo al golpe definitivo. El payaso marca la cara del poderoso desde la extrema debilidad. El payaso, como el vampiro, aspira a que todo el mundo se pinte la cara y fuerce con el aura blanca un megasonrisa.

Confieso que no me disgusta la idea de ser yo el payaso. En el combate guerrillero tengo la impresión de que sólo en ese puesto sería eficaz. Nunca sería el payaso-blanco, el contra-payaso, el listo (hablaré de él) sino el contestón, el que tropieza y cuestiona la danza y la gramática con igual desenfado. Como si fuese un extraterrestre.

El payaso viste el disfraz perfecto precisamente porque es el subrayado más violento que puede hacerse de un disfraz. El necio - y todo somos necios ante el payaso - acaba considerando que tras la cara pintada no hay nada. Cree que el payaso es hombre hueco, un muñeco de ventrílocuo independizado. ¡¡Refleja perfecto el payaso la realidad del que le mira!!.

Nadie pierde tiempo con un payaso y cuando queremos romper la conversación gritamos:¡Payasadas!, acto performativo que, como dice Rorty, cambia vocabularios y es en esencia como un insulto, una bofetada o un puñetazo en la mesa. El payaso rompe la conversación. Es un Sócrates del nihilismo que nos trae el infinito poder del color y la carcajada, de la mueca forzada, trazada en la deformidad de Gwynplaine, el hombre que ríe de Victor Hugo, espectáculo de feria. Protección de los débiles e inicio del apocalipsis que anuncia maravillas en colores.

Te imagino pintada de payaso (digo)

Ni de coña (dices)

Me gustaría pintarme la cara de payaso(digo)

Marramiau!!!
Imagen: Cindy Sherman: Serie Payasos

4 comentarios:

Stalker dijo...

Buenísimo, Bicéfalo. Me agrada comprobar que sigues en forma y cultivando minuciosamente tus periferias y esa ambigüedad fecunda...

salve

Luis González dijo...

Gracias, Stalker. También me satisface comprobar que estamos a la escucha. Salud, hermano poeta.

PÁJARO DE CHINA dijo...

Extraordinariamente revulsivo y tierno. Compartimos amantes y esto ya viene de orgía. Amo a Sherman desde hace tanto que no me acuerdo.

¿Viste la serie de mujeres listas para el casting? ¿Las patéticas y desguarnecidas máscaras? En la serie de las muñecas ya ni siquiera necesita un cuerpo carnal para expresarse. Somos autómatas de plástico barato, ultrajados. Y me encanta cuando ilustra cuentos infantiles (a los Hermanitos Grimm, por ejemplo) perforando el parque de diversiones para injertarle un tren fantasma.

Tus últimas series son de una ambigüedad desarmante. Siempre te leo de madrugada. Escribo notas en un cuaderno, que algún día debería enviarte. Es como si leyera tu libro haciendo humildes anotaciones al margen. Como si interviniera tu mente desatada. Porque a esta altura ya estás desatado, por más que cites a Rorty, hermano mío.

Estás entre el álgebra que resiste y la mescalina que avanza (tus dos cabezas ... ya lo sé).

De esa tensión irresoluble nace tu alquimia.

Son las tres de la mañana, diluvia y asilé las plantas más frágiles en la cocina. La naturaleza termina invadiéndolo todo. Esa arquitectura de autor anónimo que nos liquida y nos salva, con la misma e inescrutable indiferencia.

Te alcanzo los chocolates que quedan sobre la mesa, entre cuadernos, tazas, lápices y mi muñequita de Pucca, cuyo único objetivo en esta vida es un beso de Garu.

Una a la que invariablemente se le suelta la cadena, en la única cabeza que tiene.

Luis González dijo...

Se rezaba por tu aparición, Mariel, aunque sospechaba tu sombra austral. No sé si sigo entre el álgebra y la mescalina pero agradezco la anotación. No sé muy bien qué es esa ambigüedad que citas como rasgo o cicatriz de lo que escribo. Pero la recibo con humildad y reflexiono.

Aquí llueve y llueve y hace un invierno antipático. Yo, que soy criatura del invierno, estoy emepzando a desear la primavera.

Sigue, sigue... Imaginaba la sintonía Sherman.